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miércoles, 22 de septiembre de 2021

El Océano Pacífico fue durante varios siglos un “mar español”

 

El Océano Pacífico fue durante varios siglos un “mar español” según explica David Manzano en «El imperio español en Oceanía»

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La historiografía española ha estudiado con amplitud la presencia de nuestro país en América, se ha ocupado con mucho menor interés por el continente africano, aunque más con Marruecos que con Guinea o África Occidental, muy poco por Filipinas y el Extremo Oriente en general y prácticamente nada por Oceanía y el Océano Pacífico pese a que fue durante varios siglos, según afirma David Manzano en su libro «El Océano español en Oceanía» (Almuzara), un “mar español”.


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El autor subraya que la excentricidad de Filipinas con relación al epicentro territorial del imperio le convirtió en una extensión de las colonias americanas e incluso en una especie de “subcolonia” de la Nueva España (México). Su única conexión con la metrópoli fue, hasta la independencia del país azteca, el galeón de Manila que cubría la ruta de Acapulco a Manila (y con Carlos III también la Real Compañía de Filipinas) por lo que el Mar del Sur sería navegado exclusivamente por buques españoles durante casi tres siglos. “El régimen español se perpetúa en el archipiélago gracias a la flexibilidad de su sistema político y la acción de los religiosos… (puesto que) ante el escaso número de españoles en las provincias alejadas de Manila la monarquía otorgó cierta libertad a los líderes nativos para que acogiesen su régimen y se apoyó en los religiosos para consolidar su poder”. Había, de todos modos, una enorme indefinición en los límites de esa colonia, por lo que distingue entre islas “españolas” (aquellas teóricamente colonizadas por España, pero con zonas insumisas) y otras fronterizas (las situadas en la órbita hispana pero cuya lejanía y falta de control era imposible fijar sus límites).


Pues bien, si esto pasaba en Filipinas, epicentro del poder español en Extremo Oriente, qué no ocurriría en los archipiélagos considerados españoles en Oceanía. En principio, España estuvo interesada en Joló y Borneo (a esta última acabó renunciando), por su cercanía a Filipinas, mientras que las islas de Oceanía parecían algo muy lejano y carente de interés de tal modo que durante cuatro siglos padecieron de una extraordinaria indefinición en sus límites y de una acusada ignorancia de las islas que los componían (hecho que repercutió en una cartografía deficiente y llena de errores) La presencia española fue en algunos casos meramente testimonial y en la mayoría, tardía, ocasional o simbólica, el dominio real de la población nativa muy precario, la influencia religiosa y lingüística mínima (y además en el siglo XIX hubo de enfrentarse a misioneros protestantes y metodistas), la conexión no ya con la metrópoli, sino con Filipinas, esporádica y las inversiones de la administración mínimas por estimarse que carecían de interés económico, lo que lleva al autor a definir la relación de estos archipiélagos con España como caracterizada por “el olvido y la marginación”. No es extraño por tanto que hasta el siglo XIX el imaginario colectivo peninsular identificase Filipinas como sinónimo de la Oceanía hispánica.


El conjunto que adquirió más temprana presencia española fue el de la isla Marianas o de los Ladrones, que se inició a partir de 1668 en Guam después de tres guerras con los nativos chamorros, pero su verdadera colonización se produce en el siglo XIX cuando “se crea un correo ordinario Manila-Guam, se avanza en la hispanización de la población con la creación de diccionarios español-chamorro o se intenta introducir la vacuna en 1873 para reducir la mortandad”.


