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lunes, 17 de agosto de 2015

Gabriel García Márquez. Aracataca. Macondo. Casa Museo.

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Un calor húmedo y asfixiante te atrapa en Aracataca (Colombia), donde el ritmo pausado caribeño te invade el cuerpo y el sopor se adueña de tu cerebro. Lo más asombroso de todo es que por lo visto todavía puede ser peor. Dicen los paisanos que los visitantes disfrutan estos días de una tregua con el tiempo. Ellos lo llaman fresco mientras tu te derrites literalmente medio cobijado en cualquier sombra. Ahí es cuando te das cuenta de que has entrado de lleno en el realismo mágico de Gabriel García Márquez. Bienvenidos a Macondo, el origen de todo.  
En este municipio de 50.000 habitantes donde parece que se ha detenido el tiempo, nació (1927) y creció el Nobel de Literatura colombiano. Cada esquina, cada casa, el río contaminado donde todavía se bañan los niños o el polvo de las calles cuando pasan motocarros de hace 60 años te sumergen en sus libros sin necesidad de hacer el recorrido obligado del literato. "Me siento latinoamericano de cualquier país pero sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra: Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra", se lee en un mural que pintaron en el pueblo en 2007, el año en que Gabito regresó de visita para celebrar sus 80 años.
 
Tras su muerte, en abril del año pasado, la ciudad se ha volcado en convertir las calles destartaladas y los lugares más emblemáticos en el mismo Macondo, el nombre que el premio Nobel eligió para el pueblo de la familia Buendía en Cien años de Soledad, un nombre que procedía de letrero que colgaba de una finca ubicada en el área bananera. Tanto es así, que reclaman a la viuda de García Márquez parte de sus cenizas para hacer un mausoleo en la Casa-Museo del escritor justo después de que Mercedes Barcha y sus hijos decidieron ceder a Cartagena de Indias los restos del escritor. “Vamos a hacer una caminata en el pueblo la próxima semana, con prensa incluida, para manifestarle a Doña Mercedes que estamos muy interesados en que nos de una parte de esas cenizas. Esperamos que la familia sea consciente y nos de ese honor”, explica el alcalde del municipio, Thufith Hatum. Y es que, según el regidor, tener parte de esos restos en Aracataca “sería un atractivo turístico para el municipio”.
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“Aquí, en el parque Simón Bolívar, se va a construir una estructura arquitectónica que se va a llamar Parque de hielo de Macondo. Era uno de los sueños de José Arcadio Buendía para mitigar el calor. Lo importante es que la gente quiere ver plasmado en la realidad todo lo que lee en Cien años de soledad”, explica Hatum. Así que para dar gusto al visitante, el recorrido mágico para encontrar Macondo pasa por la Casa-Museo del escritor, donde uno se imagina a la misma Úrsula Iguarán charlando con los viajeros a los que tanto le gustaba atender. La casa del telegrafista, donde trabajaba su padre y hoy está en plena restauración y la escuela Montessori, en la que cursó sus primeros estudios. O por el ferrocarril, hoy en día con 170 interminables vagones, que te traslada al momento en que José Arcadio Segundo consigue salir con vida de un tren lleno de muertos. Así es como García Márquez incluye en sus libros los días en los que los mandamases de la United Fruit Company organizaron la matanza bananera que asoló Aracataca en 1928. Silenciada, como en el libro, para no alentar la rabia de los sindicalistas de todo el país, pasó a la historia como una anécdota y en el lugar se sumió la sombra del silencio.
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"Gabo dejó de ser de Aracataca y pasó a ser un personaje mundial", asume Hatum, que sí que espera que con cenizas o sin ellas el lugar del escritor se convierta en el "epicentro" de ese tour turístico que también incluiría a Santa Marta y Cartagena. “Él es nuestro pasaporte”, dice Glanis, una mujer de mediana edad que pasea junto a su hijo y explica que allá donde va le abren las puertas cuando dice que llega de Aracataca. Gabo abrió puertas y ventanas, e hizo sentir orgullo a todos los cataqueros, “y eso nunca lo olvidaremos”. “No creo que volvamos a ver uno igual que él”, sonríe el director de la Biblioteca de Mercedes la Bella mientras sella libros del Nobel para los visitantes con el logotipo del centro público. Los cataqueros saben que el principal atractivo de su ciudad, hoy sumida en una irremediable decadencia, viene por los versos de Gabo. El resurgir, quizá, puede ser mágico. Aunque no haya jóvenes que asciendan a los cielos envueltas en sábanas blancas o bebés que nazcan con cola de cerdo, lo cierto es que todos los caminos de Aracataca te llevan a Macondo.