NUEVA ÉPOCA • NÚM. 114 • AGOSTO 2013 • ISSN EN TRÁMITE CON NÚM. DE FOLIO 493 • REVISTA MENSUAL UNIVERSIDAD DE MÉXICO.
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La revolución literaria que está provocando el escritor noruego Karl Ove Knausgård con su obra autobiográfica Mi lucha es
revisada por la novelista Cristina Rivera-Garza: una escritura del yo,
descarnada y radical, que viene de vuelta de las convenciones de la
ficción en Occidente y que busca no expresar sino crear en su lector la
emoción y el sentimiento por encima del artificio.
I. EXIGIR LO IMPOSIBLE
“Ya es hora de parar el experimento”, me dijo
alguna vez un alumno justo después de un seminario de lo que en Estados
Unidos se llama creative writing y que en México, y en gran
parte del mundo de habla hispana, sigue siendo denominado “creación
literaria”. “¿Podemos aceptar que hacemos esto nada más para que nos
quieran?”, insistió con la voz baja, avergonzado y bravío a la vez. La
mirada del que implora. La perplejidad me dejó callada, con la boca
medio abierta, tratando de sonreír. Algo debí de haberle contestado pero
incluso ahora que me lo propongo, tanto tiempo después, no sé en
realidad qué le dije. Años más tarde, en otro país, un estudiante de
posgrado se me acercó para platicar después de una conferencia.
“Necesitamos menos subjetividad y más sujeto en los libros”, aseguró en
un español que era claramente una segunda lengua. “Necesitamos verdad,
carne, experiencia, literalidad”. Se notaba que la lista era más larga
pero que, por cuestiones de obviedad de cortesía, la dejaría ahí. No
la perplejidad, sino el reconocimiento me hizo detenerme con interés.
“Tú estás leyendo a Knausgård”, le contesté, tratando de atinar. La
sonrisa sorprendida y abierta del muchacho me dijo, de inmediato, que
había dado en el blanco.
Karl Ove Knausgård
©Astrid Dalum/Politiken.dk
No se trataba, en ninguno de los dos casos, del
típico crítico conservador y temeroso que, apoyándose en la autoridad
incuestionable de una tradición oficialista y timorata, impugnaba la
capacidad de la experimentación para lograr que la escritura entablara
una relación estrecha y viva, orgánica, con el lector. Justo lo
contrario. A ambos, el joven alumno de licenciatura como el avezado
doctorando que ya preparaba su disertación, les interesaba explorar, en
total libertad, tantas estrategias de escritura como les fuera posible
para producir o leer, según el caso, textos contemporáneos y
emocionantes a la vez. Lo que una plétora de libros experimentales o
posmodernos, así los llamaron cada uno respectivamente, les habían dado
eran retos intelectuales que les resultaban interesantes, incluso
apasionantes, pero no necesariamente conmovedores. Y ellos, jóvenes al
fin y al cabo, lo querían todo: libros complicados y emotivos; libros
con reto y con refugio; libros con los que se pudiera enfrentar la vida
y, acaso, vencer la muerte. Todo junto y todo a la vez, eso querían.
Nada más, pero tampoco nada menos. No esto o lo otro. Sino esto y lo
otro. ¿Podemos parar el experimento ya? Por eso no me extrañó que, al
menos uno de ellos, se declarara abierto admirador de la obra más
reciente de Karl Ove Knausgård, el autor noruego que, después de haber
publicado dos novelas bien comportadas, merecedoras de importantes
premios en su país, optara por escribir una larga y escandalosa
autobiografía en seis volúmenes a la que tituló, de manera por demás
provocadora, Mi lucha.
En diversas entrevistas y en los volúmenes mismos
de su detallada novela autobiográfica, Knausgård ha declarado que
eligió aproximarse “al núcleo mismo de la vida”, es decir, de su vida,
porque había dejado de creer en otros géneros literarios como formas
capaces de enfrentar la creciente falta de significado del mundo —una
falta de significado evidente ya, de hecho, en la diseminación y
dominio de la ficción en todos los aspectos de la vida cotidiana—. “La
vida a mi alrededor no era significativa. Siempre quería apartarme,
dejarla atrás. La vida que llevaba no era mía. Trataba de volverla mía,
ésa era mi lucha, porque por supuesto que eso era lo que quería, pero
fracasaba” (volumen 2, p. 469).
