(Retrato al óleo de Gaspar Peral Baeza, por Palmeral 2006)
Un dulce hasta siempre por Gaspar Peral
Hoy, mientras en el camposanto de Alicante despedimos a Gaspar Peral Baeza con golpes de tierra y paladas de silencio, me esfuerzo en recordar cuándo, cómo y dónde nos conocimos; cuándo, cómo y dónde conocí a uno de los hombre que más he admirado en esta ciudad y que ha estado presente en cualquier manifestación cultural celebrada en los últimos 80 años en esta tierra. Les hablo de una presencia constante, leal y entusiasta. Y ese simple detalle de amor a la cultura dice mucho, casi todo, de un hombre al que comencé a querer sin darme cuenta; un hombre que supuso para mí, como para tantos otros, el apoyo más firme a la hora de realizar mis investigaciones sobre Miguel Hernández; de modo que, en buena medida, mis libros se deben a él y al prodigioso archivo que logró edificar sobre el poeta durante los últimos 68 años.
Pero Gaspar, para quienes le conozcan algo menos, no era solo un recolector de hojas hernandianas, de palabras y objetos del poeta o sobre el poeta, que lo fue. Gaspar Peral ha sido una parte clara, luminosa y viva de la cultura de esta ciudad, un referente sin el que la historia de Alicante quedaría incompleta y minusválida.
Nació en Alicante el 21 de diciembre de 1924. Se licenció en Derecho por la Universidad de Murcia y se dedicó al mundo empresarial, aunque pronto, en 1954, fundó el Teatro de Cámara del Instituto de Estudios Alicantinos y de la Tertulia Teatral de Alicante. Fue teniente alcalde y concejal de cultura de su ciudad entre 1961-1967, y miembro del Instituto de Estudios Alicantinos, ejerciendo de presidente de la Sección de Publicaciones (1968-1973) y de secretario técnico (1973-1974). Lo cierto es que, desde muy temprano, Gaspar sintió una verdadera pasión por la cultura y, en especial, por el teatro. Él mismo confiesa que de pequeño acompañaba a su padre al Teatro Principal todos los domingos y que, probablemente, ahí nació su afición; una afición que le llevó a escribir varias obras, entre ellas, Cartas en voz alta, creada en colaboración con su tío Lorenzo Peral, y con la que consiguió el primer Premio de Teatro Manuel Baeza en 1955. Más tarde publicó Un rincón donde dormir. La emisora La Voz de Alicante puso en antena su drama El reloj no vuelve atrás, escrito en colaboración también con Lorenzo Peral (1958). Participó en los coloquios que, en 1955 se celebraron en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de Santander, sobre «Problemas actuales del teatro de España» y fue el encargado de los actos conmemorativos del I Centenario del nacimiento de Carlos Arniches en 1966.
También es bueno recordar que durante su etapa de subdirector de la revista del Instituto de Estudios Alicantinos, Gaspar Peral promovió la publicación de artículos, ensayos y reseñas relacionadas con Miguel Hernández; de hecho, la abundante correspondencia con reconocidos estudiosos hernandianos propició que en esa revista se avanzaran importantes estudios. Asimismo fue responsable de la edición de los Cuentos de Gabriel Sijé (1972) y, sobre todo, del ensayo La decadencia de la flauta y el reino de los fantasmas (1973), trabajo de Ramón Sijé que permanecía inédito. «Fue como una autoimposición -confesó alguna vez el propio Gaspar- (?). Me sentí obligado a cumplir lo que Miguel, desgraciadamente, no pudo llevar a cabo...»
No voy a insistir aquí en que Gaspar Peral llevaba muy adentro, desde su juventud, allá por 1949, la pasión por la obra y la vida del poeta de Orihuela. Ese mismo año se casó con Adela Ribelles en la concatedral de San Nicolás. Era un 30 de octubre (día en el que nació Miguel Hernández) y la ceremonia fue oficiada por el padre Vendrell (sacerdote que vigiló con celo los últimos días del poeta en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante). Ironías del destino. Desde esa fecha, su casa se fue convirtiendo en un santuario hernandiano donde era difícil no encontrar el más extraño libro o artículo sobre Hernández. Él, todo humildad, siempre se adelantaba a aclarar que su archivo era el producto de un enamorado de la obra del poeta, pero nada más: «Yo no he estudiado al poeta más universal Miguel Hernández, lo he coleccionado (?), me he limitado a leerlo, a entusiasmarme con su poesía y volver a releerlo todos los días, casi».
Gaspar Peral Baeza ha sido uno de los hombres más generosos que he podido conocer. Allí, en su casa, en La Torre de las Águilas, entre el asfalto y la leyenda, desde la muerte de su esposa en 1988, hizo de la soledad una de sus mejores compañeras de viaje. Además de sus tres hijos biológicos, Francisco, Gaspar y Adela, la vivienda de Gaspar ha sido hasta hace poco un punto de peregrinaje para esos otros hijos que con el pretexto de consultar algún documento hernandiano, nos alimentamos de su bondad, de su sabiduría, de su descomunal corazón.
Hace apenas cuatro años, la Universidad Miguel Hernández de Elche, a petición de su Cátedra Miguel Hernández, concedió a Gaspar el Premio Cátedra Institucionales del Consejo Social, convirtiéndose así en el primer especialista en el poeta en recibir este reconocimiento. También en 2013, el Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert publicó un libro ya imprescindible para cualquier investigador hernandiano, El Archivo Miguel Hernández de Gaspar Peral Baeza, volumen de 400 páginas que detalla los miles de documentos que contienen sus fondos. El 24 de febrero de 2015, este mismo organismo, en colaboración con la Fundación Cultural Miguel Hernández, inauguraba una merecidísima exposición dedicada a él y a su vida: «Miguel Hernández y Alicante en el Archivo de Gaspar Peral Baeza»; una muestra que pudo disfrutar como un niño feliz.
Cuando el pasado 15 de noviembre inauguramos en Orihuela el IV Congreso Internacional Miguel Hernández, muchos sabíamos que algo no sería igual. Gaspar no había faltado nunca a esa cita, pero esta vez, la enfermedad y una fractura de cadera fatal e inesperada, impidió su presencia.
El pasado jueves 21 de diciembre, al tiempo que cumplía 93 años y a la hora exacta en que entraba el invierno, Gaspar Peral apagó definitivamente los ojos. Hoy (por ayer) le hemos dicho adiós (o hasta siempre) en el cementerio alicantino donde reposan también los restos del poeta de su devoción. Hemos escuchado el silencio; un silencio de respeto profundo. Y al final, los versos de Miguel han caído lentos, sedosos, leves (como un sudario) sobre la frente calla de Gaspar en la voz de Aitor Larrabide, con el susurro amigo de Francisco Esteve Ramírez, con el alma y el aliento de quienes tuvimos la suerte de tenerlo cerca, de sentir su abrazo:
Sigo en la sombra, lleno de luz; ¿existe el día?
¿Esto es mi tumba o es mi bóveda materna?
Pasa el latido contra mi piel como una fría
losa que germinara caliente, roja, tierna.
Es posible que no haya nacido todavía,
o que haya muerto siempre. La sombra me gobierna.
Si esto es vivir, morir no sé yo qué sería,
ni sé lo que persigo con ansia tan eterna.
(Miguel Hernández)