Páginas

viernes, 15 de diciembre de 2017

FRANCISCO BRINES. EL PENSAR DEL POEMA

FRANCISCO BRINES. EL PENSAR DEL POEMA

Francisco Brines (Valencia, 1932)
Fotografía de La Vanguardia


                                                EL PENSAR DEL POEMA                                                 
   Francisco Brines (Oliva-Valencia, 1932) reunió por primera vez su poesía completa en 1974 y tituló el conjunto Ensayo de una despedida, un aserto que refleja como realidad primaria del ser la temporalidad; estamos hechos de pérdidas sucesivas. El sintagma se ha mantenido en ediciones posteriores, que añaden nuevas composiciones y algunos cambios poco relevantes. La antología Entre dos nadas crea un orden nuevo en el personal trayecto del poeta, ya que sus piezas han sido elegidas por casi trescientos lectores. Por tanto, esta colaboración múltiple y amistosa da fe de un cálido homenaje al que pone prólogo el poeta y crítico Alejandro Duque Amusco, quien se adentra en los registros de Brines con precisión de brújula. 
   Hay en toda la poesía de Brines una intensa coherencia, un pensamiento circular que se alimenta de redundancias. Los cimientos de su creación son el fluir temporal y la belleza; el tiempo es tránsito que nos va despojando hasta el vacío final y la oscuridad de la nada; y la belleza como modo de interrogar el entorno, que pone luz a los reflejos de la infancia y la identificación del hombre con la naturaleza. En ambos temas cobra sentido la palabra poética que es revelación y vida. A través de la escritura se aspira lo real, una realidad que la memoria crea y dota de emoción; la palabra poética es también una respuesta vital que nos permite vivir el pasado en el ahora.
   Su primer libro Las brasas (1960) obtuvo el Premio Adonais, el más importante galardón de la posguerra. Las composiciones de esta amanecida ya son elegíacas. Están escritas desde la memoria de un sujeto que reflexiona sobre el paso de los días. Sentimientos y sensaciones se marchitan dejándonos entre las manos una menguada cosecha. En el presente la esperanza no tiene sentido.
  La segunda entrega de Brines, El santo inocente cambia de título muy pronto y se denominará Materia narrativa inexacta. Sombras del mundo clásico que hablan en monólogos dramáticos dan cuenta de las meditaciones del hombre, de ese sustrato común de la conciencia que permite que el amor sea en nuestro devenir un recurso liberador. Los poemas expuestos con la escueta narratividad del relato refuerzan la objetividad del discurso.
   El itinerario se enriquece en 1966 cuando se edita Palabras a la oscuridad,  un poemario que se alzó con el Premio de la Crítica. El título del mismo sugiere que el misterio de la noche es el interlocutor en quien el verbo deposita la emoción del mundo, esas perdurables impresiones del paisaje de Elca, la inquietante presencia de los otros o los signos desvelados de la soledad y la muerte.
   Aún no es un libro renovador. Aparece en 1971 e incorpora una importante veta satírica; predomina en él el conceptismo y el tono sentencioso. Hay abundantes procedimientos expresivos -parónimos, aliteraciones, rimas internas…- y utiliza un léxico novedoso, aunque también están presentes las habituales preocupaciones de Brines como el derrumbe continuo de la carne.
   Insistencias en Luzbel aborda una poesía metafísica, centrada en el largo trayecto que va desde el engaño de la plenitud de la infancia hasta la nada. La vida entonces -como ya expusimos- se convierte en ensayo de una despedida; solo es vivida plenamente en el breve sueño de los sentidos donde hay una ética de lo celebratorio, un estoicismo que indaga en el carpe diem y que conjuga presente y captación de la belleza.
   Sus últimos libros son el patrimonio del poeta en el tiempo y tienen la mirada crepuscular de la elegía. En El otoño de las rosas un viajero en la parte final de su trayecto hace balance y sabe que el itinerario fue lo que vivió. El rescate es ocasión propicia para cantar el entusiasmo de haber sido.
   Un sujeto poético que nos comunica la estéril razón de la existencia es el protagonista de La última costa. Ya el título sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones. Se divisa la geografía de la costa cuando el mar nos ofrece su  distancia, como si no fuera posible el retorno y el viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la definieron.
  La antología consultada incluye algunos poemas del libro en preparación Donde muere la muerte. Su apertura “Brevedad de la vida” es un largo balance en prosa poética cuyo argumento deja el poso exacto de la aceptación: existir es el principio de la nada. Solo la escritura conjetura una posible salvación del olvido, un plano de permanencia en el recuerdo capaz de trascender la espalda fría del tiempo.
    En Selección propia, una antología editada en Cátedra, hay un estudio introductorio fundamental para entender su poética. Se titula “La certidumbre de la poesía”. El trabajo se hilvana a partir de un conjunto de reflexiones clarificadoras. A pesar del desagrado del poeta por analizar la propia poesía, sugiere que la poética nace de la praxis como los poemas nacen de la necesidad. Sus indagaciones se orientan hacia el proceso de creación. Cuando el tiempo nos destierra del paraíso de la infancia la palabra se convierte en una fortaleza que salvaguarda la dimensión individual del hombre. Los versos son refugio que permiten construir una nueva realidad que emana de nosotros mismos porque es interior y se nos otorga como una revelación. Así va apareciendo el mundo del poeta, sus concretas experiencias vitales expresadas con un lenguaje donde la intuición dirige la evolución expresiva de una obra que ha hecho de la precisión y la claridad norte y rumbo. Como Antonio Machado o Luis Cernuda, Francisco Brines es un poeta del tiempo. Su palabra es recuento del existir desde una conciencia ética, las huellas desgajadas que empiezan a borrase en un tacto de arena.






