Título: El camino. Un cuento
peregrino. Editorial ECU (Editorial Club Universitario) en la colección Narrativa,
de San Vicente del Raspeig de Alicante, contiene 252 páginas, con ISBN 978-84-17924-37-9
del año 2020, año del famoso confinamiento por coronavirus covid-19. La portada
es una foto del Gran Beaterio de Lovaina en Flandes realizada por Carmen Miró García,
esposa del autor..
El camino. Un cuento peregrino Julio Calvet Botella
Novela
Editorial Club Universitario
San Vicente del Raspeig, Alicante (España), 2020
ISBN: 978-84-17924-37-9
252 páginas
Título, edición y publicación
Título:El camino. Un cuento peregrino.
Editorial ECU (Editorial Club Universitario), en la colección
Narrativa, de San Vicente del Raspeig de Alicante; contiene 252 páginas,
con ISBN 978-84-17924-37-9 del año 2020, año del famoso confinamiento
por coronavirus covid-19. La portada es una foto del Gran Beaterio de
Lovaina en Flandes realizada por Carmen Miró García, esposa del autor...
El amigo Julio
Calvet me hizo llegar un ejemplar de su novela con una cariñosa
dedicatoria; gracias, Julio. Tengo, más que una obligación, una devoción
por su pluma de amplio espectro colorista y con matices diversos e
insondables que siempre me sorprende; como decimos en Infantería: “El
mapa coincide con el terreno”; en ella aborda muy diversos temas, desde
aquella famosa semblanza que escribiera sobre Ramón Sijé, o sobre don
Trinitario Ruiz y Capdepón, entre otros personajes; ensayos, poesía,
cuentos y novelas. Porque lo importante de una novela es el camino que
se recorre mientras se escribe, mientras te documentas y les das vida a
los personajes como si fueras un ser omnipotente creador, ¡que Dios nos
perdone por imitarle! Es el disfrute de crear como en pintura que pones
los colores a tu capricho, es como hacer el Camino de Santiago de
albergue en albergue, el que nos empuja hacia la Puerta de la Gloria
para darle el cabezo al Santo. Porque es un disfrute comparable a hacer
el amor, y que me perdone el veneciano Giacomo Casanova o Moll de
Flanders. Luego vienen otras labores propias de las editoriales, en este
caso ECU, que ha hecho una gran labor de correcciones del texto, la
edición y publicación, y por último la distribución en librerías y en
ese gran ogro todopoderoso que es Internet. Libro al cuidado de José
Antonio López Vizcaíno, gerente de ECU.
Leer a Antonio Soler es zambullirse en un terreno donde la luz pasa a
través del lodo, donde la ficción es cruda y real como la vida pero
como si la observásemos rodeada de una membrana de melancolía, que
embellece lo que es a simple vista inocuo o incluso desagradable. El
trabajo que miles de hormigas hacen para sobreponerse a la extinción:
juntar trocitos de materia más o menos muerta y hacerla fermentar en el
hueco profundo del hormiguero –hasta producir un hongo gigante que
alcance para que todas puedan alimentarse y la vida, ahí,
equilibradamente, siga a su ritmo–, eso es lo que consigue Antonio con
cada novela. Con una técnica exquisita y su gran sensibilidad, junta lo inerte con lo dulce y fabrica artilugios inolvidables, de los que ayudan a sobrevivir.
Y para ello se aprovecha de lo más sencillo, la pulsión del deseo, eso
que a todos nos gobierna vorazmente alguna vez en la vida. «Sur» de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg) es una novela compleja, retorcida y emocionante. La maravilla está aquí, sólo debemos abrir mejor los ojos.
Perdidos y no tan solos
Un hombre –que después sabremos que se llama Dionisio, Dioni– aparece
en un descampado, inconsciente, un hombre rico que parece pobre, porque
la muerte nos despoja de todo. En esa circunstancia, Dioni es un hombre
sin pasado. Hasta que es reconocido. Este es el punto de partida de la
novela: una catarata de hormigas masticando el cuerpo de un hombre que
aún no ha muerto. De ese hilo tira Soler, para meterse hasta el fondo
del hormiguero y ofrecernos una novela coral llena de personajes que se
cruzan, que se aman, que se odian, que se ignoran, que se mienten. Si en
una novela coral uno de sus componentes principales es el cruce de
voces, en «Sur» encontramos el eco de la ciudad que rabiosamente quiere vivir, donde miles de voces (y muchos gritos) se entremezclan y se abren camino a través de callejones y callecitas.
«Sur» es una novela sobre el fracaso, y sobre cómo la vida puede
retorcerse y retorcernos. Todo ocurre en una habitación gigante, con
forma de ciudad de Málaga, en la que cohabitan muchas criaturas algunas
más rotas que otras. Es un relato extendido que transcurre a lo largo de
un sólo día y sobre la piel de un racimo de criaturas que se preguntan
por ese punto en que las cosas se rompieron. Tenemos así personajes
tiernos, rebeldes, perdidos, violentos, alcohólicos, fanáticos,
enfermos, viejos, bipolares.
Pienso en la Penca, en su vida jodida desde la orfandad que busca
contención en los cuerpos equivocados. En el Chinarro, que es uno de los
que más me ha enternecido, con esa búsqueda del sitio al que van a
parar las cosas, los objetos, quiere decir. ¿Y el Atleta? Lleva un
diario para levantarse por sobre los otros hombres que lo miran con
desprecio, mientras escucha a su abuela, que cuenta una historia de
vampiros y no cree en el fracaso. Viene a mí la imagen de Céspedes,
hacia quien es difícil no sentir emociones ambivalentes (o igual esto
sólo sea cosa mía), con su humanidad tan a flor de piel y el corazón
partido, con su cobardía y todo ese deseo. Y pienso en Carole y Julia,
que parecen las dos mujeres equilibradas del conjunto, pero que también
cargan lo suyo. Y después (o antes), Dioni, el hombre comido por las
hormigas, dividido en dos por sus pasiones, un tipo que a fuerza de
querer integrarse en la sociedad termina autodestruyéndose.
Hay aquí, en definitiva, un ramillete de personajes atribulados y
perdidos. Todos, algunos de forma más intensa que otros, parecen estar
haciéndose la eterna pregunta filosófica, ¿qué mierda estamos haciendo
sobre este cementerio? Decía ayer que lo que más me interesa en una novela coral es la fusión de las voces;
creo que estamos ante una novela que lo consigue de forma magistral.
Soler se aprovecha para eso de uso recurso extraordinario: la
superposición de diversos registros que se encadenan y fluyen,
contradictorios, como la vida y sus instantes. Establece así un ritmo
constante que te permite seguir la historia como si se tratase de una narración oral o una película,
en la que las imágenes se van sucediendo, en la que los gestos son
reemplazados por el monólogo interior y las voces luchan por imponerse.
Y no sólo hay un trabajo detallista en el entramado de la historia y
la aparición y presencia de todas las criaturas, sino que además,
contamos al final con un glosario de personajes que nos permite
comprender todavía mejor el trasfondo y el comportamiento de cada uno.
Destaco el gran realismo de los personajes masculinos, de su machismo y su miedo detrás de la violencia. Tiemblo con la gran capacidad para narrar la vulnerabilidad de las mujeres en este mundo de hombres.
Y digo que es una novela sobre el fracaso porque «Sur» cuenta la
historia de personajes que caen sin poder hacer nada por evitarlo,
llevados por la correntada, ese fuerte aluvión que es vivir como nos
pautan, esa fuerte energía que nos impulsa y propulsa y que nos deja
solos en un descampado sin saber bien por qué ni cómo hemos llegado
hasta ahí. Sobre eso va «Sur», sobre la fuerza irracional del deseo y su fuerza contraria,
las buenas formas, las responsabilidades, la estructura que nos
inculcan y nos meten con calzador, y a veces no nos calza, y terminamos
perdidos, dando vueltas con una guitarra colgada del hombro por una
ciudad en la que no terminamos de reconocernos o acercándonos a personas
que nos empujan hacia abajo. Y en medio de todo ese torbellino, el
terral que cae con toda su fuerza.
