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miércoles, 14 de junio de 2017

Prólogo a Fiolosofía del Anhelo de José Antonio Suárez por Pedro Piqueras.



Prólogo


     Estamos ante un libro, Filosofía del anhelo, cuyo contenido responde
plenamente a su título, por cuanto encierra filosofía pura, filosofía en su sentido
más estricto, según era considerada por los antiguos griegos, como el amor al
saber y a la verdad. Para llegar a conseguir ese saber o esa verdad necesitamos
previamente del anhelo, que es el gran caballo de batalla que José Antonio
Suárez monta en pelo y sin bridas en este libro, aunque, eso sí, sin que en
ningún momento se le desboque ese caballo.
Para el autor, la filosofía ha de tocar las entrañas de la necesidad racional,
buscar la sustantivación de todo, ya que las palabras trascienden su realidad
lingüística hacia aquella realidad que las originó intencionalmente en el
anhelo. El anhelo, para Suárez, es algo que no admite mudanza, por intrínseca
incompatibilidad metafísica del yo, actividad inmanente del sujeto en su propia
conservación existencial.
     El anhelo es ese sentimiento hacia el ideal, que tiene como término final y
único lo Absoluto. Según José Antonio, ya el romanticismo acusa vigorosamente
el valor anhelante del hombre, devolviéndole su primitivo y verdadero sentido
cosmogónico y humano.
    El hombre, por naturaleza, tiende a la libertad, aunque después se esclavice
él mismo por las cosas más insignificantes y absurdas, y solo se siente libre
cuando tiene conciencia de su propio mundo. A veces, la falta de libertad
puede intensificar el sentido del anhelo, por cuanto, como nos dice Suárez, “la
vida constituye un constante tender hacia algo, un anhelo perpetuo”. Pero es
que, además, “el anhelo asegura y preserva al ser de su libre destrucción en la
angustia temporal”. Porque el hombre es eso: pasado, presente y futuro, o lo
que es lo mismo, recuerdo, vivencia y anhelo.
     Si no fuera por el anhelo que late en el ser, es posible que la angustia, que
surge del temor a la nada, terminara por aniquilar al hombre. Pero el anhelo
nos da la esperanza que nace del presentimiento del bien absoluto, porque
el valor del anhelo humano, que surge con criterio de inmortalidad, implica
necesariamente al Ser Eterno. Cuando surge en el hombre la dualidad de dejar
de ser o la voluntad de ser, esa angustia metafísica, encerrada entre los dos
polos opuestos, el positivo y el negativo, aparece el anhelo como tendencia
salvadora, como la tendencia más genuina y profunda.

     Es posible que, en algún momento, podamos confundir los términos
“anhelar” y “querer”. Podemos preguntarnos: ¿Dónde está la raya de separación
entre la llama del anhelo y el acto volitivo? ¿Existe realmente tal separación?
Para mí, y creo que debemos dejar aclarada esta duda antes de seguir adelante
en nuestra exposición, el querer es un mandato mental, del intelecto, mientras
que el anhelo es una llamada de las profundidades del ser, llamémoslo alma,
espíritu o como queramos. Por eso nos dice José Antonio Suárez que “el error
básico de la filosofía unamuniana es el considerar el anhelo como volición
y no como tendencia”. Sin embargo, en Unamuno está presente en todo
momento de su vida pensante, sintiente, la llamada del anhelo, ese anhelo
hacia lo absoluto, lo eterno, igual que lo está en la angustia de Kierkegaard, de
quien la toma Unamuno, aunque en Unamuno se transforma en una verdadera
zozobra teológica. A este respecto, se pregunta el autor de este libro: ¿En qué
podemos fundar, metafísicamente, el sentido de la inmortalidad en el hombre?
Concretamente: en la postulación existencial del anhelo y la sinrazón de su
falta de objetivación. El hombre aparece, aunque no lo es, como una paradoja:
mortal y eterno.”
     El anhelo es algo que está latente, aunque no expresamente manifiesto, en
todos y cada uno de los filósofos que en el mundo han sido, pero solo José
Antonio Suárez ha tenido la visión del profundo contenido filosófico del anhelo,
hasta el extremo de dedicarle este libro. El anhelo, como he dicho, late en todos
los pensadores, tanto si son ateos como si son confesionalmente creyentes.
Está en el idealismo de Hegel, en el anticristianismo de Nietzsche, en el
existencialismo ateo de Paul Sartre, y hasta en el nihilismo de Schopenhauer.
José Antonio Suárez nos demuestra la existencia del anhelo en pensadores
como Kant, Platón, Zubiri, etc. Pero también se encuentra en el mismo Ortega
y Gasset quien, en su libro Estudios sobre el amor, nos dice: “El amor puro es
amor que no se realiza, todo tensión, afán, anhelo”.
     El hombre, el ser, ocupa casi el cincuenta por ciento de su tiempo vital
en soñar, el ente y sus sueños. He ahí que nos diga Shakespeare que “nuestra
vida está hecha con la trama de nuestros sueños”. Y yo me pregunto: ¿Cómo
llega el ser pensante, sintiente, a desembocar en un sueño? Sencillamente, por
el camino del anhelo.

