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sábado, 25 de mayo de 2019

Antonia Álvarez. "Todos los relojes" Poseía en versículo

Un poema de Antonia Álvarez: Domingo, 31 de octubre de 1943




     Ella siempre los tuvo. Hablo del pulso sereno y la callada armonía, de un discurso sin ansias. Hablo de la poeta asturiana y leonesa Antonia Álvarez Álvarez. Hablo de un intenso decir persuasivo, suave y demoledor a un tiempo. Hablo del idioma de la nieve y de los pájaros. Hablo de un libro: Todos los relojes (que ha visto luz en Eolas). Hablo de que la poesía es emoción represada en el tiempo que sólo ciertas voces saben hacerla fluir en dimensiones ciertas hacia destinos ciertos.
Toñi Álvarez ha decidido editar esta memoria de un tiempo y un paisaje para que hallen tierra y luz tanto consuelo y tanto desasosiego como aquellos que le provocaron escribirla. Dice de ella José Enrique Martínez que está impregnada de tenue melancolía. A lo que añadiría que crece sobre un intento de voluntad sanadora. Que está escrita con la humildad del testigo que vio, sintió, no olvidó y procura saldar la cuenta abierta consigo mismo, con su antes más fértil: el frío y sus leñas, las aguas mínimas, la nieve de los días, el amparo de los mayores, la voluntad lectora del abuelo, el rigor de la posguerra como telón que no caduca, la evocación sin fisuras de un momento y sus gentes.
Todos los relojes señala el año 1943 como su eje de construcción, como símbolo de territorio emocional. Y señala el valle de Babia como coordenada espacial, el lugar de su infancia. Tiempo y espacio para el necesario enigma emocional que toda construcción íntima necesita. Los poemas se fechan y titulan en la ladera oscura del aquel otoño de penuria española y de guerra occidental. Un hombre, Venancio Álvarez, huérfano temprano que fue, acaba de enviudar con la casa llena de hijos. Y es este un dolor que aquí se canta. Hablo de un buen lector, de un derrotado contador de historias. Hablo del abuelo de Antonia Álvarez, compañero en los aires de su niñez. 
Los poemas bregan con el invierno (jamás se olvida el frío), con la escasez y el desamparo de los años, con una subsistencia desolada que no se rinde. Todos los relojes es un poemario en donde entre rigores crece la ternura más sensible, donde se explora hondo “por caminos de niebla y de zarzales”. Y como trasfondo de aquella realidad de crepúsculos cárdenos, como contrapunto aliado, el afán creador que en otras partes del mundo en llamas mantienen Ana Frank, en su buhardilla del miedo, y Hermman Broch en su exilio de New Jersey. La una halla la libertad en un diario, el otro levanta tembloroso La muerte de Virgilio. El hombre y sus acechanzas son uno y el mismo en cualquier lugar, todos somos partícipes de la obra de todos. Del existir como rutina y del éxtasis en flor. Tal vez por eso titule nuestra autora Todos los relojes, todos los tiempos son nuestro tiempo, a esta entrega. Tan medida, tan meditada, tan transitiva, tan de poeta cierta. Tan de quien sabe que alguna vez se apagará en nuestra ventana el sol, o cesarán en su trinar los pájaros, pero no sin dejar testimonio de la emoción que somos, de lo que fuimos y nos sostiene. Hablo de que para esto, y no para otra cosa, ha servido siempre la poesía digna de su nombre. Esta.

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Domingo, 31 de octubre de 1943
Dónde hilarás la luz de tu voz suave,
en qué tercera rueda
de arcángeles y nubes
avanzarán tus pasos de ave leve,
tus pasos sigilosos que velaban
silencios en la alcoba, los silencios,
silencios como manos cariciosas,
como manos del pan, dentro, en la artesa,
tu risa bajo el árbol de los siglos,
tu risa que amanece entre los labios
cerrados de otra pálida mañana,
tu risa de mañana y de campana,
y este silencio pesa como el sueño
que conduce al olvido donde moran
las hadas voladoras, las malvadas,
las brujas del espanto.
Este silencio ronda entre la nieve,
y es un lobo de Gubbio este silencio.
Dónde tus sueños, dónde aquellos ojos
tan jóvenes de sol, que sonreían,
y el sol hería al niño de tus ojos,
la pública bondad de tu mirada.
La tierra está más triste:
son los versos
que lloran por las rosas de la tarde.
En la página abierta, duermevelas
de un Bécquer matador de golondrinas;
yo recuerdo, en tu voz, que regresaban
de los rincones del amor, oscuras,
hasta poblar los cielos y poblarte.
Está el libro cerrado. Tú no vuelves.
Hay un niño llamando a la ventana,
y he de abrir el silencio.
Espera un poco.