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lunes, 29 de abril de 2013

El 8 de mayo en Ámbito Cultural de El Corte Inglés. "Antonio Machado. Biografía poética de una soledad", de Pilar Galán García

Presentan:
Félix Cardona. Ramón Fernández Palmeral,Pilar Galán y José Antonio López Vizcaino.
8 de mayo a las 19.30 horas en Ámbito Cultural de El Corte Inglés.

De obligada lecturta para escritores y poetas. Discurso de Caballero Bonald, premio Cervantes 2012.

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DISCURSO DE JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
CEREMONIA DE ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES 2012
(Sólo es válida la palabra pronunciada)


Debo empezar reiterando lo más obvio: que el premio Cervantes me ha
deparado la mayor satisfacción recibida en mi ya dilatado trayecto humano y literario.
Se trata por supuesto de un motivo de orgullo muy especial y de un honor que va a
acompañarme cada día, como un estímulo inagotable, en este ya sobrepasado arrabal
de senectud. Tengo que hacerme merecedor de este reconocimiento magnánimo -me
he repetido muchas veces-, como convenciéndome de que debía esmerarme para
que mi trabajo literario alcanzara una suficiente validez. Sólo así iba a poder
equilibrarse lo mucho que recibo con lo poco que ofrezco.
Deseo que mi gratitud se reparta efusivamente entre cada uno de los miembros
del jurado y entre quienes han hecho posible que yo esté hoy aquí, conmovido y
abrumado, recibiendo el premio mayor de nuestras letras. Pienso en algunos poetas y
novelistas que me han precedido en este trance -Antonio Gamoneda, José Emilio
Pacheco, Juan Marsé, Ana María Matute, Juan Gelman-, que son también amigos
queridos y autores predilectos, y pienso en otros compañeros fraternales -José Ángel
Valente, Carlos Barral, Ángel González, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma,
José Agustín Goytisolo- a quienes la muerte cercenó la posibilidad de recibir los
honores que yo recibo ahora. “Falta la vida, asiste lo vivido”, dijo Quevedo en un
soneto eminente. Y eso es lo que me repito mientras recurro a esta evocación
justiciera. Y mientras procuro sobrellevar la turbadora experiencia de hablar en una
cátedra de la que irradió el magisterio del humanismo español, y desde la que se
instruyó a algunos de los grandes ingenios de los siglos de oro.
El premio Cervantes viene a activar un vínculo siempre latente con nuestro
primer y universal novelista, a quien me tienta aplicar el mismo encomio que dedicó
Rubén Darío a Verlaine: “padre y maestro mágico”. No se me oculta que hablar de la
significación de este premio dispone de ciertos desvíos retóricos difícilmente evitables.
Pero prefiero, en este caso, la retórica a la mesura. He pensado mucho en las
palabras que debía utilizar a este respecto. Y me he preguntado una y otra vez qué es
lo que verdaderamente le debo a Cervantes, cuánto he aprendido de él para que, en
virtud de este premio, se hayan asociado su ejemplo y mi devoción. Y sólo he
encontrado respuestas deficientes.
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Si las cuentas no me fallan, hace ahora justamente dos tercios de siglo que
empecé a adiestrarme en el oficio de escritor, por lo que quizá merezca -eso sí- un
premio a la constancia. Ya apenas si puedo evocar aquellas primeras sensaciones,
tan remotas y difusas, de mi noviciado literario. Pero algo permanece imborrable: la
certeza de que me hice escritor porque antes había leído a escritores que me abrieron
una puerta, enriquecieron mi sensibilidad, me incitaron a usar la misma herramienta
que ellos para interpretar la vida, para aprender a descifrarla. Sin esa enseñanza
previa, nada habría sido lo mismo, claro. Tampoco yo estaría aquí ahora. Soy
consciente de que mi biografía literaria depende tanto de los libros que he escrito
como de los que he leído. Todos ellos constituyen como una especie de espejo
múltiple donde me veo frecuentemente reflejado, y en todos ellos se alojan no pocos
de mis descubrimientos de la vida precisamente porque también en esos libros
descubrí otras vidas, experimenté la sensación de que algo había allí que me ofrecía
la posibilidad de compartir un mundo ignorado y excitante.
Es posible que encontrara en aquellas lecturas algo parecido a una
contrapartida, una compensación frente a la falta de asideros o los desconciertos de la
edad. ¿Quién duda que leer es reconocernos en los otros, desentrañar lo que somos,
recuperar lo que hemos vivido, incluso lo que no hemos vivido, resarciéndonos de
nuestras propias carencias? Recuérdese que todos aquellos que se han valido de la
opresión (desde los terrores inquisitoriales a los de cualquier censura dictatorial) para
programar el mantenimiento de sus poderes, han coartado la libre circulación de las
ideas. Los enemigos históricos de la libertad han recurrido desde siempre a una
suprema barbarie: la hoguera. O quemaban herejes o quemaban libros. En las
ficciones futuristas de un mundo amorfo, despersonalizado, regido por computadoras,
la quema de libros representa algo más que un mandamiento atroz: es una metáfora
de la esclavitud. Bien sabemos que destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto
siempre prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no leía, tampoco almacenaba
conocimientos. Y quien no almacenaba conocimientos era apto para la sumisión. De
lo que fácilmente se deduce que conocimiento y libertad vienen a ser nutrientes
complementarios de toda aspiración a ser más plenamente humanos.
Pienso que tal vez pueda permitirme una modesta jactancia en este sentido.
Quiero decir que esa alianza que el escritor mantiene con sus primeras lecturas, con
las fuentes literarias de su historia personal, tiene en mi caso -o yo deseo que tengaun
preámbulo inolvidable. Estoy refiriéndome a la inmediata posguerra, cuando se
cimentaba el infortunio histórico del franquismo y cundían por el país muy variadas
