Páginas

sábado, 18 de junio de 2016

Los pescadores, novela de Chigozie Obiama. finalista del premio Booker

Chigozie Obioma: “El inglés nos pertenece como a los británicos”

El autor nigeriano debuta con 'Los pescadores', una alegoría sobre el funesto destino de su país. La novela le convirtió en finalista al Premio Booker



Guardar




El escritor Chigozie Obioma.
No se considera un heredero de Chinua Achebe, tal vez el primer autor africano que logró el aplauso occidental con una obra magna como Todo se desmorona. A Chigozie Obioma (Akure, Nigeria, 1986) la comparación le parece algo simplista, pero no del todo descabellada. “Hay una continuidad. Achebe también hablaba de la destrucción de una civilización provocada por la imposición de otra y describía a personajes que se defendían de todas las maneras posibles, pero nunca lograban vencer”, reconoce. Además, igual que su ilustre predecesor, el joven escritor es de etnia igbo y fanático de Yeats: con él arranca un debut literario, Los pescadores, con el que fue finalista al Premio Booker en 2015. En la novela, cuatro hermanos nigerianos pasan su tiempo pescando en el río. Hasta que se convierten en víctimas de la profecía de un loco con poderes adivinatorios: el mayor, Ikenna, terminará muriendo a manos de uno de sus hermanos.
PREGUNTA. Su novela tiene dos niveles de lectura. Está el literal, que describe una saga familiar, pero también el alegórico, una metáfora sobre la fundación de su país. ¿Cuál debemos priorizar?
RESPUESTA. Me gustaría que se leyera como la historia de una familia en la que irrumpe, de manera inevitable, un comentario sobre la situación actual de mi país. Empecé a trabajar en el libro cuando vivía en Chipre. Me pregunté cómo era posible que ese pequeño país mediterráneo, que no contaba con ninguna riqueza, se haya acabado convirtiendo en una economía desarrollada, mientras que Nigeria, que disponía de petróleo y grandes recursos naturales, se encuentra en la situación opuesta.

“Retirado de la inmediatez, es como si me convirtiera en un dios capaz de recomponer las cosas a su gusto. Eso es escribir”
P. ¿Cuál es su respuesta?
R. Nuestro problema se origina en la propia fundación del país. Imagine que en el perímetro de una ciudad como París existieran cuatro tribus distintas, con lenguas y sistemas de creencias diferentes, a las que se obligara a crear una nación común. ¿Qué pasaría entonces? Pues que sembrarían el caos, se declararían la guerra y se matarían durante siglos. En la novela, los hermanos simbolizan las distintas tribus que convivían en paz, con sus costumbres y sus propias formas de democracia, antes de que llegara el loco Abulu, un extranjero que irrumpe en el lugar y destruye la ecuación original.
P. Es decir, Reino Unido en la era colonial.
R. Exacto.
P. La profecía que altera el destino de los hermanos es un símbolo de esa espiritualidad que sigue gobernando muchas culturas africanas. En Nigeria incluso existen telepredicadores que anuncian quién morirá la semana que viene. ¿Por qué introdujo este aspecto?
R. Entiendo mi novela como una tragedia. Se suele decir que hoy día ya no se pueden escribir tragedias, porque ya no existen dioses ni premoniciones. En África, en cambio, este tipo de escenario todavía es plausible. Lo que escribo no tiene nada que ver con el realismo mágico. Muchos africanos, incluso los que han recibido una gran educación, siguen siendo supersticiosos y creyendo en la predeterminación. Dicho eso, no es el único lugar del mundo donde sucede. Los europeos ya no sois muy religiosos, pero en Estados Unidos existen telepredicadores bastante parecidos.



P. Esa cultura ancestral suele estar en conflicto con el modelo de Estado impuesto por Occidente. El periodista Richard Dowden, que trabajó más de 30 años en el continente y hoy dirige la Royal African Society, sostiene que esa espiritualidad suele explicar “la falta de capacidad de acción social y política”. ¿Lo comparte?
R. Los dos modelos se apoyan en pilares distintos. Las sociedades occidentales se fundamentan en la libertad de expresión y secularismo. Ese modelo no funciona en África, donde la espiritualidad y las creencias animistas suponen, en ese sentido, una barrera. Pero para mí el problema empieza mucho antes: eran esas naciones-Estado, dibujadas de manera arbitraria por Francia e Inglaterra, las que no tenían nada de africano. Las potencias coloniales no pensaron en las personas que vivían en esos territorios. Solo pensaron en ellas mismas.

P. La novelista Taiye Selasi, de origen nigeriano y ghanés, pero nacida en Londres y educada en Estados Unidos, escribió una tribuna en The Guardian donde se mostraba crítica con la etiqueta “étnica” que los medios han colgado a los escritores de origen africano y exigió que se dejara de “encasillarlos”. ¿Está de acuerdo?
R. Sí, tiene razón. Todo el mundo aspira a que seamos monolíticos, incluso los propios africanos. Nacimos en el mismo continente y tendemos a hablar de África en nuestros relatos, pero nuestros estilos y temas son bastante distintos. Dicho esto, en otros aspectos coincido menos con Selasi. Por ejemplo, cuando se niega a que la traten de escritora africana. A veces es como si estuviera negando África. Yo sí me identifico como africano.
P. Distintos escritores africanos se han mostrado igual de reticentes a que les denominen así. El poeta nigeriano Christopher Okigbo, que murió luchando por la independencia de Biafra, o Ben Okri, el primer ganador africano del Booker en 1991, también preferían que se les llamara escritores a secas. ¿Cómo lo explica?
R. Existen varias razones para entender ese rechazo. Cuando uno es africano, se espera que se sume a una estética determinada, o incluso que actúe como una especie de embajador. Mi proyecto no consiste en eso, sino en describir de manera fidedigna el estado de las cosas. Yo no quiero ser embajador de nada. Algunos escritores prefieren distanciarse de esa supuesta lealtad al continente y aspiran a ser definidos por el mero hecho de escribir.

"Cuando uno es africano, se espera que se sume a una estética determinada, o incluso que actúe como una especie de embajador. Mi proyecto no consiste en eso"
P. Su novela está escrita en inglés y utiliza una forma tan occidental como la novela, aunque la alterne con la tradición oral de su cultura. ¿Encaja en la categoría algo anticuada de lo poscolonial?
R. Sí, no tengo problema en decir que mi novela es poscolonial. Y sí, la he escrito en inglés, aunque no creo que tenga tanta importancia. Es la lengua que nos impusieron y ahora ya no nos la podemos quitar de encima. Quiero creer que el inglés nos pertenece tanto como a los británicos. Hay un libro que me gusta mucho: El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy, que describía el sistema de castas y los problemas de la India contemporánea derivados del proyecto colonial, aunque a partir del microcosmos familiar. En el fondo, con Los pescadores he aspirado a hacer lo mismo.
P. Lleva cuatro años viviendo en Estados Unidos. ¿Sería capaz de escribir un relato ambientado allí?
R. Me cuesta mucho escribir sobre el lugar en el que vivo. Parte de mi segunda novela transcurre en Chipre, pero no la logré escribir hasta que me marché de allí. Siempre necesito esta distancia. Por ejemplo, si tuviera que describir este encuentro ahora mismo, diría solo lo obvio. En cambio, si me espero hasta que caiga la noche, seguramente lograré quedarme con lo importante. Necesito retirarme de la inmediatez para que lo vivido se convierta en algo manipulable y no lineal, susceptible de ser articulado de otra manera, como si me convirtiera en un dios capaz de recomponer las cosas a su gusto. Para mí, en eso consiste escribir.