     Teilhard de Chardín, el jesuita francés, viene a demostrarnos que el anhelo
supremo del hombre, el más importante y trascendental, es alcanzar a Dios.
Lo mismo que Kierkegaard, por citar a otro pensador creyente, para quien el
amor es su único terreno. Un hombre, un ser sintiente, con el anhelo, supremo
del amor a todo y a todos.
      El ente, el ser, tiene una forma única y unitaria de autoafirmarse, que
es el pensar. “Cogito, ergo sum”, “pienso, luego existo”. “El pensar ha de
ser aprendido, como ha de ser aprendido el bailar”, decía Nietsche. Pero
inmediatamente después de esta autoafirmación del ser por el pensar, a veces
sin que medie espacio medible, el ente cae en el acto volitivo, si es la mente
lo que pone en funcionamiento, o cae en el anhelo, si son las profundidades
anímicas las que operan, porque el anhelo es esa espada de Damocles que
zigzaguea continuamente sobre el mundo interior del ser, y que es lo que
viene a demostrarnos en este libro José Antonio Suárez.
Si entramos en el mundo del amor, en el acto amatorio tiene un gran valor
el beso, la caricia, la mirada, la sonrisa, el gesto, la palabra, tanto como la
relación sexual. Pero en las múltiples formas de expresión que utilizamos,
lo mismo en el campo del amor como en otros órdenes de la vida, estamos
manifestando un anhelo. Pero no solo late el anhelo en las expresiones
amatorias, igualmente está presente en los sentimientos, como la ira, el
miedo, la angustia, la alegría, etc.
       En el mundo del arte, como nos demuestra José Antonio Suárez, ocurre
lo mismo. Si el arte persigue la consecución de la belleza, el anhelo persigue
la captación de la belleza plasmada en la obra de arte. Esto, desde el punto de
vista del espectador, pero es que ese mismo anhelo se da en el creador de arte,
de belleza, sea pintor, músico, arquitecto o poeta. El pintor, ante un lienzo en
blanco, anhela plasmar la belleza y el arte que él siente en su interior.
Nos dice José Antonio: “la esencia de la actividad humana es el conflicto”.

      El hombre no solamente tiene que hacerse, ha de resolverse; tal es el ejercicio
de su libertad. Y ahí nace este conflicto hondo entre el anhelo y la realidad. Si
lo analizamos detenidamente, nos daremos cuenta de que ese conflicto entre
el anhelo y la realidad ocupa toda la existencia del ser, toda nuestra vida.
¿Hay algún ser humano, o algún momento en la vida del ser humano, que se
vea libre de ese conflicto entre el anhelo y la realidad?” “El hombre es un ser
que se mueve ante su futuro por el anhelo”, nos dice José Antonio Suárez.
      Si miramos el horizonte del mar, nuestra vista se pierde en la lejanía sin
alcanzar los límites últimos, en caso de que el horizonte los tuviera. Lo mismo
nos ocurre si nos miramos a los horizontes interiores, nuestro ser o no ser,
la vida y la muerte, que nos perdemos en profundidades de horizontes sin
fin. Pero lo hacemos impulsados por un anhelo de conocer, de conocernos,
de sabernos a nosotros mismos. Quizá nos lo defina mejor Ortega y Gasset,
cuando se pregunta: ¿Cuándo nos abriremos a la convicción de que el ser
definitivo del mundo no es materia ni es alma, no es cosa alguna determinada,
sino una perspectiva?’
     Para terminar, lo haré con frases de José Antonio Suárez, quien nos dice:
“Yo diría que es en el anhelo de conocer donde reside la verdadera esencia
de la filosofía y de la vida del hombre. Pongo tanta ilusión en el anhelo como
existe anhelo en la ilusión”.

Prólogo de  Pedro Fuentes-Guio
Periodista y escritor

Autor: José Antonio Suárez