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miércoles, 2 de diciembre de 2020

Almería, ciudad espiritual del sufismo, por Manuel Cuenya

 

sábado, 25 de agosto de 2018


Continúo con mi periplo almeriense, entre el mar y el desierto (único en toda Europa), bajo una luz dorada, embriagadora. 
En mi primera etapa, si tal puede decirse, con el descubrimiento del narrador, ensayista y poeta Juan Goytisolo, gran conocedor del mundo árabe. No en vano hablaba árabe, el árabe dialectal con el que se cuentan los cuentos de las mil y una noches, amén de otros cuentos, en la Xemáa-El-Fna, la plaza marrakchí que él convirtiera en patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad. 


Y en una segunda (mi reciente viaje durante la pasada Semana Santa) con otra revelación, en este caso el intelectual y poeta ourensano José Angel Valente (Galicia ha dado y sigue dando grandísimos escritores, me fascina, León también), cuya vida y obra me está procurando una inmensa alegría: descubrir su cosmopolitismo (Ginebra, París, Oxford, profesor visitante en Estados Unidos...), su Misticismo, su Humanismo (era un sabio renacentista) y su pasión por Almería, gracias a su amigo Juan Goytisolo. 
Nopalitos almerienses


Descubrir sus letras, su poesía marina y luminosa. "El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es color, es tan sólo la luz. Y la luz sucedía a la luz en las láminas de tenue transparencia. El cabo baja hacia las aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento, la perfección del sacrificio, delgadez de la línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá, los dioses y los mares. Siempre. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cultura, a tus labios mojados por el tiempo, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. El descenso afilado de las piedras hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el vicio de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada". Sublime, Valente. 
Calle Valente

Al parecer, Almería llegó a ser uno de los principales centros del sufismo esotérico de Al-Andalus, una metrópoli espiritual de todos los sufíes españoles. El sufismo como senda espiritual. Danzar a ritmo sufí como un derviche giróvago hasta alcanzar el éxtasis, entrar en trance, levitar. Elevarse literalmente del suelo girando como una peonza durante varios minutos, mientras se activan las endorfinas (opiáceos endógenos). Una espiritualidad deudora, en todo caso, de la bioquímica, la neuroquímica, la neurociencia. 
El espíritu como una suerte de energía. La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, ¿en qué? 

Ansío ser espiritual, cada vez más. Aunque no creo en ninguna religión. Y el sufismo es, si no me equivoco, una suerte de misticismo islámico. Y el Islam (como todas las religiones, en verdad) ya sabemos cómo se las gasta. 
Trepando a la Alcazaba

La figura de Valente me ha ayudado a reflexionar, una vez más, acerca de lo espiritual, lo religioso, la luz y el mar almerienses, en cuyo Cabo de Gata (Cabo de las Ágatas) viviera, hace algunos años, otro descreído (harto combativo sobre todo contra el islamismo, "es la religión más imbécil de todas", llegó a decir) llamado Michel Houellebecq, el enfant terrible de la literatura francesa contemporánea, quien fuera invitado, hace años, por el Club Leteo (qué grande primo poeta Rafa Saravia) a León. De la mano también de otro iluminado, Fernando Arrabal ("el milenarismo ha llegado...").

Sobre estos dos fenómenos podrías contarnos muchas historias, amigo Rafa. 
Cerro Alfaro-Tabernas

Mientras tanto, prosigo con Valente, enamorado de la Alcazaba, el desierto de Tabernas (el cerro Alfaro como emblema cinematográfico, esto me lo dice una oriunda), el Cabo de Gata (La memoria y la luz), incluida la bella y sugerente isleta del Moro, cuyas palabras me cautivan, me hipnotizan, siempre a ritmo sufí, acaso para no perder el ritmo, la musicalidad de las palabras, su carnalidad. Y aun su espiritualidad. "El sol caía del otro lado de la Alcazaba. Descendían las nubes como interminables pájaros de fuego más allá de las cuevas de las palomas. Todo era puro espacio de la mirada que, en realidad, no existe, sino que resulta una invención de visibles...Y nada hay en este espacio, sino fuego y líneas de color extremado... Quisiéramos crear una palabra, una sola palabra, que fuese igual a este espacio quieto e infinito donde, sin embargo, el mundo muere y nace al otro lado de su propia imagen...
Muralla Jairán y cerro de San Cristóbal



