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martes, 7 de mayo de 2013

Recuerdo de don Antonio Machado por Inés Tudela.


                (En el acceso a San Saturio en 1932)

Mis recuerdos de Antonio Machado
por Inés Tudela


Conocí a don Antonio el verano de 1931. Este año, profesores y amigos de don Antonio prepararon un homenaje al poeta, entre los organizadores recuerdo al distinguido catedrático del Instituto, don Pelayo Artigas y a mi tío Bienvenido Calvo, abogado de profesión y muy vinculado al Ayuntamiento soriano.

El acto consistiría en descubrir una cabeza de bronce, en relieve sobre las rocas, incrustada en las peñas que circundan la plazoleta, delante de la ermita del Santo Patrón de Soria, San Saturio. Además de esta efigie en relieve se colocaron también en lo alto de la roca y grabados en letras de bronce sobredoradas los versos machadianos:

Y en las rocas del camino, a su izquierda se colocarían también las letras, las palabras de los versos siguientes:

Debo intercalar que las iniciales de los nombres de mis padres fueron grabadas en un chopo, ahora ya invisibles al crecer los árboles, al crecer sus ramas.

Volviendo al tema de este homenaje, sabía por mi padre, que don Antonio sentía temor, tenía miedo a encontrarse con una Soria distinta a aquella que fue suya, a la vivida en su estancia de 1908 a 1912.

Pero la bondad sin límites del poeta venció este temor y dio gusto a sus amigos sorianos.

En el autobús de línea llegó a Soria acompañado de mi padre y de su hermano Pepe. Mi padre buscó los billetes, los mejores asientos para el viaje, en la delantera del ómnibus hicieron el viaje don Antonio y mi padre. Detrás Pepe Machado. De esta manera el poeta podría disfrutar del paisaje y mi padre oírle los comentarios, sus recuerdos, sus observaciones.

Esperábamos el coche de línea mi madre, mi hermana y yo. Recuerdo cómo saltó rápidamente mi padre para ayudar a bajar los peldaños a don Antonio. Después bajó Pepe, hubo saludos entrañables y llenos de alegría entre todos nosotros.

Don Antonio puso sus manos sobre nuestras cabezas de niñas y como llevábamos buen flequillo él nos separó el pelo para vernos las caras. No lo olvido. Por parte de mi madre hubo desilusión pues después de prepararles el almuerzo en casa dijeron que se iban a comer a una famosa casa de comidas en Soria, "La casa del Pedrito".

Sé que después de comer dieron unos paseos por nuestra dehesa, el parque soriano y por la ciudad. Y ya no encontró su vieja ciudad, pero lo más doloroso para él es que no encontró los jardines de evónimos, con telas de araña entre sus ramas y entre sus hojas, aquellos románticos jardines de nuestra alameda.

Soria ya no era la ciudad silenciosa, tranquila... y se desvaneció el recuerdo de la vieja Soria.

El acto de homenaje se celebró al atardecer en la plazoleta de la ermita del santo, bajo el relieve en bronce de la cabeza del poeta y de sus versos.

Hubo varios discursos de autoridades y amigos, nosotras niñas, sentadas en la escalerilla del estrado, a nuestra altura estaban los pies de don Antonio, frente a nosotras los chopos del camino que ya empezaban algo a amarillear.

Hay fotografías de este acontecimiento soriano, están en el aula Antonio Machado de nuestro Instituto de Segunda Enseñanza. Se ve a los organizadores durante las alocuciones, detrás Isidoro, tío de Leonor, practicante entonces en Soria, y las inspectoras de la Normal, entre ellas nuestra inolvidable amiga doña Cruz Gil.

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Los hermanos Machado no eran dos, sino seis: Manuel, Antonio, José, Joaquín, Francisco y Cipriana. En la primavera de 1915, Francisco, oficial del Cuerpo de Prisiones, remitió varias cartas a Unamuno desde El Puerto de Santa María (Cádiz); en una le enviaba unos versos lamentando la guerra europea: ¡Qué triste contemplar en la montaña, / el bajo mundo de la infértil tierra, / y el tremolar de la voraz guadaña, / sobre los yermos campos de la guerra!". Pedía a don Miguel consejo sobre sus poemas, pues pretendía seguir el brillante camino literario que ya transitaban Manuel y Antonio.
En su intento solamente publicó una obra, Leyendas toledanas, dejando otras poesías desperdigadas por revistas de la época. Ahora, el libro El Reloj de la Cárcel rescata de la penumbra su figura y su desconocida labor literaria.
En el año 1883 la familia Machado abandonó Sevilla para trasladarse a Madrid. El abuelo, Antonio Machado Núñez, pionero de los estudios prehistóricos e introductor de las teorías de Darwin, fue nombrado catedrático de la Universidad Central. El padre, Antonio Machado Álvarez, reconocido folclorista y estudioso del flamenco, comenzó a trabajar de profesor en la Institución Libre de Enseñanza y allí estudiaron los pequeños Manuel y Antonio. En la capital nacieron Francisco y Cipriana, quien falleció a los 15 años. Las clases en la Institución no daban para mucho y Machado Álvarez decidió emigrar a Puerto Rico en busca de fortuna. Sus hijos no volvieron a verle con vida (en 1893 murió en Sevilla enfermo de tuberculosis).
Francisco Machado Ruiz nació el 19 de febrero de 1884. Tras haber trabajado en el Matadero Municipal, se licenció en Derecho y aprobó unas oposiciones al Cuerpo de Prisiones. Completó su formación en la Escuela de Criminología de Madrid. Su paso por este centro fue decisivo para su futuro profesional y personal, pues en la Escuela conoció la nueva concepción del régimen penitenciario, donde la pena se orientaba hacia la readaptación social del delincuente, según las teorías de Concepción Arenal.