formas de desolación. Siempre me he hecho una pregunta obstinada: ¿empezaba yo
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a indemnizarme con la lectura de lo que me negaba aquel tiempo desdichado,
pretendía remediar con el placer de un libro los sinsabores y privaciones de la
historia? No creo que fuera consciente de nada de eso, claro. Pero puedo aventurar
algunas pistas. Tengo muy presente, por ejemplo, que en el colegio de los Marianistas
de Jerez, cuando yo cursaba el cuarto o quinto curso de Bachillerato, tuve un profesor
de literatura, culto y afectuoso, que me facilitó una especie de florilegio hecho por él
de las más llamativas aventuras de don Quijote. Quizá tardara en empezar a leerlas,
quizá no había superado todavía esa prevención ante lo que se supone árido o
dificultoso, pero cuando lo hice libremente algo inesperado se filtró en mi capacidad
receptiva. No fue ninguna lección prematura, fue simplemente una conmoción
insospechada.
Aún puedo revivir las emociones que me transferían esas precisas andanzas de
don Quijote. No conservo el recuerdo sino el sedimento del recuerdo, la constancia
placentera de haber descubierto un mundo fascinante, de haber roto un sello, abierto
una ventana por la que podía asomarme a una nueva experiencia de lector, es decir, a
una nueva enseñanza de la vida. Quiero recordar que medio entendí entonces que un
libro te habla, pero también te escucha, que el hecho de elegir un libro y compartir con
él una misma aventura también supone un ejercicio de libertad. Tal vez pudo ser ese
el punto de partida de mis iniciales tentativas literarias, tal vez se inició en aquel ya
distante tramo biográfico una vaga atracción sensible por el cultivo de la poesía.
Aunque lo más seguro es que todo eso no sea sino una conjetura que me planteo al
cabo del tiempo, cuando admitir su veracidad tiene ya mucho de licencia poética.
Entre las reflexiones que pone Cervantes en boca de don Quijote, destaca con
singular notoriedad la defensa que hace de la poesía ante don Diego de Miranda,
afirmando que “engloba todas las demás ciencias” (un juicio, por cierto, que vuelve a
esgrimir el licenciado Vidriera –lo supe más tarde- con las mismas palabras. Por ahí
empezaría yo a vislumbrar, me imagino, el sentido esencial de la poesía, esa
germinación secreta que se propaga a lo largo de toda la prosa inmarchitable del
Quijote. Como decía otro alcalaíno ilustre, Manuel Azaña, en esa prosa de poeta se
estabiliza “la corriente maravillosa que Cervantes introduce en lo real para
descomponerlo”. Cierto. Creo que ahí está expresada una de las más palmarias
claves poéticas de la novela, ese paradigma creador que hizo las veces de anticipo
fundacional de todas las posteriores literaturas. ¿Supe todo eso cuando compartí por
primera vez las andanzas de don Quijote o no fue sino una intuición, un sentimiento
anticipatorio que permaneció latente en mi conciencia hasta años después? Tampoco
me importa mucho aclararlo. Me basta con la presunción de que algo así tuvo que
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ocurrir. Insisto en que, visto a una distancia ya tan excesiva, no tengo otra elección
que creerme a mí mismo.
Cervantes fue casi siempre un hombre de mala ventura y un poeta por lo
común desdeñado. Ni siquiera hace falta añadir que la rutina o la ligereza postergaron
injustamente esa vertiente de la obra cervantina. Más de una vez se ha dicho que
quien escribió el Quijote no podía ser sino un gran poeta. Estoy de acuerdo. En el
Quijote, en los aparejos de su espléndida prosa, se decantan los alimentos
primordiales de la poesía, esa emoción verbal, esas palabras que van más allá de sus
propios límites expresivos y abren o entornan los pasadizos que conducen a la
iluminación, a esas “profundas cavernas del sentido” a que se refería San Juan de la
Cruz. No es ajena a la seducción que emana del Quijote ese concepto de la poesía
entendida como una construcción verbal, como un acto de lenguaje que alumbra las
“cavernas del sentido”. Abundan además en la obra de Cervantes referencias a su
perseverante amor por la poesía. Y, en efecto, así lo atestiguó a lo largo de su incierta
vida, sin que esos empeños merecieran otro futuro que el de quedar oscurecidos ante
la poderosa luminaria del Quijote.
He pensado con frecuencia en esa parcela de la vida de Cervantes medio
emborronada por la incertidumbre, los equívocos, las zonas de penumbra. No se
olvide que Cervantes inicia la publicación del corpus fundamental de su obra cuando
ya rondaba los 60 años, es decir, que es prácticamente en la última década de su vida
cuando aparecen las dos partes del Quijote, las 12 Novelas ejemplares, el Viaje del
Parnaso, las Ocho comedias y ocho entremeses y, al año de su muerte, el Persiles.
No deja de ser llamativo ese desequilibrio, ese reparto desigual de la obra a lo largo
de la vida. ¿Por qué Cervantes escribió o –mejor dicho- por qué publicó tan poco en
su juventud, incluso en su edad madura, y dio a conocer, culminó el ejemplo universal
de su obra ya a las puertas de la vejez, de regreso de todas sus anteriores alianzas
con la adversidad? No se trata ya de trabas editoriales o desarreglos viajeros, sino de
evidencias cronológicas. Recuérdese lo que Cervantes confiesa con desgana en el
prólogo a Ocho comedias y ocho entremeses: “tuve otras cosas en qué ocuparme,
dejé la pluma y las comedias…” Son muchos los años de abandono literario a partir de
la Galatea: casi dos décadas difusamente ocupadas en esos quehaceres irregulares
que, en cierto modo, aportan a la vida de Cervantes una de sus más literales
sugestiones. Ese largo silencio literario no es el silencio de quien ha elegido no hablar,
sino de quien ha hecho del soliloquio un método de maduración previa de la palabra.
Es el mutismo del que lo observa todo para no olvidar nada.
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Ya me corregirá el profesor Francisco Rico si me equivoco, pero esas andanzas
