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viernes, 30 de abril de 2021

La maleta de Libertad Blasco-Ibáñez Blasco, desposa del alicantino Fernando Llorca.

 

La maleta de Libertad Blasco-Ibáñez Blasco


12/09/2018 - 

VALÈNCIA. Ser la primera en llevar un nombre no debe ser tarea fácil. Si además esto sucede a finales del siglo XIX y eres la hija de uno de los periodistas, políticos y guionistas del mundo, mucho menos. Libertad Blasco-Ibáñez Blasco (Valencia, 1895-1988)  era hija [María Blasco del Cacho], por supuesot, de Vicente Bla, uno de los escritores valencianos más célebres, autor -entre otros- de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, La barraca o Entre naranjos. Vicente era un anticleriral y republicano de manual que amaba, por encima de todo, los ideales franceses de libertad, igualdad y fraternidad. No en vano, en su vida como masón, adoptó el sobrenombre de Danton como homenaje a Georges-Jacques Danton, abogado y político francés que desempeñó un papel determinante durante la Revolución francesa. Sin pensárselo y con un gusto por lo estético que deslumbraría a su generación Vicente eligió que su hija se llamara Libertad. Más aún: eligió que su hija fuera la primera en llamarse Libertad.

Cuenta Mercedes de la Fuente en su libro Valencianas célebres y no tanto que Libertad era “buena pianista, como su madre, articulista ocasional, romántica, heredera de la magnética mirada paterna y aficionada a leer y apuntar frases en una libreta”. Desde muy jovencita mostró querencia por lo artístico

En una entrevista que Libertad coincidió en el año 1981 -ya anciana- en el diario El País recordaba cómo fue su infancia y la relación con sus hermanos: “Soy la tercera de los nacidos, pero la segunda de los que vivimos. Entre mi hermano el mayor, Mario, que murió de corazón cuando tenía setenta años, y, yo nació una chica que sólo vivió trece días. Se llamaba como yo, Libertad, o yo me llamo Como ella. Luego estaba Julio César, que falleció joven del tifus, y Sigfrido, que me lleva ocho años”.

De todos ellos, Libertad fue la que más custodió la obra de su padre, probablemente, la que más y mejor le leyó. El pasado año, con motivo del 150º aniversario del nacimiento de Blasco Ibáñez, se publicó una biografía inédita que Libertad acabó de escribir en el año 1977 cuando todavía estaba en México, país al que se exilió tras la Guerra Civil: Blasco Ibáñez. Su vida y su tiempo, publicada por el Ayuntamiento de Valencia. Fue su hija, Gloria Llorca, la que conservaba estos documentos personales del escritor valenciano.

Pero volvamos a atrás: Libertad se educó en la famosa Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos, en Madrid, cuando dirigía el centro Manuel Cossío. Esta institución fue creada en 1876 por un grupo de catedráticos que se apartaron -o fueron apartados- de la universidad por defender la libertad de cátedra, por negarse a impartir sus temarios acorde a injerencias políticas o religiosas. Allí Libertad coincidió, por ejemplo, con las hijas de periodistas conocidos como Luis Morote. Una de ellas acabaría siendo su cuñada al casarse con su hermano Mario.

Libertad también se casaría con otro periodista. En este caso con el alicantino Fernando Llorca, que también era director de la editorial Prometeo que publicó muchas de las obras de su suegro. Libertad y Fernando fueron padres de Mario y Gloria. Justo antes del estallido de la Guerra Civil, Libertad vivía con todo tipo de comodidades en una Valencia plácida y tranquila. Cuidaba de su familia y, como mujer adinerada, prestaba su imagen para causas sociales con los más desfavorecidos. La familia vivía en la sede del edificio de la editorial Prometeo, ubicado en el número 33 de la Gran Vía de Germanías. En el piso principal vivía Libertad y su familia, mientras que sus hermanos Mario y Sigfrido ocupaban las otras plantas. En el libro de Mercedes de la Fuente se recoge, gracias al testimonio de la hija de Libertad, cómo era aquella casa:

            Su hija recuerda los dos balcones y el mirador del despacho de su padre, con las paredes cubiertas por la valiosa y nutrida biblioteca, la del bibliófilo que fue Llorca (…); el dormitorio doble de sus padres comunicado por una puerta; el enorme salón dieciochesco; la colección de cerámica repartida por los pasillos de la casa (...); los cuartos de dormir y aseo de la cocinera y doncella que pernoctaban en la vivienda; el dormitorio de su hermano y el suyo propio (…) ; la sala de costura; la despensa; los rincones y pilas de las lavanderas, los espacios para tender, la gran terraza con parterres comunicada con la editorial por una escalera interna...

