Elegía a Enrique Morente
A Enrique Morente, hecho cadáver, en un hospital de Madrid.
Yo quiero ser llorando el dueño
del huerto eterno donde reposan
los duendes de tu cante.
Yo quiero ser la mano que siegue
los cardos y las amapolas de tu tumba
florecida por la luz del flamenco.
Qué temprano levantó su guadaña
la luna negra de los poemas lorquianos
Qué temprano te fuiste a arar los campos
con el “niño yuntero” y el poeta pastor.
Qué temprano un bisturí cual estoque
de luna menos cuarto atravesó tu esófago
hasta llegar al corazón de tu alma
tomada por las manos sin pericia
de un demonio vestido de blanco.
¡Ay Enrique! qué dolor tenemos los gitanos,
los de verde oliva de olivares viejos,
los dueños del Albaicín y del flamenco.
¡Ay Morente! Aquí nos dejas con el duelo
insoportable de tu ausencia y de tu cante,
forjador del “quejío” tremendo de una voz
nueva, garganta llena de poderes y de rayos
quebrados, arrastrando torrentes de ilusiones
y de esperanzas nuevas.
Te vas al cielo flamenco de Juan Breva,
de don Antonio Chacón, de Caracol,
del Lebrijano, de la Niña de los Peines…
Qué envía me das Enrique Morente,
allí todos, mano a mano, con
guitarras tremendas y palmas sordas.
¡Compadre!, aquí me quedo afilándole
la navaja a la negra sombra...
bajo el olivo y perro hambriento.
Por Ramón Fernández Palmeral
Alicante, 15 de diciembre 2010