Me desperté, me levanté, salí a la calle, y en una esquina estaba ella sentada en un banco del parque con abrigo azul y un paraguas rojo, y un caniche blanco, hacía frío, era el mes de marzo. Hablamos y me enamoré de sus hermosos ojos, de sus ojos violetas bajo unas cejas perfectamente depiladas. Sus espectaculares ojos tenína un toque de rímel azulón era lo único que se le veía porque llevaba la mascarilla. Hablamos del tiempo y de cosas mundanas, su timbre de voz femenina era armoniosa como una ninfa. La acompañé hasta la farmacia para comprar unos medicamentos. Después fuimos a una terraza del Ópalo de la plaza de La Viña a tomar un café, porque no se podía entrar en los bares. Su perrito no paraba de olfatear mis zapatillas deportivas. La dejé en la puerta de su casa me dijo que nos veríamos mañana a la misma hora. Sin embargo, al día siguiente no pude verla porque no me desperté, porque yo ya llevaba cinco meses muerto por culpa del coronavirus.
Ramón Palmeral
Alicante, 4 de marzo de 2021