Periodismo. Columnista. ¿De qué escribo?, Por Gonzalo Suárez.
Un columnista de este periódico, de esos que escriben como si las palabras saltaran directamente de su cerebro
a la página, me lo confesaba el otro día: «Cada semana me pasa lo
mismo. Me siento en el ordenador sin saber qué escribir. Me paso media
hora maldiciendo. Todas mis ideas me parecen una mierda. Me prometo que del lunes no pasa, que voy a hablar con los jefes para dejarlo... ¡Así cada semana!».
He de admitir que, ahora mismo, sufro su mismo bloqueo. En estos casos, suelo seguir un estricto protocolo de actuación. Entro en pánico. Doy paseos frenéticos. Como fuet.
Chequeo Twitter. Gruño a alguien. Como más fuet. Ahora a mordiscos. Me
convenzo de que acabaré mis días debajo de un puente... Hasta que, con
un poco de suerte, llega el final de la jornada, duermo unas horas y, al
amanecer, el atasco se ha esfumado.
Hoy, en cambio, he decidido
tomar otro camino. En vez de lamentar mi suerte y devorar embutido de
dudosa calidad, voy a probar algo más constructivo: averiguar -Google
mediante- qué se esconde detrás del bloqueo del escritor
.
Paradójicamente,
el también llamado síndrome de la página en blanco ha servido para
llenar infinidad de páginas. Miles de expertos, incluidos eminentes psiquiatras, han abordado el problema...
sin alcanzar una conclusión convincente. Algunos, incluso, afirman que
este bloqueo sólo existe en las mentes de un gremio tan obsesivo y
egocéntrico como los juntaletras: ¿acaso alguien ha oído hablar de un
fontanero con síndrome de la tubería nueva?
El primero en nombrar el bloqueo del escritor
fue el psicoanalista Edmund Bugler en 1947. Dedicó años a analizar a
escritores con problemas de creatividad, pero se quedó tan perplejo como
al principio. No les faltaba talento. Tampoco estaban
aburridos. Ni siquiera eran vagos. Así que, como buen freudiano, le echó
la culpa al subconsciente... y cambió de tema de estudio.
Estoy a punto de entregarme al fuet cuando me topo con un texto del psicólogo Paul J. Silvia. En su libro How to write a lot, argumenta que lo crucial no es averiguar si el bloqueo
existe o no, sino cómo lo abordamos. En vez de describirlo como algo
que ocurre («no estoy escribiendo»), tratamos de usarlo como una excusa
(«tengo un bloqueo y no puedo escribir») que justifique nuestra
inacción.
Hay miles de razones para que escribir cueste: la
procrastinación, la excesiva autoexigencia, el miedo a lo que los otros
piensen de ti... Pero, según Silvia, lo peor que se puede hacer es
autodiagnosticarnos un bloqueo del escritor. «Poner nombre a algo le da poder», escribe. «La gente tiende a sobrepensar las cosas hasta meterse en un callejón sin salida. Y el bloqueo del escritor es un buen ejemplo».
Sus consejos son los habituales: da un paseo, lee a alguien que te inspire, rebaja tus expectativas... Y, sobre todo, asume que no sufres un síndrome, sino una situación concreta
que, además, se resuelve -por definición- en el mismo momento en el que
empiezas a escribir un texto, por flojo que parezca al principio.
Eso
es lo que me propuse hace justo dos horas. Y, no sin sufrimiento, ahora
tengo entre mis manos algo parecido a una columna. Por supuesto, nadie
me dará un premio por ella. Pero aceptar la imperfección sin dramatismos
es el primer paso para romper el síndrome.
Y, lo más importante de todo: el fuet que compré anoche sigue intacto en la nevera.