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sábado, 13 de mayo de 2017

Los toros bravos en la dehesa y los chavales. Por Agustín Conchilla

Agustín Conchilla en Facebook.- Despierta toro, les decía yo, y mis amigos, a las reses bravas en las dehesas de Sierra Morena. Concretamente en Navas de San Juan, a la edad de trece y catorce años, cuando cercábamos a los novillos en los arroyos y a muy corta distancia les lanzábamos las inocentes flechas de madera o cuando a la puesta, o sea, casi a la anochecida, removíamos los comederos de recortes de bidón de aceite mineral. Previa visualización o distancia ocular de la presencia de los vaqueros (mayorales) y después, cuando los animales se acercaban previendo la vianda de paja y cebada que iban a degustar nos escondíamos uno de nosotros, al azar de valentía, junto a un comedero y bajo una manta: mientras el rebaño de vacas y toros bravos se aproximaba con intención de merendar. Cuando casi ya llegaban a degustar el manjar, a muy poca distancia, sin embargo, nos levantábamos y hacíamos volar la manta o el plástico, a saber del momento y la preparación, por los aires con tanta inercia o energía que los bravos corrían como bravos que son. Aunque no veas cómo lo hacían; sin comer, envueltos en una polvareda de tierra removida y en dirección contraria a la de los jovenzuelos. Aunque seamos sinceros, todo hay que decirlo en honor a la verdad. En alguna ocasión nos corrió el mayoral o más de uno, a nosotros a voz en grito y a lomos del caballo galopante y galopando. La jovial edad de los pueblerino, el instinto heredado por la represión caciquil y militar (de tricornio y capa verde aceituna) a nuestros mayores, así como las jaras de Sierra Morena, sin embargo, que arropan, camuflan o guareen al lince tanto como al ser humano, privaba del fruto del trofeo al perseguidor.
13 de mayo 2017