medio enigmáticas de Cervantes, esas huidas imprevistas, tantas vaguedades,
zozobras, cautiverios, vienen a trazar como la síntesis biográfica de un perdedor, de
un hombre de azarosos lances, casi de un aventurero que, como don Quijote, fue
acumulando decepciones, fracasos, desdenes. Pero nunca, sin embargo, renunció a ir
macerando en la memoria su más universal empeño creador: el que hizo de la libertad
un fecundo condimento literario. Basta una simple ojeada al esplendor polifónico de su
gran novela para entender que todo lo que tuvo de infortunada la vida de Cervantes,
acabó encontrando una justiciera contrapartida en esa manifestación suprema de la
propia libertad que es la palabra. “Libre nací y en libertad me fundo”, reza el último
endecasílabo de un hermoso soneto de la Galatea. Una libertad que enarbola
Cervantes como una lanza desempolvada -la del caballero de la Triste Figura- para
protagonizar tantas y tan heroicas hazañas en defensa de los perseguidos, los
oprimidos, los sojuzgados. Todos sabemos que abundan en el Quijote los episodios
en que el andante caballero medita y actúa como un justiciero guardián de las
libertades, como un emisario de la tolerancia, como un hombre decente -en suma- que
procuró igualar con la vida el pensamiento. Decía Octavio Paz que “con Cervantes
comienza la crítica de los absolutos: comienza la libertad”.
Me importa insistir fugazmente en ese prolongado alejamiento de las letras a
que alude Cervantes como de pasada, pero que constituye un atractivo foco de
deducciones. Siempre me ha conmovido, y ahora más, imaginarme al autor del
Quijote navegando sin brújula entre los boatos de la Italia renacentista o los
intramuros argelinos del cautiverio, por la corte encumbrada de Felipe II o la
babilónica Sevilla de finales del XVI y principios del XVII. Asiduo a los garitos y
corrales de comedias, al trato de pícaros y cómicos, un Miguel de Cervantes solitario y
meditabundo, apenas conocido por nadie, iría trasegando desde la vida a la memoria
algunos de los hechos y personajes que pasarían a figurar en muchas de sus
historias. La experiencia del escritor que no escribe, que malvive de oficios
indeseados, comparece aquí como una contradicción in terminis. Más que la imagen
del vencido por la vida, lo que ese Cervantes acaba sugiriendo es la del vencedor
literario de todas las batallas por la libertad. Siempre nos ha dado respuestas el autor
del Quijote, incluso antes de escribirlo. Y luego, en el mismo momento en que
Cervantes saca de su casa a Alonso Quijano, Alonso Quijano otorga a Cervantes una
nueva coyuntura para recorrer los caminos irrestrictos de la libertad.
Y no deseo finalizar este recuento de emociones sin hacer una mención fugaz a
mis débitos personales con la poesía, ese engranaje de vida y pensamiento que tanto
amó Cervantes y que tan exiguas recompensas le proporcionó. La poesía también
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tiene algo de indemnización supletoria de una pérdida. Lo que se pierde evoca en
sentido lato lo que la poesía pretende recuperar, esos innumerables extravíos de la
memoria que la poesía reordena y nos devuelve enaltecidos, como para que así
podamos defendernos de las averías de la historia. Afirmaba Pavese que la poesía es
una forma de defensa contra las ofensas de la vida y ese es para mí un veredicto
inapelable. Siempre hay que defenderse con la palabra de quienes pretenden
quitárnosla. Siempre hay que esgrimir esa palabra contra los desahucios de la razón.
Más de una vez he comentado que mi palabra escrita reproduce obviamente
mis ideas estéticas, pero también mi pensamiento moral, mis litigios personales, mi
manera de buscar una salida al laberinto de la historia. El prodigio instrumental del
idioma me ha servido para objetivar mi noción del mundo, y he procurado siempre que
esa poética noción del mundo se corresponda con mi más irrevocable ideario. Como
suele decirse, en mi poesía está implícito todo lo que pienso, y hasta lo que todavía no
pienso, que ya es meritorio. Cada vez estoy más seguro que la poesía en la que creo,
esa que ocupa más espacio que el texto propiamente dicho, me retrata y me justifica.
Incluso podría añadir que me ha enseñado todo lo que sé sobre mí mismo a medida
que he ido valiéndome de ella para elegir mis propios diagnósticos sobre la realidad.
Creo honestamente en la capacidad paliativa de la poesía, en su potencia
consoladora frente a los trastornos y desánimos que pueda depararnos la historia. En
un mundo como el que hoy padecemos, asediado de tribulaciones y menosprecios a
los derechos humanos, en un mundo como éste, de tan deficitaria probidad, hay que
reivindicar los nobles aparejos de la inteligencia, los métodos humanísticos de la
razón, de los que esta Universidad -por cierto- fue foco prominente. Quizá se trate de
una utopía, pero la utopía también es una esperanza consecutivamente aplazada, de
modo que habrá que confiar en que esa esperanza también se nutra de las generosas
fuentes de la inteligencia. Leer un libro, escuchar una sinfonía, contemplar un cuadro,
son vehículos simples y fecundos para la salvaguardia de todo lo que impide nuestro
acceso a la libertad y la felicidad. Tal vez se logre así que el pensamiento crítico
prevalezca sobre todo lo que tiende a neutralizarlo. Tal vez una sociedad
decepcionada, perpleja, zaherida por una renuente crisis de valores, tienda así a
convertirse en una sociedad ennoblecida por su propio esfuerzo regenerador. Quiero
creer -con la debida temeridad- que el arte también dispone de ese poder terapéutico
y que los utensilios de la poesía son capaces de contribuir a la rehabilitación de un
edificio social menoscabado. Si es cierto, como opinaba Aristóteles, que la “la historia
cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debía suceder”, habrá que aceptar que la
poesía puede efectivamente corregir las erratas de la historia y que esa credulidad
nos inmuniza contra la decepción. Que así sea.

