LA CÓLERA DE AQUILES
(Poemario)
Autor Ramón Fernández Palmeral
A modo de ventana que grita
Amigos mendigos de la palabra:
Algunos amigos que me conocen me dirán: «Pero ¡hombre Ramón! cómo tú un engendro de poeta del siglo XXI, te pones a escribir un poema épico neoclásico de los griegos, están pasados de moda, nos encontramos en la Era de la Informática, de los Iphone y de los Whasaps. Tú vienes ahora con “La cólera de Aquiles” dando pasos atrás como los cobardes que perdieron la dignidad en las batallas poéticas de esta guerra encrestada…» Bueno, no sigo, no te agobies amigo lector, que todo tiene un asiento, una justificación, una ventana que grita a la calle lo que la habitación guarda y a la que pertenece, enseña y muestra al exterior.
Es cierto, por mis lecturas de poseía actual observo, que la moda es la poesía de la experiencia llevada al extremo de los sentimientos más sutiles y extremos, dejándose llevar por un automatismo del pensamiento o de las sensaciones, más que surrealismo o vanguardias. El poeta actual escribe un diario íntimo en sus poemas que son, a veces, puertas cerradas y altas tapias con madreselvas oscuras.
Cada cierto tiempo, los poetas hemos de volver al orden, al manantial de donde surgieron los héroes míticos de los primeros poemas clásicos como La Ilíada de Homero para, de alguna manera, reciclarnos o hacernos una especie de ITV, una puesta a punto, recuperando la belleza de aquellas “cóncavas naves” cuyas quillas rompían las olas a su encuentro con el Ponto, o con el bellísimo mar de Ulises, las sirenas seductoras, los argonautas en las Cólquidas.
El poema épico que os muestro es un viaje de Homero a Tarsis, capital de Tartessos en las Hespérides, en el delta de un gran río que los árabes, siglos después llamaron Guadalquivir, reino de Argantonio del que hablara Anacreonde o Héródoto.
El tema épico que he elegido es lo de menos, porque a través de mis palabras y versos quiero expresar la belleza, que es la idea principal de este poemario, mis pretensiones son sencillas, para que el lector disfrute de las palabras en compañía de las musas, náyades, ninfas, sirenas, naos y héroes dispuestos a guerrear sin tiempo por los “nuestro mares” cuajados de leyendas, mitos, grifos, caballos de Troya, por medio del misterio evocador de las palabras.
Repito, que lo importante es el disfrute sensorial, la luz, las imágenes, pues el tema, la historia puede ser el que se nos antoje, podríamos tomar el Quijote por tierras de La Mancha, el Cid Campeador en Valencia, el viaje de Colón en el descubrimiento de América o un viaje al futuro. Lo importante es el disfrute de la plasticidad de las locuciones, de los giros verbales, de las metáforas, antítesis... Todo ello a la búsqueda de expresiones nuevas, innovaciones, para que como cráteras griegas sobrevivan en el tiempo literario que no es más que una ficción.
Los poemarios no se suelen ilustrar, pero como en mi convergen el poeta e ilustrador romperé las normas.
Recuperemos a los griegos, a los clásicos latinos, a los medievales, no como un homenaje, que ellos no lo necesitan, sino como una vuelta al orden, una vuelta a nuestra historia occidental de donde procedemos y que no debemos ni podemos olvidar.
El autor
Alicante, 1 de enero 2017
Canto primero
HOMERO
Ojos de Zeus sin odio turbio
la herida de tu frío beso
la ceguera desde tu divina mano
protectora desde el Monte Olimpo.
Viento que al alba la luz consume
y tu colérico ego borra,
detrás del paño, oculta
negro y vengativo el rostro
de los divinos rayos destructores.
Un día en Quios o en Ios: islas del Jónico,
un niño llamado Lysander , de apodo Homero plantó pie en el mundo transitorio de la vida, siete años para estar ciego por una abeja.
El divino ciego, iluminado por Zeus, el dios de los dioses, concedió la gracia para: La Ilíada y la Odisea la mayores aventuras clásicas.
Golpearé este papiro hasta que grite
quiero que responda a mis preguntas
quiero que la tinta que habita
salga desparramada como guerreros
a contarnos sus hazañas.
La noria sacó su cuello de cisne
y a ver al aire triste
se sentó sobre la piedra fósil
a esperar mi cuenco de sed
de un hombre que busca ya su sombra dentro de sus días.
¡Oh Musas!, de despellejados senos, que habitáis en el anchuroso cielo y en el reluciente astro, hijas de Zeus el portador de la égida, el que amontona las nubes, el que restablece las leyes divinas mediante la justicia
–leyes, leyes con reglamentos–
el rey de reyes: Zeus.
Tengo dolor de caminos, heridas abiertas en carne estremecida, pasión de la tierra, otorgadme el hechizo de vuestros divinos cantos acompañados de cítaras y tibias que embelesan a las multitudes y glorifican a los héroes inmortales, a los victoriosos aqueos.
Ante que los fósiles del aire se congelen.
Tu mano: flor de caricias,
inocente de mis culpas
te sacude de encima el laberinto de sus dedos que están vivos.
¿Por qué ya no recibo el don, la bendición del divino verso?, las fuerzas misteriosas que me liberaban de la humana condición: alivio de Apolo, con Eros revoltoso, con los semi-dioses rendidos por Afrodita desnuda en el espejo de bronce bruñido, ya no recibo la sacra llama de la inspiración divina y lasciva, agotado por la fuente de la poesía ecuórea del Jano, del estado de gozo y enajenación, del latente estado de pureza que habito.
Los mortales no están en condiciones de crear poemas si no están alineados con un dios que le inspira a través de las Musas, divina locura nacida de la posesión, del éxtasis a quien llama de gozo me somete a una magnificación sin parangón terrenal y cerrado al espíritu libre de las afortunadas aves que se funden con el jade azul.