Carolinas debió esperar a 1885 (recordemos que ese año el Congreso de Berlín estableció, por encima de cualquier derecho histórico, la obligatoriedad de ocupación efectiva de los territorios) cuando se envía al crucero Velasco y se crea el Gobierno político militar de Carolinas y Palaos en Yap. Para entonces, las potencias europeas ya se estaban interesando en el Mar del Sur y esta decisión española provocó las reticencias de Alemania, lo que dio lugar a un conflicto entre los dos países que fue resuelto por el arbitraje papal (protocolo de Roma de 1885) que reconocía la españolidad de Carolinas y adjudicaba las Marshall -en las que España no había puesto los pies- a Berlín. “A finales de 1886 España había logrado consolidar su gobierno en las Carolinas, pero bajo unos esquemas de poder deficiente al no dominar la vida social de la colonia”, aunque “la función de los religiosos será vital”. En todo caso, se dividió en dos regiones, las Carolinas occidentales con capital en Yap y las Orientales en Ponapé.


Y, en fin, Palaos tuvo que esperar la llegada en 1891 de cuatro religiosos enviados desde Yap para colonizar estas islas.


Como puede verse, la presencia real de España en Oceanía fue muy tardía y el resultado no de un interés cierto, sino como mera herramienta de prestigio. La “verdadera preocupación de la corona en la Micronesia fue perpetuar nominalmente su dominio ante el sistema internacional como arma de prestigio ante las potencias”. Este propósito hizo posible la organización en 1887 en Madrid de una exitosa exposición general de Filipinas con presencia de las colonias del Pacífico.


El estallido de la guerra con Estados Unidos en 1898 y la subsiguiente firma del tratado de París, que supuso la renuncia a Cuba, ya entrega a la potencia vencedora de Puerto Rico, Filipinas y Guam, previo pago de veinte millones de dólares, cambió la situación de las demás islas de la Micronesia. Se trasladó entonces la capital de Marianas a Saipán pero, pese la favorable resolución de la guerra contra los insurrectos de Ponapé, “la gran distancia con la metrópoli, el aislamiento de las islas y el escaso valor que poseían para la geopolítica hispana… conduciría a España a vender las islas a Alemania” en 1899 por 15 millones de pesetas (las perdería con su derrota en 1918). De este modo acabó un imperio pluricontinental que, al menos por estos pagos, tuvo más de simbólico que de real, como acredita este excelente y documentadísimo ensayo de David Manzano.


Hoy, aquellos desperdigados archipiélagos pertenecen a Estados Unidos (Guam), los Estados Federados de Micronesia y la República de Palaos.

martes, 21 de septiembre de 2021

A 85 años del inicio de la Guerra Civil españoal. Ramón Palmeral en la revista Wall Street Internacional

 

 

A 85 años del inicio de la Guerra Civil española

Algunos aspectos y causas esenciales

20 septiembre 2021,
Desastre de Annual, 1921
Desastre de Annual, 1921

Todavía no se han estudiado, objetivamente, las causas y los motivos que dieron lugar al inicio del llamado el Alzamiento Nacional en julio de 1936 por los militares africanistas convertidos en salva patrias. No un golpe de Estado como pudieron ser el del general Pavía en el Congreso el 3 de enero de 1874 o el que dio Segismundo Casada el 5 de marzo de 1939, sino una sublevación militar que causó tres años de guerra. Me pregunto por qué razón los generales republicanos africanistas se sublevaron contra el gobierno de la Segunda República, es decir contra sus superiores. Tal vez por estas razones convenga recordar algunos aspectos o causas sobre la Guerra Civil Española (GCE), que comenzó el 17 de julio de un lejano 1936 en Melilla; es decir, hace ochenta y cinco años, y que, aún mantiene divididos a los españoles.

 Leer completo:

https://wsimag.com/es/cultura/67001-a-85-anos-del-inicio-de-la-guerra-civil-espanola

Oliverio Girondo: poeta en la modernidad

 

Oliverio Girondo: poeta en la modernidad

Algunas claves para leer su obra a la luz de la primera vanguardia poética argentina

28 julio 2021,
Oliverio Girondo
Oliverio Girondo

La modernidad, sostiene Beatriz Sarlo (1983), no solo transformó el perfil urbano de las ciudades, sino que, además, propició un marco de experiencia para sus habitantes. De la transformación de Buenos Aires hacia los primeros años del siglo XX existen diversos testimonios que, a su vez, han contribuido a construir la imagen de toda una generación de artistas. En el terreno de la poesía destaca de forma especial la figura de Oliverio Girondo, autor de los Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y uno de los exponentes clave de la primera vanguardia poética argentina.

