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domingo, 26 de mayo de 2019

SOBRE POESÍA Y REDES [sociales] Concha García

por CONCHA GARCÍA
       Un vagón de metro de la línea 5 de Barcelona. No es hora punta, hay algunos claros que te permiten mirar qué hace la gente. La mayoría está sumida en las pantallas de sus teléfonos móviles. Solo veo a una persona leyendo, se trata de un best seller. El joven está ensimismado en su lectura. Me imagino este mismo vagón dentro de unos años, quizás ya no sea así el metro y nos traslademos mediante cápsulas de velocidad, tampoco hará falta el libro, será una rareza de coleccionista. Los más jóvenes no sabrán ponerle forma mental, habrá otros soportes para leer, o quizás no haga falta y, como en la serie Black mirror, nos instalen una cápsula en el cerebro que hará innecesario el aprendizaje. Claro que la humanidad se habrá convertido en otra cosa. La evolución habrá dado un paso gigante y nosotros nos extinguiremos como civilización. Quizás haya una gran biblioteca donde se conserven los saberes, y quizás los saberes de este siglo ya no sirvan para nada dentro de otro siglo.
       En grandes almacenes como El Corte Inglés o la Casa del Libro, en la sección de poesía, la mayoría de los libros me son desconocidos. Quizás ya hemos cambiado de siglo y soy alguien del pasado que transita entre estanterías cuyos autores me sorprenden. ¿Dónde está Szymborska, Celan, Cernuda, Mistral, Vitale, Juan Ramón [Miguel Hernández]? ¿Dónde andan mis compañeros de generación? Y no hablemos de la ausencia de Valente, Hierro, Castro, González, Janés, Crespo, Goytisolo. Abro uno de los poemarios y leo una frase que no deja de ser ingeniosa. La autora aclara que es un micro-poema. Con la velocidad a la que van las cosas, la gente no tiene tiempo de leer un poema largo, así que se escribe corto para capturar la agudeza mental de quien lo lee, para un guiño simpático matinal que te dé una leve descarga en el apelmazado cerebro.
     Veo estos poetas en las redes sociales. Si tienes un millón de seguidores, una editorial te propondrá un poemario. Pero me parece que esos libros no contienen poema alguno. Pertenecen a un componente mercantilista ya capturado por el capitalismo, ante la falta de identificación de los jóvenes con la poesía más exigente, rebajemos el listón, y si aquella poesía de la experiencia de los años ochenta se me asemejaba bastante mediocre, ahora podemos decir que de aquellas aguas estos lodos. En otro diario leo que el ganador de un premio concedido por la influyente editorial Visor dice que la poesía parece revitalizarse gracias a una nueva generación que ha encontrado en las redes sociales la vía para darse a conocer. Pienso: darse a conocer.
       Bajo la urgencia de darse a conocer tenemos un reverso muy interesante y es la ausencia de saberse reconocer, de tal manera que si la construcción de un poemario está alentado por la propia existencia de quien lo escribe y de una serie de lecturas tan necesarias como la inteligencia de aplicarlas con el propio estilo, vemos cómo se despliegan versos de poetas que imitan un ritmo que suena a otras voces pero no se despega hacia adentro, sino hacia afuera. Lo que menos necesita la poesía, bajo mi punto de vista, es esta exhibición constante en defensa de la misma con el objetivo de vender libros cuya sustancia ni siquiera es agridulce. Yo prefiero que en las librerías la poesía haya que buscarla, que quien te atienda no sea una persona que ignore todo acerca de lo que vende.
      Urge una reflexión acerca de la bajada de nivel que nos está ofreciendo el mercado en cuanto a poesía se refiere. Hace unos años parecía que los poetas nos íbamos a quedar solos en nuestros cuartos individuales y solitarios. Sabemos que siempre ha sido minoritaria y que solo en contadas excepciones la poesía ha tenido un lugar y los poetas eran escuchados sin necesidad de que fuesen avalados por grandes premios literarios. Los premios implican castigos, y los castigos son terribles cuando no se ha hecho lo suficiente para navegar por las aguas de las influencias y las amistades. Nos colocamos en un escenario parecido a la política, donde ya nadie es buen orador ni convence, y solo se evalúan los partidos por las encuestas que de tanto en tanto aparecen en los medios. Ana Basualdo, hablando de periodismo en la actualidad dice: «Hay campos de la información que sólo pueden roturarse a través de fuentes vinculadas al poder, pero no es la única realidad que necesita ser explorada. El panorama social suele resumirse en encuestas, estadísticas, atención suprema a los comentarios en redes, preguntas previsibles, micrófono y cámara en mano». El escritor Juan Soto contesta en una entrevista que las generaciones actuales están más desengañadas de antemano, «en la mía creíamos que si trabajábamos todo iba a ir mejor». Si dejamos de entender y manejar el lenguaje en sus más complejas significaciones —la metáfora es un buen camino para inventar la conciencia—, dejaremos de percibir la poesía. Que no nos engañen las listas de los más vendidos ni con poemas que parecen serlo, pero no lo son.
        De una entrevista a una joven poeta famosa a través de las redes:
        «Yo no dirijo mis poemas a nadie. Mis poemas están pensados para la poesía; es la poesía lo que yo amo, el destino de mi escritura. La poesía es el objeto de mis desvelos».
       La poeta comienza a leer un poema y dice algo así como: «Ella se ha introducido como una hiedra», por lo que debo entender que se ha introducido una hiedra en ella. La metáfora se refiere a que la poesía se introduce, sin aclarar cómo se introduce la poesía, como si se introdujese el mundo, me hace pensar en que algo falla. El poema termina con una confesión muy personal acerca del placer que le produce el sufrimiento, y la autora del poema no se separa del yo ni un instante, como si escribir poesía, por sí misma, fuese un valor, como si para escribir poesía no hiciese falta otra cosa que decir: poesía, como quién dice Pepe o Beatriz. Solo basta nombrar la palabra mágica: poesía, para que el poema pierda todo el sentido, puesto que la poesía debería hallarse en el texto sin nombrarla.
      El sujeto es algo tan inasible como la poesía, se evapora y no sabemos de qué se habla porque la poesía no es un referente, no es continente, es contenido. ¿Cómo creerla? (a la poeta) ¿qué argumentos me convencerían para que la creyese? La poesía sin cuerpo. Para ella el cuerpo no existe. La soledad, el amor, el pensamiento, todo ello sin cuerpo alguno y sin historia, conceptos vagos o totalitarios, sin un reflejo de la clase de donde parte el discurso, ni del deseo que lo sostiene.


Tomado de:
https://elcoloquiodelosperros.weebly.com/artiacuteculos