Deseo y erotismo contra la tristeza
«Sur» es técnicamente perfecta. La forma en la que Soler consigue
amalgamar las historias, enlazar objetos, reducir distancias me ha
resultado fascinante. Pero es que además, creo que es también una novela
compleja en cuanto al trabajo que tiene en torno al deseo: esa puntada frente a la que a veces dudamos y a veces, no.
A lo largo de la lectura encontramos numerosas escenas donde el deseo
da paso al erotismo y a veces, al sexo más difícil de narrar. Sin
moverse de la línea, Soler consigue una buena novela erótica que se
salta todos los carteles de prohibido y confunde géneros y
circunvalaciones.
Decía que es una novela sobre el fracaso, y sí, pero con luz. Una
novela contra la tristeza de la pérdida, debería haber dicho. Valiéndose
de una trama compleja y de personajes retorcidos nos empuja a creer en
la fuerza del deseo; nos invita a mirarnos en retrospectiva y ser
conscientes de las muchas voces que nos hemos perdido por estar
encuadrados en una foto, por no ser capaces de pensarnos a través de la
piel, siempre tan modocitos intentando cumplir con unas exigencias que
al final ni siquiera pueden alcanzarse. «Sur» es como un tango, triste, melancólica pero luminosa
en cuanto que se sabe dueña de una verdad: esto es todo lo que hay,
todo lo que tenemos, y de nosotros depende que no nos coman las
hormigas. Sur, ese tango en el que todo es pasado y pérdida se convierte
en ese sentido en una mirada hacia las mil posibilidades que podríamos
tener con sólo movernos del papel e inventarnos, recrearnos en nuevas
experiencias.
La fuerza de la fluidez narradora
Un montonazo de cosas, de objetos, de perfumes, de historias se
cuelan en esta amplia novela de Soler. Y para unificarlas el autor se
aferra al calor, a las sensaciones que trae el verano y a su
superficialidad; el verano que nos descubre (quizá tenga algo que ver en
ello el llevar poca ropa, el dejar al descubierto hombros, piernas,
nucas). Sobre esa superficie al desnudo se apoya el escritor malagueño y
nos brinda una novela colorida y realista. Mientras la
leía han venido a mí sensaciones semejantes a las que me produjo en su
momento «Luz de agosto» de Faulkner, en ese empeño por rescatar las
sensaciones por sobre las imposiciones sociales: la mirada puesta en lo
que tocamos y no tanto en lo que pensamos que piensan los otros.
Muros. Paredes. Jeringuillas. Humo… se abren camino a través de ese
inmenso hormiguero que es la ciudad de Málaga, tan bien descrita, tan
arquitectónica y googleable. Como un juego de naves de los años
noventa, Soler se va metiendo por las calles, rodea los edificios,
atraviesa las plazas, se adentra en casillas, en habitaciones oscuras,
en mentes cubiertas de lodo. Y construye una inmensa y detallada pintura
sobre la ciudad. Pero nos permite visitarla de otra manera: verla como
una ciudad cualquiera, como la Nueva York de Dos Passos, pero con esa
autenticidad que a ella le debemos. La escritura de Soler fluye por las calles de una Málaga más pintoresca que la que pisamos; una ciudad que sólo habita Soler, él y sus novelas, como la Macondo de ese tal García Márquez.
Una novela y otras novelas
Hay también en «Sur» un homenaje a la literatura. No es ésta una
novela española; hace pie en las estructuras a las que se abrazaron los
narradores de la generación perdida norteamericana y también en esa
mirada melancólica de la literatura latinoamericana. Por supuesto, no
faltan los compañeros de la Orden del Finnegan`s, ni el mismísimo Joyce,
tampoco algunos de los amigos contemporáneos de Antonio, algunos
nombrados y otros, invisibles. Pero no habrán leído una novela española
semejante.
Soler nos demuestra aquí que en lo sórdido de la vida hay un terreno fértil para la narrativa.
Y a través de esta compleja obra rinde homenaje a los que estuvieron
antes, y aunque me sube un poco la bilis al notar que la mayoría de
ellos son hombres, rescato la luz de tantos libros fabulosos que se
traspasa a través de la narrativa precisa de Soler.
Pero vuelvo a Dioni. Todos llevamos vidas difíciles y a todos nos
pesa algo (el pasado, las presiones, las expectativas que hay sobre
nuestros hombros, alguna mala decisión). Y sin embargo, la vida es breve y no merece la pena desperdiciarla.
Esto parece querer decirnos «Sur», que es sin duda una novela a favor
de la libertad y de la búsqueda del bienestar cueste lo que cueste y le
pese a quien le pese.
«Sur» de Antonio Soler (Galaxia
Gutenberg) es una novela coral auténtica y exquisita que nadie debería
dejar de leer. Tenemos más oportunidades de las que aprovechamos, que no
nos coman las hormigas.
SUR
Antonio Soler
Galaxia Gutenberg
978-84-17355-78-4
512 páginas
22,50 €
Ramon Palmeral dice que hay un exceso de lenguajex escatológico, realismo sucio gratuito. Si se hab,a así en mal mundo de chabolista y chinos vivimos. Poco del Ulisses de Joyce.
“De la creación poética”, más que un ensayo teórico sobre poesía es un
libro de creación poética para aprender y entender la composición y
construcción de poesía actual o contemporánea. Hace un repaso a los
antecedentes históricos de la poesía en española, con objeto de conocer los
tiempos y autores en que se crearon.
Una vez entrado en materia, en la segundo capítulos un taller que es un curso práctico de creación
poetica, muy útil para los poetas que empiezan y para los que se han iniciado
en ella. Te enseñará a entender la poesía académica y la poesía libre, los
términos estilísticos y las figuras y licencia práctica. Ramón Fernández
Palmeral ha sido jurado varios certámenes de poesía, ha ganado varios premios
de poesía, ha escrito varios libros de poemas, dirige el portal de POESÍA
PALMERIANA, blog donde imparte sus conocimientos de cuarenta años de poesía.
Tiene su biografía en Wikipedia. Dedica un apartado a la técnica de ser un buen
rapsoda, puesto que ha participado en más de doscientos recitales en Alicante y
su provincia. Tiene grabado vídeos de sus actuaciones. Este libro que puede
ayudar a ganar premios de poesía.
Fragmento del libero pagina 78-79:
c) ¿Cómo llegar a ser un buen rapsoda?
El autor de este libro, un servidos, ha participado en más de doscientos
recitales, por ello creo que puedo hablar de mis experiencias en los estrados y
escenarios. Recitar y rezar son palabras sinónimas, cuestión que hemos de tener
presente.
EL RAPSODA es el poeta que
recita de memoria en público. El rapsoda en un actor en el escenario, y la
técnica de aprendizaje de los poemas es las mismas que para un actor dramático:
La de memorizar los textos. Es similar a un cantautor o cantaor de flamenco. Cuando
consigues recitar en público sin miedos consigues alcanzar las nubes de la
libertad individual, y un halo espiritual te rodea, y si ese día te llega el
duende no hay quien te pueda, decía la cantaora flamenca Tía Anica «La
Pirañica» que cuando la boca le sabía a sangre nadie podía con ella. Escribe
Federico García Lorca en su conferencia «Teoría y juego del duende»:
«Su voz ya no jugaba, su voz era un
chorro de sangre digna por su dolor y su sinceridad, y se abría como una mano
de diez dedos por los pies clavados, pero llenos de borrasca, de un Cristo de
Juan de Juni».
