La Font de l’Arbre: cotas de altura y de belleza
El pasado día 13 de abril, lunes de Pascua florida, subimos a la Font de l’Arbre, que está en la cara norte de Aitana, en el término municipal de Confrides, Alicante. Tres matrimonios y un perro. Total, siete personas. Y digo bien: subimos, porque está a 1185 metros sobre el nivel del mar. El punto más alto de la citada Sierra de Aitana, que es el techo terrenal de la provincia, está a 1506 metros, siguiéndole de cerca el Puig Campana, con 1406 metros, todos en vertical.
El paraje -insultantemente precioso-, mostraba una amplia variación de colores y de contrastes. Los cerezos blancos, los pinos verdioscuros, los almendros verdiclaros, la tierra verdiparda, las aliagas amarillas…Y, al fondo del dibujo, un archipiélago de nieve sesteando en las cumbres sobre alcores grises y cárdenas roquedas, como hubiera dicho Machado. ¡Cuánta majestad! ¡Cuánto deleite!
Eso sí, los caminos estaban enfangados de trecho en trecho, pero nosotros íbamos prevenidos con unas botas de altura. De modo que no hubo charco que nos intimidara, e incluso caminamos campo a través, pisándole los “pépinos” a Getsemaní, a quien no tenemos el gusto de conocer. Durante una hora y media, oxigenamos el pulmón e hicimos un hueco en el estómago, pensando en el inminente futuro. Lástima que tuviéramos que volver en lo mejor del paseo, ya que habíamos reservado una mesa que tenía incrustada la hora.
Comimos una olleta de blat, con algo más de carne que de trigo, en un modestísimo restaurante regentado por una pareja de rumanos ¿Rumanos? ¿Y cómo casa esto con la olleta de blat? Bueno, llevan diez años en España. Es como un pequeño refugio, pero a mesa puesta y servida. Por cierto, nada caro, unos 18 euros por boca, tenga dientes o no. Incluyendo una ensalada, unas pelotas de arroz, vino, postre y café ¿Qué más puede pedirse? Bueno, ya puestos, les pregunté si podíamos irnos sin pagar y me dijeron que no, que ya lavaban ellos los platos. Así que, además de las canciones que destrozamos –que fueron muchas- y de las risas que nos traíamos –que no eran pocas- les dejamos una pequeña propina. O sea, lo normal, con la diferencia de que estábamos como en casa. A ellos se les veía tan contentos con nuestras coñas marineras, que poco les faltó para ponerse a cantar. De hecho, a ella se le salían las ganas por los ojos y él llegó a entonar una especie de recitado que yo no pude entender ¿Sería en romaní? Seguramente. Adiós, amigos. Hasta la próxima. El resto de los comensales sonreía a medio gas, yo creo que con un poco de envidia…
Después de reposar la comida entre los árboles, en el merendero habilitado junto a la fuente, donde hay bancos y mesas, e incluso de amodorrarnos un poco bajo los tibios rayos del sol, bajamos a Confrides por un caminito estrecho, pero asfaltado. Peligro en ciernes. Cruzados mágicos de plaitex y todoterrenos. Curvas imposibles, barrancos hondos, precipicios insondables. Pasa tú, que a mí me da la risa. Cuidado, esa rueda. Que te vas, que te vas, que te vas, que ya te has ido. Total, que acabamos en el Pirineo sobre las siete y pico. Tomamos un café y, ya por carreteras conocidas, regresamos a casa, unos hacia Valencia, otros hacia Villajoyosa. ¿Hará falta decir que el Pirineo referido no nos separa de Francia ni de Carla Bruni?
Finalmente, no me resisto a decir que el Valle de Guadalest -que no por muy pisado me deja de asombrar en cada visita-, estaba escandalosamente hermoso, sobre todo en la zona de Benifato y Benimantell. Claro, este invierno ha llovido, mañana hay agua. Y ahora los almendros están verdes, como las uvas que no alcanzaba la zorra. Madre de Dios, cuánta lujuria en estas bellas laderas ¿Lujuria, Marianet? Ya lo creo, si hasta tuvieron que pedirme que me calmara…
Un abrazo
Aliagas de marzo
Del libro “Desde la flor del almendro”
Me reconcilio, al fin, con el soporte
oscuro del paisaje o con el
agrio punzón de la maleza,
porque he aprendido a amar en el dolor
y a levantar en el cauterio
la miel desestimada de la vista.
Me reconcilio con el beso gris,
con el perfume árido o
la púa dolorosa,
porque he aprendido a ver en las heridas
su más oculto fondo.
Y al fin me reconozco en el paisaje
que, abonado en las flores del almendro
-ahora verdes hojas-,
esta aliaga extendida me propone.
Y bendigo el limón sin amargura
que emerge de los tallos de un dolor
en su negada espina.
Sí, hoy me reconozco
en el abrojo florecido,
la hidra indomeñable o la exultante broza,
porque es en la belleza subsidiaria
donde más te amo.
Autor del texto y del poema: Mariano Estrada Vázquez
Fotos de Confrides realizadas por Ramón Palmeral
Ideal para turismo rural, preguntar en Fonda El Pirineo