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sábado, 27 de marzo de 2021

11 Poemas surrealistas de los poetas más representativos


11 Poemas surrealistas de los poetas más representativos

Los poemas surrealistas son aquellos provenientes de la época en la que surgió el movimiento del surrealismo, el cual se originó en Francia gracias al dadaísmo y el poeta André Breton.

El término “surrealismo” lo acuñó por primera vez Guillaume Apollinarie en el año 1917, que según el francés, la etimología representa “por encima o sobre el realismo”; lo que significa que es algo que va más allá de lo real, como por ejemplo una pintura en la que se retrata un hombre sólo utilizando frutas. Sin embargo, el tema central de la entrada son los poemas del surrealismo, por lo que sólo mencionaremos algunas de sus características más representativas antes de continuar con el listado de los mismos.

En el campo de la literatura, este movimiento (al igual que la mayoría) se consideró una revolución que cambió la forma de utilizar el lenguaje y aportó técnicas para componer las obras que no existían en la antigüedad. Por lo que todos los géneros literarios (poesía, ensayos, teatros, entre otros) se vieron realmente beneficiados.

  • Los autores del surrealismo prescindieron de la métrica, para usar al versículo.
  • Se abarcaron temas más humanos, tanto en lo psicológico como en lo social.
  • El lenguaje cambió con el hecho de que los autores eran capaces de utilizar nuevos léxicos para las nuevas temáticas a tratar; mientras que la retórica fue complementada con técnicas de expresión.

Listado con los poemas surrealistas más representativos

En la época que comprendía los inicios del siglo XX, aproximadamente por el año 1920, surgió una gran cantidad de poetas del surrealismo con obras verdaderamente increíbles. Inicialmente encontramos a André Breton (el precursor de esta revolución), pero no por ello podemos dejar a mencionar a otros exponentes del movimiento como Paul Éluard, Benjamin Péret, Federico García Lorca, Louis Aragon, Octavio Paz, Guillaume Apollinaire, Philippe Soupault, Antonin Artaud, Olivero Girondo y Alejandra Pizarnik; de los cuales extraeremos algunas de sus obras más destacadas.

«El Espejo De Un Momento» — Paul Eluard

Disipa el día,

muestra a los hombres las imágenes desligadas de la apariencia,

quita a los hombres la posibilidad de distraerse,

es duro como la piedra,

la piedra informe,

la piedra del movimiento y de la vista,

y tiene tal resplandor que todas las armaduras

y todas las máscaras quedan falseadas.

 

Lo que la mano ha tomado ni siquiera

se digna tomar la forma de la mano,

lo que ha sido comprendido ya no existe,

el pájaro se ha confundido con el viento,

el cielo con su verdad,

el hombre con su realidad.

«Allo» Benjamin Péret

Mi avión en llamas mi castillo inundado de vino del Rhin
mi ghetto de lirios negros mi oreja de cristal
mi roca rodando por el acantilado para aplastar al guarda rural
mi caracol de ópalo mi mosquito de aire
mi edredón de aves del paraíso mi cabellera de espuma negra
mi tumba agrietada mi lluvia de langostas rojas
mi isla voladora mi uva de turquesa
mi colisión de autos locos y prudentes mi arriate silvestre
mi pistilo de cardillo proyectado en mi ojo
mi bulbo de tulipán en el cerebro
mi gacela perdida en un cinema de los bulevares
mi cofrecillo de sol mi fruto de volcán
mi risa de estanque oculto donde se ahogan los profetas distraídos
mi inundación de casis mi mariposa de morilla
mi cascada azul como una ola de fondo que hace nacer la primavera
mi revólver de coral cuya boca me atrae como la boca de un pozo reverberante
helado como el espejo en que contemplas la huida de los colibríes de tu mirar
perdido en una exposición de lencería enmarcada de momias te amo

 

«Tengo algo que decir me digo» — Federico García lorca

Tengo que decir algo me digo
Palabras que se disuelven en la boca
Alas que de repente son percheros
Donde el grito cae crece una mano
Alguien mata nuestro nombre según libro
¿Quién le arranco los ojos a la estatua?
¿Quién colocó esta lengua alrededor del
Llanto?

