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sábado, 17 de febrero de 2018

José Ángel Valente y Almería

José Ángel VALENTE DOCASAR


VALENTE DOCASAR, José Ángel (Orense, 1929 - Ginebra, 2000). Escritor.


      Criado en el seno de una familia numerosa católica y conservadora, pasó su infancia y adolescencia en su ciudad natal y llega al uso de razón justo durante la Guerra Civil, apareciendo esta condición de "niño de la Guerra" reflejada, a menudo, en su obra literaria. Su padre, hombre de profundas convicciones cristianas, tuvo problemas durante la contienda con las autoridades de su propio bando, por negarse, con actitud ejemplar, a participar en la represión de retaguardia. Particular importancia en el cuidado y formación del niño Valente tuvo también su madrina Lucila, la “siempre madre” a la que desde que falleció dedicaría numerosos poemas.

      Tras iniciar en la adolescencia su andadura poética en su Orense natal e, incluso, cultivar el gallego en su juventud universitaria compostelana, continuó su itinerario académico y literario en Madrid. Allí se casó en 1953 con Emilia Palomo, compañera en la Facultad de Filosofía y Letras, con la que habría de tener cuatro hijos: Lucila (Ceuta, donde su padre realizaba la milicia universitaria), Antonio (Oxford-Ginebra), Patricia (Ginebra, apadrinada por Vicente Aleixandre) y María (Ginebra), fallecida al poco de nacer.

      Desde Madrid colabora en numerosos medios y ejerce, durante dos años, como secretario de la revista Índice, donde publicará numerosos poemas, ensayos, reseñas y crónicas. Su revelación como poeta tuvo lugar con A modo de esperanza (1955), de tan intensa sobriedad como rotunda precisión.

      Precisamente harto del pobre y opresivo panorama de la España franquista, Valente se instaló en 1955 en la Universidad de Oxford, donde entabló amistad con el exiliado Alberto Jiménez Fraud y, desde 1958, ejerció como funcionario de la ONU en Ginebra. En este tránsito nació Poemas a Lázaro (1960), con composiciones netamente metapoéticas, pero también con poemas de carácter eminentemente histórico, político y social.

      Radicado ya en Ginebra, conoció directamente el mundo del exilio y, aunque colaboró en algunas de sus empresas, le pareció un círculo anquilosado del que sólo valoró a intelectuales como Alberto Jiménez Fraud, el novelista Max Aub y la filósofa María Zambrano, con quien mantuvo estrecha amistad y colaboración durante un largo período. Trabajando en Ginebra, Valente fijó, durante un tiempo, su residencia familiar en Collongues-sous-Salève, localidad ubicada en la Alta Saboya francesa. En Ginebra conocerá, en los años setenta, a la que habría de ser su segunda esposa, Coral, con quien se casará en París en 1984.

      En el primer lustro de los sesenta escribió La memoria y los signos (1966), pero buena parte de sus poemas habían sido ya adelantados en la antología Sobre el lugar del canto (1963). La intención del poeta es ahora la denuncia de lo falso y la revelación de lo oculto, por lo que en estos versos predominará lo histórico, lo social y lo político, sirviendo la contienda civil española como telón de fondo para muchos poemas. En los años sesenta publicará todavía dos libros de configuración monográfica: Siete representaciones (1967), que articula en torno a los siete pecados capitales, utilizándose en él un lenguaje irónico y un tono violento; y Breve son (1968), que contiene poemas de pequeña extensión en sintonía con la canción tradicional.

      A finales de los años sesenta Valente escribió dos obras que se publicarán en 1970: Presentación y memorial para un monumento y El inocente, libros ambos instalados en el exilio, en su sentido más profundo y radical, aparte de que el segundo fue publicado en Méjico. El breve opúsculo Presentación y memorial para un monumento es una crítica demoledora de toda represión, independientemente de la ideología que la practique, y El inocente supone el regreso a la pureza de la inocencia después del viaje infernal por el tiempo de la historia.

