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lunes, 5 de septiembre de 2011

Entrevista de Antonio L. Ros Soler

Antônio L. Ros Soler: “La poesía es una forma de respiración”

Entrevistadora: BEATRIZ GIOVANNA RAMÍREZ |«La poesía es una amalgama de experiencia e imaginación; pues, con datos imaginarios se complementan las circunstancias sobre las que se desea escribir».



A Antônio L. Ros Soler lo conocí en el Encuentro Internacional Homenaje a Miguel Hernández en el 2010. Al escucharlo y leerlo se puede comprobar que “la poesía no sólo llena de esperanza la determinación de seres comprometidos en la entrega solidaria, más bien colma el anhelo de lucha como herramienta de emancipación humana frente a la explotación del ser humano, frente al crimen y la injusticia”.

(Beatriz y Antonio)

Es autor del libro Poesía…, Es: (ensayo sobre poesía que ha sido requerido en Grecia como libro de literatura didáctica sobre poesía para las escuelas públicas griegas, Edit. AHKTM, Atenas, 2006); y es coautor de tres libros colectivos de poesía: En memoria de Juan Ramón Jiménez (Edit. Casa Cultura Ayuntamiento Moguer, Huelva, 2008), Escorza, concurso poético (Barcelona, 2009), Miguel Hernández, hombre y poeta (Edit. Anuesca, Alicante, 2010), I Gira Internacional en homenaje al Centenario del nacimiento de Miguel Hernández (Edit. POETAP, Tarragona, 2010), y El espejo de papel (Edit. GLE3C, Madrid, 2011).

Colabora en revistas de publicación poética, entre las que destaca Encuentros Literarios de Tres Cantos, Ateneo Poesía y Versos Pintados (M), Anuesca (A), Miscelania Poética (BU), Escorza Literaria (B), donde le han publicado algunos poemas; así como con artículos de opinión y análisis político en la revista Sistemas (M), y diversas revistas por Internet sobre poesía y prosa, ensayos, artículos y relatos, entre las que destacan Poetas del Mundo y Poetas de la Tierra y Amigos de la Poesía, organizaciones de ámbito internacional.

—¿Cómo se hace un poema?

—Bueno, para mí, hacer un poema es apelar a la energía de los sentimientos; ya que el lenguaje es un vehículo, un instrumento que nos sirve para concretar, para hacer visible y comunicable esa energía. Opino que, desde Homero hasta nuestros días, el objeto concreto nacido en y del lenguaje es el poema.

—¿Y hacer poesía, qué es?


—Hacer poesía es un modo de vivir y de advertir el mundo que nos rodea; escribirla es transformar en música verbal nuestros sentimientos y decir, mediante la palabra sintetizada, lo que nos ocurre todos los días, que nos conmueve. Poesía es, pues, el lugar donde todo sucede; a semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad y su verdad.

—¿Podría circunscribirse a la definición de poesía de Carmen Conde, “La poesía es el sentimiento que le sobra al corazón y te sale por la mano”?

—En primer lugar, desde el corazón no se siente poesía, ni se piensa poesía; no se piensa nada. Todos sabemos que el corazón es un órgano que cumple una función ¿electro-mecánica?… Y es un tópico al que se recurre, supongo, como elemento simbólico. Hacer poesía es una manera de transmitir nuestros sentimientos, al igual que un músico lo hace con sus notas y sus acordes, o un pintor con sus pinceles componiendo sobre el lienzo y un escultor con sus manos, sus pies u otros órganos que den movilidad externa a lo que su mente percibe e imagina. También se le llama “poesía” a estas formas de expresión; pero, para centrarnos, sabemos lo que decimos al hablar de Poesía: no cabe duda que nos referimos a una forma de sentir escrita o hablada.

—¿Cuáles han sido sus influencias en la poesía?


—Recuerdo que desde que yo era niño, mi madre me leía obras en verso de Lope de Vega, de Quevedo, de Azorín y, sobre todo de Samaniego y sus famosas fábulas, e incluso con la lectura precoz y rocambolesca de muchos capítulos de El Quijote, que entre la Escuela y mi casa yo intercalaba con mi febril afición a leer ‘tebeos’, especialmente sobre aventuras de caballerías (aquella ‘trilogía de adoctrinamiento’ pseudohistórico: ”El guerrero del antifaz”, “El Jabato”, “El capitán Trueno”…) , despertaron mi afición por la literatura. Después, durante la pubertad, todavía años grises-oscuros de nuestra larga postguerra fascista, lecturas de Juan Ramón Jiménez, Del Valle Inclán, Rosalía De Castro, Espronceda, Rubén Darío, Azorín, que seguían viniendo a mis ojos de la mano de mi progenitora, fueron reforzando mi inquietud poética y mi interés por descubrir verdades dichas en versos: Antonio Machado, Aitolaguirre, Jorge Guillén, Vicente Alexandre, Pablo Neruda, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, León Felipe, Rafael Alberti, José Hierro, Mario Benedetti…; más recientes: Alberto Guirri, Luis Cernuda, Vicente Huidobro, Juan Goytisolo, José Ángel Valente, Paco Brines, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina… Todos influyeron, unos una pizca menos que otros; pero todos dejaron en mí su huella indeleble.

—¿Cuáles poetas han marcado su poesía?

—Efectivamente, fueron Celaya, y sobre todo el oriolano Miguel Hernández, dos de los poetas que más han marcado mi vida sindicalista y mi anhelo de escribir poesía. Tal vez la proximidad de ambos con mis líneas genealógicas ascendentes, pudieron haber influido en mi especial admiración por ellos (Celaya, guipuzcoano, como mi madre; Hernández, alicantino, como mi padre, que combatió a su lado defendiendo la República, la libertad y los derechos civiles)… Sólo por esto ya hubiera sido suficiente, pero también por muchas otras razones de peso, ¡qué podría opinar yo de ellos dos que no fuera un emocionado y rotundo grito de libertad!…

— ¿Quién era Miguel Hernández?