Entre RECITAR Y DECLAMAR, existen diferencias. Recitar es
decir en alta voz y de memoria versos. Declamar es recitar con la entonación
precisa, ritmos e interpretación adecuada los versos, interpretando y poniendo,
sobre todo, pasión en lo que recitas. Un poema no existe mientras no se recita
o declama. Antiguamente, los poemas se componían para ser cantados. Hoy día los
poemas se pueden escribir para ser leído o no leídos. No se trata de dramatizar
el poema –se nota mucho– sino de sentir el poema.
Ejercicios de memoriza:
Hemos de partir de que nuestro cerebro es un
músculo que se desarrolla con el ejercicio.
Un truco que uso para memorizar un poema nuevo
es el de copiarlo a mano, luego intentar recordarlo tapando renglones y
esforzándome por recordar lo que he tapado. Una vez medio aprendido lo vuelvo a
escribir de memoria. Posteriormente, cada día los memorizo ante de acostar, es
la repetición la que facilita la retención del poema. Sucede como con el Padre
Nuestro, nos lo sabemos de memoria por su repetición, por eso dije al principio
que recitar y rezar son palabras sinónimas. Luego se ha de recordar cada 7
días, y luego cada mes. Yo tengo un bloc color rojo con todos los poemas que me
sé memoria: son unos treinta, y de vez en cuando los repaso, para no olvidarlos.
Por memorizar no se nos van a romper las neuronas, sino que es un ejercicio
útil contra el Alzheimer, y te puede hacer más inteligente, pero este no es mi
caso.
Si es posible, debemos recitar a toda voz
en el campo o en una playa solitaria, para probarnos y oírnos. Y la forma de
articular las palabras.
Autor: "De la creación poética": poeta Ramón Fernández Palmeral. Amazon
Tengo en preparación el libro "De la composición poética"
Nació en Úbeda (Jaén) en 1956. Ha reunido sus artículos en volúmenes como El Robinson urbano (1984; Seix Barral, 1993 y 2003) o La vida por delante (2002). Su obra narrativa comprende Beatus Ille (Seix Barral, 1986, 1999 y 2016), El invierno en Lisboa (Seix Barral, 1987, 1999 y 2014), Beltenebros (Seix Barral, 1989 y 1999), El jinete polaco (1991; Seix Barral, 2002 y 2016), Los misterios de Madrid (Seix Barral, 1992 y 1999), El dueño del secreto (1994), Ardor guerrero (1995), Plenilunio (1997; Seix Barral, 2013), Carlota Fainberg (2000), En ausencia de Blanca (2001), Ventanas de Manhattan (Seix Barral, 2004), El viento de la Luna (Seix Barral, 2006), Sefarad (2001; Seix Barral, 2009), La noche de los tiempos (Seix Barral, 2009), Como la sombra que se va (Seix Barral, 2014), Un andar solitario entre la gente (Seix Barral, 2018), el volumen de relatos Nada del otro mundo (Seix Barral, 2011) y el ensayo Todo lo que era sólido
(Seix Barral, 2013). Ha recibido, entre otros, el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras, el Premio Nacional de Literatura en dos
ocasiones, el Premio de la Crítica, el Premio Planeta, el Premio Liber,
el Premio Jean Monnet de Literatura Europea, el Prix Méditerranée
Étranger, el Premio Jerusalén y el Premio Qué Leer, concedido por los
lectores. Desde 1995 es miembro de la Real Academia Española. Vive en
Madrid y Lisboa y está casado con la escritora Elvira Lindo.
Antonio Muñoz Molina
Úbeda, Jaen, 10 de enero de 1956
Nació en Úbeda (Jaén) en 1956. Ha reunido sus artículos en volúmenes como
-El Robinson urbano (1984; Seix Barral, 1993 y 2003)
-La vida por delante (2002).
Su obra narrativa comprende -Beatus Ille (Seix Barral, 1986, 1999 y 2016), -El invierno en Lisboa (Seix Barral, 1987, 1999 y 2014),
- Beltenebros (Seix Barral, 1989 y 1999), -El jinete polaco (1991; Seix Barral, 2002 y 2016), -Los misterios de Madrid (Seix Barral, 1992 y 1999),
- El dueño del secreto (1994), -Ardor guerrero (1995), -Plenilunio (1997; Seix Barral, 2013), -Carlota Fainberg (2000), -En ausencia de Blanca (2001), -Ventanas de Manhattan (Seix Barral, 2004), -El viento de la Luna (Seix Barral, 2006), -Sefarad (2001; Seix Barral, 2009),
-La noche de los tiempos (Seix Barral, 2009), -Como la sombra que se va (Seix Barral, 2014), -Un andar solitario entre la gente (Seix Barral, 2018),
el volumen de relatos -Nada del otro mundo (Seix Barral, 2011)
y el ensayo -Todo lo que era sólido
(Seix Barral, 2013)
PREMIOS
Ha recibido, entre otros, el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras, el Premio Nacional de Literatura en dos
ocasiones, el Premio de la Crítica, el Premio Planeta, el Premio Liber,
el Premio Jean Monnet de Literatura Europea, el Prix Méditerranée
Étranger, el Premio Jerusalén y el Premio Qué Leer, concedido por los
lectores. Desde 1995 es miembro de la Real Academia Española.
Vive en
Madrid y Lisboa y está casado con la escritora Elvira Lindo. La autora de Manolito Gadotas
Según el directorio de editoriales
estadounidenses PublishersGlobal.com, existen aproximadamente 3000
compañías editoras en Estados Unidos. Estas compañías abarcan desde
editoras prominentes conocidas por la mayoría de los lectores y
escritores hasta editoriales pequeñas que ayudan a los nuevos autores a
publicar sus libros. Muchas editoriales requieren que los autores
trabajen con ellas por medio de agentes literarios. Las grandes
compañías editoriales trabajan en conjunto con numerosas editoriales
pequeñas y empresas que se dedican a determinadas áreas específicas. Por
lo tanto, la opción más viable para un autor primero es elegir una
editorial reconocida y luego investigar las editoriales pequeñas que
trabajan en conjunto con la primera.
Random House, Inc.
Random
House, Inc., es la editorial de publicaciones en idioma Inglés más
grande en el mundo, según el sitio web oficial de Random House, Inc. Es
una de los editoriales más acreditadas en Estados Unidos. Esta compañía
publica libros en casi todas las áreas temáticas, desde ficción y
misterio hasta memorias y textos educativos. Random House recomienda
trabajar con un agente literario oficial para poder conocer las pautas
de publicación de esta compañía.
HarperCollins
HarperCollins
Publishers es otra de las principales editoriales de publicaciones en
inglés del mundo, con sede en la ciudad de Nueva York. Fundada en 1817,
esta compañía publicó las producciones de Mark Twain, Charles Dickens,
Martin Luther King Jr., John F. Kennedy y otros autores con renombre.
Numerosas empresas editoras trabajan para HarperCollins, de modo que los
autores pueden encontrar una editorial que se centre específicamente en
los temas a los que cada uno se dedica.
Penguin Group (USA) Inc.
Penguin
Group (USA) Inc. es la filial estadounidense de esta compañía editorial
de renombre internacional. Esta compañía, fundada en 1996, creció de
manera significativa en un corto período y hoy en día es una de las
mayores editoriales de libros en idioma inglés en el mundo. Publicó
algunos de los ejemplares de los autores premiados más prestigiosos y
con más ventas a nivel mundial, según la información del sitio web
oficial de Penguin Group; también es líder en publicaciones infantiles.
Numerosas compañías trabajan para Penguin Group Inc. como editoras para
determinadas áreas de interés.
Macmillan
Macmillan se
esfuerza para educar a los líderes del mañana con sus publicaciones de
títulos universitarios y académicos, y revistas y publicaciones, según
la información del sitio web oficial de Macmillan. Aunque en principio
la compañía se fundó en Londres en 1952, las numerosas ediciones
convirtieron a la compañía en una editorial líder en Estados Unidos.
Además del enfoque académico, Macmillan también proporciona numerosas
ediciones de bolsillo de libros de ficción y de referencia, literatura
infantil, entre otros.