¿Qué podría la ficción literaria frente a la ficción en que se ha
transformado la existencia misma? Su respuesta, negativa y radical
—radical, de hecho, por negativa— lo condujo a las puertas de uno de
los más feroces y peculiares trabajos con el lenguaje del yo, que es
una forma del lenguaje del nosotros, de nuestros días.
II. LA VERDAD
Una necesidad similar se encuentra, acaso, detrás
del surgimiento y creciente popularidad de la así llamada autoficción:
libros en que una diversidad de autores asumen el reto de contar la
verdad propia a sabiendas, en un mundo que ha pasado ya por el giro
lingüístico y el cuestionamiento de las grandes narrativas, de que tal
tarea es imposible. Se trata de libros que saben, y lo muestran así, al
menos dos cosas: que no hay manera de tener un contacto directo con lo
real, no al menos sin el lenguaje; y que el yo no es más que una
convención, el acuerdo del cual partimos para colocarnos en modo
íntimo, aunque transferible, ante el lenguaje. Son libros listos;
libros irónicos; libros que cultivan una distancia cuidadosa, a veces
elegante y a veces melancólica, frente a lo que saben no pueden ni
conseguir ni prometer: verdad.
Lo que Knausgård se propone y nos propone es a la
vez más descabellado y más imposible. Justo como los dos muchachos que,
cada cual a su manera, pedían un fin al experimento, Knausgård, que a
momentos ha elogiado a la novela como el último territorio en que los
adolescentes nihilistas pueden todavía plantearse las grandes preguntas
del ser, quiere la médula misma, la médula de sí, y la médula del
lenguaje. El núcleo de la vida. El esqueleto mismo de los días. El
marasmo. No lo que, pudiendo encontrar forma en algún cauce narrativo,
fuera capaz de forjar su propio sitio en “el desarrollo del significado
a lo largo del tiempo”, sino lo que, expuesto en una simultaneidad
abrumadora, pegado al cúmulo de detalles concretos del cuerpo y de la
respiración, escapara cualquier noción preconcebida de lo que es un
relato. Atento al anacronismo, Knausgård no pide disculpas por su
ímpetu neorromántico o, incluso, romántico, pero sí toma su distancia
con respecto a la inocencia teórica o el elitismo cultural.
“Esta pièce de résistance es el humo
elevándose en espiral”, así le describe Karl Ove Knausgård el objeto que
tiene frente a sí a su hermano. Se trata de una botella de cerveza
vacía, en cuyo orificio superior ha introducido unos segundos antes la
colilla de un cigarro sólo a medias apagado. Cuando el humo insiste en
subir por el cuello de la botella y propagarse así por el jardín
revuelto y desordenado que planea limpiar, Karl Ove, como le gusta ser
llamado, coloca un pequeño plato, en el que se le han ofrecido algunas
sobras de la comida a una gaviota insistente, sobre el orificio de la
botella, configurando de esta manera una azarosa escultura de lo
diario. “En cierta forma”, continúa, “esto lo hace una pieza interactiva
con el medio ambiente. No es tu escultura de todos los días. Y las
sobras representan la ruina, por supuesto. Eso también es interactivo,
un proceso, algo en flujo. O el flujo mismo. Un contrapunto a la stasis.
Y como la botella de cerveza está vacía, ya no tiene ninguna función,
¿y qué es un recipiente que no recibe nada? Es la nada. Pero la nada
tiene una forma, ¿lo ves bien? La forma es lo que estoy tratando de
enfatizar aquí” (volumen 1, p. 346).
Que Knausgård elabore esta detallada descripción y
esta interpretación de peculiar ambivalencia irónica alrededor de un
alebrije cotidiano justo cuando, junto con su hermano, se dedica a
limpiar centímetro a centímetro la casa en la que su padre acaba de
morirse de borracho —una casa llena de botellas vacías de alcohol y
mierda y ropa podrida y mugre por doquier— sólo puede ser indicativo de
la relevancia que tiene, tanto en su vida como en su obra, la relación
entre la realidad y la forma. No en pocas ocasiones a lo largo de estos
volúmenes autobiográficos Knausgård introduce referencias críticas a
ciertas formas de arte contemporáneo que descalifica como ligeras,
distanciadas o indiferentes a la realidad que las origina. Tampoco son
pocos los comentarios halagüeños a ciertas obras del siglo XIX o del
XX, especialmente aquellas que denotan y provocan emoción. De hecho,
aquí y allá, a veces de manera tangencial pero siempre con la misma
intención, Knausgård declara que la única medida de valor de una obra
de arte es, en sentido literal, la emoción que genera en el espectador.
