SONETO DE LA DAMA DEL ABANICO
Se aferra el estribillo en su cadera,
cuando el abanico besa un aliento,
el pie derecho desliza con tiento,
como el agua acaricia la ribera.
Lenta, la cadencia no desespera,
la llegada del sutil movimiento,
cual hoja llevada por el viento,
elegante baila la danzonera.
Llegas hasta mí mientras habla el violín,
puntual tu mano acude a mi rescate,
tu casa es un danzón, tu alma mi fortín.
Mi vida no admite ningún debate,
Danzonera, te juraré amor sin fin,
al final del montuno, en el remate.
Ángel Descalzo, 4 de agosto de 2013