PublishAmerica
PublishAmerica es
una compañía editorial pequeña que, según la información del sitio web
oficial de PublishAmerica, publicó más títulos nuevos de autores
inéditos que cualquier otra editorial en Estados Unidos. Como funciona
con su propia planta de impresión, no genera costos de tercerización.
Esta editorial es una opción ideal para un autor nuevo que no cuente con
los medios económicos para contratar a un agente o para pagar a una
empresa que publique su libro.
Gómez-Jurado, el periodista que halló el método para ser rico con novelas negras
A
sus 42 años, este madrileño, uno de los autores españoles más vendidos
en el extranjero, tiene el futuro resuelto. Su secreto es explotar la
fórmula que atrapa a los lectores desde hace dos décadas.
María
Teresa regenta una librería en la calle mayor de Nájera, en La Rioja.
Su escaparate es el termómetro de lo que se vende bien: libros de Joël
Dicker, Javier Sierra, Megan Maxwell y, por supuesto, Juan Gómez-Jurado. "¿Se refiere a cómo se vende este?", dice señalando la portada de 'Reina Roja', uno de los últimos libros del periodista. "Súper, súper, súper bien", repite con emoción detrás de la visera de plástico.
Hoy, poco después de abrir la tienda, entró una chica para comprar 'Loba Negra'
el libro más reciente de Gómez-Jurado, porque "no puede parar de leer".
A María Teresa solo le quedan dos ejemplares. Hace una semana, tenía
dos estanterías del escaparate dedicadas a los libros de Gómez-Jurado. "Voy a pedir más", asegura.
Eso quiere decir una cosa: Juan Gómez-Jurado ha dado con la fórmula; sabe qué hay que hacer para escribir novelas de más de 500 páginas y mantener pegado al lector. Sus libros se han convertido en lo que los norteamericanos llaman un "page turner"
(pasar páginas sin parar, por decirlo de algún modo), y por tanto,
"best seller". Se traducen a 40 idiomas y se puede decir que es uno de
los autores españoles más vendidos en España y en el extranjero. En el
género de novela negra y "thriller", probablemente sea el que más venda.
De 'Reina Roja' (publicado en 2018) ha vendido más de 250.000 ejemplares,
afirma la editorial en las nuevas portadas (500.000, según la pagina
web de Gómez-Jurado). Veamos: la primera cifra multiplicada por 20 euros
dan 4 millones de euros. Hay que restar el IVA, del 4%. Puesto que el
autor se queda con el 8% de la cifra (el resto va para la librería, la
distribuidora, la editorial, la imprenta…), eso quiere decir que
Gómez-Jurado se puede haber metido en el bolsillo unos 300.000 euros por un solo libro. Bueno, la mitad si contamos con Hacienda. A sus 42 años, este madrileño puede decir que tiene el futuro resuelto.
Y ahora está haciendo lo mismo con 'Loba Negra', que es la continuación de 'Reina Roja'. Son las aventuras del policía Jon Gutiérrez y de Antonia Scott.
Ella es especial: no es policía sino que debido a que tiene un
coeficiente superior a 200 puntos, posee superpoderes para recordar,
calcular y deducir. La policía la emplea para resolver crímenes. Es como
un ordenador con pies. La llaman la Reina Roja, como una personaje de
Alicia en el País de las Maravillas.
Con
estas dos novelas, lo que ha hecho Gómez-Jurado es explotar la fórmula
que parece que atrapa a los lectores desde hace dos décadas: una mujer especial (como
la punk Lisbeth Salander, creada por Stieg Larsson), unida a un
inspector socarrón; ambos resuelven casos criminales muy feos. Además,
en la novela moderna los lectores no desean un criminal: quieren a un psicópata.
En
una entrevista a 'ABC' en 2019, Gómez-Jurado afirmó que los personajes
de sus dos últimas novelas estaban en su cabeza desde hacía por lo menos
diez años. Su técnica consiste en empezar por el final,
"no puedes contar una historia sin saber a dónde conduce", y luego
trazar el camino por donde estos personajes van a desenvolverse a lo
largo de las novelas.
Editados
por ediciones B (de Penguin Random House), ambas novelas tienen cientos
de comentarios en Amazon. En concreto, 'Reina Roja' reúne 1.900
comentarios positivos, y casi 300 no tan positivos. La prensa, en general, ha reconocido su valor como autor que conecta con su público.
Y la editorial ha dado en el clavo con unas campañas de marketing que
van desde la cubiertas llamativas y con titulares grandes, a promocionar
al autor en redes y medios de comunicación. Ya se prepara la tercera novela de la saga, 'Rey Blanco', que saldrá en noviembre de 2020. En septiembre se lanzará el comic de 'Reina Roja'.
Este súper ventas además está hecho a gusto del lector. Capítulos cortos, para dar la impresión de que se avanza rápido. Un "cliffhanger" (o giro sin resolver) al final de cada capítulo. Historias paralelas. Diálogos como balas
de ametralladora. Acción, mucha acción. Como decía Raymond Chandler
sobre la técnica del relato policíaco, hay que aplicar "acción
constante", y el autor no debe "ni pararse a pensar". "En caso de duda,
haz que entre por la puerta un hombre con una pistola en la mano", decía
Chandler. Y, para los modernos "best seller", hay trucos de editor que
no fallan como cuerpo de letra grande, interlineado amplio, gramaje de
papel un poco más grueso de lo normal, todo lo cual da la impresión de libro 'tocho', que es lo que desea la gente. De
hecho es casi tan grueso como la última novela de Joel Dicker ('El
enigma de la habitación 622'), a pesar de que el libro de Gómez-Jurado
tiene muchas menos palabras. Y por supuesto, un muerto en las primeras
páginas, y que el asesino haya empleado una técnica bastante sórdida
para matar.
Para escribir estos súper ventas, Gómez-Jurado lee muchas noticias en los periódicos, se documenta a fondo en archivos y con entrevistas, y se encierra en el monasterio de El Escorial, durante semanas, porque "casi no hay cobertura, estás concentrado, solo se oyen los jabalíes, 75 euros pensión completa...", dijo al 'ABC'.
Algunos críticos literarios piensan que Gómez-Jurado es un autor fácil de leer, pero también "fácil de olvidar".
No les gusta su estilo ni sus personajes, y lo ven solo como un
producto del marketing. Él responde que esas críticas proceden de
"culturetas deprimidos", pues él solo quiere escribir historias
divertidas, y sabe que no va a ganar el Nobel. Es la misma respuesta que
dio Jeffrey Archer hace años, cuando un periodista español puso en duda
sus cualidades literarias. Dijo: "Prefiero vender 100 millones de ejemplares a tener el Nobel".
Para ser honestos, Gómez-Jurado también criticó en sus tiempos a los autores de éxito, que empleaban un estilo sencillo. En concreto arremetió contra E.L. James,
autora de '50 sombras de Grey'. "Los libros de Grey son una mierda sin
paliativos. No son interesantes, ni eróticos, ni en absoluto divertidos,
ni te hacen pensar, y su ideología es reaccionaria. El mundo sería un
lugar mejor para todo el mundo si no existiesen", dijo al 'ABC'.
Las biografías de ambos son parecidas. E.L. James comenzó escribiendo en Kindle en 2011. Ante el éxito de estas novelas sobre "chica sometida sexualmente por hombre rico", la editorial Vintage Books adquirió los derechos en 2012. s la autora de 50 sombras de Grey] Tres años después había vendido 125 millones de copias, había sido traducido a más de 50 idiomas y Universal Pictures lo convirtió en película.
Gómez-Jurado comenzó a escribir cuentos a los cinco años.
Tal como contó a Periodista Digital, "a los seis intenté escribir una
novela. No pasé de la página doce, claro. Me refugié en los cuentos, un
lugar donde me sentía mucho más seguro".
