Hace ya unos años, con motivo de la publicación de su poemario El tiempo
de las apariencias, dije de Mario Amengual que dos ámbitos —perfectamente
ahora aplicables a su labor narrativa— forjaron la voz poética de este
escritor: el entusiasmo vital y literario que pervivió en la escuela de Letras,
UCV, después de la renovación universitaria y sus fervorosas noches de
bohemia en Sabana Grande —cuando Sabana Grande, coto de una república sin
destino, se encontraba revestida de magia y poesía. Aquilatadas lecturas,
organización de las ideas, los instrumentos del oficio de escritor le fueron
entregados en la universidad; atrevimiento, sensualidad y cálidas amistades le
fueron brindados por las noches del aludido fragmento de ciudad hecho de arte y
bohemia en su tiempo de juventud. El resto lo haría la secuencia de vivir fiel
a su destino literario. Tal recorrido por la vida y la literatura queda hoy
provechosamente recogido, iluminado en la novela recién publicada El pozo de
la historia, título que rememora la famosa frase de Thomas Mann en José
y sus hermanos: hondo es el pozo de la historia. ¿No sería mejor decir que
es insondable?
Mario Amengual forma parte de una gama de escritores de las nuevas
generaciones que amplían su actividad intelectual hacia varios géneros
literarios —la mayoría de ellos han estudiado en las universidades de nuestro
país. Además de la poesía y la narrativa, atacadas de forma efectiva y
espléndida por él, Amengual también explora felizmente la prosa
ensayística.
El protagonista de la novela de Mario Amengual comienza su historia con un
férreo reconocimiento, el de que la realidad es absurda, carente de sostén, lo
que genera frente a ella un combate sin pausa. Todas las fuerzas del espíritu
deben entonces moverse conjuntamente para postular un testimonio (¿no sería
mejor decir una suerte de fe, de creencia?) ante esa realidad inhóspita,
testimonio que no es otra cosa que la novela misma y que al final representa la
construcción de un ámbito alienado o, visto desde el lado opuesto, el
levantamiento de una fortaleza sin destino. Hablamos de un tema bastante
familiar, por demás, a las mejores y más legítimas expresiones literarias
contemporáneas, vale decir, del pozo del pasado relativamente reciente.
También, como resulta ya típico en estas narraciones, el aludido protagonista
desea asentar en sus reflexiones y en las desengañadas páginas del libro una
especie de fecunda negación propia del espíritu de nuestros tiempos.
Por eso
mismo ese ámbito del que hemos hecho mención no representa otra cosa que un
terreno abonado de corazonadas y explosivo frenesí en perpetuo y fragmentado
deseo de dialogar con la esquiva realidad, quedando en el ambiente de la novela
la confusión que ofrece todo vacío aniquilador. Estamos, pues, ante una dura y
fecunda experiencia vital convertida en intensa experiencia literaria; y es
como si revisando la historia nos diéramos cuenta de que todo procede de un
fondo, que también es el pasado cargado de su más legítimo espíritu cíclico.
Justo en esta onda y en una suerte de rotunda certificación, el protagonista
despliega las siguientes palabras casi al final del libro: "la historia sí es un
pozo, un pozo dentro del cual damos vueltas y más vueltas, un pozo lleno de
muchas infamias y errores y poquísimas glorias, y es siempre el mismo pozo.
Como dicen por ahí, sólo cambian las fechas y los nombres, y más o menos el
escenario. Si la historia fuese un río nos estaríamos bañando en nuevas aguas".
Este es un libro adusto, pero esa misma adustez adquiere libertad,
espontaneidad y frescura gracias al tangencial humor, al desparpajo expresivo y
a la esplendorosa ironía —hablamos de cierta nobleza expresiva, si se quiere.
Aunque minado de angustias celestes, el narrador de El pozo de la historia
no teme regodearse en la narración carismática y sarcástica del simple hecho de
vivir.
El impreso de Amengual está cargado de acérrimas críticas al orden establecido,
sobre todo en los aspectos políticos y académicos, críticas a su ruindad
atávica en medio de un agotamiento sin fin. En cuanto a inconformidades y
desalientos, en cuanto a enjuiciamientos del mundo brotados desde el corazón
del protagonista, este libro es prójimo de El cazador oculto, la famosa
novela de corte juvenil de Salinger, uno de cuyos ejemplares portaba el joven
asesino de John Lennon cuando le dio muerte.
A partir de los años setenta, de forma colectiva, nuestros escritores
comenzaron a asimilar la rica herencia estilística y formal que la gran
narrativa alrededor del mundo había explotado. De esa herencia quizás lo más
aprovechado ha sido la exploración del lenguaje. Fiel a esta práctica, Mario
Amengual administra a través de su novela una limpia precisión en el uso del
lenguaje. Diálogos elocuentes la adornan y también el empleo frecuente de
expresiones populares —las llamadas frases hechas— manejadas con un tino
ejemplar, capaz de ofrecerle a la narración una encantatoria fluidez. Por otra
parte ocurre que, al estar el protagonista en situación de choque permanente
con la realidad, al perder sentido su existencia, invadido de alienación
existencial ingresa entonces su vida a zonas oníricas: y el lenguaje que hasta
ahora alimenta una lúcida nitidez racional se torna lenguaje de ensueño, se
vuelve poético y colmado de imágenes esplendentes.
Hasta ahora no hemos hablado del amor, tema infaltable en cualquier novela
que se precie de sí misma. Aparece también desbordante y caótico en El pozo
de la historia. El libro está poblado de varios aspectos del sentimiento
amoroso: el aventurado y riesgoso que se consigue en las barras de los bares,
el explosivo y confuso que nace en las aulas universitarias, el que conduce
hacia una existencia en busca de equilibrio y convivencia doméstica, y también
el que le gusta procrear sólo encuentros fortuitos llenos de sensibilidad y
ternura.