 Hemos seguido el sol desde hace mucho, desde el comienzo de los tiempos, dicen. Lo hemos seguido. Se va más allá, del otro lado de sí, se sume en el costado opuesto de la luz, herido por la lanza. Cáliz, este espacio de fuego, grial de sangre, donde humillo mis fauces. Inexhausto... Estos terrados, de la vieja ciudad, que encuadran el remate del patio de luces en la vivienda almeriense tradicional, sirvieron antaño para múltiples usos. Se utilizaban como pajareras para la cría de palomas, según aún se hace ahora, pero también para la simple cría de gallinas y pollos, como abajo el sótano -provisto de pila y aljibe- podía ser espacio ritual de la familiar matanza... El terrado es un elemento vivo y fuerte, muy fuerte, de la habitación humana en el oriente andaluz. Cierra la casa o la cubre, pero también la descubre o abre hacia lo celeste, como se abre la palma para recibir la soberana luz. Subamos, pues, a la azotea o terrado para que el visitante, nuestro amigo, vea en el crepúsculo el rápido vuelo cruzado de los vencejos. Desde allí se avizora un paisaje urbano de blancas casas cúbicas y terrados planos, la piedra y la tierra desecada por el sol y por la miseria del cerro de San Cristóbal, la Alcazaba al poniente. 
Tetería Almedina-Almería

La luz, la naturaleza, las techumbres, las viviendas mismas pertenecen a otra geografía, a otra cultura. En el corazón de la ciudad vieja, desde lo alto, nos soñaríamos sin dificultad en algún lugar del Magreb... Cuando escribo estas líneas tengo ante mí la silueta de la Alcazaba de Almería en la luz, ya un poco vencida, de la tarde. En los terrados vecinos un grupo de hombres jóvenes regula con silbidos el vuelo de una bandada de palomas con las alas pintadas.. En ésta (la Alcazaba) o en sus aledaños debió de nacer el futuro maestro de espirituales, para el que su padre había escogido el oficio de tejedor. Y de algún modo lo fue: tejedor de más sutiles y delicadas tramas. 


Almería 

“La ciudad de Almería era en aquella época -escribe Asín Palacios- el principal foco del sufismo esotérico de Alandalus […]. Al comenzar el siglo VI de la hégira, en plena dominación almorávide, Almería vino a ser la metrópoli espiritual de todos los sufíes españoles.”... Tierras éstas, ya entonces recónditas y extremas, de monjes y de místicos (como la Tebaida berciana, agrego)... Entre la Alcazaba y la azotea donde escribo vuela en amplios círculos una bandada de palomas con las alas pintadas. La luz se reduce hacia el poniente. Tales hombres habitaron este mismo lugar. Acaso, de algún modo, lo habitan todavía. O acaso, digo, nosotros escribimos aún sobre sus respiraciones sumergidas, sobre las tenues, no visibles membranas de su espíritu, sobre la latitud de su resurrección".
Almería
Almería, llena de luz y belleza, como una prolongación natural del espacio marroquí (ambiente, teterías y restaurantes asegurados) me devuelve a mi tierra del Bierzo, a mi Tebaida de Gistredo. Y aun a la Tebaida del Silencio. Y la de Peñalba. Pero también, con sus cortijos y ermitas abandonadas, con sus cactus y nopalitos, me hace fabular con México, ese otro país que me trastocó para siempre. Y al que deseo volver en algún momento.  

Esos paisajes almerienses que me hacen pensar, de un modo inevitable, en las imágenes de Rulfo (fotógrafo y escritor), de ese México profundo, telúrico, misterioso. 
Molino de viento en Cabo de Gata

Como misterioso y extraño se le antoja el Cabo de Gata (Ágata, precioso nombre) a otro ilustre escritor leonés, Andrés Trapiello, de la saga de los Trapiello, entre los que también están el ingenioso Pedro Trapiello  (su Cornada de lobo es de lectura obligatoria) y Andrés Martínez Trapiello (Trapi, narrador y fotógrafo, que aparece como cura en Viene una chica, de  nuestro querido paisano Chema Sarmiento). 
Misterioso Cabo de Gata, poblado por molinos de viento, que se asemejan a los gigantes manchegos que alucinara Don Quijote en sus andanzas y desventuras por nuestra España cervantina, incluso por nuestras montañas leonesas. De Almería a León sólo hay un pasito. Es cuestión de asomarse a la ventana del mundo