Me empuja a martillazos y a mordiscos, me tira con bramidos y cordeles del corazón, del pie, de los orígenes, me clava en la garganta garfios dulces, erizo entre mis dedos y mis ojos, enloquece mis uñas y mis párpados, rodea mis palabras y mi alcoba de hornos y herrerías, la dirección altera de mi lengua, y sembrando de cera su camino hace que caiga torpe y derretida.
Mujer, mira una sangre, mira una blusa de azafrán en celo, mira un capote líquido ciñéndose a mis huesos como descomunales serpientes que me oprimen acarreando angustia por mis venas.
Mira una fuente alzada de amorosos collares y cencerros de voz atribulada temblando de impaciencia por ocupar tu cuello, un dictamen feroz, una sentencia, una exigencia, una dolencia, un río que por manifestarse se da contra las piedras, y penden para siempre de mis relicarios de carne desgarrada.
Mírala con sus chivos y sus toros suicidas corneando cabestros y montañas, rompiéndose los cuernos a topazos, mordiéndose de rabia las orejas, buscándose la muerte de la frente a la cola.
Manejando mi sangre enarbolando revoluciones de carbón y yodo agrupado hasta hacerse corazón, herramientas de muerte, rayos, hachas, y barrancos de espuma sin apoyo, ando pidiendo un cuerpo que manchar.
Hazte cargo, hazte cargo de una ganadería de alacranes tan rencorosamente enamorados, de un castigo infinito que me parió y me agobia como un jornal cobrado en triste plomo.
La puerta de mi sangre está en la esquina del hacha y de la piedra, pero en ti está la entrada irremediable.
Necesito extender este imperioso reino, prolongar a mis padres hasta la eternidad, y tiendo hacia ti un puente de arqueados corazones que ya se corrompieron y que aún laten.
No me pongas obstáculos que tengo que salvar, no me siembres de cárceles, no bastan cerraduras ni cementos, no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado capaz de despertar calentura en la nieve.
¡Ay qué ganas de amarte contra un árbol, ay qué afán de trillarte en una era, ay qué dolor de verte por la espalda y no verte la espalda contra el mundo!
Mi sangre es un camino ante el crepúsculo de apasionado barro y charcos vaporosos que tiene que acabar en tus entrañas, un depósito mágico de anillos que ajustar a tu sangre, un sembrado de lunas eclipsadas que han de aumentar sus calabazas íntimas, ahogadas en un vino con canas en los labios, al pie de tu cintura al fin sonora.
Guárdame de sus sombras que graznan fatalmente girando en torno mío a picotazos, girasoles de cuervos borrascosos. No me consientas ir de sangre en sangre como una bala loca, no me dejes tronar solo y tendido.
Pólvora venenosa propagada, ornado por los ojos de tristes pirotecnias, panal horriblemente acribillado con un mínimo rayo doliendo en cada poro, gremio fosforescente de acechantes tarántulas no me consientas ser. Atiende, atiende a mi desesperado sonreír, donde muerdo la hiel por sus raíces por las lluviosas penas recorrido. Recibe esta fortuna sedienta de tu boca que para ti heredé de tanto padre.
Los anónimos sociales somos esa gente que
cogemos el virus coronado y no salimos en los periódicos y, por el contrario,
en cuanto un famoso estornuda ¡Jesús!, que por cierto, ya no se dice, sale en
la prensa nacional. Los anónimos no contamos en ninguna parte, somos
números,personas que no cuentan:
anónimos sociales. Otros son los mendigos de la sociedad, los que viven en
chabolas, que los hay en España más de lo que aparecen en prensa o tv. Pero en
este artículo no me refiero a los mendigos económicos, sino a los mendigos de
sí mismos, ese tipo de personas que no tienen amigos, ni están en asociaciones,
ni se relacionan con nadie, se meten en su cuarto y viven una vida virtual con
internet, anónima, son los que denomino «a-exitosos» (que no buscan éxito ni
reconocimientos) sino sobrevivir con lo mínimo, con el paro acumulado,
mantienen el celibato civil y no tienen hijos, y se conforman con tener lo
mínimo y gastar la mínimo. Tener suficiente les basta. Lo que lleva a una forma
de «budismo occidental»; es decir, a no aportar nada a la sociedad sino
practicando la vida contemplativa o monástica.
