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sábado, 29 de julio de 2017

Presencia invisible, por Agustín Conchilla

PRESENCIA INVISIBLE




Orfandad y adolescencia gravan tu existencia.

Hombre comprendido, callado y comprensivo.

En premura descansas, en soledad nos dejas.

Vuelves del universo, protección sentencias.



Enfermo te marchas, pero no, no te alejas.

Vienes de visita, siento misterio y temeridad.

De madrugada, junto al lecho, movimiento,

 tacto presencial y aparatos eléctricos palpitan.



Recelo y callo, de voz, de comprensión y valor.

Mi vello eriza como la piel de un pollo al desnudo.

En silencio te indico: márchate. Aquí no te quiero.

No hay, sin embargo, odio, rencor ni resentimiento.



En la madrugada del día del padre, día de San José,

noche de fiesta e insomnio, te percibo y te despido.

Tú te obstinas, insistes, clamas atención y noto fricción,

presencia, desplazamiento, tacto y mis pies sobre presión.



Proceso temor, desazón, y el vello como escarpias.

Los escalofríos me invaden, me estremecen.

Lo inexplicable, anormal, incomprensivo,

surrealista, misterioso y palpable, me confunde.



Vete, indico, por temor al misterio, al desconocimiento.

Busca tu camino, reanudo. Aquí asustas y no te quiero.

Digo, en silencio, a boleo, y repito, aturdido, inquieto.

Busca la luz y deja que yo les proteja, sin vestir el luto.



Te busco, no te veo, sí testigos electrónicos, que apagas,

y un rayo sonoro, entra y esfuma del televisor, apagado.

Pero aunque te percibo y no te veo, evaporas tan fugaz

como caída de estrella, sin necesidad de materia terrenal,

yo sé, Rafael, que diecisiete años atrás asistí a tu funeral.


Por Agustín Conchilla