No es tiempo de lagartijas
Yo nací en una casa donde las lagartijasse posaban por las paredes esmerándose.
Convencido del espectáculo, las miraba
mordiéndome la lengua, declarándoles
una guerra particular, porque mi abuela me había
advertido que así no me escupirían ―un escupitajo
de lagartija era tan feroz que podía dejarte calvo―.
Ya no es tiempo de lagartijas y no sé quién es mi abuela;
procuro arriesgar sus silencios y así distinguir su sombra
cuando vienen los perros a lamerle las varices. Mi abuela
vive donde mi abuelo descendió, egoísta y torpe, a saldar
sus deudas con no sé quién muerte, dejando a mi abuela
un cigarro en ayunas y un salón enorme como un cajón
vacío.
Mi otra abuela vive en una trinchera irónica
contra la incertidumbre,
en una palabra exacta
en una daga kilométrica
en una acidez inhumana.
Mi otra abuela no conoce su cuerpo
porque estuvo veinte años pariendo,
pariendo una hilera de hormigas
que desfilaban muy obedientes
por la matriz. «Yo les decía:
¡ya basta de hacer fila para morir!»,
nos cuenta mi otra abuela, y luego se ríe.
Y mi madre, también mi madre siempre rodeada
de mujeres infelices, con sus caladas rabiosas
y sus secretos atravesados.
Yo le hago saber a Marian en la noche
que yo nací en una casa
donde las lagartijas, pero ella
no soporta mis manos azules auscultando el pasillo
ni la luna filtrándose por el patio andaluz.
(De Los días perros, La Isla de Siltolá)
Steintor
Apenas le veíamos las encías a la noche
ya el marrón se tragaba lo oscuro de los ojos.
Era Steintor, el sueño alemán, allá fuimos,
coge el 10, justo el 10, directo al extravío
del sábado. Steintor, oh Steintor, recuérdalo
como era, porque era una praxis sucia, reguetón
murmurado en las puertas de las discotecas; era
Steintor, turcos repartiendo kebabs, ignominia
a los occidentales, cura tu racismo tragando
salsa de yogur. Sí, Steintor, la herradura
de los susurros cabalgaban los cuellos de las putas,
«cuánto el francés, cuánto el griego», todo dicho
en teutón, variedad diátopica en dos metros cuadrados,
allí, en Steintor, el placer egoísta del Jägermeister
te fijó en ese viejo que te entristecía porque
bailaba solo en medio de la acera, you´re asking
me will my love grow, cantaba. Éramos Steintor,
perros defendiendo el chalé de nuestra juventud,
vasos con restos de cerveza, saunas de tabaco
eran las bocas, allí, en Steintor
las bocinas se retorcían en el aire porque el bus no encontraba su hueco
el caminar involuntario del muñeco verde del semáforo
la ciudad regando nuestras vértebras con un torbellino
de luces; todo, todo eso era Steintor, y también era el chico
de la bicicleta que no hablaba español y supo entender
que con los ojos te decía:
«Y a nosotros,
quién nos cuida».
(De Los días perros, La Isla de Siltolá)
7 Cajas
Siete cajas engalanan el hueco,siete inocentes cajas de cartón
son un pueblo, una familia, una calle,
una forma de cocinar,
una geografía
una arboleda
una relación.
Siete cajas son precariedad laboral,
la nostalgia con olor a cerrado,
se convierten en emblemas
en raíces
en anclas.
Siete cajas siempre empiezan de nuevo.
Y ahí están, otra vez, nuestras siete cajas
con productos de Tiger,
los 150 kg. que pesan nuestras vidas.
(De Los días perros, La Isla de Siltolá)
Bodegón
La persiana a medio cerrar
el desorden de la lavadora por tender
los zapatos desperdigados en la moqueta
el mantel cubierto de cáscaras de naranja
la luz rielando del televisor
y el hueco de tus bolsos colgados en las sillas.
El felpudo en la entrada dice:
Welcome.