Tuvo
su momento de revelación a los 13 años, un verano en que leyó a
Pérez-Reverte, Tolkien y Stephen King. "Me di cuenta de que las
emociones que me despiertan esos libros eran las emociones que debía
transmitir a los demás", dijo en una entrevista a Librotea. La
revelación consistió en que intuyó que podía ganarse la vida como escritor.
A
los diecinueve se atrevió con su primera novela negra: 'Un hombre
mordía a un perro'. "Fue un desastre absoluto, pero me sirvió para saber
cómo no debía escribir", dijo a Periodista Digital. "Mi segunda novela
fue 'Terror desde el cielo' (un thriller). Era infumable, pero por lo menos aprendí a manejar personajes. Mi tercera novela está a medias, pero esa sí que valdrá para algo. Y la cuarta fue 'Espía de Dios'".
Fue la novela que le lanzó a la fama en 2006. Tenía 29 años.
Una cazadora de talentos, Antonia Kerrigan, intuyó que podía ser una
mina de oro y negoció los derechos de 'Espía de Dios'. Se fue a la feria
del Libro de Frankfurt, la más poderosa de Europa, con apenas algunos
capítulos en mano. La primera frase era electrizante. "El padre Selznick
despertó en mitad de la noche con un cuchillo de pescado en la
garganta". Era un libro sobre la pederastia en la Iglesia Católica.
Después de Dan Brown y el Código da Vinci, el gran éxito de los años 90
basado en tramas eclesiales y asesinatos, el público estaba deseando
más contubernios y conspiraciones. Antes de que saliera a la venta ya
tenía los derechos vendidos en 40 países. El mundo empezó a interesarse
por la vida de este joven autor de 29 años. ¿Quién era?
Juan Gómez-Jurado había nacido en Madrid en 1977. Se graduó como periodista en el CEU de Madrid y había trabajado para 'El Mundo', Radio España, Cadena Cope, 'ABC' y varios medios más.
Tras
'El espía de Dios' siguió en la estela de los éxitos con sus siguientes
libros como 'Contrato con Dios' (Planeta, 2007), 'El emblema del
traidor' (Plaza & Janés, 2008), 'La leyenda del ladrón' (Planeta,
2012), 'El paciente' (Planeta, 2014), 'Cicatriz' (Ediciones B, 2015) y
'La historia secreta del señor White' (Planeta, 2015).
En 2011, Gómez-Jurado provocó a muchos autores al criticar los precios de los libros y afirmó que las descargas ilegales no se debían a la maldad de los lectores sino al elevado precio de los libros.
De hecho escribió un manifiesto titulado 'La piratería no existe'
donde afirmó, entre otras cosas, que los piratas 'tan sólo [son]
personas que quieren consumir cultura y que por desgracia hoy en día no
encuentran alternativas razonables'.
El músico Alejandro Sanz le retó a que liberase su novela, y Gómez-Jurado lo hizo:
'Espía de Dios', que se había convertido en un súper ventas en 40
países, se podía descargar gratis. El autor solo pidió que la gente
donase un euro a Save the Children. Recaudó miles de euros en pocos
días y se ganó el afecto de los lectores.
Años
después, el propio Gómez-Jurado se tuvo que enfrentar a los piratas que
se descargaban sus libros de forma gratuita como 'Reina Roja' en webs
ilegales, a las que Gómez-Jurado calificó como "sitios que hacen ricos a
cuatro sinvergüenzas que viven a costa del trabajo de otros".
Hoy es un autor de Penguin Random House, la mayor editorial del mundo. Gómez-Jurado
reconoce ahora que el elevado precio de los libros de papel ('Reina
Roja' cuesta 20 euros) se debe a que hay que pagar el papel, al
distribuidor, a la editorial, a la librería, al autor, la publicidad…
Aparte de hacer disfrutar a los lectores, si hay algo que sabe hacer bien es usar las redes sociales para promocionar su libro,
o su marca personal y ganarse el corazón de los seguidores. Por
ejemplo, a mediados de agosto de este año prometió comprar las novelas
en Amazon de todos los autores noveles que hubieran subido sus
creaciones. En cuestión de horas el aluvión le desbordó, y aun así
cumplió su palabra adquiriendo decenas de obras de autores noveles.
Durante los meses del confinamiento, ofreció por Twitter descargas gratis a su libro 'El paciente', una iniciativa que tuvo miles de retuits y 'likes'. En día y medio regaló 36.727 copias.
"Gómez-Jurado
es conocido también por regalar su libro a quien se lo pide antes de
que se lance a buscarlo en el mercado pirata. Si no puedes comprarlo, te lo doy, ha dicho en más de una ocasión",
escribía Alejandro Medina en la información.com el pasado mes de marzo.
De hecho, hace pocos días un lector le dijo que le iba a piratear
'Reina Roja', y Gómez-Jurado se lo regaló.
A pesar de todo, le siguen lloviendo criticas de círculos literarios
que le ven (con envidia) que no es "uno de los suyos". Pero de lo que
no cabe duda es que Gómez-Jurado ha encontrado la fórmula: de la lista
de los 20 libros electrónicos más leídos en Amazon entre 2019 y 2020, el
primero, el segundo y el décimo octavo puesto lo ocupan libros de
Gómez-Jurado, con “Reina Roja” como número 1.
En
la lista de los cinco libros en papel más vendidos en la Casa del Libro
en agosto, dos son de Gómez-Jurado. En la lista de los 100 libros más
vendidos en 2019 y 2020 según la web todostuslibros.com, los firmados
por Gómez-Jurado y la pareja formada Gutiérrez y Scott, están entre los
diez primeros. En la lista de los más vendidos en la Fnac, 'Loba Negra'
es el tercero.
Si ha triunfado es porque ha encontrado la fórmula. Si se escapara de esa fórmula le pasaría lo que a Raymond Chandler:
“Algunos de nosotros nos esforzamos bastante por escapar de la fórmula,
pero por lo general nos pillaban y nos hacían volver”, decía el
norteamericano.
Las
editoriales también han aprendido la fórmula. Antes, imprimían 2.000
ejemplares y cruzaban los dedos. Si llegaban a 10.000 era un súper
ventas. Ahora se compinchan el editor, el agente y el escritor para cocinar un libro.
Y como decía un artículo de Nuria Azancot para “El Cultural”, tratan
de que "un libro venda bien. Hablamos , claro está, de best sellers, con
crimen y misterio a lo ‘Código da Vinci’ si es posible".
Es
decir, ponen en marcha una maquinaria de marketing, contactos y
relaciones públicas, al tiempo que las rotativas están imprimiendo
decenas de miles de ejemplares. Por ello Antonia Kerrigan, la agente
literaria de Gómez, se fue en 2006 a la Feria del Libro de Frankfurt y
mostró unos capítulos y la síntesis del libro. Allí cerró las ediciones
italiana, holandesa y americana. Se contrató en diecinueve países, y la
editorial Dutton de EEUU pagó 175.000 dólares por el libro, cuando
todavía no había salido en España. 'El Espía de Dios' salió con una
tirada de 50.000 ejemplares, a la que siguieron reediciones, todas las
cuales llevaban una banda que decía "más de 50.000 ejemplares vendidos",
truco que a su vez retroalimenta las ventas y crea la profecía autocumplida perfecta.
Hoy Gómez-Jurado se ha convertido en un autor-marca:
presenta los libros en El Corte Inglés, sale preparando menestra de
verduras con Alberto Chicote, aparece en las entrevistas en televisión
en especiales de Navidad, se deja fotografiar mordiendo plumas, concede
entrevistas al célebre David Broncano y su programa de Movistar 'La
Resistencia' donde lanzaron ejemplares de sus libros al público, sale
compartiendo sofá con Berto Romero en el programa 'Late Motiv' de Andreu
Buenafuente. Es el método Santiago Segura para marketing. Popular y efectivo.
Además,
su estampa ha cambiado mucho. De chico con gafas repeinado, mofletes,
con cara de bueno y vistiendo camisas, a autor que no abandona sus
camisetas negras, barba corta, canas cuidadas y cara de 'enrollao'.
