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domingo, 19 de febrero de 2023

¿Es el azar poesía? En el juego de cartas sí que lo es. Silvia Hopehayn sobre Leonar Mlodinow y "El andar borracho".

 

Cosas que se descubren por azar

Silvia Hopenhayn Para LA NACION

El azar parece ser uno de los condimentos más codiciados de la vida. Su imposible cálculo no invalida su existencia. Más bien todo lo contrario: es como una visita inesperada que puede caernos muy bien o amargarnos el día. Por azar nos encontramos con algún conocido en la calle, pero es probable que esa persona no sea la que más hubiéramos deseado cruzarnos.

El libro recién editado en español El andar del borracho (editorial Crítica) rastrea los vericuetos del azar a lo largo de la historia, y la probabilidad de cercenar su cuota de incertidumbre.

Su curioso título refiere a una disquisición de Einstein a propósito del caótico movimiento de las moléculas de agua. Einstein asociaba su desplazamiento impredecible con el bamboleo errático de los borrachos.

El autor tiene una biografía, más que azarosa, bastante simpática. Leonard Mlodinow no sólo es doctor en Física por la Universidad de California, en Berkeley, y autor de La ventana de Euclides, una historia de la geometría de gran repercusión, sino también uno de los primeros guionistas de la serie La guerra de las galaxias. Quizás al crear esos mundos inhóspitos de personajes entrañables lidiando en el cosmos contrajo una deuda con el azar que intenta saldar en este libro.

Pero aquí no se trata de inventar mundos posibles, sino de rescatar a los precursores de posibles teorías acerca del azar. Si bien no es un libro científico, y tampoco filosófico, se encuentra a mitad de camino entre la divulgación y la crónica. Soslaya –no sabemos si de manera voluntaria– a los grandes referentes de la teoría del azar y del caos del siglo XX, de René Thom a Ilya Prygogine, más afines a un libro estupendo, dentro de este rubro: Gödel, Escher, Bach, un eterno y grácil bucle.

Para Mlodinow, a veces más vale confiar en lo aleatorio que obstinarse en la predicción. La probabilidad no deja igualmente de ser un modo de adiestrar el azar. En este sentido, El andar del borracho va desde Cicerón, quien acuñó por primera vez el término probabilis, hasta el célebre matemático francés del siglo XVIII D’Alembert, autor de varios trabajos sobre la probabilidad.

El iluminado siglo XVII se despliega en varios capítulos a través de sus geniales protagonistas. Allí se cruzaron –¿azarosamente?– Galileo Galilei, Blas Pascal y Pierre Fermat. El autor alterna sus biografías con la explicación de sus descubrimientos. Y para darle una cuota de belleza al acto mismo del hallazgo rescata las situaciones externas que motivaron a los creadores a indagar en las leyes de la naturaleza. Así, Galileo "miraba fijamente el balanceo de una gran lámpara colgante, sentado en una catedral", cuando descubrió su famosa ley: "el tiempo requerido por un péndulo para realizar una oscilación es independiente de la amplitud de la oscilación". Un siglo más tarde, Isaac Newton se impactó "frente a un gran cometa que navegaba por nuestro vecindario del sistema solar". También sorprenden las condiciones históricas en las que surgieron algunos de estos científicos, o el modo de contarlas del autor. El propio Fermat, creador de uno de los teoremas más enigmáticos de la historia, tenía un cargo importante en el juzgado de lo penal en Toulouse y "se lo podía encontrar elegantemente vestido, condenando a funcionarios errantes a ser quemados en la hoguera, para luego aplicar sus habilidades analíticas al dulce ejercicio de las matemáticas". No siempre es bueno confiar en los que más saben… © La Nacion