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jueves, 28 de junio de 2018

El guardian entre el centeno. Cuando acaba el centeno empieza el precicipio.

LECTURAS DE ESCRITOR

¿Cuándo demonios vas a crecer de una vez?

Con Holden Caulfield millones de personas se han sentido menos solas: 'El guardián entre el centeno' ejerce un poder extraordinario






J. D. Salinger, por Sciammarella. Ampliar foto
J. D. Salinger, por Sciammarella.

"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia…”. Desde el arranque de El guardián entre el centeno queda claro que Salinger pretendía situar su narración en la modernidad. Lo que no podía saber es que, bien entrado el siglo XXI, esta novela de aprendizaje iba a mantenerse tan fresca y actual como cuando la publicó en 1951, tanto por la forma en que está escrita como por lo que nos presenta, salvando el detalle de la ausencia de móviles y demás artefactos. Diez años antes, en una carta a una amiga, decía que estaba escribiendo una historia sobre “un chico de instituto durante las vacaciones de Navidad”.
Y sí, es eso. Eso y mucho más, seguramente porque ese chico, Holden Caulfield, es uno de los personajes más entrañables de la literatura universal, que mira y juzga lo que le rodea de una forma original, ácida, tierna a veces. Con algunos datos autobiográficos (unos epidérmicos, otros más profundos: el Holden que desprecia a casi todos, ¿no será ese escritor misántropo que deja de publicar y se aísla, acrecentando su leyenda?), Salinger escribió sobre los adolescentes, su rebeldía, su lucha por encontrar un lugar en el mundo, su miedo a crecer y a la vez su deseo de hacerlo. Porque Caulfield critica a los adultos, falsos, hipócritas o sencillamente imbéciles, mientras que aprecia a los niños, espontáneos, inocentes, generosos. Y por eso, lo que de verdad le gustaría es estar al borde del precipicio, al final del campo de centeno, para vigilar que los niños no caigan por él. Evitar que se hagan mayores. Pero eso es imposible, y de ahí la crisis de Holden.
Observador, sensible, exagerado, sarcástico, curioso (¿dónde irán en invierno los patos de Central Park?), en esos pocos días que dura su aventura, cuando, tras una pelea decide escapar del colegio del que ha sido expulsado y retrasar la vuelta a casa, ese chico de 16 años al que le gustaría aparentar más para que le sirvan las copas sin preguntas y para ser tenido en cuenta por las mujeres, piensa en el sexo, se emborracha, fuma, requiere los servicios de una prostituta, despotrica contra la educación académica, se deprime, dice tacos y abusa de las coletillas. Eso puede explicar que aún en 1980 fuera el libro más prohibido en los institutos de Estados Unidos. Pero el texto es inteligente, original, tiene humor, está lleno de vida y sensibilidad, posee un ritmo perfecto, nunca cae ni en lo cursi ni en lo soez, así que tampoco extraña que, en ese mismo año, fuera el segundo más recomendado.

De la derrota de Holden surge una victoria imperecedera, la de dejarnos uno de los libros más maravillosos que se pueden leer casi a cualquier edad
En esa división entre los profesores que lo prohíben y los que lo recomiendan, estos últimos tienen un argumento difícil de rebatir: aquellos se están convirtiendo en lo que critican, en guardianes entre el centeno que no quieren que sus alumnos maduren. Carl Luce, un conocido mayor que él con el que Holden toma unas copas, le espeta: “¿Cuándo demonios vas a crecer de una vez?”. Y de eso trata este libro, a eso asistimos a lo largo de sus páginas, al abandono definitivo de la infancia, al complicado paso de una edad a otra. Todo, aquí, está en esa frontera: Holden, y la propia novela, publicada para adultos y adoptada por millones de adolescentes y jóvenes. Cada año se venden 250.000 ejemplares. La crítica también lo considera, casi unánimemente, como una de las obras mayores del siglo pasado. Es uno de esos felices y raros casos en los que crítica y público van de la mano a lo largo de décadas.
Holden se rebela contra la educación, contra la autoridad, contra los mayores, contra el inevitable proceso de madurar, cumpliendo muchas de las características de las novelas de iniciación. Su rebelión está condenada a la derrota, pero de ella surge una victoria imperecedera, la de dejarnos uno de los libros más maravillosos que se pueden leer casi a cualquier edad. Ese muchacho que pide y confiesa: “Toma una copa más. Por favor. Tengo una depresión horrible. Me siento muy solo, de verdad”, ha conseguido que millones de personas se sientan menos solas en algún momento de sus vidas. Ese es el extraordinario poder de los libros extraordinarios. Hacia el final, Holden nos da un consejo: “No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en el que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo”. Y al lector le sucederá algo semejante a lo que le sucede al narrador: cuando cierra el libro, empieza a echar de menos a Caulfield. Ya sólo le queda recomendarlo a los jóvenes y no tan jóvenes como si se hubiera publicado ayer.
El guardián entre el centeno. J. D. Salinger. Alianza Editorial. Madrid, 2013. 288 páginas. 9,13 euros.