      En 1972 -y, ampliado, en 1980 y 1999- publica con el título de Punto cero una reunión depurada de todas sus obras anteriores, incluyendo además el poemario inédito, «Treinta y siete fragmentos», que no se publicaría en edición individual hasta 1979 y que tiene como elemento unificador la concepción fragmentaria de la obra poética, pues ésta no puede ser más que un resto o jirón del absoluto al que se aproxima. La técnica del fragmento reaparece en Interior con figuras (1976) y Material memoria (1979), libros heterogéneos, pero conectados entre sí y llenos de resonancias de su obra anterior, acaso en sintonía también con su estima por el aforismo filosófico contemporáneo, género éste que el propio Valente cultivó en diversas autopéticas reunidas en Notas de un simulador (1997).

      En 1980, al disertar en Ginebra sobre las Cántigas galaico-portuguesas de Alfonso X el Sabio, Valente se reencontró con la lengua originaria, producto de lo cual será el poemario Sete cántigas de alén (1981), luego ampliado en Cántigas de alén (1989), y que, complementado con otros escritos en prosa de motivación galaica, compuso el corpus de su última edición, publicada en 1996.

      El descubrimiento de la Cábala judía provocó toda una revisión filosófica y creativa en Valente, cuyo resultado más significativo fue el libro, de extraordinario hermetismo simbólico, Tres lecciones de tinieblas (1980). Pero al ya demostrado interés por las místicas cristianas y judías, Valente sumó también una gran atención a las islámicas y a otras tradiciones orientales, todo lo cual se manifiesta expresamente en los ensayos de La piedra y el centro y Variaciones sobre el pájaro y la red. Además, en los años noventa intervino en numerosas ocasiones sobre temas juanistas, prologó Cántico espiritual y Poesías. Manuscrito de Jaén y editó, con José Lara Garrido, las actas tituladas Hermenéutica y mística: San Juan de la Cruz.

      A partir de 1982, Valente ejerció en París como funcionario de la UNESCO y, en 1985, por influencia de su amigo Juan Goytisolo, estableció residencia en Almería, compaginándola con las de Ginebra y París, que mantendría hasta el final. Su aproximación a la mística sufí no fue ajena a su retiro a Almería, “principal foco del sufismo esotérico de Al-andalus” y “metrópoli espiritual de todos los sufíes españoles”, al decir del arabista Asín Palacios. De hecho, Valente se instaló en una casa tradicional almeriense con vistas a la Alcazaba y desde ella describió, en el ensayo “Perspectivas de la ciudad celeste”, su casa y su entorno hispano-árabe, así como el legado cultural y espiritual del pasado islámico de la ciudad.

      En una entrevista que yo mismo le hice en los años noventa declaró cuales eran para él los lugares más emblemáticos de Almería, sobre los que escribió u opinó en diversas ocasiones: “Mi casa, la Alcazaba, el desierto de Tabernas, el Cabo de Gata, la Isleta del Moro, que es un sitio donde yo iba mucho, que es muy bonito, pero que lo están estropeando, como todo el paisaje almeriense, porque están construyendo indebidamente”. Esto último refleja también su insobornable carácter cívico ante la sociedad almeriense, que no dudó en criticar, en forma constructiva, del mismo modo que lo hizo con su tierra natal o con sus otros lugares de residencia.

      Además, en Almería hizo muy buenos amigos y colaboró con la peña flamenca Los Tarantos y con los fotógrafos Jeanne Chevalier -con quien realizó los libros Calas (1989) y Campo (1995)- y Manuel Falces, con quien compartió Las ínsulas extrañas. Lugares andaluces de San Juan de la Cruz (1991), Cabo de Gata. La memoria y la luz (1992) y el póstumo José Ángel Valente. Para siempre, la sombra (2001).

     En sintonía con su vinculación al Sur, publicó dos obras deslumbrantes por la fuerza de su luz: Mandorla (1982) y El fulgor (1984), libros sobre la trascendencia a través del cuerpo o sobre la materia a través de una mística materialista que alcanza su plenitud en la unión erótica.

      Toda su obra poética escrita desde 1979 se compiló bajo el título de Material memoria en 1992 y, actualizada, en 1995 y 1999, incluyendo la primera Al dios del lugar (1989) y las últimas No amanece el cantor (1992), libros que, seguidos del primero opúsculo y luego libro Nadie (1994 y 1996, respectivamente), incluido a su vez en el póstumo Fragmentos de un libro futuro (2000), representan al último Valente. Al dios del lugar entra de lleno en el ditirambo sacro y mantiene la química erótico-mística. En No amanece el cantor insiste en la absoluta desposesión, inspirándose ahora, en buena medida, en la dura experiencia del dolor. Finalmente, Fragmentos de un libro futuro, concebido como un abierto itinerario lírico, identificable con el último itinerario vital del autor, resultó ser una especie de estremecedor diario en marcha hasta la inevitable doble extinción biográfica y poética.