El damo de Elche/Elx



EL "DAMO" DE ELCHE.
Han leído bien, he escrito damo.
La Dama de Elche es un hombre por eso le llamo el damo o guerrero. Lo mismo sucede a la Dama de Guardamar, Ambas esfinges ibéricas del siglo IV a. Cristo, la primera encontrada en La Alcudia y la otra en Cabezo Lucero, son dioses. Lo correcto sería llamarles los efebos de Elche y Guardamar.
Las razones son bien sencillas, los íberos jamás gubieran puesto a una mujer al cuidado de nada, para ellos al igual que para lois griegos, las mujeres eran simples amas de cría, objetos que se cambiaban como el ganado, sus obligaciones era la agricultura, no lo divino o espiritual. El canon de la belleza era el hombre, de ahí los Apolo, efebos y jóvenes. ¿Acaso eran homosexuales?, desde nuestra moral cristiana y puritana desde luego que sí.
 Los rasgos de estos damos o efectos corresponden a los clásicos modelo helenísticos, de nariz recta y proporciones geométricas de las facciones (nariz, mentón, labios, ojos), modelos los tenemos en el Auriga de Delfos o Hermes. Estos efebos representaban guardianes de las deidades y de los muertos. La rica ornamentación de la cabeza no eran más que roetes donde guardaban sus largos cabellos que tenían prohibido cortarse desde su nacimiento, como el Apolo de Veyes del arte Etrusco, actualmente a los niños tibetanos no se les corta el pelo hasta los siete años, como protección a los altos índices de mortalidad. Los ojos del Damo tienen ciertos rasgos asiáticos, idealizando el rostro que no se parece al  de las  mujeres ibéricas. El mentón es fuerte, voluminoso y masculino. Las joyas de oro, propias de un rey tartesio, como se puede ver en el tesoro de Villena o el Carambolo.
Si observamos el arte asirio, también podemos comparar las formas, los vestidos de los hombres, mujeres no aparecen, todos son guerreros, escenas de lucha, caza o batallas.
Hay que reclamar de una forma tajante la Dama de Elche para la ciudad de su hallazgo. No valen copias, se puede copiar las Meninas para un museo, pero el auténtico estará siempre estará en el Prado. El Museo Arqueológico Nacional, argumenta que la compraron al Museo del Luvre, por eso la tienen en propiedad. También un obelisco robado por Napoleón en Egipto fue devuelto por el presidente  Miterrand a pueblo Egipto. Ejemplo que debe tomar el Museo Británico con los frisos del Partenón en Atenas. 

Era un artículo de mi futuro libro "Robinsón por Alicante" , que ha sido descartado, por salir fuera del entorno de Alicante ciudad.
Ramón Fernández Palmeral

Futurible Palacio de Congresos en Alicante



DEL proyecto PALACIO DE CONGRESOS de Alicante

Escrito en el año 2000

       ...y otros tropelías, así debería terminar el filo ardiente de este título. Los castillos defensivos,  desde antiguo siempre fueron atacados y asediados y destruidos.  Y ahora, es lo que se quiere hacer: destruirlo, y lo será  con un Palacio de Congresos en el monte Benacantil. Ante los deseos inequívocos de nuestro babilónico alcalde Alperi, dado a las emgatrópolis, tan sólo nos queda una única opción: cambiar el Benacantil de lugar, esa es la única solución que nos queda, preservarlo en una urna, porque si en las próximas elecciones municipales sal de nuevo reelegido el señor de los anillos, el Palacio, ese quimera dormida, se levantará en la próxima legislatura como un cementerio de cemento. O la opción más drástica, cambiar la ciudad de lugar, llevarla más allá de su actual emplazamiento. 
         Un castillo es un deseo de defensa, la huella de nuestra historia y el esfuerzo material de nuestros antepasados.    El Castillo de Santa Bárbara (Akra Leuka griega) es el símbolo testigo de la ciudad de Alicante y su historia al que quieren enterrar con un esqueleto de hierros, cementos y vidrios: un Palacio de Congresos será el gran esqueleto de un dinosaurio que al pasar de los años se comerá todo los terrenos adyacente, minará el subsuelo y los pinos se comerán sus propias raíces y los lagartos criarán escamas de odio por las laderas vomitivas y sangrientas. 
       Cuando se alce el palacio al pie del monte Benacantil se reirán de nosotros, desde su tumba Jaime II y el rajá azul de la India, los  monos sagrados del Himalaya, los armiños alcohólicos de vodka, y al pensador de Rodín como bronce de hombre cansado, a todos le entrará la risa. 
       Que será de la fortaleza ibérica, fenicia, romana, árabe y cristina, aragonesas, cárcel franquista, se le dejará que saque el pescuezo de rocas por fuera de la cúpula gigante,  bóveda acristalada y ergonómica  (una tapadera de circo y burlas) y los pinos azules quedará protegidos de los vientos del levante, del clavel y de la rosa de los vientos del sur, del capricho de los huracanes del Mediterráneo.
       ¿Es que no hay justicia? Es que nadie puede contra la decisión del poder municipal abyectos a la lanza de herir corazones?

