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jueves, 16 de septiembre de 2010

A MI MADRE

A MI MADRE

Había en tus ojos un negro azabache destellante,

cielo e infierno conjugados sobre una tierra fértil de bondades, de ruinas,

y allí nací entre canciones de infinito y sangre,

una verdadera avalancha disimulando mi torpeza,

ese supuesto caminante demorado a prueba de escollos y de encuentros.

Sujetaste en tus manos mi cuerpo sin tono, mi cuerpo equivocado,

mi cuerpo que abominaba la transformación de un llanto abierto, pleno de

libertad, porque lo que quería era quedarse allí, en la tibieza de un latido.

Tu belleza anticipaba una justicia que inventamos para vivir de una

manera diferente el amor,

una existencia simple con un nombre pegado a mis pequeños movimientos,

que buscaban abrirse en tu cintura,

collar estrafalario de asteroides, de estrellas que marcaban el abismo en el

que tenía que arrojarme, para ser digna muestra de nuestras semejanzas.

Fui fiel a tus contradicciones y quise atraparte, atarte,

pero cómo si eras tan rápida y cambiante, tan difícil contigo la armonía,

y tú que deseabas para mí otro destino en el que me metía para salir

irreverente, todo para ocultar que lo que quería era tenerte por entero.

Y así me fui creando, en lugares donde ya no querías seguirme,

fuera de tu reino al que miraba detrás del vidrio del tiempo

donde tu risa aparecía para darme validez,

palabras y crímenes distorsionando mi angustia,

mi pecaminosa manera de crecer.

Pero te presentía cerca, con tu belleza fuera de la ley,

con tu imperturbable manera de aparecer en todos mis exilios.

Noches de nieve derretida, agua salada sorbida por mis labios,

urgencias puestas en mi boca,

oscuridades que nunca terminaría de alumbrar,

desafío de soledades.

Después vino la vida y te moriste en mi ausencia,

en un viaje perdido para siempre entre recuerdos,

y mil veces pidieron mi cabeza y tú no estabas sino en mí,

callada, esperando verme salir de la manzana,

desmintiendo aquel programa de extinción,

transformada en el parásito usurpador de mi potencia, mi fuego eterno.

Ruidos del mar me traen a la orilla de tus versos,

te invento una vez más para contarte lo que nunca te dije,

ese secreto que nunca pronuncié: Siempre te amé,

te amé como a mi antepasado, pero también te amé como futuro.

Fuimos esa complicidad,

mi primera ceniza, mi tierra última


Mónica López Bordón