También es verdad que han pasado 14 años de su salto a la fama.
En 2015, dijo a TLP-Canarias (Tenerife Lan Party) que no era rico. Ahora va camino de entrar en el territorio de las rentas altas de este país, pues se ha convertido en el autor más visible en todas las librerías, el Stephen King español. Ha logrado su sueño: vivir de los libros.
Novela negra: "La mujer del Amadorio", por Harry el sucio expicoleto, seudónimo de Ramón Fernández Palmera. Alicante, Vende en Amazon
https://www.amazon.es/mujer-Amadorio-Ramon-Fernandez-Palmeral/dp/0244614172 Una joven noruega aparece misteriosamente ahogada en el embalse del
Amadorio de Villajoyosa de Alicante, la Guardia Civil, cierra la
investigación como un supuesto suicidio por ahogamiento. Meses después
el padre de la víctima residente en Benidorm encarga una investigación
privada al bufete de abogados Ridruejo & Brother de Alicante. El
bufete tenía contratado como investigador autónomo a un ex picoleto
(Guardia Civil por el tricornio de tres picos), que había sido expulsado
del Cuerpo, tras cumplir condena en un penal militar por agresión a un
superior, y padecer el "Síndrome del Norte", por ello, se había vuelto
medio alcohólico y porrero, separado de su mujer y no muy agraciado
físicamente y estaba en tratamiento psiquiátrico. Lo que podíamos llamar
un antihéroe, conocido en el mundo de hampa alicantino como Harry, el
expicoleto, pero su olfato policial era digno del mejor de los
detectives privados profesionales. La trama transcurre en Alicante, La
Villajoyosa, Benidorm, Orcheta y Londres.
......................
En España no ha afición por la lectura. Los lectores lee a los famosos
Las memorias del tiempo desvelan historias que inmortalizan,
se muestran en suavidad de longevos, por anhelo y vivencias,
y descansan sobre hilos de plata que glorifican la existencia,
cual enciclopedia que compone sobre paraíso de ensueños.
Los recuerdos de anochecer se muestran livianos,
como pluma
que ondea a deriva del viento, cual canoa sobre olas
de altamar;
y de su piel labrada, incolora y blanda, nacen mimos
de ternura,
suavizan
prendas de terciopelo, y surcan sobre pasajes del alma.
Las perlas blancas huyen, se muestran en orfandad de
sonrisa,
y esfuman sobre oquedad de misterio, cual susurro
enmudece y
posa sobre briznas de abandono, en retiro, penumbra
y silencio,
tras la cómplice caricia de tinieblas que las vigila
y destempla.
Los hilos de plata brillan y se agitan ante la
dulzura del viento,
cual expiro de primavera deshoja en pétalos de seda
perfumada,
y consolida en amores que traspasan los umbrales del
tiempo,
cual vuelo de mariposa que recorre esplendores de universo,
y se entrega en cuerpo y alma a los misterios del cielo.
por Agustín Conchilla Agustín Conchilla Márquez nació en Navas de San Juan, Jaén, el 28 de
mayo de 1961, aunque desde hace más de una veintena de años habita en la
ciudad de Alicante (España). En su haber literario constan cuatro novelas: una de ellas ambientada en la ciudadanía rural de la posguerra civil española; otras dos -primera y segunda parte-,tratan de la subsistencia rural de gentes humildes durante la transición política española. La cuarta novela se refiere a la crisis de la adolescencia actual. Ha escrito, además, gran
cantidad de artículos en revistas, diarios de prensa y publicaciones
varias, así como aportes literarios a diferentes blogs.
Sinopsis
Cuando yo era más joven y más vulnerable, mi padre me dio un consejo en el que no he dejado de pensar desde entonces.
«Antes de criticar a nadie», me dijo, «recuerda que no todo el mundo ha tenido las ventajas que has tenido tú».
Eso
fue todo, pero, dentro de nuestra reserva, siempre nos hemos entendido
de un modo poco común, y comprendí que sus palabras significaban mucho
más. En consecuencia, suelo reservarme mis juicios, costumbre que me ha
permitido descubrir a personajes muy curiosos y también me ha convertido
en víctima de no pocos pesados incorregibles. La mente anómala detecta y
aprovecha enseguida esa cualidad cuando la percibe en una persona
corriente, y se dio el caso de que en la universidad me acusaran
injustamente de intrigante, por estar al tanto de los pesares secretos
de algunos individuos inaccesibles y difíciles. La mayoría de las
confidencias no las buscaba yo: muchas veces he fingido dormir, o estar
sumido en mis preocupaciones, o he demostrado una frivolidad hostil al
primer signo inconfundible de que una revelación íntima se insinuaba en
el horizonte; porque las revelaciones íntimas de los jóvenes, o al menos
los términos en que las hacen, por regla general son plagios y adolecen
de omisiones obvias. No juzgar es motivo de esperanza infinita. Todavía
creo que perdería algo si olvidara que, como sugería mi padre con
cierto esnobismo, y como con cierto esnobismo repito ahora, el más
elemental sentido de la decencia se reparte desigualmente al nacer.
Y,
después de presumir así de mi tolerancia, me veo obligado a admitir que
tiene un límite. Me da lo mismo, superado cierto punto, que la conducta
se funde sobre piedra o sobre terreno pantanoso. Cuando volví del Este
el otoño pasado, era consciente de que deseaba un mundo en uniforme
militar, en una especie de vigilancia moral permanente; no deseaba más
excursiones desenfrenadas y con derecho a privilegiados atisbos del
corazón humano. La única excepción fue Gatsby, el hombre que da título a
este libro: Gatsby, que representaba todo aquello por lo que siento
auténtico desprecio. Si la personalidad es una serie ininterrumpida de
gestos logrados, entonces había en Gatsby algo magnífico, una exacerbada
sensibilidad para las promesas de la vida, como si estuviera conectado a
una de esas máquinas complejísimas que registran terremotos a quince
mil kilómetros de distancia. Tal sensibilidad no tiene nada que ver con
esa sensiblería fofa a la que dignificamos con el nombre de
«temperamento creativo»: era un don extraordinario para la esperanza,
una disponibilidad romántica como nunca he conocido en nadie y como
probablemente no volveré a encontrar. No: Gatsby, al final, resultó ser
como es debido. Fue lo que lo devoraba, el polvo viciado que dejaban sus
sueños, lo que por un tiempo acabó con mi interés por los pesares
inútiles y los entusiasmos insignificantes de los seres humanos.
Mi
familia ha gozado, desde hace tres generaciones, de influencia y
bienestar en esta ciudad del Medio Oeste. Los Carraway son como un clan,
y existe entre nosotros la tradición de que descendemos de los duques
de Buccleuch, pero el verdadero fundador de nuestra rama familiar fue el
hermano de mi abuelo, que llegó aquí en 1851, pagó por que otro fuera
en su lugar a la Guerra Civil, y fundó la empresa de ferretería al por
mayor de la que hoy día se ocupa mi padre.
No llegué a conocer a mi
tío abuelo, pero dicen que me parezco a él, especialmente al adusto
retrato que mi padre tiene colgado en su despacho. Terminé los estudios
en New Haven en 1915, exactamente un cuarto de siglo después que mi
padre, y poco más tarde participé en esa abortada migración teutónica
conocida como la Gran Guerra. Disfruté de tal modo la contraofensiva que
volví lleno de desasosiego. El Medio Oeste ya no me parecía el centro
candente del mundo, sino el último y miserable confín del universo, y
decidí irme al Este y aprender los secretos de la compraventa de bonos.
Todos mis conocidos se dedicaban a los bonos, así que pensé que el
negocio podría mantener a uno más. Mis tías y mis tíos debatieron el
asunto como si me estuvieran buscando colegio, y por fin dijeron: «Bien,
bien…, sí», muy serios, con expresión de duda. Mi padre aceptó
financiarme durante un año y, después de varios aplazamientos, me fui al
Este en la primavera de 1922, para siempre, o eso creía.