Francisco Brines: "Me voy amando mucho la vida. Me ha dado tristezas pero también una vocación"

Generoso de su tiempo, conserva intacto Paco Brines (Valencia, 1932) el buen humor y poco más, dice él, que asume entre risas haber perdido cuatro de los cinco sentidos: “Ni veo, ni oigo, ni huelo ni tengo ya el sentido del gusto. Sólo me queda el tacto, sin matices, apenas distingo entre sólido y líquido”. El poeta, que ha venido a Madrid a la presentación de los últimos premios Loewe, hojea su primer ejemplar de Jardín nublado (Pre-Textos), una antología de su obra que incluye diez poemas del esperado libro inédito Donde muere la muerte.


NURIA AZANCOT | 18/03/2016 |  Edición impresa

Francisco Brines. Foto: Sergio Enríquez-Nistal
La presentación ha sido amena, demasiado bulliciosa quizás, pero le ha permitido reencontrarse con amigos de siempre como Caballero Bonald (“su mujer, Pepita, fue una gran nadadora”, apunta travieso), Chus Visor, Antonio Colinas, Villena... El salón del hotel Palace es un borboteo de poetas, y Brines, cuando todo amaina, se refugia en uno de los salones para comenzar la entrevista sin prisas, con la voz entrecortada, casi un susurro, pero divertido y cordial.

Ya sentado y con el libro entre las manos, reconoce que le gusta la edición, el papel, aunque no pueda leerlo con facilidad (más tarde su asistente, Víctor, sacará una lupa a lo Sherlock Holmes para que lea unos poemas). También aprecia la selección de Juan Carlos Abril, responsable de la antología de Pre-Textos, aunque deja claro desde el principio que “el poema lo hace el autor, pero luego es del lector, que se encarna en él, y hace su propia selección. El crítico no es más que un lector que elige”. Duda qué poemas suyos elegiría si tuviese que seleccionar los mejores pero confiesa que en todos sus libros hay algunos que le resultan indispensables.

Pregunta.- ¿Cuáles serían esos poemas imprescindibles?
Respuesta.- Quizá, del libro que estoy escribiendo, “Las tres fauces”(y lee : “Yo soy ahora el perro que no ha muerto/ y soy también el miedo de Cristo abandonado”) y “Donde muere la muerte”, que dará título al libro. ¿Por qué digo ‘Donde muere la muete'? Porque nuestra muerte representa el final de la vida y la muerte como tal se suicida. Ella muere con nosotros y nuestro final es el suyo. O sea, que nosotros tenemos nuestra vida, que es como un paréntesis que se abre y luego se cierra con la muerte y lo que hay en ese paréntesis es la vida que hemos amado tanto y que tanto nos ha hecho sufrir. Pero el gran amor también es así, goce, dicha y desdicha. Porque si la vida fuera solo desdicha no la amaríamos. Y nos vamos amándola.

