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jueves, 25 de enero de 2018

La era floreciente de la hipocresía. La era victoriana

7.


La era victoriana
La era victoriana, desde la coronación de la reina Victoria, en 1837, hasta su muerte, en 1901, fue una época de transformaciones sociales que obligaron a los escritores a tomar posiciones acerca de las cuestiones más inmediatas. Así, aunque las formas de expresión románticas continuaron dominando la literatura inglesa durante casi todo el siglo, la atención de muchos escritores se dirigió, a veces apasionadamente, a cuestiones como el desarrollo de la democracia inglesa, la educación de las masas, el progreso industrial y la filosofía materialista que éste trajo consigo, y la situación de la clase trabajadora. Por otra parte, el cuestionamiento de determinadas creencias religiosas que llevaban aparejados los nuevos avances científicos, particularmente la teoría de la evolución y el estudio histórico de la Biblia, incitaron a algunos escritores a abandonar asuntos tradicionalmente literarios y a reflexionar sobre cuestiones de fe y verdad.
Los tres poetas más sobresalientes de la era victoriana se ocuparon de cuestiones sociales. Aunque empezó dentro del más puro romanticismo, Alfred Tennyson pronto se interesó por problemas religiosos como el de la fe, el cambio social y el poder político; ejemplo de ello es su elegía In memoriam (1850). Su estilo, así como su conservadurismo típicamente inglés, contrastan con el intelectualismo de Robert Browning. El tercero de estos poetas victorianos, Matthew Arnold, se mantiene aparte de los anteriores porque es un pensador más sutil y equilibrado. Su labor como crítico literario es muy importante y su poesía expone un pesimismo contrarrestado por un fuerte sentido del deber, como ocurre en su poema “Playa de Dover” (1867). Algernon Charles Swinburne se orientó hacia el escapismo esteticista con versos muy musicales pero pálidos en la expresión de emociones. Dante Gabriel Rossetti, y el también poeta y reformador social William Morris, se asocian con el movimiento prerrafaelista, que intenta aplicar a la poesía la reforma que ya se había introducido en la pintura.
La novela se convirtió en la forma literaria dominante durante la época victoriana. El realismo, es decir, la observación aguda de los problemas individuales y las relaciones sociales, fue la tendencia que se impuso, como se puede comprobar en las novelas de Jane Austen, como Orgullo y prejuicio (1813). Las novelas históricas de Walter Scott, de la misma época, como Ivanhoe (1820), tipifican, sin embargo, el espíritu contra el que reaccionaban los realistas. Pero el nuevo espíritu lo dejaron bien a la vista Charles Dickens y William Makepeace Thackeray. Las novelas de Dickens sobre la vida contemporánea, como Oliver Twist (1837) o David Copperfield (1849), demuestran una asombrosa habilidad para recrear personajes increíblemente vivos. Sus retratos de los males sociales y su capacidad para la caricatura y el humor le proporcionaron innumerables lectores y el reconocimiento de la crítica como uno de los grandes novelistas de todos los tiempos. Thackeray, por otro lado, pecó menos de sentimentalismo que Dickens y fue capaz de una gran sutileza en la caracterización, como demuestra en La feria de las vanidades (1847-1948).
Otras notables figuras de la novela victoriana fueron Anthony Trollope y las hermanas Brontë. Emily escribió una de las más grandes novelas de todos los tiempos, Cumbres borrascosas (1847), mientras sus hermanas Charlotte y Anne también escribieron obras memorables. George Eliot es otra destacadísima novelista de la literatura universal, así como George Meredith y Thomas Hardy.
Una segunda generación de novelistas más jóvenes, muchos de los cuales continuaron su obra en el siglo XX, desarrollaron nuevas tendencias. Robert Louis Stevenson, Rudyard Kipling y Joseph Conrad intentaron devolver el espíritu de aventura a la novela, y alcanzaron algunas de las grandes cimas de la narrativa inglesa. Una intensificación del realismo se produjo con Arnold Bennett, John Galsworthy y H. G. Wells.
El mismo espíritu de crítica social inspiró las obras de teatro del irlandés George Bernard Shaw, que hizo más que ningún otro por despertar al teatro de la somnolencia en la que había estado durante el siglo XIX. En una serie de poderosas obras, claramente influenciadas por las últimas teorías sociológicas y económicas, expuso, con enorme habilidad técnica, la estupidez de los individuos y de las estructuras sociales de Inglaterra y del resto del mundo moderno.
Es la época floreciente de la hipocresia, la cualidad más destacada de los británicos: haz lo que quieresa pero que nos se entesren los demás