Lo práctico era buscar alojamiento en la ciudad, pero hacía mucho
calor, y yo llegaba de un país generoso en césped y árboles
hospitalarios, de modo que cuando un compañero de oficina me sugirió
alquilar juntos una casa en un pueblo de los alrededores, me pareció una
gran idea. Él encontró la casa, un bungalow de cartón maltratado por
los elementos, a ochenta dólares al mes, pero a última hora la empresa
lo mandó a Washington, y me fui solo al campo. Tenía un perro, o por lo
menos lo tuve unos días, hasta que se escapó, un Dodge viejo y una
señora finlandesa, que me hacía la cama y el desayuno, y murmuraba
refranes finlandeses junto a la cocina eléctrica.
Me sentí solo
durante un día, más o menos, hasta que una mañana alguien que había
llegado después que yo me paró en la carretera.
—¿Cómo se va a West Egg? —me preguntó, despistado.
Se
lo dije. Y, cuando proseguí mi camino, ya no me sentía solo. Yo era un
guía, un explorador, uno de los primeros colonos. Aquel hombre me había
conferido el honor de ser ciudadano del lugar.
Y así, con la luz del
sol y la explosión espléndida de las hojas que crecían en los árboles
como crecen las cosas en las películas a cámara rápida, tuve la certeza
bien conocida de que la vida vuelve a empezar con el verano.
¡Había
tanto que leer, por una parte, y tanta salud que aspirar del aire nuevo y
vivificador! Compré un montón de libros sobre la banca, el crédito y el
mercado de valores, que, de pie en la estantería, encuadernados en rojo
y oro, como dinero recién salido de la fábrica, prometían revelarme los
radiantes secretos que sólo Midas, Morgan y Mecenas conocían. Y tenía
además el elevado propósito de leer muchos otros libros. En la
universidad había sentido ciertas inclinaciones literarias —un año
escribí para el Yale News una serie de artículos de fondo llenos de
tópicos y de solemnidad— y ahora iba a revivir aquello hasta volver a
convertirme en el más limitado de todos los especialistas, «el hombre
completo». Esto no es sólo un epigrama, porque, después de todo, a la
vida se la observa mejor desde una sola ventana.
Fue una casualidad
que alquilara una casa en una de las comunidades más extrañas de América
del Norte. Estaba en esa isla estrecha y bulliciosa que se extiende al
este de Nueva York y donde se forman, entre otras curiosidades
naturales, dos raras masas de tierra. A unos treinta kilómetros de la
ciudad dos huevos enormes, de idéntico perfil y separados únicamente por
una pequeña bahía, destacan en el volumen de agua salada más
domesticado del hemisferio occidental, el estrecho de Long Island, gran
corral de humedad. No son perfectamente ovales —como el huevo de Colón,
los dos están aplastados por la parte en la que se apoyan—, pero su
parecido físico debe de ser fuente de perpetua maravilla para las
gaviotas que los sobrevuelan. Para las criaturas sin alas resulta un
fenómeno más interesante su disimilitud en cualquier detalle que no sea
la forma y el tamaño.
Yo vivía en West Egg, el…, bueno, el menos
elegante de los dos huevos, aunque ésta sea la fórmula más superficial
para expresar el raro contraste entre ambos, bastante siniestro. Mi casa
estaba en el extremo del huevo a unos cincuenta metros del estrecho,
comprimida entre dos imponentes mansiones que se alquilaban a doce o
quince mil dólares por temporada. La que se alzaba a mi derecha era
colosal sin discusión, copia fiel de algún Hôtel de Ville de Normandía,
con una torre en uno de los laterales, extraordinariamente nueva bajo
una barba rala de hiedra joven, una piscina de mármol, y veinte
hectáreas de jardines y césped. Era la mansión de Gatsby. O, con mayor
precisión, puesto que yo no conocía a mister Gatsby, era la mansión de
un caballero que se llamaba así. Mi casa era un horror, pero un horror
insignificante, en el que nadie había reparado, así que contaba con
vistas al mar y a una parte del césped de mi vecino, además de con la
reconfortante proximidad de los millonarios, y todo por ochenta dólares
al mes.
Al otro lado de la pequeña bahía los palacios blancos del
elegante East Egg rutilaban en el agua, y la historia de aquel verano
empieza precisamente la noche en que fui a cenar a casa de Tom Buchanan.
Daisy era prima lejana mía, y a Tom lo conocía de la universidad. Y,
recién acabada la guerra, pasé con ellos en Chicago un par de días.
El
marido de Daisy, entre otros logros físicos, había sido uno de los
extremos con más potencia que jamás jugó al fútbol en New Haven: una
figura nacional, podría decirse, uno de esos hombres que a los veintiún
años alcanzan en algún tipo determinado de actividad tal grado de
excelencia, que todo lo que viene después sabe a decepción. Su familia
era desmedidamente rica —hasta el punto de que en la universidad su
liberalidad con el dinero era motivo de censura—, pero ahora se había
trasladado de Chicago al Este, con un estilo de vida que cortaba la
respiración; por ejemplo, se había traído una cuadra de ponis de polo de
Lake Forest. Era difícil entender que un miembro de mi generación fuese
lo suficientemente rico para permitirse una cosa así.
No sé por qué
se vinieron al Este. Habían pasado un año en Francia sin ningún motivo
concreto, y luego habían ido de un sitio a otro, sin sosiego, a donde se
jugara al polo o se reunieran los ricos. Ahora se habían mudado para
siempre, me dijo Daisy por teléfono, pero no lo creí: no podía ver el
corazón de Daisy, pero sabía que Tom seguiría buscando ansiosa y
eternamente la turbulencia dramática de algún irrecuperable partido de
fútbol.
Y entonces, una tarde de viento y calor, fui a East Egg para
ver a dos viejos amigos a los que apenas conocía. Su casa era incluso
más exquisita de lo que me esperaba, una alegre mansión colonial roja y
blanca, de estilo georgiano, con vistas a la bahía. El césped nacía en
la playa y se extendía a lo largo de medio kilómetro hasta la puerta
principal, salvando relojes de sol, senderos de terracota y jardines
encendidos, para, por fin, al llegar a la casa, como aprovechando el
impulso de la carrera, escalar la pared transformado en enredaderas
saludables. Rompía la fachada una sucesión de puertas de cristales, que
refulgían con reflejos de oro y se abrían de par en par al viento y al
calor de la tarde, Tom Buchanan, en traje de montar, estaba de pie en el
porche, con las piernas abiertas.
Había cambiado desde los tiempos
de New Haven. Ahora era un hombre de treinta años, fuerte, rubio como la
paja, con un rictus de dureza en la boca y aires de suficiencia. Los
ojos, brillantes de arrogancia, dominaban su cara y le daban aspecto de
estar echado agresivamente hacia delante, siempre. Ni siquiera la
elegancia ostentosa y afeminada del traje de montar lograba ocultar el
enorme vigor de ese cuerpo: parecía llenar aquellas botas relucientes
hasta tensar los cordones que las remataban, y era perceptible la
reacción de la imponente masa muscular cuando el hombro se movía bajo la
chaqueta ligera. Era un cuerpo capaz de desarrollar una fuerza enorme:
un cuerpo cruel.
Cuando hablaba, su voz de tenor, ronca y bronca,
aumentaba la impresión de displicencia que transmitía. Aquella voz tenía
un dejo de desprecio paternal, incluso hacia la gente que le caía
simpática. Había hombres en New Haven que lo detestaban.
«Bueno, no
vayas a pensar que mi opinión es definitiva», parecía decir, «sólo
porque sea más fuerte y más hombre que tú». Pertenecíamos a la misma
asociación de estudiantes, y aunque nunca fuimos amigos íntimos, siempre
tuve la impresión de caerle bien, de que necesitaba mi estima con aquel
ansia triste, dura y desafiante, tan suya.