 

Leer completo en Wall Street International de 28 de Julio 2021

 

domingo, 19 de septiembre de 2021

José Luis Zerón Huguet, autor del poemario "Intemperie"

 

"Cuasi una poética". Por José Luis Zerón Huguet, autor del poemario "Intemperie". Avance de la revista Ágora digital 10/ Ágora-Papeles de Arte Gramático/ El mono gramático, cuadernillo crítico/Fragmentos para una poética/ Septiembre 2021

 


  fragmentos para una poética/Ágora 1o

 

CUASI UNA POÉTICA

 

                   por José Luis Zerón Huguet

 

 

No recuerdo exactamente cuándo me sentí plenamente convencido de que el mundo poético era mi mundo real, pero fue durante mi adolescencia media, aunque antes ya había leído y escrito poesía. Entonces empecé a sentir la mágica extrañeza de un lenguaje nuevo con el que poder expresar la lucha irrefrenable y cíclica de Eros y Thánatos y la necesidad de que ese asombro poético sobreviviese a los envites cotidianos, a las responsabilidades sociales que me imponían mis educadores. Supe que ya no podría desatender nunca la llamada de la poesía ni evadirme de sus mandatos ni rechazar sus recompensas, aunque llegara a ser ignorado e incluso despreciado por entregarme a un arcano tenido por inútil y que para mí era -es- una escuela de tolerancia, exploración personal y goce fraterno.

De modo que me siento, ante todo, un poeta vocacional. Ser y sentirme poeta es mi forma de estar en el mundo y de implicarme en él. Y esto significa que la poesía es para mí una forma de vida, incluso una religión. Se es poeta las veinticuatro horas del día o no se es, aunque uno escriba mucho, o poco (o nada) durante periodos prolongados de tiempo. Pero mi vocación no es proselitista y siempre he procurado que mis incandescencias poéticas (no siempre placenteras y a veces angustiantes) no hostiguen a los demás. Siempre he tratado de expresar mi pasión por la poesía con sinceridad y humildad, pues creo que la humildad no está reñida con la perseverancia y la audacia. Sentirme un poeta vocacional y no un versificador experimentado más o menos virtuoso también supone una total indiferencia por ser aceptado en grupos, bandos y capillas poéticas, lo cual me exime de calcular la rentabilidad mediática que pueda proporcionarme el mérito de la publicación. También evita que me obsesione con la supuesta insignificancia de la poesía en este mundo nuestro hedonista, pragmático, y productivo.  Porque el poeta vocacional siente que está empezando, que acaba de llegar a la poesía. Vive el entusiasmo poético (entusiasmo significa poseído por los dioses), pero no es un profeta ni un elegido por la gracia divina, sino alguien que siente la energía vital de la creatividad, sin grandilocuencias, como algo íntimo, callado (incluso imperceptible) que no tiene nada que ver con vanos exhibicionismos ni gregarismos productivos. Sabe que las destrezas y habilidades acumuladas con el tiempo no le ofrecen ninguna garantía de certidumbre, pues el mal llamado oficio poético depende en gran medida del equilibrio entre lo imprevisto y lo determinado, y solo cuando estas dos nociones contrarias se encuentran y se potencian surge la poesía. De esta manera, el poeta vocacional afirma la incertidumbre y se sitúa a contrapelo, al margen de los que nunca se equivocan, en contra de los convencionalismos y los dogmas que empujan a la autocomplacencia. Se dirige a lo desconocido para hallar -o tantear – lo nuevo, espoleado por el temor y la esperanza entre un amasijo de paradojas. El poeta vocacional que soy abre, pues, todas sus compuertas interiores e intensifica el mundo con una sed de conocimientos nunca saciada. Vive una ebriedad solitaria, pero percibe un sentimiento de pertenencia a un tú, de ahí que trate de conciliar lo individual y lo colectivo. Experimenta, pues, la lúcida transgresión de la rebeldía con la sensibilidad herida a cada paso, en estado de vigilia, sin recluirse en los altares del esteticismo, aunque consciente de que su comunicación con el lector siempre se establece en una situación precaria. 