Hoy en 2013 es el ADDA (Auditorio de la Diputación de Alicante, quien hace las veces de Palacio de Cogresos).


Nostalgia de la revista Palmeral



Aquella revista PALMERAL (POÉTICO -ARTÍSTICO)

Ramón Sijé, poeta y escritor oriolano fundó sobre los años 30 una revista literaria que se llamaba “El Gallo Crisis” de desafortunado nombre, porque aquellos nombres que pretenden ser emblemas de algo no pueden ser complicados o difíciles de retener, en la que también colaboraba Miguel Hernández. Neruda la tachó de oler a incienso y sotana. Hasta que Miguel se fue a Madrid y Vicente Aleixandre le llevó por los caminos del surrealismo.
En esta primavera, aprovechando la mucha afición  que hay por la poesía ya la pintura en la Costa Blanca, ha salido con toda modestia una revista que se llama PALMERAL (Poético-Artístico), que sin animo de lucro y con financiación privada prende salir trimestralmente como escaparate de lo que se hace aquí y ahora, con pretensiones de ser innovadora, cuidada y participativa, que más que revista quiere ser punto de encuentro, puesto que hay algo superior a toda revista, y son precisamente las relaciones humanas, hacer amigos con ideas afines.
Con agradable sorpresa, hemos podido constatar que existen numerosos grupos, tertulias y asociaciones que aman la poesía, un brote perdido que ha encontrado abono en este Palmeral. Pero Alicante es tierra de pintores, y por ello no se podía dejar fuera a este innumerable grupo de artistas, que han encontrado cobijo para ilustrar, muy acertadamente, la revista de que les hablo.
Ahora, y desde  aquí pido colaboraciones poéticas y artísticas, que nadie que haya escrito un poema se quede sin ver publicado su trabajo. Porque evidentemente eso es lo que buscamos colaboraciones, demostrar que somos un pueblo culto y sensitivo, amante de las artes que son en realidad manos abiertas a la esperanza de un mundo mejor.

Alicante, 2004

domingo, 28 de abril de 2013

Antigua ESTACIÓN DE AUTOBUSES



Antigua ESTACIÓN DE AUTOBUSES de Alicante

  Salgo de mi casa al filo cortante y agudo de las ocho de la mañana  “acicalado con esmero, resuelto a causar buena impresión...” ,  como escribe Arturo Pérez-Reverte en el Capítulo II del “maestro de esgrima”. ¿Has leído esta novela?, te la recomiendo, si no aprendes literatura, aprenderás a manejar el florete, sabrás que la glisada es una estocada certera, la flanconada o la estocada de los doscientos escudos...
   Caminé media hora, cuando podía caminar, imantado por una sucesión extraña de pasos que me llevaron hasta la estación de Autobuses, tal vez melancolía de cuando viajaba en esas ballenas con reumas o cuando mi novia me despedía con besos grandes como edificios lavados por lágrimas.  Me encanta tomar café en los bares de despedidas, donde el café lo paga siempre con alegría el que se va, sin tener necesidad de obligar al camarero a que saque el cubo de agua para saber quien de los dos paganos apunta más sin sacar la cabeza.
   Los taxistas nerviosos, junto a sus vehículos de urgencia, se desmoronan en la intranquila espera con la puerta de la jaula abierta aguardando con impaciencia al pájaro viajero, volantón y de paso, que es quien le puede pedir una larga carrera. El policía local arrastra las lupas de sus ojos de detective municipal, detrás de algún descuidero o chorizo como si en ello le fuese el empleo.
Las ciudades se escapan por las estaciones de autobuses, tren o taxis. La de Alicante se sitúa en el centro comercial con ambiente a pueblo, con trasiego de viajeros que llegan y se van, esperan o hacen colas en las ventanillas de las empresas. Viajar te da cultura y te hace más humano.
Podemos apreciar dos murales en cada lado puesto, uno del gran pintor  Gastón Castelló y el otro es un plano de Alicante.
Me gustan las estaciones de autobuses y de trenes porque me creo que me va llegar visitas, como si esperaba a algún familiar que va a venir a verme.
La Estación de Autobuses ha pasado ahora a la zona del puerto, con mejer accesibilidad a las comunicaciones terrestres, pero con menos encanto.
Cuando publicaron este artículo en La Verdad, en 1996, lo ilustraron con una fotografía de Arturo Pérez Reverte.

