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domingo, 2 de mayo de 2010

Que me lo haga una francesa




Que me lo haga una francesa

Cuando deseamos sin límites
que alcance a nuestras manos atadas,
algún riesgos soportamos y,
por estos momentos, momentos infinitos
la vida vale la pena vivirla.

A cierta edad, la edad de siempre,
copos de picardía, las cosas del amor
siempre son fingidas e interesadas,
quizás de cumplimientos añosos.

Amor y deseo,
deseo y amor,
son dos sentimientos tan cercanas como distantes
puede ser un árbol y una mujer con los pies de raíces
o puede ser una mujer sin raíces,
sin tierra, sin cielo, sin encanto,
o puede ser el ángel de un árbol volador.

Sólo es rico aquel que sabe desear sin límites.
Nada ocurre por casualidad.
La mejor miel del éxito es el própio éxito.
No me mires que no soporto que me admires.

Deseas, más bien, piensas, que me lo haga una francesa
desnuda y con alas, pero nunca y seré feliz del todo.
La vida no está hecha de deseos, sino de
de pasiones e insatisfacciones y codazos.
Vivir sin deseos es la culminación del budismo.

Quiero alas de grandes hazañas.
Correré detrás de ti y nunca te alcanzaré.
El deseo nos hace sufrir, si se cumple ya no es deseo.
Quiero poseerte, un completo, como tú quieras.

Los buenos deseos siempre son inalcanzables.
Yo te amaré aunque, desde el callejón oscuro, me ignores,
te amaré aunque te vayas volando con otros seres,
seres de la distancia imposible y sábanas azules.

Retoñaré de la raíces de tus pies
como la luna que esconde sus manos
entre las dunas de la noche y del infinito,
entre el deseo imposible de poseerte.

Y mi sangre será soporte de dulzura
de las ramas sin hojas ni corazones,
y tú serás para mí el alba de mis ojos,
esa esquina que soporta mis alcoholes.

Y no importa que tú, no seas francesa...


Ramón Palmeral, 2 de mayo 2010