Bien, pues después de esta forzosa
cuarentena por el coronavirus, este tipo de personas aisladas del mundo van a
abundar como estrellas en la noche. Y es que ni los novios ni las parejas se
besan hoy día ni siquiera en las noches de luna. Los besos los ha prohibido el
gobierno, bonito título para un poema o un relato. Pienso que estos anónimos
sociales se anticipan a este desastre económico y social que se avecina, en
cuanto se levante la cuarentena por el estado de Arma decretado por el
gobierno, en bien de la salud pública.
Entre estos anónimos sociales se encuentran
también las víctimas, no me refiero a las víctimas de un crimen o de un
atentado, sino a aquellas personas que viven en el núcleo familiar o laboral
que han de hacer lo que no quieren o no les gusta, son las personas
manipuladas, los obligados a llevar la vida que no desean y no pueden escapar
de ese mandato. Uno ha de partir de la idea que tanto la libertad como la
felicidad están en uno mismo, dentro de nuestra propia voluntad de decidir. Hay
quienes saltan de su silla ante una voz imperativa del propio nombre. Esa
llamada que les hace vibrar bien sea de los padres, jefes o pareja, o de tu
acreedor. Es la voz de tu nombre el que te alerta como si fuera una llamada
telefónica imprevista, o la llamada temerosa de una mala noticia que esperabas.
Estas personas se van anulando poco a
poco, pierden la objetividad de la realidad, el equilibrio entre lo normal y lo
excesivamente comparado o comparativo, con situaciones de verdadera alerta o
alarmas silenciosas. De momento hemos de partir de que nada es terrible, nada
debe ser llevado a los extremos, todo tiene solución cuando se comparte con
otras personas. La situación de confinamiento en que vivimos actualmente tendrá
consecuencias X, pero las tendrá.
A
veces, uno ha de empezar por lo más simple que es decir «no», con esta negativa
estamos dando grandes pasos ante la manipulación o el control, porque
rebelarse, aunque sea por asuntos mínimos en un fortalecimiento en el carácter,
y los amigos o adversarios aprenderán a que no te dejarás manipular, o que has
cambiado de aptitud sumisa a la de combate. Por lo general, el abuso viene
sobre las personas que se muestras receptiva a aceptarlo todo. En el caso de
las mujeres, parece como si fueran más dadas al sacrificio y al soportar
situaciones de estrés. Y en un matrimonio con hijos, son estos los que más
atan. Pero no hay que ser drásticos, sino que uno ha de educar al otro, poco a
poco, sutilmente. Si no puede cambiar al otro, sí puede cambiar tú, respecto al
otro.
Por lo general se utilizan varias armas
contra las víctimas como es la culpa. Un arma eficaz consiste en la que la otra
persona se sienta culpable de algo. Es uno de los mecanismos más usados. Pero
contra el sentimiento de culpa existe el mecanismo de ignorarla, rechazarla,
que esa culpa pase de largo. Uno se ha de salir de la trayectoria de la culpa. Si
te anulas he haces anónimo y eso, a mí personalmente no me gusta. El lector, tú
amigo que me lees en el silencio, sabes que tengo razón. Y no es «la razón de
las sin razón que a mi razón se hace…» quijotesca empresa matando a gigantes
invisibles que estaban en su cabeza delirante.
Yo me sentía culpable de un suceso, de
una culpa colectiva, de que todos, los integrantes del equipo social habíamos
metido la pata extrema: la de palo. De momento asumimos la culpa, y la
autoridad del jefe se relajó, el tanque dejó de atacarnos, entonces fue la
ocasión de dar explicaciones, y cuando la dimos, se trataba de un problema
general, ninguno de los otros equipos lo pudieron superar. Por ello, luego
recibimos excusas, y todos, quedaremos más o menos contentos.
Uno se ha de acostumbrar a que las cosas
nos pueden salir mal, enrevesadas o turbias. Exigirse perfección y que todo
salga bien supone que la frustración del error o del suspenso es mucho más
grave. El alumno que nunca suspende, y suspende una vez se sentirá muy culpable
de su suspenso; en cambio, el alumno que suspende con regularidad se va
acostumbrado a que esa es la tónica del curso, y ante un suspenso más o menos,
no se sentirá tan culpable.
