POESIA PALMERIANA

Los poetas somos como los leones, después de que nos disparen podemos lanzar nuestras garras. Página administrada por el poeta Ramón Palmeral, Alicante (España). Publicamos gratis portadas de los libros que nos envían. El mejor portal de poetas hispanoamericanos seleccionados. Ramón Palmeral poeta de Ciudad Real, nacido en Piedrabuena.
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La mayor satifacción que tengo al escribir es saber que alguien me lea cuando yo esté muerto.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Teo Serna, poeta machego en el espejo de la pámpanos de las vides azules.

Un poema de Teo Serna: Phaebus lee en la gotera...



      Teo Serna es algo más que un poeta manchego, es un creador en llamas. Y dueño manifiesto de una prolongada pasión por la belleza sonora, cromática, matérica. Artista total, ningún campo es indiferente a su capacidad de indagar, de escarbar, de excavar que tienen sus ojos de incendio. Bajo una apariencia disimulada de normalidad se esconde uno de los espíritus más sensibles de la llanura. Poeta visual, ilustrador, narrador de lo invisible y lo paradójico, sus obras, aunque conocidas, esperan su esparcimiento. Porque enriquecen. Sabio, ha bebido y sigue saciando su sed de la tradición para, tras un giro de muñeca delicado y enérgico, trasladarla más allá de la línea que algunos llaman horizonte. Y a la que después rescata transformada. Revuelve con furor infantil lo conocido para averiguar las traiciones, reparar los sollozos y añadir interrogantes. Ahora termina de publicar en una editorial de referencia –la Biblioteca Añil Literaria- su último libro de poemas Phaebus habla. Extrañamente y en puridad, un libro de poemas a la manera clásica. Y digo extrañamente porque Teo Serna escribe poesía en cualquier manera, mientras prepara sus collages, escucha música, altera la realidad con sus poemas objetos o sueña sus provocaciones. Ceñido a la conveniencia de las formas en esta su entrega última, Teo entrega su yo demiurgo -Phaebus, Apolo, la luz, Febo, el sol- a un diálogo con la creación y su misterio, con aquellos que removieron el plomo en la intención del oro. Alquimistas, nigromantes, saludadores, espiritistas… espíritus renovadores de la realidad, o que alborean nuevas realidades. Y todo, aquí está la novedad, contrastado con el aliento de lo cotidiano y su ternura.
 
      El libro consta de 36 poemas con Phaebus, el trasunto de Teo, como protagonista. Tanto en la vida de a diario (Phaebus tiene tos, recibe un regalo, visita la luz de su infancia, acepta su soledad nocturna, el afán de una gotera) como en sus conversaciones con los personajes históricos o literarios-cinematográficos que le sobornan (el mago André Feridón, Brueghel el Viejo, Pigmalión, Nosferatu…), Phaebus, quiero decir el yo poético y vital de Teo Serna, habla de sí en este libro. Habla y de su boca, que es un jardín agostado/ con ortigas y rosas secas, sale un colibrí. Por el alma del libro se pasea la sombra de un tiempo en retirada. De un tiempo cuestionado. Lo escéptico en lucha con la decisión de esperar. En esta ocasión, y en comparación con libros anteriores, el poeta refrena la excitación de su lenguaje. Lejos ya de las provocaciones juveniles y sus retorcimientos, es posible descubrir que desde el sosiego el berbiquí de la reflexión vital es más agudo. Y la luz desprendida por lo débil y minúsculo más intensa. Libro de madurez en el que el poeta pasa del deslumbramiento externo a la introspección. Nada nuevo. Trashumancia que en ocasiones se le hace al poeta, a todos los poetas, obligadamente necesaria. Es el caso. Libro por tanto complementario, que en ningún caso niega al explorador –hay poemas que lo relatan, que lo siguen relatando– que le habita, pero que abre ventanas en el pecho del hombre que sostiene al hacedor en llamas que es Teo Serna. Para eso sirve y nos sirve la poesía. Para respondernos.

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Phaebus lee en la gotera
de su estudio, después de la tormenta
Oscura y lenta,
aparece con una lentitud infinita
y todo el silencio en el centro,
como un continente solitario
venido de otro mundo,
atravesando papeles pintados,
dibujando la tristeza toda
con la tijera sutil de la lluvia.
Crece
y nos deja ese olor a mano ajena,
a guante de terciopelo viejo,
a cauce apenas mojado,
a libro de otro tiempo (antiguo, amarillo),
a cueva recién abierta.
Lentamente sí,
con la lentitud de la sangre en la costra,
con la lentitud del ascua en el brasero,
con la lentitud del tiempo en la arena,
con la paciencia constante de la termita.
Así aparece,
dejándonos en su estigma de agua detenida
el resumen fósil de la nube,
la caricia húmeda del corazón parsimonioso,
la duda espectral de lo que, oculto,
habita callado en las paredes.
Así.
(Y yo sin saber si esto es una señal
que me invita a cambiar de vida
o, simplemente, un desastre.)