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jueves, 28 de octubre de 2010

Poemas de Adrián Pérez Castillo. La Rioja

Más mojado que el rostro de mi llanto,

cuando el vidrio lanar de hielo bala.

MIGUEL HÉRNANDEZ



ESE BRUÑIDO RAYO

Y se quedaron mudos los sembrados
como la faz del toro ante la espada,
como la dulce esquila sin badajo.
Un estruendo de chivos respondía
con sonidos de cuernos y de barbas
que cortaban el aire desabrido
con violencia, con furia desatada,
levantando el estiércol sin apuros
con un temblor terrible de pezuñas,
de relámpagos, truenos y cascarrias.

Ese bruñido
rayo que no cesa,
que amanece en el verso y la palabra,
sufriendo por la pena que persigue
el corazón del
silbo vulnerado.

Muerden las yermas zarzas las primalas
mientras sangra su lengua arrepentida,
como sangra la fuente que se agota
cuando aprieta la tétrica sequía.

Sigue soplando el viento, compañero,
ese
viento del pueblo que recorre
las raíces, las vértebras, las lágrimas
que fluyen entre
nanas y cebollas
por los
niños yunteros, por los yugos
y el acero afilado que desgarra
los centenarios
troncos retorcidos,
la luz en la mirada adolescente
que se cubre de sangre, de tristeza
por la enorme amargura que cabalga
en oscuros corceles por las venas.

Pero ese viento sigue, compañero,
como sigue la voz de los poetas
desgranando el profundo sentimiento
de un
esposo soldado, de los puños
que gritan libertad de calle en calle,
con firmeza brutalmente esparcida.

Amamantan la tierra los arados
con el sudor caído de los hombres
cuando tiemblan las hoces, las azadas
en las heridas manos labradoras.

Cubren los surcos de un
perito en lunas
los pétalos caídos del almendro
con un néctar de nata, de zurrones
donde viajan los libros, los poemas,
mientras
el hombre acecha ante la muerte
reteniendo el ingrávido garrote
con su furia de uñas y de dientes,
prolongando la angustia, la agonía
reflejada en romances de recuerdos,
romanceros de ausencias
donde sigue
tanto amor combatido, tanta pena,
tanta lucha vivida, tanto duelo
de un
labrador con brío, de más aire,
que agoniza ante el surco de las hoces
al teñirse de rojo la alborada.





Segundo poema
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Vierto la red, esparzo la semilla
entre ovas, aguas, surcos y amapolas.

MIGUEL HERNÁNDEZ

SONIDO DE CENCERROS

Con un dulce sonido de cencerros
se embriagaba la tarde en Orihuela,
cubría con su olor la correhuela
los barbechos, las huertas y los cerros.


En la acequia brotaban tiernos berros
que comía el cabrío con cautela,
con el careo firme y la tutela
que ofrecen los colmillos de los perros.


La cálida sartén del sol bruñido
se llevaba el susurro de la voz
que surgía del vientre de la higuera.


Se levantó Miguel, alegre, henchido
con los versos creados por la hoz
que segaba el amor en primavera.

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Adrián Pérez Castillo