Antigua
ESTACIÓN DE AUTOBUSES de Alicante
Salgo de mi casa al filo cortante y agudo de
las ocho de la mañana “acicalado con
esmero, resuelto a causar buena impresión...” , como escribe Arturo Pérez-Reverte en el
Capítulo II del “maestro de esgrima”. ¿Has leído esta novela?, te la
recomiendo, si no aprendes literatura, aprenderás a manejar el florete, sabrás
que la glisada es una estocada certera, la flanconada o la estocada de los
doscientos escudos...
Caminé media hora, cuando podía caminar,
imantado por una sucesión extraña de pasos que me llevaron hasta la estación de
Autobuses, tal vez melancolía de cuando viajaba en esas ballenas con reumas o
cuando mi novia me despedía con besos grandes como edificios lavados por
lágrimas. Me encanta tomar café en los
bares de despedidas, donde el café lo paga siempre con alegría el que se va,
sin tener necesidad de obligar al camarero a que saque el cubo de agua para
saber quien de los dos paganos apunta más sin sacar la cabeza.
Los taxistas nerviosos, junto a sus
vehículos de urgencia, se desmoronan en la intranquila espera con la puerta de
la jaula abierta aguardando con impaciencia al pájaro viajero, volantón y de
paso, que es quien le puede pedir una larga carrera. El policía local arrastra
las lupas de sus ojos de detective municipal, detrás de algún descuidero o
chorizo como si en ello le fuese el empleo.
Las
ciudades se escapan por las estaciones de autobuses, tren o taxis. La de
Alicante se sitúa en el centro comercial con ambiente a pueblo, con trasiego de
viajeros que llegan y se van, esperan o hacen colas en las ventanillas de las
empresas. Viajar te da cultura y te hace más humano.
Podemos
apreciar dos murales en cada lado puesto, uno del gran pintor Gastón Castelló y el otro es un plano de
Alicante.
Me gustan
las estaciones de autobuses y de trenes porque me creo que me va llegar visitas,
como si esperaba a algún familiar que va a venir a verme.
La
Estación de Autobuses ha pasado ahora a la zona del puerto, con mejer
accesibilidad a las comunicaciones terrestres, pero con menos encanto.
Cuando
publicaron este artículo en La Verdad,
en 1996, lo ilustraron con una fotografía de Arturo Pérez Reverte.
Ramón Fernández Palmeral
Ramón Fernández Palmeral