EL GONDOLERO (pasan los años, la vida en sí y no nos damos cuenta que día a día creamos nuestro destino, y con ello nosotros nos juzgaremos en el último paso de nuestra vida)
- Una voz desde el infierno,
me reclama rompiendo
mi ser en cuatro partes.
- Mi sangre revienta mis venas,
ultrajando mi piel tostada
por las agujas del cielo rojizo
que se abre sobre mi cabeza.
- El sonido de las catacumbas
me viene con lejanía desdén,
dejando rendidos mis pies
separados sobre el polvoriento suelo
lleno de tripas rotas.
- No son miembros, pues son partes
de misteriosas partes quemadas
por la lava que mis ojos ven,
aunque cansadas descansan
mis pupilas sobre mis manos heladas,
no envejecidas por los siglos
de la humanidad,
dejando huella en la verdad
de la existencia.
- En este lapsus del tiempo
encerrado estoy sin salida, ni lamento,
me ahogo en el mar del momento,
no soy destino, ni laberinto
en esto de vivir en el sentimiento.
- En una esquina escribo
lo que en mi mente veo,
más bien, lo que viene a embrujarla
sin tabú, sin permiso
me gobierna en este momento.
- La sombra del pasado
viene saludando sin mascara,
pues nada escondido tiene,
no logro ver con que cara
sincera pero mentirosa viene,
los ojos siguen diciendo
lo que la lengua dice.
- ¿Quizás es mi conciencia?
¿Quizás es mi inocencia?
¿Quizás es mi esencia?
¡O simplemente quizás
es mi alma a falta de ausencia!
- ¡No se! Quizás soy el resultado
de los actos de la humanidad,
disfrazada en la escarcha
quemada de la verdad.
- Sigue acercándose la sombra
en la noche, sin permiso prematuro
y con llave a esta vida
que llamamos nuestra,
no sé que quiere, pero el miedo
me mata por dentro,,
me destroza mi existencia,
frena mis pasos
en esta siniestra providencia.
- ¡Ya se acerca! ¡Bajo esté cielo!
Que cada vez es mas relampagueante
y oscuro, - incluso ya puedo ver,
ya puedo sentir su calor, ya puedo oler
su aroma, hasta puedo ver
que un arma prende de su mano
derecha-.
- La corona del palo acerado condena
al ser humano, brilla más que mi propia
tolerancia,
que hace que mi sangre sea tinta.
- Pues lo que arma marca mi destino
sobre esté suelo tembloroso
y agrietado.
- ¡No! ¡No es un extraño!
Ya lo veo enfrente mirándome
sin corte, con sus ojos en llama,
¡No puede ser! Pero es cierto
es mi reflejo en una noche ciega y oscura,
pues yo soy el dueño de mi camino
y yo pongo final con esta guadaña