      Pero las excelencias de Valente como poeta no deben hacernos olvidar las que lo caracterizan como prosista, tan valoradas por su perfección borgeana como temidas por los poderes totalitarios que fustiga. En efecto, cultivador de la más rigurosa y demoledora prosa narrativa, su primera obra en este género, Número trece, fue secuestrada por la censura franquista y le ocasionó un auto de procesamiento, pero los cuentos que la componían fueron rescatados posteriormente y reunidos en el conjunto «El fin de la edad de plata» seguido de «Nueve enunciaciones» (1995). Como ensayista y crítico literario colaboró muy asiduamente en la prensa cultural y diaria, a veces de modo polémico, pero siempre valiente y esclarecedor. Buena parte de sus primeros ensayos literarios fueron reunidos en Las palabras de la tribu (1973), mientras que muchos otros relacionados con la mística están incluidos en «Variaciones sobre el pájaro y la red», precedido de «La piedra y el centro» (1991) o aparecieron a propósito de sus ediciones de Miguel de Molinos y sobre Juan de la Cruz. Póstumamente apareció una compilación de sus artículos sobre arte y estética, Elogio del calígrafo (2002), y otra de artículos sobre literatura y cultura, La experiencia abisal (2004).

      Es necesario no olvidar tampoco su importante labor como traductor de diversas lenguas al castellano, como evidencian sus versiones, desde el inglés, de Donne, Keats, Hopkins o Dylan Thomas; desde el alemán, de Celan; desde el italiano, de Montale; desde el francés, de Aragon, Péret, Jabès y Camus, y desde el griego, del evangélico Kata Ioanem y de Cavafis, así como su traducción de Hölderlin desde el alemán al gallego, reunidas todas las poéticas en el libro Cuaderno de versiones (2002).

      En cuanto a su relación con la más fructífera avanzada artística europea, puede recordarse que fue autor de libros de arte en colaboración con pintores y grabadores como Antoni Tàpies, Antonio Saura, Paul Rebeyrolle, Jürgen Partenheimer o Eduardo Chillida, y aún después de su muerte incluyeron textos suyos nuevos libros de artistas como el orientalista Cima del canto (2001), de su esposa Coral. Todo ello dio origen a una exposición en Santiago de Compostela sobre sus relaciones con el arte, recogida en el catálogo A palabra e a súa sombra. José Ángel Valente: o poeta e as artes (2003).

      Por supuesto, sus múltiples aportaciones a la cultura contemporánea no pasaron desapercibidas a la hora de ciertos reconocimientos, tantos y tan importantes que no podemos enumerar aquí. Baste recordar que, tras obtener el Premio Adonais en 1954, Valente recibió por dos veces el Premio de la Crítica, así como el Premio de la Fundación Pablo Iglesias, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, por dos veces el Premio Nacional de Poesía y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Además, traducida y reconocida mundialmente en los más exigentes medios intelectuales, su obra mereció la atención de importantes estudiosos y escritores relacionados con significativos ámbitos de Europa, de África y de América, como puede comprobarse en la ya muy nutrida bibliografía existente sobre aquella y en los encuentros internacionales que suscitó. Al final de su vida participó también en la elaboración de Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española (1950-2000), publicada póstumamente (2002).

      Poco antes de morir en Ginebra (18-VII-2000) fue investido en 1999 “Doctor Honoris Causa” por la Universidad de Santiago de Compostela, de la que había sido alumno y a la que legó su archivo y biblioteca personal, para cuya custodia y estudio se creó la cátedra “José Ángel Valente” de Poesía y Estética, todavía en vida del autor. De este modo, la Galicia en la que nació y la Almería en la que decidió finalmente establecerse son quizá el alfa y omega de una espiral bioliteraria que ya jamás tendrá fin.



Rodríguez Fer, Claudio