La felicidad que
tenemos se ve en el reflejo de los ojos de los pájaros, se ve en la alegría de
la espuma de los mares y de las fuentes, el pan futuro se percibe en el corazón
de las nubes, y la tristeza del mundo se observa en el color del hígado de los
pollos sacrificados. Todo es superstición, dice la gente, pero los antiguos
supervivientes de mi aldea de El Acebuchal (Acebumeya en mi novela El cazador del arco iris), no llevaban
reloj y sabían en cada momento (día o noche) la hora exacta que era. Y cuando
levantaban una piedra podían hacer una lectura del pronóstico del tiempo según
los insectos que había debajo. Tú piensas lo que quieras, pero mi tía abuela
Wenceslá Acosta, llamada la Sabia,
vivió 105 años.
Coincidí con Ricardo Bellveser en el Congreso
Internacional “Vibraciones de Juan
Gil-Abert: la fascinación de la constancia” en Alicante cebrado los días 3,4 y
5 de abril de 2019, en el Instituto Alicantino de Cultura del mismo nombre. El
viernes día 5 llegó Ricardo para dar su ponente sobre el poeta alcoyano. El
relator de la presente crónica, asistí a su ponencia, aproveché para hacer in
video que se encuentra en You Tube y unas fotografías.
Durante su ponencia sobre su amistan con Juan
Gil Albert en Valenciam compartiendo mesa con Claudia Simón (sobrina de Juan
Gil-Albert) y con escritor Pedro J. de la
Pelaña. Al terminar su ponencia me presenté a él, ya que tenía referencias suyas
por su libro Un siglo de poesía Valencia,
Prometeo 1975. Como era el último ponente de la mañana llegó la hora de
comer en el restaurante Tapanot de la plaza Gareuil Miró. Desde el Instituto Juan Gil-Albert hasta el citado
restaurante fuimos andando y conversando, a este grupo se nos unió el crítico y
escritor madrileño Pedro García Cueto, especialista entre otros poeta de
Francisco Brines.
La comida estaba organizada la Comisión del
Congreso. Entre otros asistentes estaba el José Ferrándiz Lozano, organizador y
director del Instituto y un cuyo de congresista de una diez personas
compartiendo una larga mesa. Ricardo y yo coincidimos juntos y tuvimos tiempo
de hablar de temas culturales. Recuerdo que otro de los temas que abordé fue el
del nombre de nuestra comunidad que se podía llamar levantina en lugar de
Valenciana, para las tres provincias. Sería como si Andalucía se llamara
Sevillana. Pero tras unas sonrisas no insistí más.
Hablamos de Francisco Brines, que como
presidente del Congreso no asistió, excusándose de que se encontraba enfermo, lo
cual era cierto, ya llevaba tiempo enfermo, de hecho falleció unos amos después
el 20 de mayo de 2021. Francisco Brines fue amigo personal de Juan Gil Albert,
de hecho yo lo conocí por primera vez en 2004 que el primer congreso que se le
dedicó al poeta alcoyano en la CAM de Alicante titulado: “La memoria y el mito”.
Quien sí, asistieron al congreso fueron los
poetas Jaime Siles, Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Pedro J. de la Peña,
y críticos como Juan Cano Ballesta, José Carlos Rovira, Eva Valero y Mari
Paz…que recuerde.
Durante la comida, me dijo Bellveser le
habían nombrado miembro del jurado de los Premios de la Crítica Literaria
Andaluza y de los Premios de la Crítica de Castilla y León. Yo sabía que
Ricardo Bellveser fue director de la y miembro del Consell Valencià de Cultura
(CVC), pero de eso no hablamos.
Ricardo Bellveser contagiaba ese entusiasmo que tenía por naturaleza una
simpatía cautivadora. Le conocí poco, me hubiera gustado hablar más con
él para aprender, era un magisterio de sabiduría pero las distancias entre
Alicante y Valencia lo impedían. Un año después, a través del Ateneo le envié
mi libro Miguel Hernández, el poeta del
pueblo (Biografía en 40 artículos); pero ya estaba enfermo y no subimos
tiempo de hablar.
Pese a su vasta
cultura no fue una persona dogmática. Hasta el final de sus días ha estado
dispuesto a escuchar y a ponerse en riesgo de ser convencido,
seguramente como fruto de su curiosidad infinita. Cuando nos
despedimos que di mi tarjeta de visitas.
Ricardo fue gran admirador
de los grandes (Wilde, Proust, Quevedo, Borges
o Cavafis), ayudó a desempolvar
a autores como Max Aub o Juan Gil-Albert cuya Institució Alfons
El Magnànim, se publicaron varias obras del poeta alcoyano,como Concierto en "mi" menor;
La trama inextricable; Memorabilia (1934-1939). En 1982.