Escribir poesía, pienso, consiste en revalorizar la vida mediante el contacto con una porción de la realidad que no vemos, situada más allá de las limitaciones sociales. Para ello hay que mirar hacia dentro, explorar nuestros espacios interiores, o sea iluminar la realidad oculta tal como la entendió Rimbaud. Sin pretender enredarme en demiurgias afirmo mi fe en el concepto numinoso del verbo y en el sentido órfico de la palabra como religación del hombre con el mundo, por mucho que les pese a los voceros de la postpoesía, y otros recientes cánones poéticos. Y dicho esto no creo que el poeta, como tantas veces he oído decir, esté desconectado de la vida y desarrolle su obra aislado del mundo. Ante el dilema de elegir entre vivir un aislamiento interior y la necesidad de solidaridad humana, ¿por qué no elegir ambas posibilidades? 

Ese compromiso supremo con el hecho poético no es popular en nuestra sociedad, que etiqueta al poeta como un ser pasivo y decadente que busca la evasión en empresas ilusorias. Ya lo dijo Mallarmé a finales del siglo XIX: “es demasiado alto el precio que el poeta paga a la comunidad. Su práctica no resulta en verdad algo distinto a un lento suicidio, el acto oscuro de alguien que cava sin cesar su propia tumba”. Que la actividad continua del poeta sea percibida como una actitud pasiva o evasiva no es más que el producto de una tópica simplificación que en ocasiones los propios poetas, convertidos en funcionarios de lo sagrado, empeñados en elevar lo bello a ideal político, han ayudado a propagar. El poeta cava sin cesar, cierto, pero no su propia tumba, sino las trincheras en donde poder resistir la realidad lacerante que nos asfixia con sus moralismos feroces y sus consignas brutales. El poeta ha de enfangarse cuantas veces haga falta para rescatar a la poesía de la insulsez, de lo demasiado evidente, del arribismo sensiblero. Así que puestos a citar utilizaré una hermosa sentencia de Octavio Paz: “La poesía no persigue la inmortalidad sino la resurrección".

 

Nuestra sociedad nos empuja a una alocada carrera en la cual el futuro se hace presente inmediato. Captar el instante a través del poema es una de mis mayores preocupaciones.  Persigo lo irrepetible y fugaz, lo luminoso y lo oscuro de lo que es o empieza a ser y de lo que ya fue, la floración y la putrefacción a un tiempo, lo que vive y lo que muere, “el relámpago que gobierna la totalidad del mundo” (Heráclito) cristaliza a veces en el poema; hablo del fulgurante Kairós que nos pone en contacto con lo “maravilloso absoluto” (Schlegel) y que, parafraseando el célebre verso de Ungaretti, nos ilumina de inmensidad. Pero el fogonazo no siempre dona plenitud; a veces también alumbra el mundo con todas sus derivas y zozobras. Es por eso que en mi poesía hay un continuo combate entre la plenitud y el desencanto, el asombro y el escepticismo, la exuberancia y la desolación. Abundan las aliteraciones ásperas, un ritmo crepitante y redundancias y sucesiones de imágenes y analogías que unas veces entran en conflicto y otras se encuentran y fusionan extendiéndose y ramificándose con afirmaciones y negaciones, armonías y discordancias. También prevalecen en mis versos la sinestesia y la metáfora visionaria, y estos se contraen y se expanden en una especie de flujo y reflujo en el que la elipsis, la anáfora y la enumeración (a través de conjunciones o por yuxtaposición) cobran un especial protagonismo. Mis poemas dependen, sobre todo, de la imagen y su movimiento.