Ramón Fernández Palmeral

sábado, 27 de abril de 2013

A mi amada Alicante



     Mía amada
impasible perfección
mi ciudad guapa y auténtica
a veces madrasta de multas y arbitrios
grúas traidores y zonas rojas más que azules
 rosa desplumada al viento dócil del levante
 belleza azul alcanza santidad vendita
bajo el pétro y aherrojado Benacantil...

Ramón Palmeral

viernes, 26 de abril de 2013

Contra la esclavitud infantil de nuestros días.



El 16 de abril es el día contra los 400 millones de la esclavitud infantil. 

 He quedado transido, al ver que la codicia e incluso va en aumento. El oro que acumulan los adinerados proviene de las doradas manos infantiles  lo que cada día este problema supone no es posible que nuestras conciencias lo puedan soportar si no conseguimos apartar de la cabeza. Con este vetusto poema, pero desgraciadamente sigue siendo actualidad, lo saco con dolor y vergüenza, de nuevo, a pasear…


EL FANTASMAGÓRICO “ETIRENO”

vuelve a Benin(delta del Níger), pero
sin niños esclavos.

Este hecho vuelve a poner

en evidencia el siniestro comercio.

Hambre, miseria, incultura y hombres de negocios...
la sociedad, la suciedad anónima capaz
de esclavizar, cada año, centenares de millones de niños.

Míseras y miserables conciencias conforman
la mayor sociedad inhumana de nuestro injusto mundo.
Martirizan nuestras mentes, laceran mi corazón,
y muchísimo peor: ¡esclavizan inocentes,
en el Siglo Veintiuno!. Utilizados en guerras,
como escudos, cebos para explosionar minas.
Doce horas de trabajo en fábricas, campos, minas,       
                                                                  canteras...
Gritos de amargura, pequeños dientes de leche y puños apretados,
quejas, llantos, desesperanzas...
...olvidados, desconocidos, ignorados.
¿Cuántos derechos humanos en ellos, habremos de ver
                                                                 violados?.

Para qué, para agregar unos ceros a opulentas

cuentas, y acaparar infamemente lo innecesario,
para unas cuantas cuentas de miserables almas fraticidas.

Horripilante máquina engullidora de hambrientos niños
que funde sus escuálidos esqueletos en metal líquido,
para acuñar sucios dólares homicidas...¡malditos seáis,
                                                                               malditos!.

¿Dónde y cuándo el poder valiente, liberará conciencias,
liberará responsabilidades?. Pero sobre todo que libere cuerpos
                                                                              inocentes...,
que rompa eslabones, de una vez por siempre.

¡Qué vergüenza, sienten mi corazón y mi alma
por este miserable mundo en el que vivo, y, al que
                                                                           maldigo!.



ã Manuel-Roberto Leonís, Orihuela, Abril 2001.

miércoles, 24 de abril de 2013

Soneto continuado a Miguel Hernández de José Antonio Suárez, por Ramón Palmeral

Leído en Casa de la Festa de Alicante, el 23 de abril, en el homenaje a José Antonio Suárez.

Un día es un día ÁGORA de Arte Gramático. de Fungencio Martínez

El poeta y escritor Fulgencio Martínez abre un blog que como él dice que un diario político y literario:

Un día es un día Agora de Arte Gramático

Homenaje al filósofo y poeta José Antonio Suárez

El próximo día 23 de abril (Día Internacional de Libro) a las 19 horas en la Casa de la Festa, se selebrará un homenaje al filósofo y poeta José Antonio Suárez (q.e.p.d.), Organizado por el Grupo NUMEN, presidido por Diego Zambrano, con la intervención de José Luis Ferris, Ramón Fernández Palmeral, Manuel Parra, y los grupos poéticos de Alicante: Auca, Espejo de Alicante, Numen, Esencias, Liceo Poético de Benidor, Ateneo.
Donde se leerán poemas de José Antonio Suáerez y poemas dedicados a él.


CASA DE LA FESTA, c/ Bailén, 2º piso. Aula (Alicante)

jueves, 18 de abril de 2013

Enlaza con el portal "El Muro de los libros"



 “libros”, “literatura”, “libros electrónicos”: 
EL  MURO DE LOS LIBROS.COM

Ramón Palmeral recitó la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández

Con motivo de los actos del Centenario del nacimiento de Ramón Sijé, su tocayo Ramón Palmeral, recitó la Elegía.

En Orihuela, su pueblo y el mío,
se me ha muerto como del rayo
Ramón Sijé, con quien tanto quería

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera;
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y en tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata le requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández, Madrid, 10 de enero de 1936

jueves, 11 de abril de 2013

REFLEXIONES FILOSÓFICAS EN LA POESÍA DE JOSE ANTONIO SUÁREZ

Por Ramón Fernández Palmeral



                         

