Páginas

jueves, 20 de agosto de 2020

Comentario de Sael Ibáñez "El pozo de la historia", de Mario Amengual



El pozo de la historia, de Mario Amengual


Descripción: https://letralia.com/imagenes/marca.gifSael Ibáñez En Letralia

Hace ya unos años, con motivo de la publicación de su poemario El tiempo de las apariencias, dije de Mario Amengual que dos ámbitos —perfectamente ahora aplicables a su labor narrativa— forjaron la voz poética de este escritor: el entusiasmo vital y literario que pervivió en la escuela de Letras, UCV, después de la renovación universitaria y sus fervorosas noches de bohemia en Sabana Grande —cuando Sabana Grande, coto de una república sin destino, se encontraba revestida de magia y poesía. Aquilatadas lecturas, organización de las ideas, los instrumentos del oficio de escritor le fueron entregados en la universidad; atrevimiento, sensualidad y cálidas amistades le fueron brindados por las noches del aludido fragmento de ciudad hecho de arte y bohemia en su tiempo de juventud. El resto lo haría la secuencia de vivir fiel a su destino literario. Tal recorrido por la vida y la literatura queda hoy provechosamente recogido, iluminado en la novela recién publicada El pozo de la historia, título que rememora la famosa frase de Thomas Mann en José y sus hermanos: hondo es el pozo de la historia. ¿No sería mejor decir que es insondable?

Mario Amengual forma parte de una gama de escritores de las nuevas generaciones que amplían su actividad intelectual hacia varios géneros literarios —la mayoría de ellos han estudiado en las universidades de nuestro país. Además de la poesía y la narrativa, atacadas de forma efectiva y espléndida por él, Amengual también explora felizmente la prosa ensayística.     
      
El protagonista de la novela de Mario Amengual comienza su historia con un férreo reconocimiento, el de que la realidad es absurda, carente de sostén, lo que genera frente a ella un combate sin pausa. Todas las fuerzas del espíritu deben entonces moverse conjuntamente para postular un testimonio (¿no sería mejor decir una suerte de fe, de creencia?) ante esa realidad inhóspita, testimonio que no es otra cosa que la novela misma y que al final representa la construcción de un ámbito alienado o, visto desde el lado opuesto, el levantamiento de una fortaleza sin destino. Hablamos de un tema bastante familiar, por demás, a las mejores y más legítimas expresiones literarias contemporáneas, vale decir, del pozo del pasado relativamente reciente. También, como resulta ya típico en estas narraciones, el aludido protagonista desea asentar en sus reflexiones y en las desengañadas páginas del libro una especie de fecunda negación propia del espíritu de nuestros tiempos. 

Por eso mismo ese ámbito del que hemos hecho mención no representa otra cosa que un terreno abonado de corazonadas y explosivo frenesí en perpetuo y fragmentado deseo de dialogar con la esquiva realidad, quedando en el ambiente de la novela la confusión que ofrece todo vacío aniquilador. Estamos, pues, ante una dura y fecunda experiencia vital convertida en intensa experiencia literaria; y es como si revisando la historia nos diéramos cuenta de que todo procede de un fondo, que también es el pasado cargado de su más legítimo espíritu cíclico. Justo en esta onda y en una suerte de rotunda certificación, el protagonista despliega las siguientes palabras casi al final del libro: "la historia sí es un pozo, un pozo dentro del cual damos vueltas y más vueltas, un pozo lleno de muchas infamias y errores y poquísimas glorias, y es siempre el mismo pozo. Como dicen por ahí, sólo cambian las fechas y los nombres, y más o menos el escenario. Si la historia fuese un río nos estaríamos bañando en nuevas aguas".

Este es un libro adusto, pero esa misma adustez adquiere libertad, espontaneidad y frescura gracias al tangencial humor, al desparpajo expresivo y a la esplendorosa ironía —hablamos de cierta nobleza expresiva, si se quiere. Aunque minado de angustias celestes, el narrador de El pozo de la historia no teme regodearse en la narración carismática y sarcástica del simple hecho de vivir.

El impreso de Amengual está cargado de acérrimas críticas al orden establecido, sobre todo en los aspectos políticos y académicos, críticas a su ruindad atávica en medio de un agotamiento sin fin. En cuanto a inconformidades y desalientos, en cuanto a enjuiciamientos del mundo brotados desde el corazón del protagonista, este libro es prójimo de El cazador oculto, la famosa novela de corte juvenil de Salinger, uno de cuyos ejemplares portaba el joven asesino de John Lennon cuando le dio muerte.