 

Mi escritura es una constante seducción de la naturaleza para regresar del exilio al que he sido condenado por perder el vínculo más inmediato con lo salvaje. No me refiero, claro está, al locus amoenus que cantaron los artistas clásicos, ni al paisaje idealizado de los románticos, sino a la naturaleza en riesgo de extinción que en nuestros días se resiste a ser domada, parcelada y esquilmada. Pero la ciudad no está ausente en mi poesía. Lo urbano aparece casi siempre con un trasfondo de naturaleza superviviente: solares, avenidas y edificios de hormigón conviven con jardines y huertos periféricos. Yo canto a la naturaleza amenazada de muerte, como diría el poeta salmantino Aníbal Núñez, ahora que puedo permitirme ese lujo. También busco la belleza, la extenuante e inútil belleza que jamás podremos comprender; esa belleza aterradora y a la vez acogedora, sublime y también subterránea y marginal, de la que tanto habló Dostoievski y de la que emana nuestra fragilidad como seres llamados a la muerte. Vivimos una época crepuscular. El crepúsculo (vespertino y matutino) es la simbolización ambigua del dolor y la resurrección. La luz hay que buscarla desde la sombra, y en esa indagación en lo oscuro se moldea nuestra memoria. Por eso mi poesía también está llena de claroscuros y es elegía e himno auroral. La aurora “crea el instante, que es a la par indeleblemente uno y duradero. La unidad, pues, entre el instante fugitivo e inasible y lo que perdura”. Escribió María Zambrano en De la Aurora, uno de sus mejores libros, que acaso podríamos leer como un inmenso poema en prosa. Y en la misma obra dice: “Qué inmensa soledad la del que no ha contemplado, ni siquiera por una sola vez, la Aurora”.

Para Macedonio Fernández “poeta es saberlo todo”. Yo no lo creo. El poeta, al menos desde mi experiencia, expresa el desamparo del ser en un lugar del que nada sabemos y del que queremos saberlo todo. Afronta lo inefable e incomprensible del hecho poético como un amanecer en tierra extraña. Anda a tientas sin luz o a media luz, sin pautas ni sendas únicas (y a veces hasta sin suelo firme) en una apertura hacia otros espacios. Más allá del resultado, y sin ánimo de dramatizar, no valen las frivolidades cuando escribo poesía: me dejo llevar por el poema al mismo tiempo que ejerzo su control. El trabajo, hondo, tenaz e intenso resulta agotador, es como como andar de continuo en la cuerda floja por encima del abismo. El conocimiento que persigue el poeta es incierto, inagotable, insaciable. 

No me cabe duda de que la única manera de revitalizar la poesía es crear desde el sentimiento primigenio de lo tremendo y lo fascinante, y quien a ella se entrega debe ser capaz de conciliar los contrarios, de aunar razón e intuición, de identificarse con múltiples referencias transversales y contradictorias. Ha de estar dispuesto a correr el riesgo de experimentar grandes vuelos y al mismo tiempo mantener los pies en la tierra. Ha de atreverse a crear nuevas hojas de ruta explorando tierras incógnitas y mares sin balizar. Y para ello no debe renunciar a su carácter inconformista e insaciable. Juan Ramón Jiménez dijo en Política poética “que la poesía es lo único que se salva de la razón y que salva a la razón, porque es más hermosa y superior que ella”. Razón poética la llama María Zambrano. La atención asombrada (la primera sacrificada por esta civilización de la velocidad, como afirmaba Simone Weil) es la condición activa para salir de la rutina estética. La atención a las pequeñas y a las grandes cosas. “No hay poética sin ventana”, asegura Jordi Doce en un hermoso aforismo de su libro Hormigas blancas. El poeta utiliza el microscopio y el telescopio, el zoom y el gran angular. Sabe que el mundo es complejo e inabarcable (y tan maravilloso como bestial), por eso mismo las palabras resultan precarias e insuficientes para abarcarlo, de ahí su conflicto paradójico con el lenguaje. Cuando el poeta trata de sondear lo que Juan de la Cruz calificó como noche oscura del alma y que yo suelo llamar intemperie se siente un extranjero en su propia lengua, y de ese sentimiento de extrañeza y desamparo surge el hecho poético. De ahí que acertadamente el filósofo Gaston Bachelard afirme que la poesía pone al lenguaje en estado de excepción. Hay que vivir el poema como un acontecimiento y aceptar lo inefable e incomprensible del hecho poético. Escribir es andar a tientas sin luz o a media luz. 

