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miércoles, 4 de noviembre de 2020

El día que conocí a Ava Gardner. En España. Manuel Vicent /El País. Antes de que fuera de pago

 

Ava Gardner y Lola Flores, en Madrid en noviembre de 1960.


Ava Gardner y Lola Flores, en Madrid en noviembre de 1960.RP / EL PAÍS

Manuel Vicent viaja a las noches de cine y sangre del franquismo

La novela ‘Ava en la noche’ cruza las sombras de Gardner y Jose María Jarabo en Madrid, una ciudad “con lapos en las aceras y seres galácticos” en la que aterriza a inicios de los sesenta un joven valenciano 

Gregorio Belinchón 

Madrid - 03 jun 2020 - 00:30 CEST


Manuel Vicent solo vio una vez a Ava Gardner. Fue en el Oliver. “Entramos y alguien dijo que la actriz estaba en el sótano. Sería hacia 1965 o 1966, cuando estaba ya a punto de mudarse a Londres", recuerda el escritor (La Vilavella, 84 años). “Iba rodeada de gente, que seguramente serían Carlitos Larrañaga y Jorge Fiestas. Pero yo no le di mucha importancia porque el mito de Gardner ya estaba desactivado a esas alturas. Y eso que con subir con ella en el ascensor del Hilton algunos redactaron obras maestras de la imaginación”.

Con el recuerdo de “aceras de Madrid llenas de lapos de día y que por la noche pisaban seres galácticos”, Vicent ha escrito Ava en la noche (Editorial Alfaguara), que se sustenta en un enorme macguffin, el de la vida juerguista en Madrid de la actriz estadounidense, a cuya caza se lanza el protagonista, un veinteañero valenciano llamado David Arnau. “Ella es el símbolo de lo inalcanzable. Los dos niños amigos buscan en las ruinas del balneario el mosaico de una diosa desnuda, años después el protagonista se pasea por los escombros de la España franquista tras otra deidad”, reconoce el escritor. Nadie logrará su objetivo, por más que David lo intenta, dibuja la novela, en un “Madrid que de noche olía a Ava Gardner, cuyas juergas clandestinas estaban adornadas con atracos y asesinatos de altura”. Como apostilla el libro, en la ciudad “no estaba Sartre, pero sí Gardner”, aunque era la capital de una España gobernada por “un galápago al que le gustaban los pasteles de sangre”.

A la vera de Arnau, Vicent retrata a la fauna de la época: la cinematográfica y literaria (Neville, Berlanga, Mihura, Azcona) y la extranjera dada a la vida disoluta (Orson Welles, Ernest Hemingway, Jean Negulesco, Bette Davis, Gardner) y sus adláteres (Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, todo tipo de cantaores y bailaoras…). Ese Madrid de inicios de los sesenta se mueve al son de Gardner (“Una corza inalcanzable”) sin olvidar sus episodios más oscuros, como el cuádruple crimen cometido en 1958 por José María Jarabo Pérez-Morris, estafador de buena familia que se cree inalcanzable, o las ejecuciones con garrote vil de condenados por la dictadura franquista. En Ava en la noche, Arnau asiste en Valencia al chapucero ajusticiamiento en mayo de 1959 de la envenenadora Pilar Prades Expósito, en el que el verdugo no estuvo muy ducho y hasta sufrió un ataque de epilepsia. Ese horror le sirve a Arnau para escribir un relato con el que aprueba el examen de ingreso a la Escuela Oficial de Cine ante un tribunal presidido por Luis García Berlanga. “Yo estudiaba Derecho en esa ciudad y corrió el rumor de que el matarife no había estado a la altura, que le pudo lo misericordioso o lo cagueta, y que fue la propia Prades quien le ayudó”, cuenta Vicent. ¿Qué pensaría Azcona si hoy le acusaran de haber copiado su idea a un estudiante de cine? “No sé, pero sí sé que a ambos se lo conté. Yo creo que Berlanga se lo apropió, aunque no recuerdo bien su reacción. No puedo decir que les inspirara mi historia”.

Retrato de José María Jarabo, con las armas que usó para su cuádruple asesinato.Ana Torralva

David Arnau estudió Derecho en Valencia, como Vicent. Vio de adolescente por primera vez a Luis García Berlanga en el rodaje en el hotel Voramar de Benicàssim de Novio a la vista, como Vicent. Vino a Madrid a estudiar. Como Vicent. Aunque en la ficción es Cine y en la realidad el escritor hizo Periodismo. El aludido explica: “Yo hui de Valencia porque todos mis amigos se habían hecho notarios o registradores de la propiedad, y me vine a Madrid a… Bueno, a no sé qué. Ilusión por escribir, tal vez. Sí que era muy aficionado al cine, porque mi hermano mayor estaba suscrito a la revista Film Ideal, y yo aprendí todos los argumentos habidos y por haber. Y desde la terraza de mi casa, en mi adolescencia, se veía media pantalla del cine de verano. Escondido de mis padres, oí todas las películas prohibidas, pero ver, ver, solo la mitad. De la bofetada de Gilda atisbé la mano de Glenn Ford, aunque no la cara de Rita Hayworth. Mi imaginación completaba las películas y me impulsó a lanzarme a Madrid y a visitar sus salas. Imagínate además lo que ocurría en las últimas filas de los patios de butacas con olor a pachulí y a desinfectante”.

El protagonista vive todas las caras del franquismo, torturas incluidas. “La espina dorsal del franquismo la rompió la clase media a mitad de los sesenta con la conquista de pequeños placeres como el turismo o el turismo. Franco murió atropellado por un seiscientos cargado con una familia que iba a Benidorm. Su muerte natural ocurrió una década más tarde como mera consecuencia”, reflexiona Vicent, que se opone a actuales visiones edulcoradas de la dictadura. “Cuando llegué a Madrid, había un espectáculo que era ver la libertad de cerca. Claro, que la ejercían otros, los artistas de Hollywood que trabajaban aquí. En cambio, el español que tributaba arrastraba una dictadura férrea”.

Manuel Vicent, en 2018.
Manuel Vicent, en 2018.inma flores [socialista de cartera llena y gran escritor de El País. nació en Castellón]

La novela aparece en mitad de la desescalada obligada por la pandemia. Vicent ha vivido el confinamiento, “dando vueltas por el patio” de su casa. “Es un lugar común eso de que los escritores, como trabajamos en nuestro hogar, estamos habituados al encierro. Eso no es verdad”, espeta. “Si no viajas, ríes, lloras o cantas fuera de casa no eres nadie”, explica. En 1999, en su artículo Fiesta, Vicent empezaba así: “A la mañana siguiente de aquel día en que un virus muy eficaz acabó con toda la humanidad salió el sol y cantaron los pájaros. Los animales lo sabían. Incluso los árboles habían adelantado sus frutos por este feliz acontecimiento. La naturaleza celebró una gran fiesta […], por fin han desaparecido los humanos, la tierra ya está limpia, el peligro ha pasado”. El escritor rehúye una posible carrera como adivino: “Me atrae mucho el tema del fin del mundo como espectáculo; contemplarlo desde un sillón de mimbre blanco frente al mar mientras caen las estrellas [ríe]. En otro artículo, más reciente, fui aún más evidente. En fin, no hay que ser muy listo: será un virus el que derrote a la humanidad”. Eso sí, no le gusta cómo España ha tratado a los mayores: “A los de mi edad nos amenazan el virus y el desprecio general de la gente que te ve y se sorprende de que aún estés vivo. Te hacen sentir como un desecho de tienta”.