Tengo algo que decir me digo
Y me hincho de pájaros por fuera
Labios que caen como espejos Aquí
Allá dentro las distancias se reúnen
Este norte o este sur son un ojo
Vivo alrededor de mí mismo

Estoy aquí allá entre peldaños de carne
A la intemperie
Con algo que decir me digo

 

Carlitos Místico — Louis Aragón

El ascensor descendía siempre hasta perder aliento

Y la escalera subía siempre

Esta dama no entiende lo que se habla

Es postiza

Yo que ya soñaba con hablarle de amor

Oh el dependiente

Tan cómico con su bigote y sus cejas

Artificiales

Dio un grito cuando yo tiré de ellos

Qué raro

Qué veo Esa noble extranjera

Señor yo no soy una mujer liviana

Uh la fea

Por suerte nosotros

Tenemos valijas de piel de cerdo

A toda prueba

Ésta

Veinte dólares

Y contiene mil

Siempre el mismo sistema

Ni medida

Ni lógica

Mal tema

 

«Acabar con Todo» — Octavio Paz

Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.

Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.

«Avion» — Guillaume Apollinaire

¿Qué habéis hecho, franceses, con Ader el aéreo?
Una palabra era suya, ahora ya nada.

Aparejó los miembros de la ascesis,
en la lengua francesa entonces sin nombre,
y luego Ader se torna poeta y los llama avión.

Oh pueblo de París, vosotros, Marsella y Lyon;
todos vosotros, ríos y montañas francesas,
habitantes de ciudades y vosotros, gentes del campo…
el instrumento para volar se llama avión.

Dulce palabra que habría encantado a Villon;
los poetas venideros la pondrán en sus rimas.

No, tus alas, Ader, no eran anónimas
cuando llegó el gramático a dominarlas,
a fraguar una palabra erudita sin nada de aéreo
donde el pesado hiato y el asno que le acompaña (aeropl -ane)
componen una palabra larga, como un vocablo de Alemania.

Se requería el murmullo y la voz de Ariel
para denominar el instrumento que nos lleva al cielo.
El quejido de la brisa, un pájaro en el espacio,
y es una palabra francesa que pasa por nuestras bocas.

¡El avión! Que suba el avión por los aires,
que planee sobre los montes, que atraviese los mares
y aún más lejos se pierda.

Que trace en el éter un eterno surco,
pero guardémosle el nombre suave de avión,
pues de ese mágico mote sus cinco letras hábiles
tuvieron la fuerza de abrir los cielos móviles.

¿Qué habéis hecho, franceses, con Ader el aéreo?
Una palabra era suya, ahora ya nada.

«Hacia la noche» — Philippe Soupault

Es tarde

En la sombra y en el viento

Un grito asciende con la noche

No espero a nadie

A nadie

Ni siquiera a un recuerdo

Hace ya tiempo que pasó la hora

Pero ese grito que lleva el viento

Y empuja hacia adelante

Viene de un lugar que está más allá

Por encima del sueño

No espero a nadie

Pero aquí está la noche

Coronada por el fuego

De los ojos de todos los muertos

Silenciosos

Y todo lo que debía desaparecer

Todo lo perdido

Hay que volver a encontrarlo

Por encima del sueño

Hacia la noche.

 

«Noche» — Antonin Artaud

Los mostradores del cinc pasan por las cloacas,
la lluvia vuelve a ascender hasta la luna;
en la avenida una ventana
nos revela una mujer desnuda.

En los odres de las sábanas hinchadas
en los que respira la noche entera
el poeta siente que sus cabellos
crecen y se multiplican.

El rostro obtuso de los techos