CON EL
CORAZÓN PODRIDO POR LOS DESENGAÑOS,
las tribulaciones de las tres heridas condenado,
así fui como el poeta que no puedo reinar
en su
mortal anhelo por superar el tiempo eterno,
donde
mis manos, herramientas con el esplendor
cobalto
de cada instante agoniza
bajo
el apagón del rayo y las hachas de palmo acero
siempre
estridentes y afiladas, me condenaron como
un
poeta y agitador más, ¿de qué revolución?,
fue
como
cortar los dientes de un tenedor con un cuchillo.
Granadas redondas,
moradas
por dentro del cantueso monte vecino, la cóncava
corteza
abierta derrama sus aderezos cuales cagarrutas
desprendidas
del ano de estas cabras por el Parnaso,
contagiadas
del color de la hierba diminuta que se resiste,
así,
detrás
de ellas con la honda en la mano subo
la
cuenta en forma de vientre escarpado y preñado;
mientras
en Nueya York, un poeta recorre los barrios
de ese
Gran Manzana también podrida de ricos, mendigos,
policías,
negros y blancos de origen que le dan al whisky,
para
en una libreta escribir impresiones que suenen
a surrealismo puro daliniano y moderno
en un
desengaño que nunca fue morada de cautos.
Y sí, así es como
subo
la vereda que me alza a las ruinas del castillo árabe
que no
ha sabido atar sus piedras al tiempo, para que,
una vez
más la historia se avergüence de nosotros
por no
haber sido guardianes diligentes de la destrucción
corrosiva
de la química y de la mayor enfermedad: la ignorancia.
Y así es como fui,
aherrojado de Santo Domingo –jesuitas de cinturón negro-.
Cargué
los libros como si fueran cristales de uranio, o cristales míos
de la
poeta químico de la Unión, en camino del desengaño, libros
que
guardan bajo su piel de celulosa muerta escrita de la memoria.
Por allí, bajo el calor
de las
piedras y al resguardo de la luz del día se ocultan
siempre
al acecho los escorpiones de miel y cianuro;
sin embargo,
las tardes tristes juanramonianas ceden al ordeño
de los versos míos, asedio de mordeduras
en el
intransigente hogar paterno
de la
calle Arriba, nunca pintada ni vacía.
Aquí
en el hogar mina el temor inexacto, reina un pozo central
donde se ríe un gato de agua, espejo azabache del ojo oscuro
y duro y, siempre un jazmín lánguido
sobre
el lavadero,
sobre la mordedura de la piedra labrada,
corral
de alacranes bajo la sombra de la higuera fosca.
LA ÉTICA AMPLÍA NUESTRA CONCIENCIA:
Recuerdo
la potencia dura de las olas y de rayos metálicos,
la
guerra en los montes y las trincheras, y luego
Jaén y
sus aceituneros de endurecidas manos de
coleópteros,
de olivas
que caen a bocajarro a la tierra del señorito,
tierras
de pan sin trigo, el pan es arma contra
los
que no se doblegan ante las voces del amo.
Me duele la cabeza a
capítulos
de golpes. Mi poesía es una Pléyade del Parnaso,
antes
de que el tiempo se ponga amarillo y ocre sobre
el
indiferente olvido. No entiendo que un
ateo diga que
Dios
es descendiente del hombre. Luego ese romper
cancelas
y candados de las cárceles y el hambre
la soledad y la ausencia en las enfermerías, y
la tos incesante
-frecuencia
de olas en el pecho-
Mi sepultura
es un
nicho más camuflado entre los muertos,
donde
leo bajo una cruz latina: Mi nombre:
Miguel Hernández
Poeta. (1009). MCMX-MCXLII
Autor Ramón Fernández Palmeral
2015
Poema leído por primera vez el 18 de noviembre de 2017 en la "Casa de la Festa" de Alicante. En el acto de "Poetas Unidos de Alicante".