¿Puede sobrevivir la poesía en pleno apogeo de las nuevas tecnologías y formatos de comunicación de masas? ¿Puede llegar no solo a seducirnos sino también a engrandecernos? ¿Puede cauterizar heridas? Son preguntas que suelo hacerme y para las que no tengo respuestas seguras. Muy pocos aprecian el valor de la creación poética, su grandeza humilde. Uno quiere pensar que la poesía servirá de salvavidas a las generaciones venideras, pero no sabemos qué será de ella. No podemos saber si en el mundo por venir logrará ser más visible o se diluirá en el tejido social hasta extinguirse por completo. No sé si los lectores del futuro la revitalizarán o la condenarán para siempre. En cualquier caso, en nuestra sociedad neoliberal al borde de un colapso que parece irreversible la poesía sigue estando viva, aunque solo para una minoría sea un modo de vida y una forma de mirar el mundo.

 

 

 


JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET. (Orihuela, 1965). Cofundador y codirector de la revista Empireuma. El día 22 de septiembre de 2021 presentará en Orihuela (Auditorio La Lonja, a las 19.30 h) su nuevo libro, Intemperie (ed. Sapere Aude).

Antes de este, ha publicado, entre otros poemarios:  Sin lugar seguro (Germanía, 2013), De exilio y moradas (Polibea, 2016), Perplejidades y certezas (Ars poética, 2017) y Espacio transitorio (Huerga & Fierro, 2018).  Ha sido incluido en varias antologías, y también en La escritura plural. Antología actual de poesía española (Ars Poetica, 2019). Ha colaborado con ensayos, artículos, cuentos y poemas en revistas nacionales e internacionales. El número 10 de Ágora digital (de pronta publicación) recoge una selección de sus últimos poemas.

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Intemperie

He reunido bajo el título de Intemperie dos libros que pueden leerse cada cual por separado o como un solo bloque, pues creo posible una puesta en diálogo de sus distintos tonos y registros. 

   El primero es una versión actualizada de mi poemario Solumbre, escrito y publicado en 1993 en la colección Almenara de la Asociación Cultural Ediciones Empireuma y hoy absolutamente descatalogado. En agosto de 2019 se despertó mi vena juanramoniana y me dio por reformar este libro después de hacer una relectura rigurosa del mismo con fines a una futura reedición. Para ser sincero, he de precisar que no fue un arrebato sino un proyecto al que venía dándole vueltas desde meses antes. ¿Lo que hice fue una reescritura de Solumbre o un libro nuevo? Yo diría que lo segundo. 

   El vértigo y la serenidad, segundo libro de este volumen, no fue concebido inicialmente como un poemario. En 2017 se me ocurrió agrupar bajo un título mis poemas publicados en revistas literarias, suplementos culturales, blogs, antologías y plaquettes, más el añadido de varios inéditos recientes. También aquí hay una labor de reelaboración, pero mucho menor que en Solumbre. El vértigo y la serenidad abarca, pues, los claroscuros de algo más de veinte años de mi vida. 

   En cuanto al título de este volumen, he escogido una palabra que aparece profusamente en toda mi obra poética, como saben los que han seguido mi trayectoria hasta ahora y como podrán comprobar quienes tengan la bondad de leer estos poemas.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Impuesto ecológico a los viajes en avión.

 

Impuesto ecológico a los viajes en avión

El Gobierno ha comunicado a Bruselas que implantará un impuesto ecológico a las compañías aéreas para reducir el impacto medioambiental de los transportes en avión.