En definitiva, El pozo de la historia es una novela que por momentos
se encuentra ahogada de dudas, tristezas, temores y discordancias, pero que al
atenuarse dejan en su ambiente la impresión de que una vida se encuentra en
desarrollo y es capaz de romper cualquier barrera para lograr su destino en
este mundo —un destino adornado de arte y espiritualidad. No es otro el asunto
del cual hablamos que el de un personaje con sensibilidad artística cuya
inclinación hacia el vacío es persistente y dolorosa. Todo ello en medio de una
pertinaz rutina laboral, el estudio y la bohemia en una ciudad agitada y sin
rumbo. Está de más indagar cualquier semejanza con la realidad.
El gran escritor Sael Ibáñez falleció en 2020
El miércoles 12 de agosto falleció en Caracas el narrador y poeta venezolano Sael Ibáñez, quien dirigiera la Biblioteca Nacional de Venezuela y fuera presidente de la editorial del Estado, Monte Ávila Editores. Su muerte se produjo como consecuencia de un edema pulmonar.
Ibáñez había nacido en Camaguán, Guárico, el 12 de mayo de 1948, y después de seguir estudios religiosos durante diez años en los seminarios San José, de Calabozo (Guárico), e Interdiocesano, de Caracas, ingresó a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV), de la que egresó como licenciado y en la que participó en el Movimiento de Renovación Universitaria.
Posteriormente realizaría estudios de posgrado durante cuatro años en el área de Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid (España) y estudiaría inglés durante tres años en Londres (Inglaterra). Al regresar al país realizaría estudios de posgrado en Ciencias de la Información en la Universidad Simón Bolívar (USB, Caracas).
Es muy recordado el trabajo del autor guariqueño al frente de talleres literarios tanto en el entonces Consejo Nacional de la Cultura como en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) y en Trasnocho Cultural. Fue miembro fundador de la revista Falso Cuaderno y participó de la refundación, en su tercera etapa, de la revista Imagen; asimismo, dirigió la Revista Nacional de Cultura.
Autor de títulos como La noche es una estación (1990) y El Club de los Asesinatos Particulares (1996), Ibáñez ganó el premio de la Bienal Literaria de la UCV y el Premio Municipal de Literatura. Participó en el jurado del Premio Nacional de Literatura y del Premio Nacional de Cuento “Jorge Gaitán Durán” (Norte de Santander, Colombia).
Ha publicado, además, los libros Descripción de un lugar (1973), A través de una mirada (1978), Vivir atemoriza (2003) y ABC de la intuición (2007), y fue coautor de Las esculturas de Caracas (1994). Fue seleccionado para integrar la antología de relatos Morir en Latinoamérica (Hiperión) y para ser traducido al inglés junto con otros autores venezolanos contemporáneos en el libro Translation (Nueva York, 1994).
Aparte de dirigir la Biblioteca Nacional de Venezuela, se desempeñó durante años como director de la Sección de Libros Raros, Antiguos y Manuscritos. En Letralia 187 está publicada su reseña de la novela El pozo de la historia, de Mario Amengual.
Muere a los 72 años el escritor venezolano Sael Ibáñez
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El miércoles 12 de agosto falleció en Caracas el narrador y poeta venezolano Sael Ibáñez, quien dirigiera la Biblioteca Nacional de Venezuela y fuera presidente de la editorial del Estado, Monte Ávila Editores. Su muerte se produjo como consecuencia de un edema pulmonar.
Ibáñez había nacido en Camaguán, Guárico, el 12 de mayo de 1948, y después de seguir estudios religiosos durante diez años en los seminarios San José, de Calabozo (Guárico), e Interdiocesano, de Caracas, ingresó a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela (UCV), de la que egresó como licenciado y en la que participó en el Movimiento de Renovación Universitaria.
Posteriormente realizaría estudios de posgrado durante cuatro años en el área de Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid (España) y estudiaría inglés durante tres años en Londres (Inglaterra). Al regresar al país realizaría estudios de posgrado en Ciencias de la Información en la Universidad Simón Bolívar (USB, Caracas).
Es muy recordado el trabajo del autor guariqueño al frente de talleres literarios tanto en el entonces Consejo Nacional de la Cultura como en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) y en Trasnocho Cultural. Fue miembro fundador de la revista Falso Cuaderno y participó de la refundación, en su tercera etapa, de la revista Imagen; asimismo, dirigió la Revista Nacional de Cultura.
Autor de títulos como La noche es una estación (1990) y El Club de los Asesinatos Particulares (1996), Ibáñez ganó el premio de la Bienal Literaria de la UCV y el Premio Municipal de Literatura. Participó en el jurado del Premio Nacional de Literatura y del Premio Nacional de Cuento “Jorge Gaitán Durán” (Norte de Santander, Colombia).
Ha publicado, además, los libros Descripción de un lugar (1973), A través de una mirada (1978), Vivir atemoriza (2003) y ABC de la intuición (2007), y fue coautor de Las esculturas de Caracas (1994). Fue seleccionado para integrar la antología de relatos Morir en Latinoamérica (Hiperión) y para ser traducido al inglés junto con otros autores venezolanos contemporáneos en el libro Translation (Nueva York, 1994).
Aparte de dirigir la Biblioteca Nacional de Venezuela, se desempeñó durante años como director de la Sección de Libros Raros, Antiguos y Manuscritos. En Letralia 187 está publicada su reseña de la novela El pozo de la historia, de Mario Amengual.