Cuando llego a ti torre de fe y de esperanza,
donde duermen los vencejos,
tu cruz al cielo alcanza, mi cuerpo
torpe llega disuelto y sin ganas.
Un camino asciende entre pinos
peregrinos
a los que envidio su alzada, y
entre cuidado jardín de capuchinos,
vuelvo a mirar el prodigio de tu paisaje
por donde el Vinalopó trazó su sombra de agua.
En el entrar en la ermita, cueva
dulce y grata,
me espera San Pascual con su dulce mirada, y
manos
abiertas para acoger mi alma descalza.
Al ponerme de rodillas frente a
tu humilde
hábito de monje, tan cerca del
cielo
en la Oritos montaña, siento
diluirme
en una forma que ha cambiado mi
maltrecho
cuerpo sin alas.
Salgo alegre y levitando,
sediento de olvidados,
empezar de nuevo porque allí arriba
en la ermita habita la esperanza y una luz
grave
luz sagrada iluminando el entendimiento,
vuelo de paz como un ave que despertó
de su letargo cual yo pecador de
diarios vicios.
San Pascual Baylón tienes ¿algo?
que contagia,
ejemplo de vida ermitaña,
pobre de riquezas
terrenales, pero rico en espíritu, fuerza y
esperanza.
Volveré como peregrino y con
flores, a poner mis pies
cansados sobre el divino suelo de
tu cueva,
del que no soy digno habitante ni
de tu mismo aire: fervor de luz,
llave de la verdad.
Ramón Palmeral