Páginas
▼
lunes, 24 de octubre de 2011
AL COSO ALICANTINO
Yo quiero ser llorando albero taurino
de la regia plaza, que cinco bronces
fieros y sueltos como leones,
guardan al noble coso alicantino.
Dejadme recordar y remover la calma,
las memorables cinco de la tarde lorquianas,
en un llanto por Ignacio Sánchez Mejías
su amigo y compañero del alma.
Dejadme respirar la frescura de la sangre
de esa bravura escapada de los lirios y de los campos,
que al viento asusta con las hachas de sus astas,
y el fuego de su boca en bramido convertido,
una tarde levantina que para los corazones.
Dejadme ver otra vez, juntos, a Manzanares y a Esplá
aquella tarde condenada a no ser olvidada,
aquella tarde en que el silencio rompía las esquinas,
aquella tarde de fuego y hogueras de San Juan.
Dejadme recordar a Miguel Hernández nacido
en Orihuela para el luto y el dolor.
Homenajear, montera en alto:
a Pacorro, el arte gitano de Caracol, al Tino,
a los entendidos y sabios: Tirso Marín y Antonio Cano,
y cómo no, saludar con un abrazo al museo taurino.
Un sombrero cordobés adorna el Bencantil,
pasodobles no faltan, ni la bellea del foc,
ni sus damas, con sus trajes de novia guapa.
En los corrales silencios y varas,
la fiesta ha comenzado: rojos y gualdas,
cuando la autoridad, su pañuelo de seda saca.
III
LA CORRIDA
Un capote de amapolas y cuello de caracolas,
sale delante de un hombre valiente y torero,
qué grande será la hora,
qué grande será la fiesta,
si amansa como las olas.
Un clarín anuncia el tercio en que un rocín noble,
que olvidó el galope, con su armadura forrada,
se enfrenta ciego al acoso de veinte pitones.
Ya están los dos solos con su tragedia y su arte,
ya están los dos mitos frente a frente, sangre a sangre,
ya están de tú a tú con sus empinadas frentes.
¿Qué no quiero ver el brillo del acero!
¡Qué no quiero ver la banderillas de plata!
¡Qué no quiero ver las lenguas en alza!
Ni la puyas ni las espadas,
ni los revolcones con cornadas,
ni los gritos, ni los pitos,
ni las almohadillas con alas,
que yo he venido a ver, a Esplá en sus horas gallardas,
o a Manzanares con su muleta, maestro en la plaza.
Por Ramón Palmeral (Junio de 2004, recitado en el Hotel Sidi San Juan de Alicante)