Hablamos unos minutos en el porche, al sol.
—Está bien este sitio —dijo, mirando a todas partes con ojos inquietos.
Hizo
que me volviera, cogiéndome del brazo, y fue señalando con la mano
grande y abierta el panorama que se extendía ante nosotros, incluyendo
en su recorrido un jardín a la italiana, dos mil metros cuadrados de
rosales de penetrante e intenso olor, y una lancha motora, chata de
proa, a la que zarandeaba la marea a poca distancia de la costa.
—Era de Demaine, el del petróleo —otra vez me obligó a volverme, brusco y cortés—. Entremos.
Atravesamos
un vestíbulo de techo muy alto hasta un espacio rosa y luminoso, que se
unía frágilmente a la casa por dos puertas de cristales. Las
cristaleras estaban entreabiertas y brillaban, blancas, en contraste con
la hierba fresca del exterior, que casi parecía entrar dentro de la
casa. En la habitación soplaba una brisa ligera: agitaba las cortinas
como banderas pálidas y divididas entre el interior y el exterior, las
retorcía hacia el techo, una especie de tarta de boda, y rizaba el tapiz
de color vino, oscureciéndolo, como el viento oscurece el mar.
El
único objeto que permanecía absolutamente inmóvil en la habitación era
un enorme sofá en el que dos jóvenes flotaban como sobre un globo sujeto
a tierra. Las dos iban de blanco y sus vestidos ondeaban y aleteaban
como recién llegados de un vuelo fugaz alrededor de la casa. Tuve que
permanecer de pie un rato, escuchando los latigazos de las cortinas y el
chirriar de un cuadro en la pared. Entonces se oyó una explosión: Tom
Buchanan había cerrado las ventanas traseras, y cesó el viento atrapado
en la habitación, y las cortinas, los tapices y los vestidos de las dos
mujeres volvieron a posarse lentamente en el suelo.
No conocía a la
más joven. Se había tendido en la parte que ocupaba en el sofá,
completamente quieta, con el mentón un poco levantado, como si
mantuviera en equilibrio algo que estaba a punto de derrumbarse. Si me
había visto de reojo, no lo demostró, y casi me sorprendí murmurando una
disculpa por haberla molestado al entrar en la habitación.
La otra
chica, Daisy, hizo ademán de levantarse —se inclinó hacia delante con
expresión decidida—, y entonces se rio, con una risilla absurda y
encantadora, y yo también me reí y me acerqué.
—Estoy pa… paralizada de felicidad.
Volvió
a reírse, como si hubiera dicho algo muy ingenioso, y retuvo mi mano un
instante, mirándome a los ojos, prometiendo que no había nadie en el
mundo a quien deseara ver más. Así era ella. Me dijo en un susurro que
el apellido de la joven equilibrista era Baker. (He oído decir que el
único fin del susurro de Daisy era que la gente se inclinara hacia ella:
una crítica irrelevante que no disminuía su encanto.)
Pero los
labios de miss Baker se movieron, se inclinó casi imperceptiblemente
para saludarme, e inmediatamente volvió a erguirse: el objeto que
mantenía en equilibrio se había tambaleado y le había dado un susto.
Otra vez me vino a los labios una especie de disculpa. Ante las
demostraciones de suficiencia absoluta casi siempre me rindo, anonadado.
Cine, película
Carlos Boyero: El País
Entre los muchos dones que posee la escritura de Scott Fitzgerald
está la hondura para describir con frases inolvidables los sentimientos,
lirismo lacerante, creación de atmósfera, sobriedad expresiva para
retratar la mayor complejidad emocional, poder de sugerencia, una
capacidad narrativa que no precisa de adornos. Pero este maravilloso
contador de los desastres íntimos, el desasosiego, la pérdida, la
autodestrucción, los sueños rotos y el desgaste que provoca el tiempo
sigue sin tener suerte cuando el cine se empeña en adaptar su sutil,
doloroso e identificable universo.
Cannes ha sido inaugurado con una nueva versión de El gran Gatsby,
que tal vez sea la novela más celebérrima de Fitzgerald, aunque no la
mejor para mi gusto. A Jay Gatsby, ese hombre enigmático y romántico que
creó un imperio para intentar recobrar al amor de su vida, lo encarnó
Alan Ladd en una película que no he visto nunca y posteriormente Robert
Refford en un retrato académico, mediocre y epidérmico que dirigió Jack
Clayton. Ahora lo encarna Leonardo DiCaprio, alguien al que puedes
asociar a la imagen que tenemos de Gatsby y que él se esfuerza por dotar
de alma.
Pero el director de la historia es el temible Baz Luhrmann, señor al
que apasiona ante todo la parafernalia, un lenguaje visual
exhibicionista hasta el mareo, incapaz de transmitir sentimientos
auténticos, portador de una estética exuberante y rebuscada al exclusivo
servicio de la oquedad. Es el autor de películas tan floridas como
tontas, que me irritan particularmente, tituladas MoulinRouge y Romeo + Julieta
y no se le ha ocurrido otra cosa a director tan pinturero y
prescindible que encapricharse del intimismo de Fitzgerald y montar una
verbena visual que está mucho más preocupada por el despliegue de la
cámara que por lo que les ocurre a los personajes, por impactar
estéticamente al espectador en vez de conmoverlo con esta historia de
amor que no puede tener final feliz.
Luhrmann dispone de un presupuesto fastuoso que derrocha rodando en
absurdas tres dimensiones, haciendo una muy costosa reconstrucción del
Nueva York de los años veinte, decorando hasta la floritura mansiones
palaciegas, filmando fiestas y bailes a ritmo de hip-hop, que a veces combina con música de Gershwin. Es tan vanguardista y tan destroyer que ambientar con jazz el mundo de Fitzgerald le debe de parecer muy antiguo y paleto. Para él lo más cool
es plantarle unas gafas negras al espectador y atronarle los oídos con
música discotequera para hablarle de la torturada personalidad y las
tristes vivencias del soñador Gatsby, la sofisticada y juguetona Daisy
Buchanan, el lúcido y concienciado narrador Nick Carraway y las cínicas
reglas que rigen el mundo de los muy ricos.
Repito que DiCaprio hace lo que puede para intentar dotar de espíritu
a Gatsby. También el inquietante Tobey Maguire y la camaleónica Carey
Mulligan, pero el director se encarga en cada aparatosa secuencia de
borrar las inquietudes de Fitzgerald. Si este levantara la cabeza se
llevaría un susto notable al constatar la superficialidad con la que
está tratada la tragedia que él contó en su novela.
A pesar de este arranque tan poco estimulante, la programación del
festival invita a la ilusión. Dispone de una sección oficial que va a
exhibir las últimas obras de directores de los que puedes esperar mucho,
como los estadounidenses Alexander Payne, James Gray, Soderbergh,
Jarmusch y los hermanos Coen, el japonés Koreeda, el iraní Farhadi, el
italiano Sorrentino, el danés Winding Refn y el polaco Polanski.
Y también es inevitable que te hagas una pregunta desasosegante al
plantearte a raíz del cierre de Alta Films cuántas de estas películas
podrán ser estrenadas en España. Los distribuidores independientes lo
tienen crudo. Se exhibe bastante cine inestrenable en los festivales
pero también películas muy atractivas que no pertenecen a las
multinacionales, que hemos podido disfrutar en España gracias a los
pequeños e independientes distribuidores. Y te asalta el temblor cuando
Alta Films nos informó que de 220 salas que exhibían en versión original
este tipo de cine ya solo quedan abiertas veintitantas. Habrá que salir
de España, como en la época de la siniestra censura franquista, para
poder ver determinado cine. Y sé que esto suena a frívolo, cuando mucha
gente está emigrando de este país por algo tan acuciante y angustioso
como encontrar trabajo. Pero no solo de pan vive el cinéfilo.