Gloria Llorca, nieta de Vicente, también recordaría aquellas meriendas con amigos en las que tomaban horchata y rosquilletas en verano y chocolate y churros en invierno.

En 1938, en plena contienda fraticida, Libertad y su familia abandonó Valencia para marcharse a Barcelona. Libertad se fue sin saber nada de su hijo Mario que se había alistado con el Ejército Republicano. Cruzó Port-Bou a pie en invierno, sin dinero. La escritora Mercedes de la Fuente cuenta así este periplo:

            Huye a Barcelona y, confiscados sus bienes y con su hijo en el Frente, tras un penoso     periplo acaba en el campo de concentración francés de Auterive-sur mer junto a su marido y su hija adolescente. Y su maleta.

Fernando Llorca murió muy poco tiempo de después en Toulouse. Libertad tuvo al más de suerte porque lo poco que quedaba del gobierno republicano le consiguió unos billetes para México. En aquel país, Libertad recordaría a su padre editando algunas de sus obras y empezaría a escribir su biografía con la intención, según ella misma afirmó, de que “mis hijos pudiesen tener una imagen cabal de su abuelo, distinta a la que figura en otros libros”. Esa maleta que Libertad se llevó fue clave para recuperar la obra de su padre que ahora custodia la Fundación Blasco Ibáñez.

En la década de los años 60 Libertad volvió a Valencia porque su hermano Mario estaba muy enfermo. Los nacionalistas no le dejaron quedarse más de tres días. No fue hasta la finalización de la dictadura cuando Libertad pudo volver definitivamente a su ciudad. En su retorno se dio cuenta de cómo tantos años de franquismo habían ensombrecido y ocultado la obra de su padre. Comprobó además el derrumbe de las casas que había habitado, del chalet de la Malvarrosa, de la sede de la editorial...

Libertad Blasco, Ibáñez, hija también de María Blasco del Cacho -una mujer perteneciente a la alta burguesía valenciana-, murió en Valencia en 1988 a los 86 años. Hasta los últimos años de su vida, ya anciana, no dejó de recordar a su padre y de guardar su legado. Gracias a esa maleta que conservó conocemos hoy la obra y trayectoria de los valencianos más importantes de nuestra historia reciente.

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Libertad Blasco Ibáñez: "Mi padre era optimista y confiado" 

Jaime Millas/El País

Libertad Blasco Ibáñez Blasco, 86 años, es la única hija del famoso escritor y político republicano Vicente Blasco Ibáñez, cuyo legado cultural va a ser revisado esta próxima semana con motivo del simposio internacional que se celebrará en Valencia. A raíz de esta oportunidad, Libertad Blasco Ibáñez ha accedido a romper su prudencia y ser entrevistada. Marca así la excepción a su norma de dirigirse a los medios informativos por medio de cartas abiertas. Su estado de salud y avanzada edad la mantenían inflexible en estas condiciones. No obstante, aceptó de EL PAIS la posibilidad de contar, en directo, por primera vez, algunos trazos de su trayectoria vital y perfilar una semblanza de su padre. «Soy la tercera de los nacidos, pero la segunda de los que vivimos. Entre mi hermano el mayor, Mario, que murió de corazón cuando tenía setenta años, y,yo nació una chica que sólo vivió trece días. Se llamaba como yo, Libertad, o yo me llamo Como ella. Luego estaba Julio César, que falleció joven del tifus, y Sigfrido, que me lleva ocho años».

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El recuerdo del padre la emociona cada vez que la evocación se hace muy intensa al enseñar fotos de su vida.y hablar de su personalidad. «Le recuerdo admirablemente», afirma Libertad. «Mi madre le decía que nos portábamos mal cuando volvía de sus viajes. Cogía la servilleta y hacía un gesto para reñirnos. "¡Qué malos sois!", nos decía. Era optimista y alegre, como yo. Muy confiado con todo el mundo. A mí me quería mucho por' ser la única chica. Mi madre era de carácter inás pesimista. Tenía más predilección por Mario, porque estaba muy delicado».