Los grandes hombres no mueren, siempre nos
queda su recuerdo, que es lo nunca se olvida y los mantenemos vivo a través de
la memoria.
La odisea de los escritores noveles: la fama como requisito para vender una novela
Por Ramón Palmeral
(escritor novel con las de 50 libros publicados y de larga experiencia)
¿Por qué razón tengo yo que leerte un tocho novela de un novel, con una portada atractiva si no me interesa lo que me cuente?
El camino para los escritores noveles es una verdadera odisea, llena de obstáculos, ilusiones y decepciones. Muchos de ellos, al comenzar sus trayectorias, sueñan con ver sus nombres en las estanterías de las librerías, sus novelas comentadas en suplementos literarios, o incluso adaptadas al cine o la televisión. Sin embargo, el panorama editorial actual puede ser cruel, especialmente para quienes carecen de renombre. Vender una novela no es solo cuestión de talento literario, sino de visibilidad, y para muchos escritores, la fama o el reconocimiento en círculos importantes parecen ser requisitos indispensables para destacar.
El peso de la fama en la industria literaria
Hoy en día, pareciera que ser un buen escritor no basta para vender libros. En un mundo saturado de información y productos culturales, el autor debe ser, en muchos casos, tan atractivo como su obra. Para los escritores noveles, esto representa un reto abrumador: ¿cómo destacar cuando el espacio mediático y editorial parece reservado para nombres consagrados o, peor aún, celebridades de otras esferas que deciden incursionar en la literatura? La narrativa que se ha impuesto en muchos sectores es que para vender una novela, o incluso para que una editorial apueste fuerte por ella, el autor debe contar con cierta fama previa o, al menos, con una plataforma desde la cual ser visible.
Este fenómeno responde en parte a la necesidad de las editoriales de asegurar ventas, lo que las lleva a buscar nombres que ya tengan cierto impacto mediático. Así, la lógica del mercado no está únicamente centrada en la calidad literaria, sino en la capacidad del autor para atraer la atención del público. Una figura famosa, ya sea un periodista con columna en un periódico nacional o un influencer de las redes sociales, tiene mayores probabilidades de publicar y vender su obra que un escritor talentoso pero desconocido.
Los premios literarios: ¿puerta de entrada o barrera de acceso?
Ganar un premio importante, como el Premio Planeta u otros galardones de prestigio, puede catapultar la carrera de un escritor. Estos premios no solo otorgan una considerable suma de dinero y un sello de calidad, sino que también generan una visibilidad mediática invaluable. Los autores galardonados entran automáticamente en el radar de las editoriales, críticos y lectores. Sin embargo, la competencia para estos premios es feroz y, en algunos casos, la selección de los ganadores también está influenciada por consideraciones comerciales o de reputación, lo que hace que los escritores noveles vean aún más lejana la posibilidad de ganarlos.
Para muchos, ganar un premio literario importante puede ser el único camino para darse a conocer, pero no es un sendero sencillo. Los certámenes menores, aunque útiles para iniciar, no siempre garantizan el salto a la fama, ya que sus ganadores rara vez reciben la atención mediática que los grandes galardones otorgan.
La importancia de una plataforma mediática
Tener una columna en un periódico nacional o formar parte de un medio de comunicación importante es una ventaja crucial. No solo otorga una plataforma desde la cual promover la obra, sino que facilita la creación de una relación de cercanía con los lectores. Esa exposición regular permite que el público y la crítica comiencen a identificar el nombre del autor, generando una empatía o curiosidad que, a la hora de publicar una novela, puede traducirse en ventas.
Los escritores noveles que no cuentan con este tipo de plataformas deben ingeniárselas para ganar visibilidad, ya sea a través de las redes sociales, eventos literarios o la autopublicación. Sin embargo, estas vías requieren no solo talento, sino también habilidades de marketing y una perseverancia enorme, ya que el reconocimiento masivo no llega de la noche a la mañana.
La empatía con los famosos
Existe una realidad inevitable en el mundo del consumo cultural: las personas tienden a sentirse más atraídas hacia lo que ya les resulta familiar. Este fenómeno, conocido como sesgo de familiaridad, juega un papel importante en la industria literaria. Cuando un lector ve el nombre de un autor famoso o conocido en la portada de un libro, es más probable que lo elija, incluso si no tiene claro de qué trata la novela. Hay una especie de empatía natural con los famosos, una curiosidad que impulsa a conocer más sobre sus pensamientos, su estilo de vida o sus ideas.
