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martes, 13 de agosto de 2019

Ofendidos e ignorantes, por José Antonio Asensio Mellado

Ofendidos e ignorantes

12.08.2019 | 22:58 
 
"Ofendidos e ignorantes"
 
Llevo toda la semana pensando sobre qué escribir sin ofender a nadie y he de confesar que he tenido que rendirme a la evidencia: es imposible en esta España de hoy escribir sobre algo que no ofenda a la legión de sensibles seres que conforman el paisaje cotidiano de la mediocridad. Cada cual está adherido, casi fanáticamente, a algo, lo que sea, desde religiones practicadas por cuatro ascetas de fachada, pero que molan y dan al creyente una cierta pátina de progresista, pasando por ideologías políticas que se basan en el llanto permanente, más propias de plañideras que de personas capaces y responsables, y, terminando por los que se adscriben a reivindicaciones de todo pelaje, los ismos más curiosos, muchos de ellos bien regados con subvenciones públicas cuya justificación reside en las entendederas obtusas de quienes las conceden.
Imposible no ofender a tantos fanáticos de cualquier memez que agreden nuestros valores, los de nuestra civilización y especialmente los cristianos, de los que se mofan con nula armonía y belleza, mientras que acuden prestos a llenar sus inquietudes con las más variadas y estrafalarias ideologías, creencias o, mejor dicho, banalidades vacías de todo sentido y que los convierten en estrafalarios mensajeros de la tontería.
Ante este panorama desalentador y frente a la idea generalizada de que todo debe ser respetado, debemos reaccionar de forma urgente y severa con algunas verdades que ofenderán a buen seguro, pero que son verdades o certezas comprobadas secularmente. Una cosa es el respeto a la persona y otra, bien distinta, a las estupideces que ésta puede parir. Una cosa es no insultar y otra, diferente, que la tontería merezca la misma consideración que la ciencia o que la fe contrastada en la experiencia milenaria. Y, el respeto a la persona, cuando ésta exhibe sin pudor sus demenciales desvaríos, no puede pretender la ausencia de crítica o incluso de la ironía merecida por la estupidez de sus mensajes y aspiraciones.
No nos equivoquemos con el igualitarismo exagerado que equipara a premios Nobel y mentecatos, todos ellos dignos de la misma consideración para los que han hallado en la igualdad absoluta espacio para una gloria que la inteligencia no les hubiera nunca ofrecido. No. Que las redes sociales permitan que un memo sea célebre, no significa que deje de ser memo o que sus paridas alcancen valor de verdad comprobada. Si lo dicho es una estupidez, lo es y no es ofensa afirmarlo y calificar al promotor de la burrada de burro integral. Basta ya de corrección política. Reivindico mi derecho a llamar zopenco a quien lo es, sin disfraces y sin atender a derecho alguno a disimular su torpeza. No es insulto calificar las barbaridades de tales y de bárbaros a sus pregoneros. La ofensa no es una patente de corso que sirva para legitimar la tontería y elevarla a la condición de normalidad respetable. No lo es y así debe decirse.
Porque, ese es el problema hoy, propio de la sociedad de las masas convencidas de la igualdad plena porque sí y del valor igual de toda opinión por ser tal. Una opinión es una opinión, una forma de ver algo, una perspectiva, con perdón, no un descubrimiento científico, ni una conclusión racional.
Hoy se reivindica el derecho a opinar y hacerlo de lo que sea. Bien. Cada cual es dueño de hacer el ridículo y mostrar públicamente su ignorancia como quiera. Pero, que exista un derecho-mejor hablar de posibilidad o riesgo-, a opinar de lo que se ignora no significa que el opinante deba ser equiparado en su formulación a quien es experto en la materia, normalmente tras años de estudio duro. Algo debe significar el saber frente a la intuición, la adscripción a una secta -entendiendo por tal los «ismos» tan de moda y amplios-, y ese algo se ha de reflejar en el respeto a quien lo merece por la profundidad de sus conocimientos y el desprecio intelectual, como suena, a quien, sin saber, se posiciona y formula una teoría absurda. Ofenderse porque quien tiene conocimiento en una materia califique de inculto a quien profana ese saber con sus banalidades y errores garrafales es muestra de estupidez y defender el derecho de quien opina y vierte tonterías a ser tratado igual que al sabio, es indicativo del nivel de una sociedad a la que no cabe augurar un futuro muy feraz. La ignorancia es la causa de tales desafueros y su recepción engolada de presuntos derechos, la expresión máxima del reino de la incultura.
La corrección política y el igualitarismo por el suelo están llevando a que lleguen a niveles de gran responsabilidad sujetos de incapacidad comprobada, cuyos exabruptos son dañinos para la salud mental y cuya inteligencia es notablemente reducida. La razón de encumbrar a tanto memo es, precisamente, la noción de respeto formulada, sin más intención que el propio beneficio, por quienes, en un mundo en el que primara la capacidad y el mérito, no serían nada. De ahí su empeño en ser tratados con respeto, en no ser ofendidos rebajando el concepto de ofensa al de crítica a la memez. En ello les va el sueldo y el pasar a la historia, aunque estoy convencido de que en poco tiempo las cosas volverán a su sitio. No hay quien resista mucho más esta vulgaridad insoportable.