Agustín Conchilla en Facebook.- Despierta
toro, les decía yo, y mis amigos, a las reses bravas en las dehesas de
Sierra Morena. Concretamente en Navas de San Juan, a la edad de trece y
catorce años, cuando cercábamos a los novillos en los arroyos y a muy
corta distancia les lanzábamos las
inocentes flechas de madera o cuando a la puesta, o sea, casi a la
anochecida, removíamos los comederos de recortes de bidón de aceite
mineral. Previa visualización o distancia ocular de la presencia de los
vaqueros (mayorales) y después, cuando los animales se acercaban
previendo la vianda de paja y cebada que iban a degustar nos escondíamos
uno de nosotros, al azar de valentía, junto a un comedero y bajo una
manta: mientras el rebaño de vacas y toros bravos se aproximaba con
intención de merendar. Cuando casi ya llegaban a degustar el manjar, a
muy poca distancia, sin embargo, nos levantábamos y hacíamos volar la
manta o el plástico, a saber del momento y la preparación, por los aires
con tanta inercia o energía que los bravos corrían como bravos que son.
Aunque no veas cómo lo hacían; sin comer, envueltos en una polvareda de
tierra removida y en dirección contraria a la de los jovenzuelos.
Aunque seamos sinceros, todo hay que decirlo en honor a la verdad. En
alguna ocasión nos corrió el mayoral o más de uno, a nosotros a voz en
grito y a lomos del caballo galopante y galopando. La jovial edad de los
pueblerino, el instinto heredado por la represión caciquil y militar
(de tricornio y capa verde aceituna) a nuestros mayores, así como las
jaras de Sierra Morena, sin embargo, que arropan, camuflan o guareen al
lince tanto como al ser humano, privaba del fruto del trofeo al
perseguidor.
13 de mayo 2017