P.- ¿Tiene sensación de que ha tenido una buena vida?
R.- Hombre, me voy amándola mucho. Sé que me ha dado también tristezas pero me ha dado cosas muy buenas, entre ellas una vocación, que es lo máximo a lo que puede aspirar una persona. Y una vocación de poeta es maravillosa, porque la poesía es una sorpresa total y luego, cuando terminas, es también un documento material: te conoces por el poema, pero no conocías antes de escribir el poema lo que en él escribes.

P.- Desde el primer poema de Jardín nublado la casa indica la temperatura anímica del poeta. Parece protegerle de la intemperie y los recuerdos, pero ¿es símbolo de protección o también acentúa su desamparo?
R.- Creo que ambas cosas se dan en la vida con la misma naturalidad: unas veces estamos desprotegidos o problemáticos y otras más afirmados. Yo en esa casa de Oliva, en Elca, he pasado mis edades, he leído, he imaginado, he escrito, todo.

P.- ¿Reconoce en esta antología al joven poeta que ganó con Las brasas el premio Adonais en 1959?
R.- Siempre he tenido ese peso, siempre he escrito sobre lo mismo, pero en realidad poeta somos antes de escribir. El poeta es el niño, porque descubre esa sombra y el poeta adulto es el que vive con capacidad de asombro, que siempre conserva algo del niño que fue.

P.- ¿Entonces es la poesía la distancia más corta entre ese descubrimiento y el lector?
R.- Desde luego. El lector encarna en el texto, y elige el poeta o los poetas que le interesan. Por eso, el poeta elegíaco es más abundante que el hímnico, porque nos duele lo que perdemos, y lo que ganamos en cada edad lo tenemos que experimentar. Yo, por ejemplo, también he ganado algo. ¿Qué? Quizá el importarme menos las pérdidas.

P.- En esta antología se adelantan poemas de su libro inédito Donde muere la muerte, del que tanto se está hablando desde hace años…
R.- Tengo dos borradores, pero hace poco leí un libro del siglo XVII, Ocios morales, y su autor, un escritor de prosas murciano, y me ha dado una idea para escribir prosas. Tengo unas seis o siete ya escritas que formarán parte del libro.


He desechado unos poemas eróticos que no publicaré por pudor. Podían parecer un poco escandalosos"
P.- Precisamente Juan Carlos Abril cierra Jardín nublado con uno de sus poemas inéditos, “Mi resumen”, en el que se lee: “Como si nada hubiera hubiera sucedido./ Es ése mi resumen/ y está en él mi epitafio.” ¿Realmente se siente así como hombre y como poeta, “como si nada hubiese sucedido”?
R.- La vida es eso. Somos efímeros, somos mientras vivimos. Cervantes ¿qué es? ¿El Quijote? Nosotros no sabemos de su vida nada, hoy es como un rótulo de una fábrica, Espejos tal, Cervantes-El Quijote, pero en el fondo, nada…

P.- ¿Y a qué se debe que se esté demorando tanto el libro, quizás es que solo escribe cuando no le queda más remedio?
R.- Sí, me ocurre eso. Yo no tengo la lujuria de la escritura. Mire, donde yo escribo tengo la puerta entreabierta y por ahí entra la musa, que es una sombra, y por ahí sale; yo no la cierro, pero tampoco la abro de par en par. De eso estoy contento, porque escribir por escribir no vale la pena. Uno se puede equivocar… Yo creo que García Lorca o Gil de Biedma no tienen una obra extensa, pero no la necesitan. O sea, que para qué escribir mucho. Neruda, un poeta extraordinario, escribió demasiado.

P.- ¿Desecha mucho?
R.- No, porque escribo muy poco. Quizás hay algunos poemas que no he publicado de signo erótico.

P.- ¿Los ha abandonado definitivamente?
R.- Sí, creo que sí. No los he publicado por pudor. Podían parecer un poco escandalosos y es que yo soy pudoroso como poeta y como persona... el impudor me parece un poco agresión a los demás, porque las cosas se pueden decir todas pero sin agredir.