Acaso por eso no son pocas tampoco las ocasiones en que Karl Ove, el
autor y narrador y personaje de esta obra, llora o solloza o lagrimea a
lo largo de sus muchas páginas.
El autor noruego se aproxima, pues, crítica e
irónicamente a esa distancia precavida, a esa ligera indiferencia, que
privilegia tanto arte y escritura contemporánea. Su novela
autobiográfica surge, de hecho, de un impulso contrario. Ante el
apabullante desencanto que le provoca la ausencia de sustancia tanto en
la experiencia de todos los días como en el arte del mundo actual,
Knausgård empuña en el aire, combativo y seductor a la vez, un texto verdadero.
Luego de haber escrito libros que pueden inscribirse con facilidad
dentro de cierta tradición de la ficción realista, Knausgård se
aventuró, entonces, por otros caminos: escribiría muy aprisa, casi sin
darse tiempo a corregir, sobre la muerte de su padre, recurriendo a
recuerdos propios y utilizando los nombres verdaderos. Escribiría una
autobiografía, sí, pero sirviéndose de los artilugios con los que se
escribe una novela. Más que optar por la no-ficción, Knausgård parece
haberse visto obligado a refugiarse en ella en el momento mismo de andar
huyendo de un mundo en el que la ficción no sólo está en los libros,
sino sobre todo, y para mal, en la vida. Por eso, en lugar de inventar
un personaje, Knausgård opta por trabajar de cerca con el yo —un yo sin
el asidero de un arco narrativo o un tema específico; un yo
desparramado sobre los días y sobre el recuerdo—. Un yo del cuerpo. Un
yo en pleno y de tiempo completo.
BIOGRAFIA:
Escrito por Karl Ove Knausgård
Nació en 1968. Debutó en la literatura
en 1998 con una aplaudida novela, Ute av verden (Fuera del mundo), gran
éxito de crítica y ventas, y por la que recibió el premio de los
Críticos de Noruega, que hasta entonces nunca había sido otorgardo a una
primera novela. La segunda, En tid for alt (Un tiempo para todo)
(2004), también resultó un acontecimiento. Knausgård se embarcó en otoño
de 2009 en un proyecto literario sin igual. Su obra autobiográfica Mi
lucha es, en más de un sentido, una gran proeza literaria: está
compuesta por seis novelas, y la última fue publicada en otoño de 2011. A
la primera le fueron otorgados en 2009 el prestigioso Brage Award y el
Morgenbladet Award al mejor libro del año, y en 2010, el P2 Listeners’
Prize; los tres primeros volúmenes fueron galardonados con el Sorlandet
Literary Prize también en 2010. Este fascinante experimento literario,
además de ser un gran éxito de crítica y de recibir numerosos
galardones, ha suscitado un gran interés en los medios de comunicación y
entre los críticos literarios y los lectores, y el resultado han sido
cientos de artículos, comentarios, ensayos, notas en blogs y debates.
Cuando fue publicada la sexta novela, las primeras cinco ya habían
vendido en Noruega la increíble suma de cuatrocientos mil ejemplares.
Esta ambiciosísima gesta literaria ha despertado, además, un enorme
interés internacional, con quince traducciones en marcha.
A mí no me ha gustado, empieza hablando de la muerte y de los entierros, y está obsesionado con su epitafio. Tiene mucho de la aburrida lectura de Prout. Sobre los detalles de contidiano vivir, que si entra o sale, que si se quitas las botas o de las pone. El padre como la figura represora, temida. De vez en cuando como buen nórdico se pega unos chutes de alcohol que pierde la cabeza, está separado como es normal y a volver a empezar.
Dejé e leer autobiografía porque me aburría.
Ramón Fernández Palmeral
Alicante