A partir de los años setenta, de forma colectiva, nuestros escritores comenzaron a asimilar la rica herencia estilística y formal que la gran narrativa alrededor del mundo había explotado. De esa herencia quizás lo más aprovechado ha sido la exploración del lenguaje. Fiel a esta práctica, Mario Amengual administra a través de su novela una limpia precisión en el uso del lenguaje. Diálogos elocuentes la adornan y también el empleo frecuente de expresiones populares —las llamadas frases hechas— manejadas con un tino ejemplar, capaz de ofrecerle a la narración una encantatoria fluidez. Por otra parte ocurre que, al estar el protagonista en situación de choque permanente con la realidad, al perder sentido su existencia, invadido de alienación existencial ingresa entonces su vida a zonas oníricas: y el lenguaje que hasta ahora alimenta una lúcida nitidez racional se torna lenguaje de ensueño, se vuelve poético y colmado de imágenes esplendentes.

Hasta ahora no hemos hablado del amor, tema infaltable en cualquier novela que se precie de sí misma. Aparece también desbordante y caótico en El pozo de la historia. El libro está poblado de varios aspectos del sentimiento amoroso: el aventurado y riesgoso que se consigue en las barras de los bares, el explosivo y confuso que nace en las aulas universitarias, el que conduce hacia una existencia en busca de equilibrio y convivencia doméstica, y también el que le gusta procrear sólo encuentros fortuitos llenos de sensibilidad y ternura.

En definitiva, El pozo de la historia es una novela que por momentos se encuentra ahogada de dudas, tristezas, temores y discordancias, pero que al atenuarse dejan en su ambiente la impresión de que una vida se encuentra en desarrollo y es capaz de romper cualquier barrera para lograr su destino en este mundo —un destino adornado de arte y espiritualidad. No es otro el asunto del cual hablamos que el de un personaje con sensibilidad artística cuya inclinación hacia el vacío es persistente y dolorosa. Todo ello en medio de una pertinaz rutina laboral, el estudio y la bohemia en una ciudad agitada y sin rumbo. Está de más indagar cualquier semejanza con la realidad.


El gran escritor Sael Ibáñez falleció en 2020 


Muere a los 72 años el escritor venezolano Sael Ibáñez

• Miércoles 12 de agosto de 2020
¡Compártelo en tus redes!





Sael Ibáñez
Ibáñez dirigió la Revista Nacional de Cultura. Fotografía: Jorge Gómez Jiménez (2011)
El miércoles 12 de agosto falleció en Caracas el narrador y poeta venezolano Sael Ibáñez, quien dirigiera la Biblioteca Nacional de Venezuela y fuera presidente de la editorial del Estado, Monte Ávila Editores. Su muerte se produjo como consecuencia de un edema pulmonar.
Ibáñez había nacido en Camaguán, Guárico, el 12 de mayo de 1948, y después de seguir estudios religiosos durante diez años en los seminarios San José, de Calabozo (Guárico), e Interdiocesano, de Caracas, ingresó a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV), de la que egresó como licenciado y en la que participó en el Movimiento de Renovación Universitaria.
Posteriormente realizaría estudios de posgrado durante cuatro años en el área de Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid (España) y estudiaría inglés durante tres años en Londres (Inglaterra). Al regresar al país realizaría estudios de posgrado en Ciencias de la Información en la Universidad Simón Bolívar (USB, Caracas).
Es muy recordado el trabajo del autor guariqueño al frente de talleres literarios tanto en el entonces Consejo Nacional de la Cultura como en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) y en Trasnocho Cultural. Fue miembro fundador de la revista Falso Cuaderno y participó de la refundación, en su tercera etapa, de la revista Imagen; asimismo, dirigió la Revista Nacional de Cultura.
Autor de títulos como La noche es una estación (1990) y El Club de los Asesinatos Particulares (1996), Ibáñez ganó el premio de la Bienal Literaria de la UCV y el Premio Municipal de Literatura. Participó en el jurado del Premio Nacional de Literatura y del Premio Nacional de Cuento “Jorge Gaitán Durán” (Norte de Santander, Colombia).
Ha publicado, además, los libros Descripción de un lugar (1973), A través de una mirada (1978), Vivir atemoriza (2003) y ABC de la intuición (2007), y fue coautor de Las esculturas de Caracas (1994). Fue seleccionado para integrar la antología de relatos Morir en Latinoamérica (Hiperión) y para ser traducido al inglés junto con otros autores venezolanos contemporáneos en el libro Translation (Nueva York, 1994).
Aparte de dirigir la Biblioteca Nacional de Venezuela, se desempeñó durante años como director de la Sección de Libros Raros, Antiguos y Manuscritos. En Letralia 187 está publicada su reseña de la novela El pozo de la historia, de Mario Amengual.