P.- Cuando comenzó a publicar triunfaba la poesía social; luego vendría la poesía hermética, pero usted fue como una tercera vía, más sensual y mediterránea: ¿fue fácil desmarcarse y encontrar su propia voz?
R.- Yo creo que en el momento en que aparezco se da un cambio generacional que permite que se acepte mi voz. A mí me ha interesado más la poesía de revelación que la de testimonio, y la poesía social o política era sólo testimonial.

P.- Es imposible recordar esos años y no mencionar a Aleixandre, que le ayudó a ordenar los poemas de Las brasas...
R.- Cuando llegué de Valencia no me atrevía a ir a visitar a Aleixandre porque pensaba que qué iba a decirle que pudiera interesarle, nada. Sí iba Carlos Sahagún, que era amigo mío, y me decía que Vicente, que era muy curioso, muy cálido, quería conocerme, porque Vicente vivía dentro de su generosidad. Al final fui a verle y era entrañable: cogía un poema tuyo y lo leía en voz alta, con emoción, y esas cosas que son nada lo eran todo. Veías en él una emoción comunicada, una emoción que aparentemente venía del poema y que él te la transmitía, y eso, cuando tú le mirabas, era como cuando Popeye tomaba las espinacas.

P.- No sé si conoce la última biografía sobre Aleixandre que incluye unas cartas íntimas a Carlos Bousoño. Como amigo de los dos, ¿qué le parece?
R.- Leí lo que se ha publicado y esas cartas parecían un poco cursis y un poco escandalosas. Yo respeto y he querido demasiado a Vicente y a Carlos como para que me guste la imagen que se da de ellos. A Vicente no le hubiera gustado en absoluto, porque era muy discreto. Estas cosas, en público...

P.- Por cierto, ¿qué poetas jóvenes le interesan más?
R.- Hay varios: Carlos Marzal, Vicente Gallego, Josep M. Rodríguez... La generación a la que pertenecen Marzal, Gallego y Juaristi es buena, y ahora están en una edad en que poco a poco van haciendo su propio cuerpo poético. Al principio hay una uniformidad mayor porque los maestros suelen ser los mismos, y aun no han vivido, pero ahora ya cada uno tiene su trayecto vital y su cuerpo de poesía también es sólido y diferenciado e interesante.

P.- ¿Y quiénes vertebrarían, a su juicio, la poesía española del siglo XX?
R.- Hay dos poetas, anteriores a mí, que son verdaderamente maestros y sólidos: uno es Juan Ramón Jiménez, porque de él viene todo, y el otro es Cernuda. ¿Por qué? Porque los poetas del 27 aparecen y desaparecen, pero Cernuda, que era el más arisco, es la presencia más continuada en toda la poesía posterior, aunque Lorca es genial y en esa generación hay maravillas. Luego, del 36 me interesan mucho Panero y Luis Rosales; posteriores a ellos son Gaos, y Pepe Hierro, para mí muy importante, no sólo su poesía sino la persona, y Blas de Otero. Y de mi generación hay muchos: está Carlos Bousoño, Claudio Rodríguez (que era más joven que yo), Gil de Biedma, Valente... y luego la generación de Marzal y Juaristi es también buena, o sea que la poesía española del siglo XX y XXI es espléndida. Yo ahora a los jóvenes los encuentro a veces oscuros, porque eliminan los referentes para acentuar la abstracción del poema y oscurecer su significado. Pero noto que los jóvenes son afectos a mi poesía, lo cual me alegra.

Reconoce Brines que le crispa la pedantería, y que, aunque “todos tenemos un compromiso”, nunca se ha metido en política, pero que vota en lo que cree, y no siempre a los mismos. Y no, no le gusta demasiado la España que ve. “Ahora -explica Brines- está de moda este Pablo Iglesias. Es curioso, todo su grupo se las da de universitarios, pero todos hemos conocido en la Universidad gente espléndida, gente mediocre y gente mezquina, como entre los obreros; que no vengan a decirnos que son universitarios como si fuese una cualidad, porque hay de todo”. Dice el poeta que España ha sido un país muy inquisitorial “pero ahora hay muy pocos países tan libres moralmente como España y eso a mí me parece muy bien”. Sobre la radicalización independentista de Cataluña asegura que “me entristece profundamente”. No teme a las polémicas, por eso sigue siendo uno de los grandes defensores de la tauromaquia. Imposible no preguntarle por su posible abolición:

R.- Me parece una barbaridad. La Fiesta es el espectáculo más bello y perfecto que han creado los españoles. Los partidarios de su abolición son tontos. Se lo dije a un joven animalista y faltón a la salida de la plaza: defendéis los toros, pero si alcanzárais la abolición, lograríais lo que no consiguió Hitler con los judíos, exterminarlos, porque para leche o para carne hay otras razas, y más baratas.