REFLEXIONES FILOSÓFICAS EN LA POESÍA DE JOSÉ ANTONIO SUÁREZ



                                          A modo de presentación



     Tuve la suerte de conocer a José Antonio Suárez hará diez o doce años, recuerdo sus largas disquisiciones, monólogos más que conversaciones, sobre  poesía, pero sobre todo sobre filosofía, recuerdo que él siempre hablaba de filosofía y de la poesía pura. Honradamente tengo que decir que en aquellas conversaciones yo no me enteraba de mucho, o no le prestaba la atención suficiente. Hablar con un filósofo, como él lo era, supone quedarse casi siempre fuera de juego.
    Hoy tras una reciente  lectura de unos de su libros de poemas Mortal eterno, es en palabras de Elena Soriano, “filosofía poetizada” (el hombre es mortal y eterno) y es un poeta auténtico. Quiero intentar exponer, brevemente (10 minutos me han dado) algunas ideas sobre su poesía creacionista,  donde sobre todo cuida el ritmo interno y otros elementos metafóricos, buscando la verdad de la vida y la existencia después de la muerte como camino de luz hacia Dios.
    Su libro Filosofía del anhelo es un ensayo donde expone  su pensamiento filosófico y poético, puesto que es en el anhelo (querer con vehemencia) del hombre, donde radica toda infelicidad, que coincide con el precepto budista: “El deseo es causa de toda infelicidad”. En José Antonio el anhelo es una inquietud necesaria en el hombre,  porque es un  ser anhelante de conocimiento y eternidad porque el hombre es inmortal. El misterio de la existencia se resuelve en el Infinito: en la búsqueda de Dios. La libertad está condicionada por el deseo, es decir, por el anhelo. Porque el hombre se mueve en la vida terrenal por el anhelo que constituye una inquietud hacia el Infinito. El hombre se mueve por el anhelo hacia su futuro y esperanza “el hombre muere sin sentir morir nunca en el tiempo”, es decir, el cuerpo mure pero no es el Ser, por eso el hombre es inmortal.
      Recuerdo que para él la poesía era filosofía pura.  Él mismo decía que “el anhelo constituye la inquietud del hombre hacia el Infinito, hacia el que proyecta su luz”. Es decir una actitud ontológica o de la creación de todo por  Dios, porque José Antonio era creyente, no en vano fue jesuita, ingreso en la Compañía de Jesús en 1942, luego pidió una dispensa y se salió. Es fundamental su base teológica, admirador del carmelita  y poeta místico San Juan de la Cruz de honda expresión espiritual que nos eleva a la paz del espíritu. Aunque en su vida mundana como el mismo dice era continuidad y unidad de su ser en la vida.  José Antonio era un libro abierto de filosofía, teología y poesía filosófica.
     Es autor del libro Filosofía del anhelo, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2001, y de artículos como “Concepto de filosófico de la poesía”,  “Góngora y nosotros”, “El crédito poético de Unamuno” o “Don Quijote ante su sociedad”. Sonetos como “Soneto continuado a Miguel Hernández”, Premio Festa d´Elx (1983).


      POETA EXISTENCIALISTA CREACIONISTA
    José Antonio escribió  en Filosofía del anhelo sobre el concepto de su poesía mística, y escribe: “De aquí ese hondo dramátismo que se vive en mi poesía, donde se siente a Dios y se percibe su sombra en la creación y, sin embargo, ese escepticismo metafísico para la aprehensión de su realidad por el espíritu humano: la incapacidad del yo frente a los Absoluto” (2001: 26).  Lo que viene a significar que su poesía es ontológica (trata de demostrar la existencia de Dios, partiendo de la idea de ser perfectísimo).
      “Mi poesía –sigue diciendo-, al tratar de describir lo más exactamente la vida interior del hombre, adquiere la forma de una filosofía del anhelo que ningún hecho se evade a su unidad integral” (2001: 27)”.  Lo que debemos entender como esencia consciente de libertad, amor, dignidad y creación por medio de la unidad del arte.
   Es también significativo que recoge una frase San Agustín: “Mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, es decir, en Dios a través de la muerte, porque la forma más pura de acercarse a Dios es el anhelo, el deseo y el Infinito, la muerte como transito, no como fin. Su poesía es la descripción de la vida interior, a través del ritmo interior de las palabras, que es la esencia del yo, intuye la receptividad espiritual o sensibilidad estética. La poesía como el arte,  se asemeja al pensamiento de la filósofa veleña Maria Zambrano, cuando escribe que  la poesía es como pintar: es crear.  Y para Suárez es la relación del hombre con todo “lo creado e increado”, y añade que todo ser tiende hacia otro ser, hacia el ser natural para alcanzar el ser espiritual como especie eterna, y llega otra vez a Dios, lo que es como un círculo de eternidad.
       La poesía de José Antonio  tiene mucho de existencialismo, de vida interior, y de la entelequia de la muerte pero no como fin, pues la vida corporal es temporal pero no el ser, ni el alma. Podíamos hablar a partir de ahora de una poesía “suareziana”. Ya lo dijo Miguel Hernández a los padres de Ramón Sijé “nacemos con la condena de la muerte”.   Insiste Suárez  que el hombre tiene conciencia de vivir, pero no de la muerte. Nos habla de dolor metafísico como que el ser y no ser que provoca la angustia, que no es más que la inquietud y la infelicidad. El hombre aparece como una paradoja: el hombre es inmortal a pesar de la muerte, porque el hombre a través de su arte (poesía en su caso –y de todas la artes en los demás) su bondad, su ciencia, su saber, su amor, se hace digno de la eternidad. Porque la vida material ha de estar subordinada al amor, a la dignidad, a la libertad...En  el arte, y por ende la poesía está por encima de la técnica y la ciencia, porque la poesía es el hombre. Constantemente, el poeta testifica su goce vital como su dolor y sufrimiento; para él los temas fundamentales son: el amor, la muerte y la esperanza.
     La poesía  es  el sentimiento que necesita de un ritmo interno o ritmo psicológico que es el que forma el verdadero “climax emocional”, porque el ritmo constituye el elemento vivificador, unificador, modificador en el proceso expresivo. Según la entonación, puede variar la significación de la expreisón.