Miguel Hernández, cuya vida ejemplar como hombre y poeta es incuestionable, llevó hasta sus últimas consecuencias su compromiso social y revolucionario en España, situándose al lado de la II República y combatiendo contra la sedición fascista de aquellos generales traidores incluso desde las trincheras. Desde que toma partido para defender la legalidad democrática vigente, toda su obra literaria es al mismo tiempo un cajón de dinamita y una potente voz del pueblo en llamada permanente a la lucha de la causa obrera, contra los yugos que el fascismo nos quiso imponer (“yugos que habréis de romper, jornaleros, sobre sus espaldas”, que él mismo escribiera), proclamando un futuro de amor y de esperanza.



—¿Es la armonía sensorial un reflejo de nuestras sensaciones para construir versos?


—De la asociación de ideas semejantes y diferentes surge la ‘imagen poética’. Y los sentidos desempeñan ese papel primordial en su elaboración y permanecen expuestos a nuestras sensaciones… Como nos dijo Voltaire: “La imaginación reúne varios objetos distantes”. El poema se construye uniendo los hilos ocultos que existen entre las cosas diferentes, y que solo éste (el poema) puede conjugar gracias a la imagen, mecanismo que aglutina precisamente dos elementos alejados para provocar una nueva significación. Esos dos elementos pueden pertenecer a otras dos realidades o dos órdenes sensoriales distintas que, fusionadas, dan lugar a una tercera.

—Así pues, ¿deberíamos encontrar cierta predisposición?…

—La poesía es una amalgama de experiencia e imaginación; pues, con datos imaginarios se complementan las circunstancias sobre las que se desea escribir.

—¿Cómo?

—Pues, que exploremos nuestros pensamientos y los profundicemos hasta ser lo más auténticos posibles; que conservemos vivas nuestras ideas, y miremos el mundo con el asombro, con la inocencia del niño que fuimos, con simplicidad, para poder trasladar esa mirada, esa visión, a nuestra estructura adulta; que evitemos, en suma, las ideas preconcebidas y seamos lo más espontáneos posible.

(Miguel Ángel Yusta, Beatriz-Giovanna Ranírez y Antonio L. Ros)

—¿Desde dónde escribir?

—Vemos un paisaje con nitidez; evocamos a un ser que ya no está entre los vivos y nos enfrascamos en un periplo sobre la muerte… Sentimos un centelleo, como si un rayo hiriera la tierra mojada que pisamos, el envolvente horizonte que nos conmueve, y nos temblaran los pies, y nos asomara acaso una lágrima… Son algunos lugares posibles desde los cuales puede provenir un poema. A dichas vicisitudes también podemos implicar algunas variantes como la de una circunstancia inmediata. Podemos vivir permanentemente ‘atacados’ por las circunstancias, captando mensajes a cada momento (como la experiencia de una separación matrimonial prolongada, o la experiencia de una convivencia no deseada, traumática; o el descubrimiento de un amor nuevo que creíamos imposible; o dos amores, o tres… O el miedo, el temor a volver a repetir las mismas vivencias negativas), con distintos grados de intensidad y, aunque no lo escribamos, la necesidad está siempre latente en ambos casos. Somos muy sensibles, nuestra susceptibilidad es tan extrema que escribir poesía es para nosotros un acto de salud. En este sentido, la poesía es una forma de respiración; a veces pareciera que es parte de nuestra propia existencia vital: el alimento.

—¿Y esa necesaria reflexión para escribir poesía?

Mira, Beatriz, escribimos cuando nos concentramos en nosotros mismos, desconectándonos de lo que nos rodea y meditamos, reflexionamos, nos hacemos planteamientos, se los hacemos al mundo y a los seres que amamos u odiamos, a los valores perdidos: la libertad, la justicia, la fraternidad, la solidaridad, la honestidad, la ética, la lucha de clases, la verdad… la valentía.

—De tal manera que hacer poesía puede llenarnos… ¿Hasta qué punto?

—Todo es posible en nuestra imaginación; esa savia envolvente e interina a la vez que es el jugo utópico de un poeta, no halla el final del manantial, no se agota si penetras en esa sima inspiradora que solemos denominar ‘musas’. Por ejemplo, Bob Dylan, quien inspirara en mi juventud aquellas emociones de luchador estadounidense, escribía en servilletas de papel o mientras viajaba en automóvil; el británico Leonard Cohen podía tardar diez años en escribir un poemario, como le pasó con “A thousand kisses deep”, de cuyo libro encargó unas sesenta versiones y la definitiva fue la quinta; todavía se ofrece en las ondas musicales… Debo recalcar que escribir poesía es considerar una idea, destilarla; y, durante ese proceso, cada fibra de nuestro ser debe tender hacia esa escritura. José Agustín Goytisolo, en “Sin saber cómo”, de su poemario Palabras para Julia y otras canciones, nos aporta una de sus acertadas definiciones:
“Entre el tumulto/ de las otras voces,/ oí su voz, la única/ que ansiaba./ Llegó como un relámpago,/ bruñida espada, pura/ rosa perenne./ Yo la esperaba, y ella,/ la vieja voz del pueblo,/ volvió a sonar en mí,/ sonó, sonó, porque/ también el sordo oye/ la campana que ama.”///


Tomado del blog: PUERTAS Y VENTANAS