Soy un poco el poeta-florero de la Real Academia, los que trabajan son los filólogos"
P.- ¿Por qué le gusta tanto?
R.- Por su estética, porque puede ser una experiencia bellísima. Hay toreros mediocres que sólo tienen técnica, y otros que tienen mucho arte e inspiración. A veces, en un natural, da la impresión de que el tiempo se ha detenido. Eso también lo produce la poesía, y el arte.

P.- Pero nunca ha escrito de toros.
R.- No. Yo quería escribir un tríptico sobre el torero, el toro y el público, pero no lo he hecho, y ya no lo haré. Ahora no voy a la plaza porque camino mal.

P.- Tampoco va a mucho la Real Academia...
R.- Voy poco, sí, sobre todo desde que vivo en Oliva. Voy a aprovechar estos días en Madrid para asistir al ingreso de Félix de Azúa en la Casa, aunque no pude votarle porque no tenía el número suficiente de asistencias. Si viviera en Valencia sería más fácil, pero es que además yo soy un poco el poeta-florero de la Real Academia, porque allí los que trabajan y trabajan muy bien son los filólogos. Yo puedo dar mi opinión pero nada más. Me siento como un linier de esos que pasan inadvertidos, ni siquiera como un árbitro…

P.- ¿Y qué tal se lleva con las redes sociales?
R.- Yo de internet no sé nada, a mí todo ese mundo me ha llegado muy tarde, y no me ha interesado. Incluso, fíjate, nunca he usado máquina de escribir, siempre he escrito a mano porque además pones a veces varias palabras y luego eliges una, pero no en el momento aquel, sino cuando has terminado la estrofa o el poema. En la poesía el azar interviene mucho y además del hecho de que salga una palabra u otra depende la trayectoria que vaya a tener el poema, aunque lo que sorprende es la verdad enterrada en uno.

@nmazancot



La rendija en la sombra

Ya está todo dispuesto,
hay un reloj que marca detenidas
las doce no solares,
la casa está vacía y no hay valija ya que prevenir;
en la estación la niebla aleja aún más
el silbido pretérito,
afantasma en el puerto los cascos de los buques.
¿Podré aún llegar a ti,
ancianísimo espíritu, antes de que obedezcas
la última ley prescrita hacia la nada,
para así devolverte
un reflejo del mundo que me diste,
acercarte el espectro de la vida que amamos,
recibir tu piedad,
ungirte con la mía?
¿Y allí estará él aún, o ya será carencia?
Desplazados los tres
-yo rezagado-
las sombras no serán.
Ni la luz, ni el vacío.
¿Hasta cuándo ahí el mundo?
 
...............................
 BIBLIOGRAFÍA
Las brasas (1959)
El santo inocente (1965)
Palabras a la oscuridad (1966)
Aún no (1971)
Ensayo de una despedida (1974)
Insistencias en Luzbel (1977)
Poesía. 1960-1981 (1984)
Poemas excluidos (1985)
El otoño de las rosas (1986)
La rosa de las noches (1986)
Poemas a D. K. (1986)
La última costa (1995)
Breve antología personal (1997)
Selección de poemas (1997)
Poesía completa (1960-1997) (1997)
Antología poética (1998)
La Iluminada Rosa Negra (2003)
Amada vida mía (2004)

PREMIOS
Premio Adonais (1960)
Premio Nacional de la Crítica  (1967)
Premio de las Letras Valencianas (1967)
Premio Nacional de Literatura (1987)
Premio Fastenrath (1998)
Premio Nacional de las Letras Españolas (1999)
Premio a la Creatividad 'Ricardo Marín' (2004)
IV Premio de Poesía Federico García Lorca (2007)
Premio Reina Sofía de Poesía latinoamericana (2010)