Esto pone a los escritores noveles en desventaja, ya que su anonimato les impide despertar ese tipo de interés inmediato. Para muchos lectores, arriesgarse con un autor desconocido puede ser visto como un gasto emocional y económico. Los escritores consagrados, o aquellos que han alcanzado la fama en otros campos, parten con una ventaja, ya que el público, de algún modo, ya siente que los "conoce".
La lucha por la visibilidad
A pesar de todos estos obstáculos, los escritores noveles siguen luchando por hacerse un lugar en la industria. Algunos optan por la autopublicación en Amazon o Círculo Rojo, lo que les da control sobre sus obras, pero los obliga a asumir todo el peso de la promoción. Otros buscan destacar en concursos de menor envergadura o recurren a las redes sociales para crear una comunidad de lectores. Sin embargo, queda claro que en el panorama actual, contar con una plataforma mediática o un reconocimiento previo facilita enormemente el camino hacia el éxito literario.
En conclusión, para un escritor novel, la fama o el reconocimiento, ya sea a través de premios importantes o de una presencia mediática fuerte, se ha convertido en una pieza clave en su odisea para vender novelas. El talento es imprescindible, pero no siempre suficiente. El desafío para estos escritores es doble: no solo deben escribir bien, sino también encontrar una manera de hacerse visibles en un mercado que, a menudo, parece favorecer a quienes ya tienen un nombre.
Lo mismo que he dicho de la novela vale para la poesía. Pero en fin la ilusión nunca se debe perder, aunque hay que andar con los pies en la tierra.
En abril de 1924 y 1925 el ídolo de la época, Miguel Fleta, actuó en Monóvar
Elías Bernabé Pérez
14 abril 2020
4.086
El tenor Miguel Fleta natural de Huesca estuvo en varias ciudades españolas entre ellas Alicante, en cuyo Teatro Principal cantó el domingo 7 de junio 1924 Rigoletto y el lunes 8 La Bohème.
Aquel
12 de abril tampoco se llenó el Kursaal. El precio de las entradas se
había reducido respecto del año anterior, pero aún así resultaban
prohibitivos para la mayoría de la población. El palco de seis
localidades de platea había bajado a 250 pesetas, pero la entrada más
económica, la de pie, se mantuvo en 10 pesetas. No se conoce cuanto
cobró Fleta por esta segunda actuación, pero fue una
cifra muy inferior a la del año anterior, por lo que esta vez el
empresario se pudo resarcir algo, muy poco, de sus pérdidas anteriores.
Se
repitió la apertura de los ventanales del teatro, y los monoveros
volvieron a apiñarse. Y también se repitió lo de compartir una misma
localidad, dos o tres personas, accediendo al teatro cada uno de ellos
en una de las partes del concierto.
Teatro de Monovar
El sábado 19 de abril de 1924, y el domingo 12 de abril de 1925, Monóvar
vivió sendos acontecimientos líricos, que por aquel entonces, estaban
reservados a las grandes ciudades. Más que acontecimientos cabría
calificarlo de verdaderas fiestas de fervor popular.
Para inaugurar el Teatro Kursaal actuó en la ciudad natal de Azorín ni más ni menos que el gran divo internacional de la ópera. El tenor aragonés Miguel Fleta,
cuando se encontraba en el cúspide de su carrera meteórica, y era
solicitado por los teatros de ópera más importantes de todo el mundo.
Dos meses antes de su primera actuación en Monóvar, el 13 de febrero, había debutado en el Metropolitan de Nueva York. Y tan solo un año después, el 25 de abril de 1926, estrenó Turandot, en la Scala de Milán, la ópera póstuma de Giacomo Puccini .
Cuando Fleta estuvo en Monóvar
su trayectoria artística era más bien corta, pero su ascenso fue
fulgurante, debido a sus condiciones naturales extraordinarias, y a los
dos años de intensa preparación técnica, que le convirtieron en un fuera
de serie, y hasta podríamos decir que en un objeto mediático, aún
cuando sus actuaciones, éxitos y triunfos en los escenarios, y sus
devaneos femeninos, solo se propagaran por medio de la prensa escrita y
la rumorología ciudadana.
