Mi novia sevilllana.
La luz amarillenta del atardecer
y el olor de las biznagas
eran un atributo de la felicidad,
y ella,
mi novia,
iba a surgir como un regalo inmerecido.
Su mirada limpia y esquiva
era la tarde misma llena de luces reflejadas
en los lejanos edificio que como
estrellas audaces se plantaba en mi camino.
Pero tú de nuevo me rescatabas
de este lago de la angustia,
cada tarde cuando te esperaba
en la esquina de tu casa.
Allí estaba yo expuesto a las miradas
Allí estaba yo impaciente
Allí estaba yo firmes sin perzas
hasta que llegaba ella, mi novia sevillana.
Ramón Palmeral