viernes, 22 de junio de 2018

Piedrabuen, dos castillos, dos amores

martes, 15 de mayo de 2018

PIEDRABUENA: DOS CASTILLOS, DOS AMORES


       Tiene el Castillo de Mortara el color de la tierra feraz que lo rodea. Tierra buena nacida grano a grano de la piedra buena. Piedras de plomo oscuro, casi negras, duro basalto de la colada volcánica que lo soporta, rocas de espuma que la erupción detuvo en grados varios de solidez. Así el Castillo, levantado sobre el ligero cerro, ejerce de amante dominador de un pueblo que se extiende sereno a sus pies, y cuyo caserío se empina lentamente hasta abrazarlo. Su negritud y su cercanía es un reto constante a su rival el aguerrido y roquero Castillo de Miraflores, media legua alejado hacia poniente, solitario sobre la cresta de los montes primeros que cierran la vega. Dos castillos, dos leyendas de un origen. Oscuro uno, arena de sol el otro. Cristiano ( tal vez romano) se nombra el de Mortara, árabe o bereber habla al viento Miraflores. Tan cercanos, tan contrarios, tan distintos. Mutuos vigilantes de un destino de ruinas y esplendores contrapuestos. Hace más de novecientos años que se miran, que se miden, que mantienen levantado el desafío.

