Un poema de Teo Serna: Phaebus lee en la gotera...
Teo Serna es algo
más que un poeta manchego, es un creador en llamas. Y dueño manifiesto
de
una prolongada pasión por la belleza sonora, cromática, matérica.
Artista
total, ningún campo es indiferente a su capacidad de indagar, de
escarbar, de
excavar que tienen sus ojos de incendio. Bajo una apariencia disimulada
de
normalidad se esconde uno de los espíritus más sensibles de la llanura.
Poeta
visual, ilustrador, narrador de lo invisible y lo paradójico, sus obras,
aunque
conocidas, esperan su esparcimiento. Porque enriquecen. Sabio, ha bebido
y
sigue saciando su sed de la tradición para, tras un giro de muñeca
delicado y enérgico, trasladarla más allá de la línea que algunos llaman
horizonte. Y a la que después
rescata transformada. Revuelve con furor infantil lo conocido para
averiguar
las traiciones, reparar los sollozos y añadir interrogantes. Ahora
termina de
publicar en una editorial de referencia –la Biblioteca Añil Literaria-
su último libro de poemas Phaebus habla. Extrañamente y en
puridad, un libro de poemas a la manera clásica. Y digo extrañamente
porque Teo Serna
escribe poesía en cualquier manera, mientras prepara sus collages,
escucha
música, altera la realidad con sus poemas objetos o sueña sus
provocaciones.
Ceñido a la conveniencia de las formas en esta su entrega última, Teo
entrega
su yo demiurgo -Phaebus, Apolo, la luz, Febo, el sol- a un diálogo con
la
creación y su misterio, con aquellos que removieron el plomo en la
intención del
oro. Alquimistas, nigromantes, saludadores, espiritistas… espíritus
renovadores
de la realidad, o que alborean nuevas realidades. Y todo, aquí está la
novedad, contrastado con el aliento de lo cotidiano y su ternura.
El libro consta de 36
poemas con Phaebus, el trasunto de Teo, como protagonista. Tanto en la
vida de a diario (Phaebus tiene tos, recibe un regalo, visita la luz de
su infancia, acepta su soledad nocturna, el afán de una gotera) como en
sus conversaciones con los personajes históricos o
literarios-cinematográficos que le sobornan (el mago André Feridón,
Brueghel el Viejo, Pigmalión, Nosferatu…), Phaebus, quiero decir el yo
poético y vital de Teo Serna, habla de sí en este libro. Habla y de su
boca, que es un jardín agostado/
con ortigas y rosas secas, sale un colibrí. Por el alma del libro se
pasea la
sombra de un tiempo en retirada. De un tiempo cuestionado. Lo escéptico
en lucha con la decisión
de esperar. En esta ocasión, y en comparación con libros anteriores, el
poeta refrena la excitación de su lenguaje. Lejos ya de las
provocaciones juveniles y sus
retorcimientos, es posible descubrir que desde el sosiego el berbiquí de
la reflexión
vital es más agudo. Y la luz desprendida por lo débil y minúsculo más
intensa.
Libro de madurez en el que el poeta pasa del deslumbramiento externo a
la introspección.
Nada nuevo. Trashumancia que en ocasiones se le hace al poeta, a
todos los poetas, obligadamente necesaria. Es el caso. Libro por tanto
complementario, que en ningún caso niega al explorador –hay poemas que
lo
relatan, que lo siguen relatando– que le habita, pero que abre ventanas
en el pecho del hombre
que sostiene al hacedor en llamas que es Teo Serna. Para eso sirve y nos
sirve
la poesía. Para respondernos.
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Phaebus lee en la
gotera
de su estudio, después
de la tormenta
Oscura y lenta,
aparece con una lentitud infinita
y todo el silencio en el centro,
como un continente solitario
venido de otro mundo,
atravesando papeles pintados,
dibujando la tristeza toda
con la tijera sutil de la lluvia.
Crece
y nos deja ese olor a mano ajena,
a guante de terciopelo viejo,
a cauce apenas mojado,
a libro de otro tiempo (antiguo, amarillo),
a cueva recién abierta.
Lentamente sí,
con la lentitud de la sangre en la costra,
con la lentitud del ascua en el brasero,
con la lentitud del tiempo en la arena,
con la paciencia constante de la termita.
Así aparece,
dejándonos en su estigma de agua detenida
el resumen fósil de la nube,
la caricia húmeda del corazón parsimonioso,
la duda espectral de lo que, oculto,
habita callado en las paredes.
Así.
(Y yo sin saber si esto es una señal
que me invita a cambiar de vida
o, simplemente, un desastre.)