Apuesta por combatir el cambio climático

El Gobierno de España ha dado a conocer más información sobre su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Este documento, que ha sido enviado a la Unión Europea, contiene más de 30 medidas que consistirán en realizar importantes reformas en diferentes sectores con el fin de ser beneficiarios de la ayuda de los 140.000 millones de euros que se darán a España para paliar la pandemia de coronavirus

Una de estas medidas está relacionada con la reforma del sistema impositivo para adaptarlo a la realidad actual y al problema de la crisis del cambio climático. En este sentido, sus propuestas se encaminan a reforzar la fiscalidad medioambiental, además de otras medidas como la imposición del impuesto de patrimonio o un porcentaje base para el impuesto de sociedades.

En cuanto a esta fiscalidad ecológica, el Gobierno ha trabajado en varias medidas para igual para progresiva fiscalidad sobre la gasolina o el diesel con la necesidad de  “revisar la fiscalidad del sector aéreo para actuar sobre las emisiones”. La mayor parte de estas reformas deberán ser analizadas por un comité de expertos, por lo que no se prevé su implantación para antes de febrero de 2022.

Una reforma pendiente de ejecución

En el documento enviado a Bruselas se pone de relieve la importancia de la fiscalidad ecológica, ya que según explican, al potenciar la fiscalidad verdes, no solo se contribuye a incrementar conductas más eficientes, sino que también puede ayudar a reducir el peso fiscal sobre otro tipo de impuestos, como aquellos que se gravan sobre el trabajo y la actividad económica.

 

De este modo, el Gobierno vuelve a impulsar una medida ya presentada a inicios de 2020 sobre la fijación de un impuesto para gravar el uso del transporte aéreo. En el documento el ejecutivo justifica esta medida argumentando que la aviación produce emisiones de gases de efecto invernadero que van en crecimiento de forma continua en los últimos años y que, según las últimas estimaciones, se señala un aumento exponencial si no se toman medidas de contención.

El documento también destaca que el sector aéreo sigue siendo uno de los que más incrementa estas emisiones de gases de efecto invernadero, y por ello es necesario implementar medidas económicas para reducir las externalidades negativas que proceden de este tipo de transporte.

¿Cuánto contamina viajar en avión?

Según un reciente estudio, un viaje en avión emite alrededor de 285 gramos de CO2 por pasajero y kilómetro. Por ejemplo, en un vuelo de Barcelona a Madrid se emitirían 150 de Dióxido de Carbono por viaje. Si se tratara de un vuelo entre Madrid y Chicago, se emitirán más de 1.000 kilogramos de CO2 a la atmósfera. Mientras que el coche emite 104 gramos de CO2 por kilómetro y pasajero, la motocicleta 72 y el tren 14, el avión es el más contaminante de todos al emitir 285 gramos de CO2 por kilómetro y pasajero.

El efecto que tiene esto en el medio ambiente es el siguiente: por cada tonelada de CO2 que se emite en la atmósfera se derriten aproximadamente tres metros cuadrados de casquete polar ártico. En este sentido, en un viaje entre París y Las Palmas de Gran Canaria, se produce el deshielo de 5 metros cuadrados de casquete polar por cada uno de los pasajeros

¿Existen países que regulen los vuelos de corta distancia?

Por el momento no existe ningún país que haya regulado los vuelos de corta distancia, aunque algunos partidos políticos ya lo han pedido en países como Holanda y Francia. Ciertos partidos de corte ecologista ya han solicitado que se prohíban los vuelos cuyo recorrido se pueda realizar en menos de tres horas en tren.

Desde la sociedad civil existen colectivos que se niegan a viajar en avión para no contribuir al cambio climático, como el colectivo Stay Grounded, con los pies en la tierra, del Reino Unido. También existe otro colectivo como Flygskam en Suecia cuyo significado es vergüenza a volar.

Hay más maneras para cuidar el medio ambiente y consumir energía de manera más sostenible. Ten en cuenta que siempre puedes reducir tu consumo y que existen proveedores de energía sostenibles, puedes comparar los diferentes proveedores aquí.

Enviao por Carlota Albalá

Fuente: https://www.companias-de-luz.com/