     Más confiado y más rural Mortara, vigía del agua subterránea y las tierras sernas, de los llanos y sus gentes. Sobre las peñas el guerrero Miraflores, tallado sobre cuarzo; de apretado y rubio mortero sus murallas. De cimientos más antiguos el primero, pero deshecho o incapaz de funciones defensivas, vio surgir arrogante a Miraflores en el comienzo del segundo milenio. Nacerá Miraflores más pequeño pero más inexpugnable, orgullosamente erguido sobre su bastión rocoso. La defensa de sus almenas cambiará de manos al compás de los avatares del tremendo siglo XII. Si primero manos sarracenas después fueron cristianas hasta llegar la terrible jornada de Alarcos y el desastre. Eran tiempos de razzias, de rabiosas cabalgadas belicosas. Ambos castillos vieron en 1196 la expedición almohade que volvía de Talavera; presenciaron - 6 de junio de 1212 - la llegada impresionante de las huestes de Alfonso VIII camino del Muradal; y aún en años posteriores nuevas incursiones mahometanas en busca, a través del puerto de Alhover (hoy del Milagro), de un imposible Toledo. Pronto llegaría el apaciguamiento de la zona y traería para los castillos destinos diferentes.
      Los primeros caballeros calatravos llegaron a mediados del siglo XII y ante la inseguridad, optaron por Miraflores, recio y fuerte. La recién nacida Petrabona necesitaba un baluarte tanto para su defensa como para la del camino toledano, por ello reforzaron sus dependencias y con un rastrillo la puerta abierta al septentrión. Pero los tiempos cambiaron con presteza. Llegaría el momento de la calma guerrera, de la lucha por la vida a través del ganado y la cosecha. Miraflores, el militar, el de los caminos escarpados, el amigo de las peñas, el más occidental de las castillos manchegos, es olvidado. Será el turno del castillo oscuro, del futuro Mortara. Hombres de cruz y hierro, los comendadores de Calatrava lo eligen para establecerse. Corren los siglos bajomedievales y el castillo de basalto conocerá su máximo esplendor como casa-fortaleza, como cabeza de la Encomienda de Piedrabuena, cobijo y residencia de sus comendadores. Hasta entonces humilde y enjuto siente como le crecen sucesivas piezas de bóvedas, esbeltos recintos en piedra tosca, cámaras y palacetes alrededor de la torre almenada, de la enhiesta altura que, mirando hacia levante, cubre la puerta y contempla las fértiles lomas preñadas del ansiado cereal. A sus pies la huerta, más allá las casas de tres tapias cada vez más numerosas, la humilde iglesia. Los adustos lienzos de sus murallas alivian el miedo a lo inseguro pero al tiempo advierten donde está el dominio, la fuerza y el poder. Su presencia, tan próxima a la tierra y a los hombres que se doblan sobre ella, proclama que es imposible ignorar el ansia medieval de pechos y gabelas.
      Es ahora Miraflores, allá en lo alto, quien resiste orgulloso el silencio y su abandono. Terminado su tiempo nadie recorre lo abrupto de un camino que acaba por borrarse, ya no llegan vecinos temerosos en anhelo de refugio, ni guerreros que precisen la seguridad de su abrigo. No cede por ello el vigor de sus murallas, su recio adarve, el nuevo y fresco aljibe de bóveda sellada, la descarnada cuarcita de su base. Sólo la torre se inclina desolada. Desde su altura, tal vez no ignore los tiempos faustos que vive su rival. Pero, olvidando el desdén, Miraflores, la pequeña alcazaba, se aferra a su existir. Ha descubierto un nuevo aliento para el apretado calicanto de sus muros y se opone a la ruina, señero y firme. Él es ahora el fiel baluarte de un paisaje, es el señor de los montes verdinegros que lo circundan, del valle que su vista alegra, de la suave ballesta machadiana que traza el Bullaque a su paso por la vega. Él es el guardián de la dehesa y el olivo. Suyo es el paisaje y a él se ofrece, a salvo para siempre de humanas contingencias. Dueño de sí, en espera de un digno y lejano bien morir.
      Algo más tardará la amenaza del final para Mortara. Perdido para la caballería calatrava antes de terminar los años mil y quinientos, comenzará un lento deterioro como residencia ocasional de los Mesa, Lences o Mortara, sus últimos señores tardofeudales. La ruina le llegará con pereza pero cierta e implacable. Caídas gran parte de su bóvedas, abatidos en su altura los muros que lo cierran, la magnitud de su olvido sólo será comparable a su avidez de futuro. Y como su rival, el dorado Miraflores,  va encontrar; salvación. Esta vez no en la naturaleza que lo circunda, sino en la voluntad y el ingenio de las gentes de Piedrabuena, las cuales, decididas y sagaces, convirtieron el recinto en lugar para uso público, y desde 1901 (117 años ahora) se celebran en su interior las fiestas de correr los toros. Mortara, el castillo oscuro que debe su nombre al Marqués del XVIII, no quiere morir. Resiste alegre y altivo, salvado y acompañado por los hombres, sus hermanos en la piedra buena. Para ellos guarda todavía en su seno algunos recintos, celosos restos de su pasado, ansioso de manos amigas que le han ido devolviendo dignidad. Piedrabuena: dos castillos, dos amores.
Paco Caro
bog Mientras la luz

"Al Este del Gabo de Gata", la última novela de escritor Ramón Fernández Palmeral


 Novela corta con intriga. Es realidad es el guión para una película de contrastes entre Londres y la Isleta

Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

Autor: Ramón Fernández Palmeral

De venta en LULU y Amazon 9.45 €

Llega un momento en que uno ha de dejar de escribir.t

 SINOPSIS de "AL ESTE DEL CABO DE GATA"

Los paraísos solamente existen en nuestro interior, porque a veces los paisajes paradisiacos se pueden convertir en un infierno, y volverse contra uno mismo. Pensamos que por residir en un lugar bello, los problemas no existen o son menores. Pero si tienes un problema como el del personaje Logan MacGregor, siempre te lo llevas contigo, el problema vive en tu mente. No puedes huir de ellos. Por ello la novela se cuenta por un narrador en primera persona, donde las vivencias se observan de primer mano. A veces uno busca lugares tranquilos para olvidar un problema, pero puede resultar que se complique, como es estos sucesos ocurridos en el paraje la Isleta del Moro (Al Este del Cabo de Gata). Veremos un contracte brutal de paisaje, de clima y de personas que desfilan entre Londres y la Isleta del Moro. Ramón Palmeral es un experimentado contador de historias, que ha publicado más de treinta y cinco libros de diferentes temas y colabora en prensa impresa y digital.

Cuando acabas de leer la novela, empiezas a ecvhar de menos a Logan, y te apetece ir a visitar la Isleta, que con el paso del tiempo a aumentado en el número de casa, pero en el fondo sigue igual: salvaje.

Isleta del Moro (Almería)