EL UNICORNIO
Para Susy y ahora para Natalie
Un día, una niña hermosa, de grandes ojos y radiante sonrisa, jugaba en el jardín. De repente ahí, tranquilo, comiendo flores, estaba el Unicornio.
La niña se acercó y El levantó su cabeza y se le quedó mirando, su cuerno único parecía la corona estilizada de un monarca, sus ojos refulgían como brillantes, pudiendo verse dentro de ellos, horizontes de calma y océanos de luz.
La niña comenzó a acariciarlo, sus manos se deslizaron una y muchas veces sobre su crin y sobre lo terso de su lomo. Recordó que alguna vez alguien le dijo que el Unicornio es quien lleva cabalgando a las niñas que aman, al Lugar de los Sueños. Y quiso hacerlo, sin embargo, sintió temor a pesar de su sed de universos, ella quería soñar y vivir y conocer todo lo que esa vez le dijeron existe, pero siempre lo que no conocemos intimida.
También le habían dicho que para subir al lomo del Unicornio debería estar desnuda, desprovista de ropas y de envidias, sin rencor, sin nada que no fuera el amor, la bondad, la ternura o aún la ilusión.
Ella quería saber y con timidez comenzó a despojarse de sus ropas, de sus complejos, de sus atavismos. Su piel se mostró blanca y sonrosada, su mirada se tornó apacible y una inmensa serenidad la envolvió toda. Subió a su lomo sin dejar de acariciarlo y le pareció que era un éxtasis.
El Unicornio comenzó a caminar y la niña comenzó a sentir indescriptibles sensaciones, intentaba definirlas pero no tenía referencia de haberlo sentido antes, era como un remolino de color que la llevaba de un tono a otro, la envolvía de perfume y se adhería a su piel, parecía una locura!, pero una locura tomada de la mano.
Y llegaron los sueños, el espacio era enorme: sueños de niña, de joven, de mujer, de pareja, de amante, de ave, de gacela... y otra vez de niña.
Y soñó, conoció lo nuevo, lo bueno, lo hermoso, lo tierno, se llenó de futuros, de millones de seres, aprisionó la vida, supo que para amar se precisa dar, aprendió que lo real es parte de ese sueño.
El Unicornio siguió andando entre las nubes, entre las flores, entre la brisa y la niña siguió soñando hasta que se llenó. Parecía que dormía.
El Unicornio se detuvo en el mismo jardín, junto a la misma fuente, se arrodilló cuidadosamente y con toda ternura dejó que la niña resbalara sobre su lomo, después tomó con sus dientes todas las flores que existían ahí y con ellas le cubrió su cuerpo; su piel y su pelo tenían el tono rubio del atardecer. El bello animal agitó su crin y con paso suave para no despertarla, se alejó.
Cuando la niña despertó, se sorprendió encontrarse vestida de flores, quiso recordar su sueño y al mirar al cielo, le pareció ver el perfil de un Unicornio formado por estrellas.
Ciudad de México, Diciembre 24 de 1988.