Libertad no sabe elegir una faceta de la actividad de su padre. «Me gusta todo en su conjunto. Fue un excelente escritor, político, periodista. Como orador y cuentista fue también muy grande. De sus obras me quedo con La catedral. El protagonista es un anarquista idealista y utópico. Por esto ha tardado tanto en volverse a editar».

Pasó la frontera a pie

Libertad se educó en la Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos, en Madrid, cuando dirigía el centro Manuel Cossío. «Estudiaba con las hijas del gran periodista Luis Morote, primer corresponsal de guerra que tuvo España en la guerra de Ceuta y Melilla. Con el tiempo, su hija Elena secasó con mi hermano Mario». La impronta cultural que le dejó aquel período escolar se mantiene con la misma intensidad cuando. justifica su regreso a Valencia, desde el exilio, hace cinco años: «Volví con gran satisfacción porque, aunque soy republicana y seguiré siendo republicana, un rey constitucional era, para mí, un paso acertado».

En 1938 la familia salió de Valencia. «Antes enterramos a mi madre y también quise enterrar a mi padre, que estaba en la entrada del cementerio católico esperando que se terminara su mausoleo definitivo. Fui a hablar con el alcalde de entonces, Contreras Torres, y me dio un nicho en el civil. Cuando los nacionales entraron en Valencia, quemaron todos los libros y cosas personales que le habían acompañado provisionalmente en el cernenterio».

A partir de este momento, comienza su largo exilio. «Me fui a Barcelona sin saber nada de mi hijo, que luego llegaría a Francia con el Ejército republicano. Cruzamos la frontera por Port-Bou, todo el monte a pie, cargados con maletas. Cruzamos el mismo día del aniversario de mi padre, el 28 de enero de 1939, con lo puesto, sin un céntimo. Mi marido, Fernando Llorca, que fue gerente de la Editorial Prometeo, fundada por mi padre, murió poco después y lo enterramos en Hauterive, cerca de Toulouse. Desde allí el Gobierno republicano en el exilio nos arregaló unos billetes para ir a México. Mi hija se quedó en Valencia, porque era menor de edad, con unos amigos».

El retorno

Décadas después, en 1960, prepararía el regreso. «Este año volví a Valencia porque quería ver a mi hermano Mario, que estaba muy enfermo, pero los de Falange», afirma Libertad Blasco Ibáñez, «me dieron tres días para salir de Valencia». Luego, con la reforma política, resolvió su retorno definitivo. El desencanto por la falta de atención que había merecído durante el franquismo la obra y legado histórico de su padre es de las sensaciones que más recuerda al afincarse de nuevo en Valencia, en un piso moderno de la calle de Navarro Reverter. «En Valencia capital», asegura, «no hay ningún recuerdo de Blasco Ibáñez. Los edificios donde vivió han desaparecido. La casa donde se imprimía el diario El Pueblo -yo nací allí, en un piso encima de las máquinas del diario- es ahora un banco. Su casa natalicia, y donde tenla la Editorial Prometeo, en la Gran Vía Germanías, también se ha destrozado».

Pero, de todas estas Iristes comprobaciones, fue imborrable su visita a la Casa de la Malvarrosa, en el distrito marítimo, refugio de Blascd Ibáñez, frente al mar, elegido para escribir sus novelas de más difusión. «Tuve una impresión horrible», dice. «Quise entrar a mi habitación y no pude, porque había un agujero en el suelo que daba al piso de abajo. La chimenea de estilo valenciano, los flechas navales, que ocuparon aquella casa después de la guerra, la habían derribado para hacer un balcón. Las estatuas que hacían de columna en el gran mirador las habían quitado, tal vez porque era inmoral que llevaran el pecho descubierto. La mesa de mármol de Carrara estaba sin las patas y rota por la mitad. Recuerdo que mi padre dijo: «Sobre esa mesa, si me muero, quiero que me velen los pescadores».

Libertad Blasco Ibáñez pone punto final a sus recuerdos expresando un deseo: «Me gustaría que se dedicara a casa de la cultura. El Ayuntamiento de ahora la ha comprado la casa de Malvarrosa para reconstruirla. Si en cinco años no se hace nada, el contrato dice que volverá a la familia. Este alcalde me lo ha prometido y confío que lo hará. Conmigo, el anterior alcalde, Ramón Izquierdo, y todos, se han portado bien. Fue siempre correcto. Pero no quise vender mi parte porque era de Franco».