La más clara
prueba de su calidad canora la encontramos en sus grabaciones
discográficas. Aun estando registradas en los años 20 del siglo pasado,
la belleza de su timbre, sus inigualables filados y la claridad y
potencia de sus agudos, suenan inmaculados. Muchísimo mejor que los de
otros cantantes de primera línea mundial de su época. (1)
Cabe
considerar que en aquella época todo quien estaba relacionado con el
mundo de la lírica, fuese zarzuela, revista o cuplé, aquí en España, se convertía en personaje popular y admirado.
Con todo, que actuase en una ciudad como Monóvar era algo insólito. Fleta
solo volvió a hacerlo en pequeñas localidades cuando estaba en la línea
descendente de su fulgurante y corta carrera, se le habían cerrado las
puertas de los grandes teatros y deambuló por las provincias españolas,
con más pena que gloria.
Un regalo por amor
Y
alguien podrá preguntarse, siendo del todo razonable hacerlo, como fue
posible que un cantante solicitado en los teatros de ópera más
importantes del mundo, y que además gozaba de una agenda repleta,
accediese a cantar en Monóvar.
También cabe preguntarse a quien se le ocurrió pensar en él para inaugurar el nuevo teatro, siendo de carácter privado.
Pues esa ocurrencia fue del empresario de la construcción José Sempere Molina
-o de su esposa- asentado en la ciudad monovera desde hacía algunos
años, y según cuentan hombre emprendedor, que igual ganaba un montón de
miles de pesetas en algún negocio, que perdía los mismos, o más, en el
siguiente.
Promovió un grupo de viviendas, de estructura muy avanzada para la época, justo a espaldas de donde levantó el teatro.
Molina
fue el constructor, propietario único y empresario, inicialmente, del
Teatro Kursaal. El hombre amaba a su esposa hasta la veneración, y le
concedía todos los "caprichos" -digámoslo así- que a ella se le
ocurrían. Y una de sus ocurrencias fue, primero, la de que su marido
levantara un teatro, y segundo, sugerirle que para su inauguración
contratase a Miguel Fleta. La señora era una ferviente admiradora del arte del antiguo jotero aragonés.
En la Historia del Kursaal Fleta, de Paco Corbí Jordá,
escrita en lengua valenciana se dice: "La construcció del Teatre
Kursaal Fleta fou una aventura temerària. L´apassionat impúls d´un home
enamorat. Un somni enlluernant que l´audacia va tornar tangible. Una
fascinant història d´amor...".
("La construcción del Teatro
Kursaal fue una aventura temeraria. El apasionado impulso de un hombre
enamorado. Un sueño alunado que la audacia volvió tangible. Una
fascinante historia de amor...").
Y aunque pudiera parecer una misión imposible Sempere dio satisfacción al sueño de su mujer. Fleta
que, por aquel entonces cobraba 11.000 pesetas por actuación en el
Teatro Real de Madrid, pidió 25.000 por acudir a Monóvar. Quizá creyendo
que no se los darían. Pero Sempere dijo sí. Además contrató a la orquesta de plectro La Wagneriana, de Alicante,
para acompañarle en la interpretación de las habituales jotas, que el
cantante siempre llevaba en repertorio. Hasta ese punto estaba el hombre
dispuesto a satisfacer a su esposa.
En las arias de ópera, romanzas de zarzuela y canciones Fleta, según el periódico El luchador
"estuvo acompañado al piano por su maestro mejicano, que ignoramos como
se llama". Así de campante quedó el informador o periodista redactor de
la crónica "ignoramos como se llama".
Y como el teatro no se
llenó, dados los precios tan elevados de las localidades, las pérdidas
económicas fueron cuantiosas. El déficit pudo ser menor, de haberse
completado el aforo, pero hubiera sido.
La actuación de La Wagneriana,
que además amenizó los dos entreactos, fue muy del agrado del público.
Por tal razón en 1926 ofreció un concierto, el 15 de mayo de 1926, en el
Teatro Principal, sito pared con pared del Kursaal.
Como ya dijimos en nuestro artículo referido al cierre del Teatro Real, Fleta
en sus actuaciones operísticas solía brindar varias propinas al
público. Había tres obras que eran las más habituales y de géneros
dispares. La canción Ay ay ay, del chileno Osmán Pérez Freire. La jota de El trust delos tenorios, zarzuela del valenciano José Serrano, y el aria del último acto de Tosca -el Adiós a la vida de Fleta-de GiacomoPuccini.