«Sentenciado mío: La presente no es para más de
que dejéis la tristeza y toméis alegría. Baste
que yo no la tenga por ti, mi alma, desde el día de Santiago
a las dos de la tarde, que te prendieron durmiendo la siesta, que
aun siquiera no te dejaron acabar de reposar, y más la que
hoy he recebido, con que me han dicho que ya te sentenció el
teniente a docientos azotes y diez años de galeras. Malos
azotes le dé Dios y en malas galeras él esté.
Bien parece que no te quiere como yo ni sabe lo que me cuestas.
Díceme Juliana que te diga que apeles luego. Apela veinte
veces y más, las que te pareciere, y no te se dé
nada, que todo se remediará con el favor de Dios y ese
señor teniente. A[u]n bien que no te has de quedar
ahí para siempre. Que, para esta cara de mulata que se ha de
acordar de las lágrimas que me ha hecho verter, que han sido
tantas, que por poco lo hubiera dado a sentir a todo el mundo; y
más lo hubiera dado a sentir, si no fuera por temor de
quedar ahogada en ellas y después no gozarte. Que a fe que
te tengo ya pesado a ellas y sacaréte a nado de aquese
calabozo donde tienes mi alma encadenada. Juliana dirá los
cabellos que me saqué de la cabeza cuando me lo dijeron.
Ahí te lleva veinte reales para tu pleito y con que te
huelgues, por que te acuerdes de mí. Aunque yo sé
cuando para mí no eran menester estos proverbios y en un
momento que me apartaba de ti para echar carbón a la olla se
te hacían mil años. Acuérdate, preso
mío, de lo que te adoro y recibe aquesa cinta de color
verde, que te doy por esperanza que te han de ver mis ojos presto
libre. Y si para tus necesidades fuere menester venderme,
échame luego al descubierto dos hierros en ésta y
sácame a esas Gradas, que yo me tendré por muy
dichosa en ello. Dícesme que Soto, tu camarada, está
malo de que se burló mucho el verdugo con él hasta
hacerlo músico. Hame pesado que un hombre tan principal haya
consentido que aquese hombrecillo vil y bajo se le atraviese y que
de su miedo haya dicho lo suyo y lo ajeno. Dale mis encomiendas,
aunque no lo conozco, y dile que me pesa mucho y parte con
él de aquesa conserva, que para ti, bien mío, la
tenía guardada. Mañana es día de amasijo y te
haré una torta de aceite con que sin vergüenza puedas
convidar a tus camaradas. Envíame la ropa sucia y
póntela limpia cada día. Que, pues ya no te abrazan
mis brazos, cánsense y trabajen en tu servicio para las
cosas de tu gusto. Mi ama jura que te ha de hacer ahorcar, porque
dice que la robaste. Harto más tiene robado ella a quien
tú sabes. Ya me entiendes, y a buen entendedor, pocas
palabras. Si Gómez, el escudero, te fuere a ver, no le
hables palabra, que es hombre de dos caras y se congracia con todos
y es amigo de taza de vino. De todo te doy aviso y, porque
aquésta no es para más, ceso y no de rogar a Dios que
te me guarde y saque de aquese calabozo. Fecha en este tu aposento
a las once de la noche, contemplando en ti, bien mío. Tu
esclava hasta la muerte.»
Auto Mateo Alemán