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miércoles, 13 de enero de 2021

Acerca de Valente, por José Manuel Caballero Bonald. ilustración de Ramon Palmeral

 

ACERCA DE VALENTE, por José Manuel Caballero Bonald

 


ACERCA DE VALENTE

Entre la veintena de libros de cuya relectura me ocupo desde hace años figura el primer volumen de las 'Obras completas' de José Ángel Valente (Galaxia Gutenberg, 2006), donde se recogen todos sus libros de poesía publicados. Releer a Valente es una actividad que indemniza de no pocas lecciones deficientes. En efecto, su poesía siempre tiene algo de remuneradora, de avecindada en una situación límite a partir de la cual sólo hay un silencio poblado de compensaciones sensitivas. Pienso que Valente fue decantando libro a libro su propia tradición. Se valió para ello de un censo de saberes universales que fue adecuando metódicamente a su empresa poética. Todo un arduo proceso de exclusiones y apropiaciones, una lúcida tarea selectiva conducente a esa última independencia que lo mantuvo como enemistado con su propia inclusión en la historia lineal de la literatura. Basta revisar su 'Diario anónimo' (2011) para corroborar hasta qué punto el poeta rechazó toda adherencia de cánones preestablecidos e hizo de la reflexión intelectual y del oficio de lector un sistema impecable para la formulación de sus propias ideas estéticas. Algo de todo eso quedó consignado ejemplarmente en sus ensayos, reunidos sobre todo en'Las palabras de la tribu' (1971), 'La piedra y el centro' (1982) y 'Variaciones sobre el pájaro y la red' (1991). Los paulatinos despojamientos de la obra de Valente, las deliberadas pérdidas ornamentales, la palabra reducida paso a paso a su más iluminadora desnudez, la perplejidad cognoscitiva generada por la propia estructura poética, pueden ser otros tantos aparejos formales de una poesía que se ha ido identificando con su difícil tendencia a la esencialidad. La evolución fue desde luego tan coherente como sistemática: de la palabra explícita, informadora, a la palabra elusiva; de la lógica verbal al hermetismo regenerativo de un lenguaje que se reinventa a sí mismo. "La poesía lleva el lenguaje a una situación extrema", diría el propio poeta. En esa misma esfera de la lucidez teórica de Valente, hay que referirse a su alianza con la poética del silencio, por supuesto que en su más sutil afirmación de que el texto escrito genera unos significados que permanecen a veces en silencio y conectan de pronto con nuevas percepciones sensibles. Es lícito aceptar que lo que el poeta dice vale tanto como lo que no dice. Pero ese no decir en poesía, como ocurre en la música, puede contener -contiene de hecho- una expresividad particularmente intensa. Es el espacio en blanco, el punto cero de la locución. "Toda palabra poética ha de dejar al lenguaje en punto cero, en el punto de la indeterminación mínima, de la infinita libertad", afirmaría alguna vez el poeta. Es posible que ese texto tácitamente verbalizado, esa especie de libre sugerencia conceptual, sea realmente uno de las más notorias constantes semióticas de la poesía de Valente. De una poesía que se asoma a veces a una sima donde la razón más que una facultad que valga como método indagatorio, es ya reemplazada por la percepción inmanente de lo oculto: lo que Octavio Paz llamaba "la visión de la no-visión" y define en muy buena medida lo que puede tener de visionario el acto poético. La impregnación mística, esa extrema apelación a una plenitud no necesariamente vinculada a la divinidad, concuerda con la idea de que la poesía permite acceder a unas nociones previamente desconocidas, sólo descubiertas por una expresa conjunción verbal. Desde su excelente prólogo a la 'Guía espiritual' de Miguel de Molinos a sus sondeos extraordinariamente develadores en la poesía de Juan de la Cruz, Valente va a otorgar a la indagación interior un sentido creativo esencial. Una heterodoxia reflexiva que conecta, aparte de con la mística cristiana, con los sufís musulmanes y el budismo zen, es decir, con ciertos referentes ultrasensibles del conocimiento: algo asociado de algún modo a la práctica de "la contemplación del muro". Creo que por ahí habría que buscar uno de los ingredientes básicos de la última fase poética de Valente, aquella en que la interiorización llega a la hermética linde del silencio, al secreto no decir, a la "visión mental" de la experiencia mística, al "entender no entendido" de Juan de la Cruz. Cualquier estorbo retórico queda desplazado por la limpieza de los significantes verbales. A partir de ahí, se llega a un territorio simbólico donde la poesía también incumbe taxativamente a una "situación extrema" del lenguaje, a la plenitud de los límites. / 

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD