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martes, 29 de marzo de 2011
La hora canalla del poeta
Por el horizonte, herida de muerte se desangra la tarde y, poco a poco, el imperio de las sombras va extendiendo su terciopelo negro cuajado de lentejuelas. Es la hora preferida por el amor para manifestarse; la del primer beso adolescente entregado al cálido aliento de un suspiro, aquel que pintó de acalorado rubor nuestras mejillas e hizo galopar la adrenalina en nuestras venas cuando permanecíamos fundidos en un abrazo que soñábamos perpetuo o la preferida por los amantes clandestinos, que se inventan cada día un imprevisto, mientras en un hotel cualquiera, sus manos se pierden entre los tersos muslos de la Afrodita amada que incendia su pasión.
Al otro lado, por los suburbios del amor, en la torre del desencanto da la hora el reloj del desamor que despierta el llanto interno ante el frío muro de las lamentaciones cotidianas, que al fin y al cabo es donde comienzan su andadura los abrazos rotos y el insomnio desbroza anhelos, mientras los recuerdos, como perros rabiosos, te saquean a dentelladas la memoria y la soledad es un escalofrío que te abraza y te ahoga hasta hacerte sentir que la realidad es aliento gélido de muerte que te atraviesa el alma, mientras, cleptómana impenitente, desvalija el ya exiguo almacén de la esperanza.
Y, sí, ahí comienza, también, la hora canalla del poeta. Justo cuando la Luna comienza a ascender en su periplo nocturno y entre luciérnagas lejanas, desnuda Venus sus misterios y luce el encanto de su brillo para atraer a un Marte guerrero hacia su lecho, y un Júpiter inflamado de lujuria yace con Hera mientras fantasea con poseer a Europa, y las Musas, juguetonas, coquetean con la inspiración, hasta que la palabra rompe amarras y siembra sueños por la árida llanura de un folio en blanco.
© Antonio Urdiales Camacho ~ ® Mayo 2009