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domingo, 7 de julio de 2013

"Yo era muy poquita cosa", por Carmen Fernández



  Yo era muy poquita cosa, no me gustaba nada comer, [bebía] café negro, la leche [de cabra] ni probarla, siempre estaba mareada como ahora y así me fui criando por eso no era  mucho [cuerpo]. Las comidas de hinojos nos las quería, todas las comidas me sabían a algo raro, y era muy asustona, pero la mayor culpa la tenían mis hermanos que me asustaban para verme llorar.
    Era muy amante de los gatos, tenía que dormir con ellos, y cuando se metían en las pencas, que allí  había muchas, ya tenía llanto para toda la noche, menos mal que mi cuñado Miguel el de Patamalara que en aquel entonces vivía en la casa de mi abuelos Pepe, que estaba muy cerca de la nuestra, había que subir una asperilla nada más y el me llamaba los gatos y salían de las pencas, entonces ya me quedaba tranquila.
    Bueno nos fuimos al cortijo del Mayarín en mes de febrero, lo único que recuerdo es que todos llevaron algo, y a mí me dieron un pollo metido en un cenacho no era muy grande pero cuando iba por enfrente de la Acebuchal, antes de llegar al ventorrillo, no podía más con él y lo dejé en el camino. Cuando llegamos al cortijo lo que recuerdo es que había mucho cielo y mucho Sol. De los muebles de la cama que tenía una colcha de ramos de colores que mi madre le decía de tela zarasa (sic) [zaraza, tela de algodón muy ancha].
    También me acuerdo de mi hermana Virtudes era una niña grande como Laura ahora [su nieta Laura]. Cuando nos fuimos al cortijo yo tendría 10 años. Mi padre [Emilio Fernández González] estaba malo, enfermo por temporadas, cuando estaba mejor era un poco fastidioso, teníamos que andar más derecho que una vela, porque si no hubiera sido así con tantos como éramos qué hubiera sido sin un control. Por ese tiempo vino mi hermano Emilio de la mili, que en aquel tiempo se decía servir al Rey, estuvo en Madrid, en Caballería.
    Como mis hermanos ya eran mocitos les gustaba salir de noche, cuando terminaban su labor y cenaban, no todas la noches, sino los domingos y jueves, mientras los que quedábamos si era invierno nos arrimábamos al rincón del fuego, y mi padre nos contaba muchos cuentos como el de “La cabrita y los 5 chivotos”, el del lobo que tenía las patas blancas y las asomaba por debajo de la puerta para engañar a la cabra; o “Juanito el malo” que se sentó en los huevos de la llueca; el del “Príncipe y la doncella”;  muchos acertijos porque mi padre antes de estar malo fue muy fiestero. Porque como él tenía un burro, él salía a los pueblos a comprar los comestibles y se  llevaba del cortijo las cajas de pasas a Málaga, en ir y venir echaba 3 días, en ese tiempo comía en las tabernas y ventorros y aprendía muchas cosas y después las contaba en casa, una eran noticias y otros cuentos.
     En aquel tiempo, él contaba de los bandoleros de “El Tempranillo” y de otros, más las fechorías que hacían de los secuestros, uno muy famoso es del molino de Río Chillar Maeso (sic). Y más y más cosas que no sé poner [escribir]. Porque entonces todo era contado, cuando iban al pueblo compraban el periódico y se leía al que no sabía. Yo recuerdo cuando murió Primo de Rivera [1930], que venía fotografiado en el periódico. Mi padre fue uno de los primeros que se enseñó un poco a escribir y leer en la Acebuchal, por Baldomero el Obispo que se crió en Cómpeta y se casó con una de la Acebuchal y les daba clases de noche a los mozos que se iban a la mili para que escribieran a su familia. Después cuando nosotros teníamos edad, él [mi padre] nos enseñaba y todos los 8 hijos, unos más y otros menos, todos aprendimos algo, mi madre nunca aprendió pero fue porque no tuvo tiempo, tenía tantas cosas donde emplear su tiempo, que nunca lo hacía [se ponía a aprender].

Carmen de la Emilio




Carmen de la Emilio ( mi madre)