     PENSAR,  FILOSOFAR Y POEMIZAR
     El estudio óntico del Ser, es la capacidad de pensar, y pensar consiste en  ser, que  aboca a la reflexión según Descarter «cogito ergo sum», que en castellano se traduce  como «pienso, luego existo», siendo más precisa la traducción literal del latín «pienso, entonces existo», que no es más que la tesis del racionalismo occidental. 
    Vemos algunas acepciones: ¿Qué es pensar?  Pensar consiste en formar ideas y juicios de algo de forma determinante. Examinar una idea en  la mente antes de tomar  decisiones: Porque DECIDIR es el gran dilema. Pensar son todos los productos que la mente puede generar incluyendo las actividades racionales del intelecto o las abstracciones de la imaginación, aquello que sea de naturaleza mental es considerado pensamiento, bien sean estos abstractos, racionales, creativos, artísticos, etc. Para pensar debemos aprender a pensar.
      Los pensamiento pueden ser: Deductivo, inductivo, analítico, argumentativo, creativo, instintivo,  interrogativo, sintético, crítico (filosófico y poético).
     Entre las formas de  pensamiento nos vamos a detener en qué es Filosofía,  es el estudio o el análisis, la crítica en busca de la verdad a través de la razón, del logos, de la historia; por lo tanto es objetiva, es ciencia. En cambio, la poesía es libertad, subjetividad, creación, sentimientos y emociones, habla el corazón no la razón, pensamiento interior.. A través de la exposición del pensamiento interior del individuo, con los vectores de sinceridad, sentimiento, emoción. La poesía se adentra donde no llega la razón de la prosa,  es el sistema que  Suárez decidió utilizar para comunicarnos su pensamiento creacionista.
     Filosofía y poesía son dos actitudes distintas frente al mundo, en busca de la verdad usando distintas estrategias.  Platón expuso en La República la diferencia entre filosofía y poesía, en un largo discurso que no cabe en este breve estudio dijo que estaba en contra de la poesía. Y de estas discrepancias también habló María Zambrano, y, José Antonio también lo hace, se ve que había leído a estos filósofos.  En José Antonio aprecio las formas místico-poéticas de las formas del alma, es una poesía de pensamiento y de verdad. Y es que la poesía como un vehículo de expresión, en busca de la verdad subjetiva del poeta.  Hasta el Renacimiento se creía que la inspiración del poeta le venía de los dioses, a través de las musas, es decir, ellas eran intermediarias entre los dioses y los hombres. De aquí los oráculos.


   ANÁLISIS DE ALGUNOS VERSOS
   La poesía de José Antonio abarca varios periodos, y su estudio requeriría un ensayo.  Es autor de Mortal Eterno (1953), Sonetos a mi perro, 1963, con segunda edición en Dios y Chito (1973), “Soneto continuado a Miguel Hernández”, Premio-Festa d´Elx (1983); y entre otros premios el Nacional Manuel Molina de Poesía, Ateneo de Alicante (1992) y otros premios.   
     Destaco algunos hallazgos en versos de varios  sonetos en la revista del Grupo NUMEN.
     1) Veamos el soneto: “PALABRA OLVIDA”
               Si es que la muerte a todo pone veto,
               Si al final la luz es apagada,
               Si el silencio se queda todo en nada…
               No será, tu voz muerte recordada,
              Para seguir, quédate quieto.
   Hace referencias al concepto de muerte,  que son constantes en su poesía, no ya como un  fin sino como una forma de eternidad, como un retorno. “Yo no quiero morir mientras se muere/ el alma lentamente cada día,” escribe en otros soneto.

      2) Soneto “INTERROGACIÓN”
                 ¿Es tu aventura tiempo, que no historia?
                ¿Fue tu vida la vid perecedera?
                ¿Es tu muerte una muerte verdadera?
               ¿Dónde está la razón, donde el consuelo?
 
    Vuelve a reiterar el tema de la muerte, pero como he repetido, no se refiere a una muerte como fin, sino como continuidad, y además se hace preguntas existencialistas.



3)      Soneto “ NIEVE”
 
              ¡Llueve, llueve, hiela, nieva
              por los poros en el alma
              donde  el sol mágico teje
              arco iris de esperanza,
              sol y lluvia, lluvia y sol
              que en el esqueleto escarcha!

       4) De su poemario Mortal eterno, he entresacado algunos versos como:
       -Vendía las breves delicias de sus cuerpos.
       -Yo soy un árbol, un ser eterno.
       -Una luz aural alumbra el alma
       -Me hundiré sobre mi ser fuera del tiempo.
       -El torero en la arena, sacerdotal y solo.
       -El hombre es un ser extraño que pasa por la tierra/ buscando con insistencia la luz de más allá.
       -Salimos al mundo a conquistar la gloria, / al ver que nos morimos, para vencer el tiempo.
      -Vivir es un eterno agonizar en la carne/ y un anhelo de ser, vivir es ansia eterna.
      -Extrañamente viene al mundo el hombre/ con la luz en los ojos y en el alma,/ sin saber si este tiempo es aparente.
       -El anhelo tiene su máxima expresión en el arte.
       -El hombre muere/ sin sentirse morir nunca en el tiempo.
          Sus referencias a la muerte temporal, al alma, como creyente, son constantes en su poesía, al igual que lo son  Dios, el Ser, el tiempo, la muerte, lo eterno, el anhelo... Es decir, resumiendo, que hemos de considerar a José Antonio como un filósofo que escribía poesía filosófica o filosofía poetizada.


                                                      Homenaje a José Antonio Suárez
                           Por Ramón Fernández Palmeral
                                                              Alicante, 23 de abril 2013